Capítulo 2
En el ambiente reinaban el color, el ruido y el glamour. Un bullicio
constante profería a las luces policromadas el aire inconfundible de un casino.
Las mujeres lucían los más exóticos y variados vestidos, mientras que los
hombres preferían el esmoquin negro. Las máquinas conferían una música de fondo
que apagaba por momentos los murmullos de los jugadores y de los curiosos. En
ningún otro lugar podían escucharse esos sonidos ni producían la misma emoción,
la misma energía que transmitía la excitación del juego, de las apuestas y de
la probabilidad.
Apostar era comparable a veces con hacer el amor. Vivificaba el cuerpo y
ordenaba a la adrenalina que aumentara el ritmo cardíaco. La tensión arterial
crecía en función del sentimiento de expectativa, hasta que todo estallaba o se
apagaba en un instante: el momento en que la máquina tragamonedas acusaba sus
símbolos graciosos, el croupier cantaba el número de la ruleta o acababa la
partida de cartas. El instante en que la vida se resumía a haber ganado o
perdido una apuesta. Solo una, la elegida, la mejor.
Pasando las mesas de Black Jack y de Póquer tradicional, una habitación vidriada escondía el pequeño y exclusivo sector de los grandes apostadores. Cinco hombres y un experto repartidor en el lugar de la casa dependían de su suerte. La mayoría de los jugadores eran de edad madura y conservaban sus trajes alineados, mientras que los dos más jóvenes de la mesa ya habían dejado de lado el saco y la corbata de moño.
Tras los naipes, algunos mechones de cabello castaño oscuro contrastaban
con la mirada oscura que los observaba al tiempo que los labios esbozaban una
sonrisa perezosa.
—Royal flush—dijo la voz grave y varonil antes de asentar las cartas en perfecto orden ascendente sobre la mesa de paño verde.
Los cuatro apostadores restantes y el repartidor se quedaron atónitos. El ganador respiró profundo. Llevaba las mangas de la camisa dobladas hasta mitad del antebrazo y los dos primeros botones cercanos al cuello desprendidos. El saco descansaba sobre el respaldo de la silla, y el moño del esmoquin, en el piso.
Pronto la noticia se esparció como un tornado por todo el casino.
—¡Minho! —exclamó un hombre a otro de cabello castaño que llevaba puesto un traje azul. En ese momento, se estiraba para colocar algunas fichas en el número diez de la ruleta—. ¡Yunho hizo una escalera real!
Muchas personas se agolparon del otro lado de los vidrios para ver el lugar y al hombre que acababa de ingresar a ser un individuo selecto entre las escasas probabilidades.
El hombre de traje azul entró al recinto. El guardia de seguridad que custodiaba la puerta, también vidriada, no opuso resistencia. Él apoyó las manos sobre los hombros del gran ganador y lo besó en la mejilla. Luego observó la jugada, que aún descansaba sobre el paño verde. Quizás esperaba convertirse en la reliquia del Paradise, el crucero dentro del cual se hallaba aquel casino. Él sonrió.
—Voy a comprar este lugar —pensó en voz alta. Era una idea que le rondaba la cabeza desde hacía mucho tiempo y que se había arraigado más en él desde que supo que el Paradise estaba en venta.
Jung Yunho fue el tema favorito de conversación hasta altas horas de la madrugada. Su nombre permaneció en boca de todos, asociado a su proeza, porque lo creían un suertudo y un estratega. Nadie sabía que él tenía su propia diosa.
Atrás había quedado el ruido de máquinas tragamonedas y de conversaciones. En la borda del crucero, reinaba un armonioso silencio que se combinaba con los vaivenes del océano, los mismos que mecían la embarcación sin que esta oscilación resultara perceptible para los que iban abordo.
El cuerpo fuerte y poderoso de Yunho aprisionaba el del hombre vestido de azul contra el barandal, lograba excitarlo con cada suave movimiento. Minho pensaba que él lo satisfacía en el sexo, pero tenía bien en claro que jamás lograría enamorarlo, por eso era más fácil mantenerlas cosas así, en el placer.
Era imposible no desearlo. Yunho era un hombre que apenas pasaba los treinta años, de ojos de una extraña tonalidad café y cabello castaño oscuro. La profundidad de su mirada encerraba un aire misterioso que más de una mujer u hombre había intentado develar, todos sin éxito.
Minho, en cambio, tenía muy en claro que nada le interesaba de él más que su compañía. Era bueno en la cama y en la vida, eso le bastaba. O no, nunca era suficiente si no se obtenía el corazón de ese hombre de hielo y fuego, pero él había sabido desde el primer día que fracasaría, por eso lo aceptaba. Por esa misma razón, el sutil rechazo que él sentía por él fuera de los encuentros íntimos no lo inclinaba a retirarse. Además, era apuesto y sensual hasta lo irresistible, cualidades que funcionaban como un imán.
Sostenían los dos sus copas de champán en alto.
—¿En serio piensas comprar este barco? —le preguntó él, sonriente, pasando
su mirada por el cuerpo fornido y generoso de su acompañante.
Yunho, que hasta ese momento tenía la mirada perdida en las olas oscuras
del mar, enterró sus ojos, los mismos que durante la noche competían con el
color de aquellas aguas, en los del hombre con el que compartía su viaje.
—Podría darme ese gusto —reflexionó con serenidad. Bebió de un solo trago el
resto de champán en su copa y luego la arrojó al mar—. Hace mucho tiempo que no
me regalo algo.
Choi Minho soltó una carcajada febril y sonora.
—¡Tu sí que te haces regalos! —exclamó. Bebió también el resto de su champán
y miró con picardía primero la copa, luego a su compañero—. ¿Puedo? —preguntó.
Él le respondió con un leve gesto afirmativo hecho con la cabeza, entonces
él también arrojó la copa al mar.
Seis meses después, aquel inmenso barco, con su casino a bordo, era suyo, y
ya había sido trasladado a la Terminal Quinquela Martín, de reciente
inauguración en Corea. Yunho confiaba en que los cruceros, ahora que podían
entrar a su ciudad natal, se convirtieran en un buen negocio del cual él sería
un pionero local.
Claro que para obtener al hombre vestido de azul no había tenido que
esperar tanto tiempo. La misma noche en que decidió comprar esa embarcación, el
bonito Choi Minho se convirtió en su amante de turno. Un turno muy corto, pensó
Yunho, pues no quería saber de él más que para sus propósitos durante ese
viaje.
Seis meses después de la compra millonaria, la vida le jugó una pasada —no
supo si buena o mala—, y él volvió a ser su amante.
Con el hombre aún recostado sobre su pecho desnudo, Yunho pensó en que la
situación se parecía mucho a esa primera noche que habían pasado juntos. Después
de todo,esa era apenas la segunda oportunidad en que hacían el amor, porque
luego de hacerlo por primera vez no había vuelto a verlo hasta la madrugada
anterior, en la fiesta de inauguración de su nueva inversión. El Paradise, aquel majestuoso
barco en el que había pasado a formar parte del selecto grupo de hombres que se
hallaban en boca de todos por su buena suerte, era suyo.
Casi amanecía y él no se había dormido. Resultó afortunado, porque sonó el
teléfono y de cualquier modo lo habría despertado.
—Tiene que venir con urgencia —dijo la voz del otrolado de la línea.
—¿Qué pasó? —preguntó él mientras se frotaba la cara. Todavía le quedaba
algo de resaca.
—Al menos tiene que venir uno de ustedes dos —la voz se refería a él o a su
socio, que lo acompañaba en ocasión de la inauguración—. La obra en Alem pende de un hilo.
Yunho se incorporó. Minho protestó y se envolvió sobre sí mismo, dormido.
—¿Qué significa eso? —preguntó Yunho a suinterlocutor.
—Que el resultado de la inspección fue terrible, yquieren cancelarla.
Yunho abandonó la embarcación en el siguiente puerto, y tomó un avión hacia
Corea. Minho, en cambio, siguió su viaje en el imponente crucero hasta las
costas. Para él, Yunho era un hombre atento y generoso, aunque notaba que a él
poco le importaba lo que hicieran sus amantes, porque estaba seguro de que él
no era el único. De todos modos, no había esbozado deseos de acompañarlo en su
viaje de regreso a Corea, pues sabía que tras asentar un pie en tierra firme, la
atención que él pudiera brindarle sería nula. Entonces prefirió seguir el viaje,
disfrutar de aquel agradable estilo de vida y quizás volver a ver a Yunho en
otra ocasión fortuita. Después de todo, él jamás lo había visitado en Busan,
donde el vivía. Su padre tenía una constructora, al igual que Yunho, en la
Ciudad. A pesar de corresponder al mismo rubro, ambos hombres se habían visto
pocas veces cara a cara, y él era consciente de que un viejo rencor los
enemistaba. Sin embargo, la pasión de Yunho era tan arrasadora que le
había resultado imposible resistirse. Después de todo, su padre no tenía por qué
enterarse.
A diferencia de su amante, Park Yoochun, su socio,decidió acompañar a Yunho,
ya que consideraba que los dos eran responsables de la obra. Y así emprendieron
el regreso.
* * *
Un año después.
Esa mañana, el sol brillaba con singularidad. De todosmodos no hacía falta
demasiado para que Yunho estuviera de buen humor.
Estacionó la camioneta negra en Ciudad Universitaria,donde funcionaba la
Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, en el pabellón III. Delante del
gran edificio, los jóvenes iban y venían con sus libros y mochilas. Caminó hasta
allí, subió con agilidad las escaleras y se dirigió al aula. Llevaba el saco
puesto pero desabotonado, y había dejado la corbata en el asiento trasero de su
vehículo.
Cuando entró al recinto, los murmullos cesaron, y eljoven que mostraba unos
cálculos en el enorme pizarróncalló.
—Hola, Taemin —saludó Yunho al muchacho mientras se sentaba sobre el
escritorio sin más preámbulos—. ¿Te importaría seguir después? Tengo los
segundos contados.
—Claro —contestó el joven con respetuosa obediencia. Para no hacerle perder
tiempo, se sentó junto auna mujer y a otro muchacho a un costado del salón.
—¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? —preguntó Yunho a los alumnos.
Fruncía el entrecejo. Eso indicaba que él pensaba, mientras inhibía a más de una
alumna y alumno de hacerlo mismo. Su rostro era muy expresivo, tenía gestos
que eran seductores aun fuera de su voluntad.
—Hace quince días —respondió la mujer del trío decolaboradores ante el
silencio del resto.
Yunho no aparecía seguido por las clases, que quedaban en manos de adjuntos
y ayudantes, porque pasaba la mayor parte del tiempo ocupándose de sus
proyectos empresariales, en viajes de negocios o, los menos, deplacer.
—Es tiempo de empezar el nuevo proyecto —continuó tras la respuesta, la que
agradeció con un ligero asentimiento—. ¿Alguien que no sea uno de mis abnegados
colaboradores sabe cuál es la próxima gran inauguración que promete mi empresa?
—se hizo silencio—. ¡Vamos!—los instó entonces él—, no tienen que sacar
ningún cálculo, solo leer los diarios.
Una alumna levantó la mano con timidez.
—¡Sí! —exclamó Yunho, con la explosiva y sensual sonrisa que siempre lo
caracterizaba, esa que a veces enmudecía a las alumnas y acobardaba a los
varones.
—La clínica de la calle Alem —respondió la chica envoz muy baja.
—Así es —asintió él—. Y ustedes harán lo mismo que yo. El siguiente y último
proyecto del año consiste en el diseño y cálculo de la renovación de un viejo
edificio en desuso para la construcción de un sanatorio privado.
—Profesor —levantó la mano un joven. Todos hablabanmás rápido en presencia
del profesor titular de una de las cátedras de Estructuras más concurridas. Jung
Yunho lograba acelerar el tiempo a todo elmundo.
—Sí.
—¿En cuánto tiempo?
—Tienen ocho semanas a partir de hoy —respondió él—. No puede haber
equivocaciones. Podemos perdonar el olvido de algún detalle, pero saben que hay
errores imperdonables. Están avanzados en la carrera, hay ciertas cuestiones que
no entran en discusión. ¿Algo más?
—Las características… —comenzó otro. Él lointerrumpió.
—Mis colaboradores dejarán todo el material en la fotocopiadora de siempre.
La mujer del trío de ayudantes tomó nota en uncuaderno. Acababa de
enterarse de algo que desconocía.
—¿Y la parte de diseño? —acotó alguien más—.¿Usted nos dará orientaciones?
—Como saben, el trabajo es en colaboración con una de las cátedras de
Arquitectura —explicó Yunho en respuesta. Hablaba siempre como si corriera una
carrera—. Es requisito consultar a más de un docente para obtener una visión
acabada del proyecto. La idea no es que diseñen o calculen, sino que ambos
conceptos funcionen como un conjunto. Arte y razón, razón y arte. No existe
diseño sin cálculo ni cálculo sin diseño. De nada me sirve que una estructura se
sostenga si el edificio es un cuadrado insípido y disfuncional. Como alumnos de
la carrera de Arquitectura, su trabajo final tiene que ser perfecto. Y como
alumnos míos, sus trabajos tienen que ser los mejores.
A veces parecía olvidar que existía la humildad, sin embargo siempre
contagiaba a todos con su buen humor, por eso sus bromas, arrogantes o no, caían
en gracia.Alumnos y ayudantes rieron al unísono después de aquellainsinuación.
Ni bien salió de la universidad, se dirigió a sus oficinas.Entró al estudio
de su socio, quien en ese momento trabajaba sobre una enorme mesa junto a otros
doshombres. Al verlo llegar, Yoochun se le acercó.
—Vamos en la camioneta —comentó Yunho,pretendiendo que el otro adivinara de
qué le estaba hablando.
—¿A dónde? —a Yoochun se le había olvidado la bola de cristal, que resultaba
necesaria si se quería seguir la velocidad abrumadora que siempre llevaba Yunho.
—Dijiste que ibas a conseguir la dirección del diseñador —aclaro su socio y
compañero al tiempo que hurgaba con ambas manos en los bolsillos en busca de
sus cigarrillos.
Yunho nunca se detenía a hacer una única cosa, siempre estaba naciendo al menos
dos, como si deseara ocupar cada fragmento de su tiempo, por más breve que este
fuese, sin pausas.
—¿De Yoon Changshik? —indagó el socio—. ¡Eso no es problema! El problema lo
tenemos en Alem otra vez.
—¿Otra vez? —Yunho al fin lo miró—. Mandemos al abogado y listo.
—No me parece lo más apropiado. La inspección volvió a ser bastante
negativa —recalcó el hombre—.Parece que nuestras normas de seguridad no
coinciden conel código legal. Preferí esperar a que llegaras para
tomar cualquier determinación.
—Estoy harto de leer ese puto código. ¿Qué pasa con esa avenida? —bramó Yunho—.
Cada vez que hacemos algo ahí, nos cae una inspección. Debe estar maldita. Trae
la dirección del diseñador, podemos pasar por ahí despuésde arreglar ese asunto
de los inspectores —determinó.
La pequeña oficina de inspección gubernamental estaba atestada de gente. Yunho
no esperó. Avanzó hasta los escritorios, escudriñó con la mirada y escogió su
presa: estaba seguro de que con la señorita del puesto número dos obtendría
buenos resultados. Se apoyó con liviandad sobre el mostrador y saludó.
—Hola —dijo. Su voz era un arma poderosa: grave, ronca y muy varonil.
Supo que había causado el efecto deseado en la muchacha porque por un
segundo su mirada miel brilló. Además, el impacto la había dejado algo nerviosa.
—¿Sí? —ella lo miró, inquisitiva. Yunho supo que habíatriunfado: otra
empleada ya lo hubiera enviado a la cola.Además, todavía le restaba su
herramienta más poderosa:una sonrisa. Acababa de gastar la de la mirada y no
eraconsciente de que también existía la de la voz.
—Me enteré de que anduvieron unos inspectores suyosen mi obra y me
preguntaba si está libre el fin de semana —deslizó como al pasar. La chica rió
y bajó los párpados; otros efectos causados por Yunho.
—¿Apellido del titular de la obra? —preguntó ella con voz melosa.
—Jung y Park —la voz de Yunho no distaba deconservar las cadencias de la de
la muchacha, pero fingía. La jovencita revolvió un fichero. Extrajo una carpeta
y laabrió.
—Aparentemente varios de sus obreros no contabancon la protección adecuada
—comentó.
—Te voy a explicar —la interrumpió Yunho, echandomano de una sonrisa que
causó en la joven un súbito y ligero rubor—. La empresa encargada de la
seguridad laboral es subcontratada y…
—Y ustedes deberían controlar mejor el trabajo de sussubcontratados —lo
interrumpió la señorita mientras enroscaba un mechón de su cabello oscuro en el
dedo índice.
Por un momento, Yunho pensó que quizás había errado en su cálculo. Ya había
gastado la sonrisa, solo le restaba apelar a su buena suerte. Se humedeció los
labios, inclinó la cabeza y bajó la mirada un instante.
—Lo haremos —aseguró volviendo los ojos hacia ella. Eso hacía que se le
arrugara la frente, semblante que obligó a la empleada a tragar con fuerza—.
Solo dígame qué puedo hacer para evitar una clausura. De esa manera tendría
la oportunidad de controlar a mis subcontratados y demostrar que aprendimos la
lección.
Esos ojos castaños y vanidosos, así como aquella masculina sonrisa y los
gestos seductores, pudieron por fincon todas las barreras morales y femeninas
de la mujer.
—Y usted es… —arriesgó alzando una ceja.
—Jung W. Yunho —añadió Yunho con extrañaintensidad en la voz.
Le disgustaba pronunciar su nombre. Además, omitía su primer apellido
encuanto papel legal pudiese. A pesar del esfuerzo quesiempre le suponía
nombrarse a sí mismo, sostenía una mirada tan intensa que había conseguido
sonrojar a la empleada.
—Y el otro titular de la obra es… —arriesgó ella.
—Park Yoochun, mi socio —repuso Yunho sin darle oportunidad de ordenar sus
pensamientos.
—Y el apoderado de la empresa es… —aquello dejaba de ser un interrogatorio
de rutina.
—Yo —añadió Yunho con desfachatez—. Soy el dueño.
La muchacha, embelesada con el visitante, alzó la mirada hacia él. Todavía
se dibujaba una sonrisa en sus labios rosados.
—¿Es usted el arquitecto? —preguntó, divertida, sin importarle si él se daba
cuenta o no de que lo que ella buscaba era sonsacarle su nombre, su nivel
económico, su profesión, y no sus vaivenes legales.
—El ingeniero —repuso él, como si la conociera de toda la vida—. ¿Eres tu
la encargada de poner un precio ami negocio? —la joven sonrió, y Yunho
comprendió que era el momento justo para asentar sobre el mostrador los
dos largos boletos blancos—. ¿Qué tal dos pasajes para un crucero hasta el
Nordeste?
En ese momento, Yunho parecía un ejecutivo de ventas de una compañía de
turismo. Y uno muy bueno, puesto que el rostro de la joven mujer se iluminó con
una sonrisa ambiciosa. Después, ella mordió la goma del lápiz.
—¿Y usted va a estar a bordo? —preguntó. Él resultó aún más favorecido en su
seguridad con la sensación del triunfo.
—Eso tendría otro precio… —bromeó. Era consciente de que llevaba la
delantera.
La muchacha marcó unas cuantas cruces en un papel y después arrojó la
carpeta a una caja, apoderándose a cambio de los dos boletos blancos.
—No podré ayudarlo la próxima vez —dijo—. Procure no cometer el mismo error.
—Lo haré —prometió él. Y eso fue todo.
Cuando Yunho regresó al vehículo, Yoochun esperaba alguna información acerca
de la inspección con mirada ansiosa. Acambio, su compañero preguntó:
—¿Trajiste la dirección?
—¿No me vas a decir qué paso ahí adentro? —inquirió su amigo.
—Ah, sí —respondió él, como si nada hubiera sucedido—. Di unos pasajes para
el Paradise a la señorita del puesto dos.
Yoochun enarcó las cejas.
—¿Y la clausura? —inquirió.
—¿Qué clausura? —respondió Yunho, ante lo cual Yoochun soltó una carcajada.
—¡Tu sí que tienes suerte! —exclamó el hombre, feliz porque el problema se hubiera
resuelto tan pronto.
—A veces dudo que se trate de buena suerte… —corrigió Yunho con aire
reflexivo y los ojos entrecerrados—. Más bien creo que es una cuestión de
estrategia —se produjo una pausa verbal en la que giró la llave en el encendido—.
¿Y la dirección? —preguntó después.
Yoochun hurgó en el bolsillo de su saco, manipuló sus martphone y leyó en voz alta
lo que había allí escrito.
—¿Estás seguro? —preguntó Yunho tras escuchar ladirección.
—Sí.
—¿De ese lado del puente? —Yunho no lo podía creer,ya que se trataba de un
barrio muy distinto del que podía habitar un diseñador de alta costura, según
sus conocimientos.
—Tengo entendido que no es un barrio muy exclusivo—admitió Yoochun,
reflexionando aquello en el momento—, pero ya sabes cómo son esos diseñadores
excéntricos…
—Es Provincia, y una zona donde a lo sumo vamos a encontrar negocios extranjeros.
—No sería el primer artista cuyo atelier este ubicado en un barrio de las
afueras… ¿No te parece?
ohh Jung Yunho que suerte tiene, le va bien eso me da gusto, veo que si se estan quedando hoy, asi que me alegro mucho de poder comentar :D
ResponderEliminaray Yunho conocerá a Jae en cualquier momento. no veo la hora que lo hagan
ResponderEliminargracias
me gusta imaginarme a yunho de esta manera, tan varonil y encantador!!! es tan el!!! :) La historia me esta gustando mucho. me ha atrapado!! es la primer historia tuya que leo, terminando, me sigo con las otras, espero sean tan geniales como esta!!!
ResponderEliminarWOW!! Yunho siepre tan genial, varonil y sexy, me encanta el porte que se maneja siempre tan genial, el hombre ideal jajajaja !que suerte la de Jae! Al parecer se viene tramando el gran encuentro entre estos dos hombres sexys jajajaj.
ResponderEliminarComo sera el encuentro? tengo ansias de saber como lo toman ambos.
A seguir leyendo la continuacion...: )
ñññaaaa...veinte años después regresooo...jiji
ResponderEliminarEse Yunho siempre a la carrera...yo creo que a de tener traumatizados a esos alumnoss..jajajajaj
ojala y pronto conozca a nuestro hermoso jaejoong, definitivamente harían la pareja perfecta, jae tan bello y delicado y yunho tan varonil.
gracias por el capitulo
ese yunho todo un galán , conquistador y millonario que mas se puede pedir XD!
ResponderEliminarcon solo coquetear a esa muchacha logro su objetivo..
hayy.. yunho ojala que se baya esa costumbre tuya cuando conozcas a jaejoong...
Mendrugo YH bien que sabes engatusar xD
ResponderEliminarTodo lo que puede conseguir con una sonrisa y coqueteo Yunhol
ResponderEliminarAhora parece va a ver a Jae pues el es costurero o diseñador o quien sabe...
Gracias
Yunho el suertudo jajajaja ... parece que ese diseñador será Jae xD
ResponderEliminarGracias por compartir