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Nada mas que una noche: Capitulo 3


Capítulo 3

Jaejoong abrió la puerta de su local. Era pequeño, pero daba a la calle y estaba ubicado en el centro. Nada había servido para que le fuera bien.
En cuanto entró, encendió las luces y abrió las cortinas.Respiró por última vez el aire matinal de Ensueños y hasta le pareció que podía echarse a llorar por la despedida. Si no ocurría un milagro —que jamás le acontecían a él —, esa sería la última mañana que abriría su boutique.
Tras sus pasos, apareció un muchacho morocho.
—¡Buen día, Jae! —saludó. Jaejoong, que colocaba un delicado moño a las cortinas azules, respondió al saludo.
—Buen día. ¿Se te pasó el dolor de cabeza?
—¡Oh, sí! —exclamó el otro—. Esa aspirina que mediste es muy buena. ¿Y tu? ¿Terminaste el traje de la señora Seo? Dijo que pasaría hoy a las diez.
—No hoy, sino mañana viernes —discutió Jaejoong con serenidad.
—Hoy.
—Hoy es jueves —replicó el pelinegro.
—Piensa pasar hoy a las diez —insistió el muchacho. Jaejoong permaneció un instante en silencio.
—¡Ay, no! —exclamó con pesar. Tenía tantas cosas en la cabeza que se había confundido la fecha de entrega del vestido de la señora Seo, como la mujer se hacía llamar. Nada de Goo o señora de Lee. Señora Seo.
Jaejoong se instaló de inmediato delante de la máquina de coser, dispuesto a cumplir lo antes posible con lo prometido a su clienta. Era muy responsable.
Unas horas más tarde, dos clientes interrumpieron la tarea de los amigos.
—Señores —dijo el morocho con respetuosa seguridad cuando Yunho y Yoochun entraron a la tienda de escaparate blanco que rezaba el nombre de Ensueños.
—Buscamos a Yoon Changshik —habló Yoochun.
Mientras tanto, Yunho miraba las prendas que se encontraban colgadas contra la pared, detrás de ellos. Todas tenían un diseño personal y distinto, ninguna se repetía. Además, revisaba los acabados, todos prolijos y perfectos, pero sin signo alguno de vanidad. Yunho era muy detallista, por eso era un ingeniero tan bueno.
El joven enarcó las cejas.
—¿Yoon Changshik? —repitió.
—El diseñador —aclaró Yoochun—. Necesitamos que nos confeccione un traje a cada uno con urgencia.
El morocho solicitó a los hombres que lo aguardaran un momento y se dirigió hacia el fondo del local con paso apresurado. Del otro lado del cortinado azul, habló a Jaejoong en susurros.
—Afuera hay dos tipos con mucha clase que buscan a un tal Yoon Changshik.
Jaejoong no abandonó su tarea en la máquina de coser. Tenía que entregar el vestido a la señora Seo enseguida.
—¿Y qué? —respondió sin dirigir la mirada a su amigo —. Diles que no es acá y punto. Aclarales que no tenemos idea de dónde es, por si preguntan.
—Es que parece que ese tal Yoon Changshik también es diseñador.
—Pero están equivocados, no conocemos a nadie con ese nombre —repuso Jaejoong, concentrado en lo que hacía.
—Supongo que están dispuestos a pagar lo que sea…
Jaejoong tuvo poco tiempo para pensar. Paró la máquina, detuvo las manos sobre la tela y se giró hacia su mejor amigo, que en ese momento le dedicaba una mirada picara.
Nunca había hecho algo como eso: mentir, usurpar la identidad de alguien, pero se dio permiso de hacerlo por primera vez. Además, necesitaba el dinero. ¡Oh, cuánto lo necesitaba! Una mirada intrigante le iluminó el rostro.
—Yo me ocupo —anunció—. Después de todo, mañana ya no estaremos aquí.
Aquello lo había agregado con tono desanimado, pero no permitiría que la vida lo acobardara. Jamás lo había hecho y no pensaba comenzar en ese momento. Se puso de pie con decisión y salió del cuarto de costura.
Cuando el cortinado azul se abrió, Yunho volteó y se adelantó un paso al tiempo que su respiración se suspendía. Nunca hubiera imaginado que de esa habitación saldría la criatura más hermosa que él jamás había visto. Fue tal la impresión que se llevó, que todo pareció transcurrir en cámara lenta.
Él vestía un trajecito del mismo color azul marino que los cortinados de su local y llevaba el cabello negro. Algunos mechones sueltos enmarcaban su rostro pálido de mejillas enrojecidas y nariz pequeña. Tenía los ojos grandes y negros, impregnados de un brillo enigmático.
Jaejoong también sintió ese cosquilleo intenso en el estómago que Yunho, cuando lo sintió en su propio cuerpo, había sabido apagar con rapidez. Nunca hubiera imaginado que un hombre tan apuesto y distinguido pudiera cruzar alguna vez el umbral de su pequeño negocio en quiebra. Un hombre de cabello color castaño, y un rostro privilegiado. Llevaba el cabello corto, sin embargo se notaba que algunos mechones húmedos habían sido desordenados de manera voluntaria. Jaejoong, que estaba acostumbrado a reparar en los detalles antes que en el conjunto, concentró la atención en su nariz. Era una nariz perfecta, que presagiaba una sensualidad abrumadora cuando los músculos de aquel rostro admirable se relajaban, o cuando los labios de grosor delgado también perfecto se curvaban en una sonrisa. Parecía mentira que una nariz pudiera decir tanto, que un rostro fuera objetivamente tan hermoso.
En ese caso, Jaejoong reconoció que el conjunto que pocas veces admiraba era en buena parte responsable de las percepciones que generaban los detalles. Aquella belleza se complementaba con los gestos y lo que escondía la mirada, cualidades que ese hombre no sabía que le pertenecían.
El llevaba el saco desprendido, como así también los botones superiores de la camisa blanca, lo cual le otorgaba a la vez un aire despreocupado que contrastaba con una expresión de poder y de responsabilidad.
Yoochun, en cambio, conservaba su traje con pulcritud, tenía la apariencia de ser lo que mostraba. Yunho parecía lo que deseaba ser, pero era lo que no deseaba mostrar.
—¿Yoon Changshik? —preguntó Yoochun con gesto apresurado.
Los instantes de silencio que habían transcurrido desde que aquel muchacho, tan distinto del diseñador que él había imaginado, había aparecido, le parecieron eternos. Resultaba extraño que el mismo Yunho no hubiera apresurado el asunto y que a cambio lo hubiera dejado llegar hasta ellos antes de emitir palabra, y aun así, todavía se hallaba en silencio, por eso había acometido él.
Jaejoong también pensó que quien hablaría sería el otro de los hombres, el que él se había quedado mirando, pero eso no sucedió. Ante la pregunta del sujeto, sintió pudor pensando que le mentiría, pero tampoco se atrevió a decirla verdad. De no haber necesitado el dinero con tanta urgencia, quizás les hubiera indicado que ni siquiera conocía ese nombre.
—Sí, soy yo —respondió sucintamente, y estrechó la mano que el primer hombre le ofrecía.
Yoochun notó que la palma de la mano del joven se encontraba húmeda, pero no interpretó que se debía a que él se ponía nervioso con la mentira.
—Mi nombre es Park Yoochun —explicó—, y este es mi socio, Jung Yunho.
Jaejoong posó sus ojos en aquel bello y masculino rostro de nuevo. Descubrió que el tal Yunho le había enterrado su profunda mirada castaña, como si supiera que él mentía, pero se convenció enseguida de que eso era imposible. Lo saludó con una leve inclinación de la cabeza y apartó la mirada rápido, antes de sonrojarse por completo. Jaejoong estaba seguro de que ese hombre no era consciente de lo poderosa que resultaba su facultad innata para la seducción.
—Necesitamos que nos confeccione un traje a cada uno para el sábado —explicó el tal Yoochun.
—¿Para el sábado? —Jaejoong supo de inmediato que jamás podría terminar dos trajes nuevos para dentro de dos días. El tal Yoon Changshik debía de tener muchos ayudantes si ofrecía ese servicio—. Lamentablemente, en este caso solo puedo ofrecerles prendas ya confeccionadas, si acaso son de su talle.
—¿No puede alistarnos dos trajes para el sábado a última hora? —insistió Yoochun. Jaejoong se esforzaba por no mirar al otro sujeto, lo cual le demandaba un esfuerzo sobrehumano. Estaba seguro de que ese hombre misterioso solía acaparar la atención de todos—. Nos gustan las prendas hechas a medida.
—Lo lamento, pero no —se negó. No podía mentirles también en eso y entregarles trajes ya confeccionados fingiendo que eran a medida. Además, el sábado ya habría cerrado el negocio.
Yoochun giró la cabeza en dirección a su amigo.
—¿Yunho? —indagó. Pero Yunho no entabló conversación alguna con Yoochun, sino que se dirigió a Jaejoong por primera vez en aquella conversación.
—Está bien, joven Yoon, muéstrenos lo que tenga—pidió amable, pero muy seguro.
Jaejoong se estremeció con esa voz masculina y clara, rebosante de poder. Para él resultaron indistinguibles las notas de tensión que no pasaron desapercibidas para Yoochun, que acostumbraba escuchar a un Yunho despreocupado y liviano, aún en las situaciones más difíciles.
Jaejoong asintió con cortesía y tomó el metro de cinta para dedicarse a medir al hombre que había hablado primero. Anotó los números en un papel y tomó una honda bocanada de aire que le sirvió para darse fuerzas antes de encaminarse al segundo. Rogaba al cielo no ponerse rojo cuando se encontrara lo suficientemente cerca como para sentir su perfume.
Dio dos pasos al costado, tragó con fuerza y levantó los ojos hacia Yunho. Frente a frente, él era varios centímetros más alto que él, y estando cerca, Jaejoong se dio cuenta de que su perfume tan temido invadía aquel sector de la habitación. Su mirada lo atravesó como una flecha, le aceleró el corazón a ritmo inusitado y le provocó un ligero temblor en las extremidades. Eran sensaciones que jamás había experimentado, porque nunca se había sentido tan atraído hacia ningún hombre, y ninguno que él hubiera tenido la oportunidad de tratar era subjetivo y objetivamente tan atractivo como ese.
Incapaz de controlar su voluntad, reparó de nuevo en los detalles de su bello rostro, en el aura de sensualidad que lo rodeaba, en los misterios que escondía su mirada. No tenía idea de cómo haría para emitir palabra.
—Si hiera tan amable de… —comenzó. Casi parecía no recordar el vocabulario.
Iba a pedirle que se pusiera de espaldas para poder tomar la medida, pero en ese momento vio por encima del hombro de su cliente la figura de la señora Seo, que cruzaba la calle con paso acelerado. Sintió la sangre bullir en las venas, presagiaba la vergüenza de su vida.
Se disculpó con rapidez y huyó del otro lado del cortinado azul para lanzarse de inmediato sobre su amigo, que pegaba botones frente a la máquina de coser.
—¡Junsu! —exclamó, gracias a lo cual obtuvo la atención del morocho aun antes de apoyar sus manos sobre la mesa de la máquina—. La señora Seo se dirige hacia el negocio y yo tengo para rato con estos dos. Encárgate de ella, por favor y procura que no se le escape mi nombre. No quiero pasar la vergüenza de mi vida.
Junsu atravesó el cortinado detrás de Jaejoong justo en el momento en que la mujer ingresaba al local. No se trataba más que de una vecina del barrio, pero su atuendo falsamente exclusivo y su pequeño caniche blanco le hacían parecer una dama con un ligero problema de soberbia.
—Vengo a buscar mi vestido —clamó sin respetar el turno de los clientes que se hallaban allí antes de su llegada.
—Sígame, señora Seo —se apresuró a intervenir Junsu, sin darle lugar a otra negativa.
Yunho miró a la mujer de arriba abajo. Parecía a punto de echarse a reír porque dos pequeños hoyuelos se formaron sobre los costados de su boca. Se dio cuenta de que Jaejoong respiraba con más de agitación y de que se había puesto muy rígido. Podía intuir el motivo pero no hizo referencia alguna a ello mientras permaneció en el interior del negocio. Tan solo se humedeció los labios; y siguió la figura de la señora Seo con la cabeza inclinada hacia abajo, los ojos castaños fijos en él, la frente arrugada y las manos en los bolsillos.
La señora Seo fue prácticamente arrastrada por Junsu hacia el otro lado del cortinado, donde su voz ya no sería audible para el resto de la gente porque Junsu la obligaría a hablar en susurros. Mientras tanto, Jaejoong recuperó su respiración y avanzó hacía Yunho con el centímetro en alto.
—Dese la vuelta, por favor —pidió. Sonaba compungido, de hecho lo estaba. Quería que todo eso acabara lo antes posible, ya no soportaba la presión ni la culpa que sentía.
Cuando Yunho cumplió con el pedido, Jaejoong sintió que todo el aire que había recuperado lo abandonaba de nuevo. Aquella ancha espalda cubierta por un saco negro de calidad asombrosa lo dejó enmudecido. El aroma de aquella piel lo enceguecía, la imaginación lo retumbaba.
Se puso en puntas de pie y midió los hombros, luego la cadera. Un suave calor le invadía las mejillas y su cuerpo parecía flotar, liviano, entre las nubes.
—Creo que tengo las prendas perfectas para ustedes —anunció en cuanto logró articular palabra. Recordó que tenía dos trajes porque los había preparado como muestras que jamás aceptaron en ningún local. ¡Justo dos trajes de esas medidas! Parecía mentira que tuviera tanta buena suerte, sin dudas un dios que no era el suyo había entrado a su tienda.
Yunho se dio la vuelta y volvió a enterrar su mirada gris en él sin contemplaciones. Era consciente de que ponía nervioso al diseñador, y aunque estaba acostumbrado a producir ese efecto en muchos hombres, en esta oportunidad le resultaba duro, casi molesto. El diseñador era hermoso, pero por raro que pudiera resultar, no deseaba seducirlo. Ni siquiera él entendía lo que le estaba sucediendo.
Jaejoong se encaminó a las prendas que se hallaban en un perchero y comenzó a removerlas en busca de los trajes que había pensado para cada uno de los hombres. Mientras tanto, del otro lado de la cortina, la señora Seo se miraba al espejo con su vestido nuevo.
—Llama a Jaejoong —ordenó a Junsu a la vez que estudiaba la imagen que le devolvía el espejo—. Quiero queme levante un poco más los breteles.
La señora Seo no habló en susurros, como Junsu esperaba, pero por milagro no se escuchó su voz del otro lado de la cortina. Se acercó a su amigo justo cuando este buscaba los trajes prometidos y se le aproximó al oído.
—Si no quieres que la vieja loca salga gritando tu nombre, va a ser mejor que vengas.
Junsu giró la cabeza hacia los dos extraños y les dedicó una semisonrisa nerviosa que no recibió como respuesta más que una mirada de impaciencia por parte de Yoochun. Yunho estudiaba el mostrador, pero aun de espaldas el morocho pensó que era el hombre más atractivo que había visto en su vida, después de su novio.
Jaejoong suspiró. Las manos le temblaban sobre una de las mangas que había aferrado mientras escuchaba a su amigo. Pensaba que existían en el mundo muchas personas mentirosas, que engañaban todo el tiempo a los demás, y él, que ni siquiera había mentido nunca para ocultar una travesura, sin dudas sería descubierto la primera vez que se atrevía a algo como eso.
Tampoco acostumbraba trabajar de modo tan irresponsable, atendiendo a varios clientes a la vez, lo cual también pesaba en su conciencia. Descolgó los dos trajes, giró sobre los talones y los ofreció a los hombres. Era tan mal mentiroso, que hasta se notó que quería acabar con aquella encrucijada muy rápido.
—Aquí tienen —dijo—. Pueden ir probándose estos; si tienen alguna inquietud, o si desean alguna otra cosa, por favor háganmelo saber.
Abandonó las prendas sobre los brazos extendidos de Yoochun y huyó con su amigo al otro lado del cortinado. La señora Seo lo entretuvo, pretendiendo que se dedicara exclusivamente a ella antes que a los otros clientes que, parecía no notarlo, habían llegado primero. Con la paciencia que lo caracterizaba, Jaejoong la convenció de que se relajara y tomara asiento mientras él se deshacía de esos dos inoportunos.
Cuando volvió al pequeño salón de ventas, encontró que ambos hombres se hallaban junto a la caja registradora. El nailon que protegía los trajes no había sido removido, y los dos parecían esperar para marcharse.
—¿Y bien? —se vio obligado a preguntar—. ¿No se los probaron todavía?
—No lo haremos —repuso Yoochun—. Mi socio dice que usted tiene un ojo clínico, nos llevamos estos.
De no haberlo oído hablar cuando le había pedido que les mostrara lo que tenía, Jaejoong habría pensado que el tal Yunho era mudo y algo distraído, paciente y a la vez impaciente, pues ahora se entretenía observando los percheros con las manos en los bolsillos. Tenía un aire disperso, fugaz, y Jaejoong supo que aquello significaba que jamás lo vería de nuevo. Estiró un poco el cuello y disfrutó de su atractiva figura por sobre el hombro de Yoochun un poco más.
—¿Trabaja con tarjeta de crédito? —indagó el tal Park. Jaejoong volvió a la realidad solo para responderle.
—N… no —balbuceó.
—No hay problema, entonces le pagamos en efectivo.
—Puedo hacerles un descuento, si quieren —se esforzó por consolarlo. Estaba acostumbrado a hacer descuentos a las personas que compraban en su negocio, solo para que volvieran, pero si estaba a punto de quebrar se hacía evidente que su plan comercial no había dado resultado. Esos dos en particular, tampoco tenían pinta de necesitar cuotas o descuentos.
Yoochun lo hizo evidente soltando una risita. Ahora también llevaba él las manos en los bolsillos del pantalón y se mecía con impaciencia.
—No va a hacer falta —acabó por responder—.¿Cuánto es?
—Bueno —dijo él—, por ser la primera compra —«y la última», pensó con tristeza—, les hago un descuento de todos modos. Son trescientos treinta cada uno.
Cada uno de los hombres extrajo cuatrocientos pesos de la billetera, mientras él armaba con dedicación los paquetes con la compra. Una vez que había acabado los entregó y recibió el dinero en pago por sus servicios. Yoochun aguardaba por el cambio, un cambio que Jaejoong no tenía idea de dónde iba a sacar, pues no había vendido nada en lo que iba del día. Yunho se acercó a la puerta.
—Guarde el cambio.
Fue todo lo que dijo antes de salir del local, sin siquiera mirarlo a los ojos. Atravesó la abertura muy rápido, como si hubiera estado esperando el momento de salir corriendo de allí. Yoochun no tuvo más opción que seguirlo, Yunho se movía tan veloz que costaba ir tras sus pasos. Y el muy desgraciado siempre andaba regalando el vuelto a todo el mundo.
Jaejoong permaneció pasmado un momento, observando el fantasma del cuerpo de aquel hombre todavía en su salón. Al mismo tiempo, una extraña sensación de soledad y vacío le invadió el corazón, que todavía latía a ritmo acelerado. Casi sentía deseos de llorar, posiblemente porque tenía la sensibilidad a flor de piel a causa del asunto de su tienda.
—¿Ya se fueron? —preguntó Junsu junto al cortinado. Lo arrugaba con las manos y pretendía que nadie más que Jaejoong oyese.
El diseñador se había quedado con los ocho billetes entre las manos, los apretaba como si temiera que con ellos se fuera la otra parte de Jung Yunho que le quedaba. Junsu se le acercó, le arrebató el dinero de las manos y dio unos saltitos de alegría mientras lanzaba un disimulado grito al aire que contrastaba con el silencio sepulcral de su amigo pelinegro.

Yoochun nunca había visto a Yunho actuar de modo tan extraño. Jamás su amigo se había cruzado con una criatura tan extraordinaria como el diseñador sin asegurarse de que volvería a verlo, sin hacerlo pasar los nervios de su vida con frases y acercamientos provocativos. La actitud que había mantenido en aquel negocio distaba de la que solía tener con cualquier hombre que fuera de su gusto, como lo era sin dudas ese, porque era del gusto de cualquiera. Además lo había percibido tensionado, incluso algo nervioso.
—No puedo creer que te hayas decidido tan rápido —dijo una vez en el vehículo—. Era tan bonito el diseñador que creí le harías perder al menos una hora mientras le hacías el trabajito.
Con «el trabajito», Yoochun se refería en broma a las técnicas de conquista de Yunho. Iba acercándose lentamente al hombre, lo provocaba con perfume importado y una voz serena, masculina; los invadía con su atractivo extraordinario, fuera de lo común. Los miraba. Yunho los miraba y les hacía olvidar el mundo.
—No voy a dar vueltas para algo que no pienso usar —lo interrumpió su amigo, todavía muy serio y sin rodeos, girando la llave en el encendido.
—¿Qué? —Yoochun comenzó a lamentar sus cuatrocientos pesos de solo pensar que, si Yunho no utilizaba el traje que acababan de adquirir, quizás tampoco podría utilizarlo él—. ¿Y para qué lo compraste? ¿Por qué me lo hiciste comprar? ¡Y le regalamos el vuelto!
—¿No te das cuenta? —indagó Yunho, volviendo los ojos hacia él—. Ese muchacho no había vendido dos trajes a este precio en su vida.
Luego de determinar aquello, miró por el espejo retrovisor y, aprovechando un hueco, salió al tránsito colosal de la avenida en dirección al puente.

—Es increíble que buscaran a otro diseñador y vinieran a parar acá —sonaba Junsu a viva voz mientras Jaejoong cosía a máquina, horas más tarde—. Si todos los días tuviéramos la buena suerte de que dos perdidos como esos llegaran a nuestra tiendita, quizás hasta podríamos salvar el negocio—agregó con esperanza.
—Pero no llegarán —repuso Jaejoong con pesar y extraña fortaleza, la que la vida le había enseñado a conservar—. No debí haberlos engañado, no lo hubiera hecho de saber que mañana abriría el local de nuevo. ¿Te piensas que jamás se van a enterar de que les mentimos?
Junsu dejó escapar una carcajada.
—¡Cuánto te conozco, Jae! —exclamó—. Eres capaz de no dormir en toda la noche pensando que les mentiste.
A Junsu le resultaba gracioso, pero Jaejoong se sentía incómodo y hasta una mala persona. Dejó de coser y levantó la cabeza para mirar a su amigo.
—Sí, Junsu —repuso seriamente—. Les mentí como un descarado. — Su amigo respondió haciendo un gesto de indiferencia con la mano.
—¡Olvídate! —aconsejó—.Nunca los vas a ver de nuevo. — Jaejoong suspiró. Ojalá pudiera volver a verlo, pensó con tristeza, pero eso no sucedería. El tal Jung Yunho no era más que una ilusión inasible, un ser que no pertenecía a su mundo.
—Quería darte algo —dijo a continuación, tratando de olvidar las sensaciones producidas a causa de la mentira y de saber que no volvería a ver a aquel extraño.
Jaejoong hurgó en su bolso y colocó a la fuerza algo entre las manos de su amigo. Cuando Junsu pudo ver de qué se trataba, tres billetes de cien, alzó los ojos hacia Jaejoong.
—¡No! —exclamó—. No tienes que darme plata, para eso me pagas un sueldo.
—Miserable —repuso Jaejoong con resignación. Su amigo rió. —No me importa —aseguró. —Considéralo un regalo de despedida.
—¿Piensas no verme más? —retrucó el morocho con tono burlón. Jaejoong suspiró y alzó los ojos al cielo raso que los cubría, algo sucio de humedad. Nunca le había alcanzado el dinero para reparar también aquel sector del negocio, solo la parte que veían los clientes.
—Pienso que mañana todo mi sueño se habrá convertido en cenizas —susurró. A Junsu le pinchó el corazón.
—Sé que puedes ver las cosas de otro modo —sugirió a su amigo, apoyando una mano sobre su hombro—. Mañana comienzas un nuevo trabajo; no es una pérdida, es solamente un cambio.
—Forzado por las deudas —repuso Jaejoong. En esos momentos, le costaba ver el lado agradable de ciertas cosas. Junsu viró el tema de conversación de repente.
—Está bien —dijo—. Me quedaré con cien pesos de esos trescientos que querías regalarme.
A continuación apartó un solo billete y dejó los otros junto a la máquina de coser.
—¿Y ese cambio de opinión? —preguntó Jaejoong enarcando las cejas.
—Nos vamos a bailar —propuso Junsu—. Tenemos que festejar tu nuevo trabajo.
Jaejoong no pudo evitar reír.
Esa tarde, una vez que habían terminado de sacar la última caja, Jaejoong cerró la puerta de su boutique y alzó la pelinegra cabecita para observar el negocio en silencio, como velándolo. Había depositado allí todas sus ilusiones, lugar donde ahora, paradójicamente, encontraban su muerte.
En ese momento, a punto de cerrar su boutique por última vez y para siempre, sintió deseos de llorar. Sus bellos ojos negros enrojecieron, una lágrima abandonó uno de ellos y se deslizó por el rosado pómulo hasta morir en las baldosas negras. Junsu dejó la caja que cargaba en el suelo y abrazó a su amigo. Ensueños había llegado a su fin.

* * *

Los alumnos se sorprendieron al ver a Jung Yunho, el profesor titular de una de las cátedras de Estructuras III en la carrera de Arquitectura, tan seguido por la universidad. Se presentó para conversar con su colega sobre el proyecto conjunto y luego con sus alumnos. Mezclado entre ellos, escuchaba con atención aun joven, Kim Hyun Joong, que le comentaba sus perspectivas respecto de su trabajo.
—Pensé en darle un toque histórico, pero todavía no consigo encontrar la relación entre la historia y la medicina… —le contaba. Cuando Yunho los atendía, se involucraba con sus problemas de proyectos ficticios como si se tratara de asuntos verdaderos.
—Todo tiene una historia —respondió él, muy sereno—. Y estoy de acuerdo con eso que dijiste respecto de que la edificación ultra moderna está acabando con los sitios históricos de la ciudad. Pero tener cuidado de que el exceso de historicismo resulte incompatible con la tecnología de la medicina.
Después de pasar dos horas en la universidad, Yunho se reunió con tres posibles clientes en un restaurante. Una vez libre de esos compromisos, se dirigió a sus oficinas. Sin embargo, había algo que lo mantenía distante, imposibilitado de concentrarse por completo en su trabajo. Ese asunto era el bello rostro del diseñador, sonrojado por la emoción y el miedo a ser descubierto. Recordaba sus exquisitos movimientos mientras le medía los hombros. Sus manos eran suaves y se deslizaban sobre él como acariciando una prenda muy preciada, con gentileza y humildad. Sobre todo humildad. El diseñador de Ensueños era sin dudas un hombre muy digno a pesar de su mentira, se notaba que estaba desacostumbrado a los engaños.
En el momento no había podido reaccionar ante las emociones que él le provocaba, enterradas tan en lo profundo que, gracias a un grave esfuerzo, permanecieron allí, inmóviles. A él mismo le resultaba paradójico que él le hubiera gustado tanto y que, sin embargo, no hubiera podido perturbarlo. Quizás lo previno esa espantosa honestidad que emanaba cada movimiento que él hacía, cada onda sonora producida por su delicada voz.
Ahora, a la distancia, se arrepentía por no haberse asegurado una noche con él. Le gustaba, quería volver a verlo, y en ese momento esa necesidad ardía en su entrepierna como un volcán en erupción. Al fin dejaba de desearlo como a una especie de objeto adorado y hacía su aparición la sensación conocida, el deseo sexual, la pasión caprichosa de poseerlo por el simple hecho de demostrar y demostrarse que él podía con todo el mundo, que no había hombre que se le resistiese, que en su naturaleza estaba ser un desgraciado.
Se consoló pensando que al menos sabía dónde quedaba el negocio y enseguida ideó una excusa para dirigirse allí. Con el ánimo de un niño cometiendo una travesura, buscó el paquete que había dejado en el guardarropa que tenía en su estudio tal como lo había traído, y dejó el traje al descubierto. Le arrancó un botón y lo guardó en el bolsillo interno del saco que llevaba puesto. Poco tiempo después, se encontró sentado en su camioneta.
Condujo a gran velocidad hasta Ensueños. Estacionó frente al local y se acercó a la puerta con el traje pendiendo del antebrazo. El lugar estaba cerrado y a oscuras. Miró su reloj pulsera: eran las tres de la tarde. El día anterior había visto un cartel en el vidrio en el que figuraban los horarios. Ese cartel ya no estaba, pero como buen observador, recordaba que abría a las tres. Decidió que esperaría un rato, quizás se había retrasado. ¿Y si por la tarde solo atendía el morocho? No importaba, tenía que correr el riesgo.
Mientras dejaba pasar el rato, se pegó al vidrio e hizo sombra con las manos para ver hacia el interior. En apariencia el local se encontraba vacío. No alcanzó a ver la caja registradora, ni los percheros, ni las prendas. Tampoco estaba el cortinado azul que dividía el salón en dos cuartos, solo el mostrador. Así y todo, decidió esperar.
A las tres y veinte, su esperanza se había esfumado por completo. Experimentó una extraña sensación que no había vuelto a sentir en mucho tiempo: desolación. No una nostalgia abrumadora, pero sí un cierto pinchazo de ausencia. Se sintió terriblemente desilusionado, como un niño sin regalos en Navidad, porque su capricho no podría encontrar resolución. Una vez que me he portado bien, pensó con ironía, riéndose de los que osaban considerarlo un afortunado.
Se encaminaba hacia su camioneta al tiempo que preparaba las llaves para abrir la puerta cuando vio a un comerciante salir del negocio junto a la boutique. El corazón le dio un salto en el pecho. De inmediato se volvió, con el temor de perder de vista a ese hombre del mismo modo en que había perdido al diseñador, y lo siguió.
—¡Señor! —lo llamó. El hombre volteó. Yunho esbozó una sonrisa diminuta—. Estoy buscando al dueño de este local —señaló—. Un muchacho pelinegro de ojos negros. Tuve un percance con un traje que me confeccionó y me preguntaba si usted sabe dónde puedo encontrarlo.
—Oh, sí —respondió el anciano con amabilidad—.Creo que vive a unas cuadras, por la calle—y le explicó cómo llegar.
Yunho agradeció la dirección al hombre, y la esperanza volvió a surgir en su extrañamente preocupado corazón. Se volvió hacia la camioneta, la puso en marcha y pisó el acelerador.
Mientras Yunho doblaba la esquina en su Mercedes negra, Jaejoong apareció por la otra, pero él no alcanzó a verlo. Con terrible prisa, él abrió la puerta de su antiguo local y buscó en el cajón del mostrador. Tal como había pensado, allí había dejado los apliques plateados para su prenda del sábado.
Cuando Yunho estacionó su camioneta último modelo frente a los monoblocks en ruinas donde el hombre le había dicho que vivía el diseñador, el grupo de adolescentes que bebía en la esquina lo observó con recelo. No era común ver por allí semejante vehículo y hombres de traje entrando a esa pocilga.
Subió las escaleras entre las personas que fumaban, sorteando piernas que nadie se dignó a encoger, aunque a Yunho no le importó. Tampoco se detuvo a pensar qué hacía un príncipe como aquel en un infierno como ese; conocía su objetivo y no se detendría hasta encontrarlo.
Golpeó a la puerta del departamento que el anciano le había indicado. Lee apareció con los ojos muy rojos, estaba ebrio.
—Estoy buscando a Yoon Changshik —habló Yunho. Sabía que ese no era el nombre real del diseñador, pero era lo único que tenía. El ruido del televisor resultaba ensordecedor.
—¡Young! —gritó el moreno, girando la cabeza hacia un costado—. ¿Conoces a un tal Yoon Changshik? — Lee pareció escuchar una respuesta—. No es aquí —dijo a Yunho, quien ni remotamente pensó en darse por vencido.
—Es un muchacho pelinegro y muy blanco, de ojos negros —describió. Lee soltó una carcajada que se escuchó hasta la escalera. Despedía olor a alcohol.
—¿Pelinegro, blanco y de ojos negros acá? —se burló—.¡Usted debe estar más en pedo que yo! Mejor váyase con las tonterías y deje de importunar. ¿Tendrá unos pesos por la molestia?
Yunho enarcó las cejas. Si bien un cierto abatimiento volvió a hacerse presa de su pecho a causa de la ausencia del diseñador, hurgó en un bolsillo y acabó dando cien pesos al sujeto, solo porque en el fondo de sus ojos negros encontró un atisbo de ignorancia, de una vida vivida del único modo en que le había sido enseñada.
Lee sintió la esperanza de que todos los días apareciera por su casa un perdido como ese, obsequiándole dinero.
—Young —dijo ni bien cerró la puerta—. Un idiota que buscaba una flor me regaló cien pesos.
—Sí, Lee —respondió ella—. Estás tan borracho que no te das cuenta de que acaba de pasar un chango volando del otro lado de la ventana.
—¿No me crees? —cuestionó el moreno.
—Cállate —ordenó ella, y volvió su atención al televisor—. Deja escuchar.
Lee pensó que era un idiota por haberle dicho a su mujer lo de los cien pesos, pero estaba tan sorprendido que se le escapó. Por suerte ella no le había creído y tenía aseguradas sus porquerías por unos días más. Era una tarde de buena suerte.


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7 comentarios:

  1. OMG OMG cuando lo lei me acuerdo que fue tan inpactante, no pense que Jaejoong tendria un local propio pero me da tristeza que lo tuvo que cerrar, y encima Yunho si se dio cuenta de su mentira, se que no era el tal diseñador ese, uhh que pena, ojala si lo encuentre, JUNG YUNHO ese hombre es para ti

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  2. Que situacion mas triste Yunho un hombre adinerado, sexy y encantador, y Jae hermoso, bello pero pobre, al final su encuentro fue unico, Jae tuvo que engañarlo pero que pena que el sueño de Jae de salir adelante no le haya salido bien pero se que pronto Yunho lo encontrará y lo ayudará pór que ellos han nacido para estar juntos.
    Y pronto Yunho se dará cuenta de ello.

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  3. oh, por dios...mi hermoso jae, cerro su local...maldita pobreza, no kiero que jae, termine haciendo algo que no quiere por culpa de la necesidad del dinero.

    pensar que yunho nada en el dinero pero lo ha hecho pobre de sentimientos...

    ojala y cuando se relacione con jae, cambie su manera de ser. y mi jae tenga una vida mas trankila.

    gracias por este capitulo.

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  4. Pobre Jae por el fracaso de su negocio y a Yunho se le perdió su próxima conquista, lástima va tener que coser el botón que arranco ja ja ja Lo malo es que Yunho le dio dinero a ese vicioso. Gracias.

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  5. mi lindo jaejoong tuvo que mentir y no le solio muy bien su mentira por yunho lo descubrió pero menos mal ..no le hizo pasar un mal rato por el engaño ;(
    jae no te sientas triste por tu negocio :( ya veras que en tu nuevo trabajo te ira bien ;) vamos jaejoong ánimos...

    yunho logro encontrar su casa *O*
    pero jaejoong no estaba , no se si eso sera bueno o malo (?)

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  6. Pobre JJ u.u perder su negocio cuando más lo necesita >\\<
    Cuando menos el YJ ya se conoció *^* aunque el pobre JJ se traumo por que le mintió jajajaja xD como si a YH le afectará pagar esa cantidad >_> .... Jajaj eres un cielo JJ *^*
    Ohhhhh así que YH resulto ser un profesor ? Ohhhh vaya coincidencia (el papá de JJ también era profesor)

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  7. Pobre Jae, todo lo que habrá trabajado para abrir ese local y ahora debe de cerrarlo, no lo merece. Ojala Yun se quede un rato mas o siga preguntando así Jae llega y lo encuentra.
    Gracias por compartir.

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Thief: Capítulo 16

Capítulo 16 Presente   Dejo a Jaejoong en su oficina. En el camino hacia allí, apenas me dice dos palabras. Después de lo que acababa ...