Capítulo 4
—¡ANÍMATE!
—exigió Junsu a Jaejoong. Gritaba por el fuerte sonido de la música—. ¡Cambia la
cara! Esta noche… ¡estamos de festejo! —agregó con entusiasmo mientras sacudía a
su amigo.
Ambos se
hallaban sentados en los sofás de una discoteca. Tras el divertido comentario de
Junsu, Jaejoong apenas sonrió, sin tiempo para pensar una respuesta porque su
amigo lo tomó de la mano y lo puso de pie de un salto. Estaba dispuesto a
obligarlo a bailar hasta olvidar todos los problemas de aquella semana difícil.
En ese
momento, unos jóvenes se interpusieron entre los dos amigos y comenzaron a
bailar uno con uno, el otro con el otro.
—¿Cómo te
llamas? —preguntó el que había tocado en suerte a Jaejoong.
—Si te
pidiera que adivinaras, no acertarías —bromeó él en respuesta.
—Entonces
no me lo pidas —replicó él. Conservaba una mirada risueña. Jaejoong se inclinó
hacia el chico y este agachó la cabeza para poder oírlo.
—¿Escuchaste
alguna vez hablar de Eneas?
—No —negó
él, con la palabra y también con la cabeza.
—Bueno, yo
soy su esposo: Jaejoong.
El chico se
echó hacia atrás. Alzaba ambas cejas.
—¿Eres
casado? —indagó, sorprendido. Él soltó una carcajada ante la desilusión que
experimentaba el bailarín.
—No —reía—.
Quiero decir que mi nombre es Jaejoong.
—¿Y quién
es Eneas? —preguntó entonces él, todavía más confundido. Jaejoong se encogió de
hombros con resignación.
—No tiene
importancia —determinó.
Alguien le
llamó la atención por sobre el hombro de su momentáneo amigo. Un precioso
muchacho de cabello castaño largo y cuerpo voluptuoso bailaba sobre una
plataforma. Sus movimientos sensuales invitaron a un joven a acercársele y
danzar con él.
Poco a
poco, el muchacho iba tomando confianza: se acercó al que bailaba, le rodeó la
cintura con un brazo, pegó la bragueta del pantalón a su trasero y así el
baile sensual se transformó en un burdo espectáculo de obscenidad y desfachatez.
El trago
más amargo de digerir para Jaejoong fue que su hermano Karam no se molestó por la
actitud del desconocido, sino que se dio la vuelta, le rodeó el cuello con ambos
brazos y lo besó en la boca. Las lenguas se entrelazaban a la vista de todos,
las manos del muchacho se deslizaban hasta las nalgas del hombre, que tampoco
se preocupaba por impedirle a él la llegada.
Jaejoong
supo entonces que todo seguía igual: el short ajustado, las botas hasta la
rodilla, la playera ceñida al cuerpo menudo y el escote que hacía ver el pecho.
Si cuando
vivía con Karam tenía pocas noticias respecto de la vida privada de su hermano,
ahora que ya no vivía en la misma casa, el número de información
decrecía notablemente. Hacía dos años que no tenía nada en claro acerca de Karam,
por eso encontrarlo en aquel sitio y en una situación tan poco alentadora añadió
un velo de tristeza al rostro de Jaejoong. Al parecer su compañero notó
la expresión, porque giró la cabeza hacia atrás para ver qué traía atrapado a su
nuevo amigo y luego volvió a él con discreta curiosidad.
—¿Lo conoces?
—indagó respecto del chico que bailaba.
—Sí
—confesó Jaejoong—. Hacía mucho tiempo que no lo veía… así.
—Parece que
le gusta mucho Madonna —bromeó el chico. Hacía alusión a la canción que sonaba
en ese momento, la que Karam parecía bailar con extraordinario placer.
Jaejoong
sonrió con la broma. No tenía sentido lamentarse por una realidad que el
mismo Karam no deseaba cambiar, ni había querido hacerlo cuando Jaejoong le había
ofrecido pagarle sus estudios, aun con todo el sacrificio que eso supondría para
él, en función de que abandonara la calle.
De todos
modos, Karam nunca reconocía su medio de subsistencia ni era habitué de ese tipo
de discotecas, si no era para buscar clientes. Para divertirse, Karam
elegía bares que a veces se tornaban peligrosos, no discos.
—Pareces
preocupado —le dijo el chico mientras alzaba una mano para acariciarle el
mentón—. ¿Puedo hacer algo por ti?
Jaejoong
apartó la cara con suavidad. No estaba dispuesto a ser descortés con el muchacho
solo por intentar besarlo. Supo que él buscaba ese tipo de acercamiento, como
casi todos los que se encontraban en ese tipo de lugares, desde el principio.
—Mira quien
habla —respondió. Había notado que él también estaba preocupado desde que lo
había sacado a bailar, aunque pretendiera ocultárselo.
—Es verdad
—se sorprendió el chico—. ¿Cómo lo supiste? Si quieres te cuento. ¿Nos
sentamos?
Jaejoong
aceptó. El joven, que resultó llamarse Hyun Joong, entendió el mensaje que él
había querido darle y con eso perdió todo interés en besarlo. A cambio parecía
dispuesto a utilizar el sillón de una discoteca como el diván de
un psicoanalista, y a Jaejoong de psicólogo.
Sentados en
un rincón donde la música sonaba con menos estridencia, él habló.
—Es por mis
estudios —explicó con simpleza. Esperaba una respuesta por parte de Jaejoong.
—Es por mi
trabajo —comentó él, dispuesto a valerse también del psicoanalista gratuito—.
Tenía un negocio. Cerramos ayer.
El joven
hizo una mueca.
—Auch.
—Sí, es
duro —admitió Jaejoong—, pero así es la vida: dura. ¿Y tu? —le rozó el brazo
sin segundas intenciones, solo para atraer su mirada, dispersa en algún sector
de la discoteca—. ¿Qué estudias?
—Estoy en
el último año de Arquitectura —explicó él, que volvió a mirarlo con ansiedad—.
El problema es que estoy trabajando en el proyecto final y que el
profesor apareció por la clase dos veces seguidas.
—¿Y eso
qué? —indagó Jaejoong, intrigado y divertido.
—Que solía
aparecer con menos frecuencia —explicó él—. Supongo que pondrá más atención a
este proyecto que a ningún otro de mi vida, y tengo miedo de no alcanzar
su nivel.
Jaejoong se
encogió de hombros.
—Bueno,
siempre hay que pensar que los profesores necesariamente han sido alumnos
—respondió. Intentaba consolarlo, pero como había pasado poco tiempo en
la universidad, no tenía mucha idea de las exigencias que se ponían en juego en
los últimos años, solo podía imaginarlas —. Estoy seguro de que tu profesor no
se olvida de que fue alumno y ese conocimiento lo ayuda a evaluar tus
trabajos. No pretenderá que lo iguales, sería un poco ingenuo de su parte.
Hyun Joong
dejó escapar una risita irónica.
—Esa
eminencia no tiene un solo pelo de ingenuo, créeme —le dijo—. Ni de misericordioso.
Jaejoong
rió.
—¡Hasta las
eminencias tienen algo de misericordia!—exclamó, todavía con una sonrisa en los
labios.
—Es muy
famoso.
—¿Ah, sí?
¿Es un arquitecto?
—Es un
ingeniero. Jung Yunho.
El corazón
de Jaejoong dio tumbos. ¿Podía ser posible que la buena suerte golpeara otra vez
a su puerta? El hombre que había entrado a su negocio era famoso.¡Famoso! ¡Y
luciría su traje!
Se
incorporó en el asiento con renovado interés en la conversación, que sin querer
se había encaminado hacia lo inesperado.
—¿Quién?
—preguntó para estar seguro. Era tan extraño que algo bueno le sucediera, que
tenía que certificar dos veces la información.
—Jung Yunho
—repitió el muchacho—. Siempre construye con…
—Park
—completó Jaejoong con ensoñación.
—¿Conoces a
Jung Yunho? —preguntó el joven entusiasmado.
—Un poco
nada más —indicó Jaejoong—. Pero no puedo negarte que me encantaría conocerlo
—fingió que bromeaba. Ambos rieron.
—Sí, eso
dicen todos —concluyó él—. En realidad no sé para qué trabaja en la universidad,
no creo que necesite el sueldo miserable de un profesor siendo… siendo él.
—Quizás sí
lo necesita —propuso Jaejoong. Creía que las habladurías a las que hacía
referencia su amigo respecto de Yunho solo partían de alumnos chismosos—. No
todo pasa por la plata, ser maestro no es un bien económico para el que enseña,
sino espiritual —pensaba en su padre.
—¡Bueno, a
su espíritu sí que le gusta divertirse! —exclamó el chico con socarronería en
la voz y hasta cierta sana envidia.
—¿Y tu cómo
sabes todo eso de tu profesor? —cuestionó Jaejoong con aire de maestro.
—Aparece en
cualquier revista —le contó él—. ¿Conoces a JongMin, el modelo?
—Sí —se
apresuró a responder Jaejoong.
—Tuvo algo
que ver con él, como muchos otros —se ocupó Hyun Joong de agregar. Jaejoong arqueó una ceja—. Es un arrogante y un suertudo, ¡pero sí que es una eminencia!
Jaejoong
sonrió ante la expresión de admiración del muchacho y por su propia ilusión de
que alguien importante luciera uno de sus trajes. El ingeniero debía estar utilizándolo
en ese preciso momento, puesto que había indicado que lo llevaría para el
sábado. Jaejoong casi saltó de alegría. Buscó a Junsu con la mirada para
contarle el dichoso suceso, pero lo vio bailando con el amigo de su compañero y
por eso decidió no molestarlo. El lunes compraría la revista donde viera al
famoso ingeniero y… ¡y podría exhibir que había lucido uno de sus modelos!
¡Qué modo de comenzar un nuevo emprendimiento! Quizás la vida le sonriera al fin
y le diera su oportunidad.
—Háblame
más de tu profesor —pidió Jaejoong a su reciente amigo. Él rió.
—Creí que
estabas interesado en mí, no en mi profesor, aunque no te culpo —bromeó. Él
sonrió, luego él se puso muy serio—. Mira, si lo conociste, olvídate —sugirió
con honestidad—. Dudo vuelvas a verlo. ¿Por casualidad no te dejó como recuerdo
dos pasajes para el Paradise? Con eso dice que suele agradecer a sus…
Luego de
descubrir lo que acababa de decir y el efecto que podría haber generado en Jaejoong
el conocimiento de aquella verdad, él guardó silencio. Sin embargo, no halló
atisbo alguno de dolor en él.
—¿Y qué es
el Paradise? —preguntó Jaejoong,
que hasta lucía divertido con las anécdotas. Había sobreentendido lo que su
amigo callaba respecto de a quién agradecía Yunho con los pasajes.
—Su
crucero.
Los juegos de
luces eran similares en una y otra discoteca, pero las fiestas privadas siempre
resultaban mucho más íntimas y exclusivas. El salón había sido decorado con telas
negras, color que servía como símbolo para la marca de champán que ofrecía la
celebración por sus veinticinco años en el mercado e incluso los invitados debían
vestir en ese tono, de elegante sport.
Yunho llevaba puesto un traje. Un traje que de ningún modo era el
confeccionado por Jaejoong, tal como él había pronosticado. Se besaba con
un hombre, le acariciaba la espalda, y él buscaba enredar sus finos y largos
dedos en el cabello del hombre. Era inútil, porque lo llevaba corto.
Aunque el
beso acabó, él continuó acariciándole las mejillas, Él abrió los ojos. Un hombre
lo saludó con la mano desde la pista de baile. Yunho respondió del mismo modo.
Después, el hombre cuchicheó algo con otro y se alejaron del lugar desde el que
se veían los sillones blancos en uno de los cuales se hallaban Yunho y su
compañero.
El hombre
encendió un cigarrillo con aire perezoso, lo inhaló dos veces y luego lo colocó
entre los labios de Yunho. A él le gustaba que los hombres le encendieran
el cigarrillo y lo probaran primero con sus propios labios; si ellos no lo hacían
por su cuenta, él se lo enseñaba y se lo pedía.
—¡Yunho!
—gritó un rubio que saltaba sobre sí mismo a unos metros de distancia y lo
saludaba agitando una mano.
Del mismo
modo febril, bajó dos escalones y se sentó en la mesa ratona que estaba frente
al sillón en el que Yunho abrazaba al joven de cabello castaño. Él se incorporó, quitó
el brazo de los hombros del hombre y se inclinó hacia delante para apoyar los
codos sobre las rodillas y así estar más cerca del rubio.
—¿Llegaste
a lo de Yoon Changshik? —indagó el muchacho con voz exageradamente divertida. Evidenciaba, quizás,
algunas copas que ya no debió haber bebido—. Le pasé la dirección a Yoochun,
pero me parece que le dije cualquier cosa. Cuando me la pidió, yo estaba un
poco… —dejó la frase en suspenso, pero para completarla se llevó, travieso, un
dedo a la boca.
Los ojos de
Yunho brillaron de excitación al tiempo que inhalaba el cigarrillo.
—Ese error
fue lo más afortunado que pudo haberme ocurrido en días —dijo mientras el humo
escapaba de sus labios enrojecidos de forma perezosa. Él también hablaba con
lentitud, haciendo uso de un tono pastoso y superficial—. Por lo menos ese día.
Jaejoong
aguardó el lunes con ansiedad. Salió de su casa antes de que Changmin
despertara. Llevaba un suéter blanco, un pantalón vaquero y botas marrones.
Buscó en un
puesto, recorrió página por página revistas de la farándula, pero a las apuradas
y con la atenta mirada del vendedor sobre lo que él husmeaba, no encontró
nada. Tuvo que pagar por las tres revistas para estudiarlas en su casa con
detalle.
Solo en una
halló lo que buscaba. Entre las diez fotografías que ilustraban la fiesta de
aniversario de una de las marcas de champán más famosas del mercado, Yunho se destacaba
de cualquier otro hombre.
Se
encontraba de pie delante del cartel publicitario de la marca. Llevaba abrazado
a su costado a un hombre castaño, vestido de negro y escotado que contrastaba
con lo destemplado de esa noche de primavera. Yunho llevaba un traje
puesto. Un traje que de ninguna manera era el que él había confeccionado.
Sintió una
gran desilusión. Se preguntaba si a su cliente no le habría gustado la prenda en
realidad, si se habría arrepentido de lucirla a último momento o si habría
tenido algún problema con la hechura. Se consoló pensando que al menos había
obtenido una imagen de él, a la que podría recurrir cuando recordara que alguna
vez el hombre más lindo del mundo había pisado su tienda.
Estrujó la
revista contra el pecho, cuidando de apoyar la imagen de Yunho justo donde latía
su corazón, y frunció el ceño con melancolía. Se sentía un adolescente
que admiraba la fotografía de su cantante favorito.
—¿Jae?
La vocecita
de Changmin interrumpió su ensoñación. Provenía de la puerta de la habitación,
donde el pequeño de cuatro años se hallaba de pie. Observaba a su hermano, que
se encontraba sentado a la mesa.
El
departamento era diminuto y precario, pero al menos el edificio no estaba
atestado de delincuentes como el que todavía habitaban su madre, su hermana y Lee.
Después de
aquel anochecer en el que Jaejoong había huido de los monoblocks con su hermano
en brazos y luego había denunciado a su propia familia, las cosas habían cambiado
mucho. Lee había pasado unas horas en prisión y un juez había dispuesto que la
custodia de Changmin pasara a manos de su hermano mayor, que era el único de la
familia que podía comprobar ingresos mensuales netos y un lugar donde vivir con
el pequeño. Se trataba de ese departamento que había alquilado a muy
bajo precio. De todos modos, Jaejoong debía llevar al pequeño a casa de sus
padres una vez por semana y nunca hacerle perder contacto con ellos.
—¿Sí? —respondió.
El niño, en pijama, se le acercó de una corrida.
—¿Qué haces?
—preguntó a los pies de Jaejoong.
—Busco la foto
de un cliente —explicó él.
—¿Y la
encontraste? —indagó el morenito, curioso.
—Sí
—admitió Jaejoong con cierto pudor, y luego volvió la vista hacia aquel rostro
hermoso que la miraba desde la página cuarenta y ocho—. Pero estoy triste porque
no lleva mi traje puesto —se vio obligado a admitir con desilusión—. Quizás
tuvo algún problema. ¿Le habrá quedado mal? Recuerdo que se negó a probárselo.
—Tu haces
todo bien, Jae —lo consoló su hermano. Jaejoong sonrió enternecido y alzó al
niño para dejarlo sobre sus rodillas.
—Gracias,
Cotito —le dijo—. ¿A ti te gustan mis creaciones?
—¡Sí!
—exclamó él mientras le daba un abrazo.
—Y a mí las
tuyas —expresó Jaejoong con total sinceridad, respondiendo simultáneamente al
acto de afecto de su hermano. Se refería a los dibujos que el hacía con esmero.
—¿Iremos
hoy a ver a mama? —continuo el niño.
—Mañana.
Los martes vemos a mama —le recordó él.
Jaejoong
cumplía con las visitas, pero se llevaba a Changmin en cuanto notaba que el
ambiente se ponía desagradable. Karam casi nunca estaba.
Tal como
había prometido, el martes por la tarde llevó a su hermano al departamento de su
madre. Ni bien la vio, el niño corrió a sus brazos, y la mujer aprovechó para
destilar algo de su veneno.
—Te hacen
extrañarme, mi príncipe —lanzó.
Jaejoong no
respondió a la provocación. Se sentó delante de la mesa, sitio donde
permanecería el resto de la tarde. El televisor sonaba a todo volumen; el olor a
grasa, cigarro y humedad Impregnaba la vivienda.
Algunas
horas después, Jaejoong habló a su madre, que se hallaba sentada con Changmin
sobre las piernas, viendo televisión.
—¿No puede Lee
llegar antes algún día? —preguntó—. No puedo quedarme hasta cualquier hora
siempre, esperándolo —evitó agregar un «como si él tuviera tantas cosas que
hacer» solo porque no deseaba entrar en conflicto con Young.
—Nos robas
a nuestro hijo y encima pretendes imponernos horarios —bramó la mujer, molesta. Jaejoong
prefirió no dar respuesta. No deseaba que Changmin se sintiera un trofeo de
guerra.
Esperó
hasta las seis, hora en que Lee se dignó a aparecer ebrio. Luego de su llegada,
la estadía en la casa no duró más de media hora. Jaejoong sabía que, de
permanecer allí, el ambiente se tornaría insoportable.
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ohh juju que Jaejoong se tope con un alumno es un golpe de suerte, en serio que gusto poder comentar y decir lo que siento jeje, gracias de nuevo es una muy buena adaptacion
ResponderEliminaroye en serio que mama tan mas Ma#$%na, la de jae, todavía que jae trata de salvar a minnie de ese entorno tan horrible y ella destilando veneno en contra de el. aassshhhh...que gente tan malagradecidaa..
ResponderEliminary yunho malo, no llevo el traje de jae.
gracias por otro capitulo
Waw poco a poco sus historias y caminos se van juntando, me impaciento por saber como sera su encuentro pero de seguro que sera intenso jajajaj.
ResponderEliminarLa verdad no me gusta nada la familia de Jae, todos son unos desconsiderados y aprovechados con el pero que bueno que Minnie ya no este con ellos por que sino solo lo iban a contaminar.
Continuaré leyendo ...
Que bueno que Jae logró sacar de ese ambiente a su hermanito Min. Ni siquiera les hubieran dado un día a esa familia desagradable y viciosa que tienen. Gracias
ResponderEliminarjaejoong se desilusiono por que yunho no estaba usando su traje :( por que yunho no lo habrá usado a caso no le gusto (?) :(
ResponderEliminarsu hermanito de jaejoong min es un amor ♥
Pobre JJ, YH le rompió las ilusiones sin querer queriendo >.<
ResponderEliminarAhhh me encanta como cuida a CM *^* aunque mendruga vieja loca >_> que deje de joderle la vida o.ó
ese encuentro con hyun joong hará un posible acercamiento entre Jae y Yun xD ... Tanta ilusión que Jae tenía al pensar que Yun usaría su traje ;-;
ResponderEliminarGracias por compartir.