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Nada mas que una noche: Capitulo 5

Capítulo 5


PASÓ una semana en la que Jaejoong se acostumbró a su nuevo metodología de trabajo y Yunho viajó para atender a un cliente exigente. Él se daba cuenta de que, desde que había conocido al misterioso diseñador, prefería pasar el rato con los pelinegros, de ser posible parecidos a él, aunque ninguno pudiera competir con el falso Yoon Changshik. Necesitaba asegurarse una noche con ese hombre, apagar la sed que lo consumía y lo hacía sentir un estúpido por no haber podido abordarlo mientras le compraba el traje.
¿Qué le había impedido actuar como siempre lo hacía? Posiblemente lo había privado el hecho de que aquel no parecía un hombre fácil como los que el acostumbraba conocer, ni dispuesto a pasar una noche por mero placer con un desconocido, por más atractivo que este le resultase. Yunho se proponía cambiar esa estúpida convicción.
Regresaba del aeropuerto. No había dormido por pasar la noche con un pelinegro, nieto o sobrino de su cliente, ya no lo recordaba con exactitud. Solo sabía que le había convidado un vino tan dulce que se acabaron tres botellas.
Se preguntó de dónde provendría una canción de Corona, Baby baby, que sonaba en el interior de la camioneta como desde una cacerola. Le demandó un momento comprender que se trataba de su teléfono celular y que, como de costumbre, no tenía idea de dónde lo había dejado. Aprovechó para buscarlo al detenerse en un semáforo. Revolvió su bolso, el que había abandonado sobre el asiento acompañante, pero no lo encontró. Miró el semáforo. Como continuaba en rojo, se inclinó y tanteó entre papeles debajo del asiento suponiendo que se habría caído. Cuando dio con el aparatito, observó la pantalla. «Connor», se leía. Él había grabado el número del hombre porque él se lo había exigido una vez que, estando juntos, había tenido que sacar el teléfono del bolsillo, pero ¿cómo demonios habría conseguido él su número, si él se cuidaba muy bien de que ninguna pudiera obtenerlo? Miró el semáforo de nuevo.
Por delante de sus ojos pasó un espejismo. ¿Era realmente el misterioso diseñador o se trataba solo de su imaginación? ¡Y ya terminaba de cruzar la calle! ¡Otra vez lo perdería!
En cuanto el semáforo se puso en verde, Yunho no siguió circulando en dirección recta, como pensaba hacer, sino que giró en U y se cambió de carril bajo el reclamo de los demás conductores. A Yunho no le importó: su único objetivo era no perder a Yoon Changshik, o como fuera que se llamase, una vez más.
No tenía dudas: era él. Vestía el mismo trajecito del día en que lo había conocido; llevaba el cabello negro muy lacio sujeto en una hebilla. Caminaba con soltura y en dirección a una tienda de ropa femenina.
Yunho detuvo el auto. Se miró por el espejo retrovisor y se acomodó el cabello: el rostro lucía cansado y todavía conservaba algo de resaca, pero si se esforzaba podría disimularla bien, estaba acostumbrado a hacerlo. Descendió del automóvil mal estacionado, accionó el cierre centralizado y la alarma con un botón y caminó hacia la tienda a la que él había ingresado.
Una vez allí, espió por la vidriera, y al no ver al diseñador, el corazón le dio un salto en el pecho. Temía que se hubiera tratado de un espejismo o de un hombre parecido a él. Resultaba lógico, porque era imposible que llevara el mismo trajecito que el día que lo había conocido, como si no tuviera más prendas decentes que lucir. Posiblemente se hubiera equivocado de hombre.
La desazón volvió a encogerle el pecho. De todos modos, se decidió a echar un vistazo adentro; la tienda tenía muchos recovecos y el falso Yoon Changshik podía haberse perdido por cualquiera de ellos.
Recorrió el salón enfrascado en su búsqueda, estirando el cuello para llegar a ver más allá de lo que sus ojos y su metro ochenta y cuatro de estatura le permitían, hasta que una vendedora se interpuso entre él y su hipotético objetivo.
—¿Busca algo para su novia? —preguntó. Yunho volvió los ojos hacia la mujer. No se había dado cuenta de que había acabado en la sección de lencería femenina. Pensaba con desilusión en retirarse, pues no había rastro alguno del hombre de su interés.
—No —respondió—. En realidad busco a un amigo, creo haberlo visto entrar.
—Tiene el salón con prendas de fiesta del otro lado del cortinado —señaló la mujer, ante lo cual Yunho agradeció y se encaminó hacia donde le había indicado.
Fue obra de su buena fortuna o del destino, porque allí estaba él, de espaldas a él, desplegando varias prendas sobre un mostrador mientras intentaba convencer a la vendedora de que el color violeta sentaba muy bien para cualquier temporada. Al menos ese fue el fragmento de conversación que oyó Yunho.
Resultaba milagroso haberlo hallado por pura casualidad en una ciudad tan grande. Avanzó hasta él y se detuvo a escasos centímetros, donde su delicado aroma invadía sus sentidos y reavivaba su deseo de poseerlo, donde su cabello negro y su tersa piel llenaban su mente de fantasías.
—Nosotros ya tenemos proveedores, no compramos a diseñadores independientes —decía la vendedora del local al joven.
—¿Yoon Changshik? —habló Yunho. Jaejoong no se dio cuenta de que se dirigían a él, continuó hablando a la vendedora como si él no existiera.
—Son confeccionadas con mi propia garantía de calidad —explicó, señalando una costura—. ¿Puede ver esta costura? Ni siquiera se nota, ¿cierto? Es mi propio punto, perfecto para diseños de fiesta.
—¿Yoon Changshik? —repitió él con voz muy suave.
—Creo que te llaman —señaló la vendedora, que desde un principio se había mostrado desinteresada en los diseños que le ofrecía Jaejoong.
—¿A mí? —preguntó él—. ¿Quién?
La vendedora volvió a señalar. Jaejoong comprendió que la supuesta persona que le hablaba se encontraba a su espalda, por eso giró sobre los talones para verificar que, tal como pensaba, nadie se dirigía a él. Sin embargo, se llevó la sorpresa de su vida.
Su cuerpo se tornó blando y débil. Yunho lo percibió de inmediato y reconoció en las reacciones de Jaejoong el efecto que producía siempre en los hombres a los que intentaba impresionar, y a los que no. En esa oportunidad, a diferencia de lo que le sucedía con cualquier otro, sintió cierto alivio y no interés en vanagloriarse por su triunfo.
—¡Usted! —exclamó el diseñador, congelado. Él sonrió; echaba mano así de su seguridad y de su imagen.
—No tienes idea de cuánto te busqué —dijo con toda intención de atraparlo, de que Jaejoong se diera cuenta de que él estaba interesado en él sin rodeos, sin eufemismos innecesarios.
Yunho se sorprendió de que, en lugar de ponerse nervioso por la insinuación abierta, Jaejoong parecía estarlo por otra cosa. Quizás todavía pensaba que él no sabía que su identidad no era la de Yoon Changshik. No hizo aclaraciones, permitió que Jaejoong lo tomara del brazo y lo sacara del salón por una puerta que daba a otra calle. Una vez en la acera, él volvió a mirarlo.
—No luciste mi traje —espetó con el ceño fruncido. Si Yunho no hubiera sabido que él estaba tan nervioso, hasta habría creído que se había enojado en serio.
Jaejoong no había querido decir eso, era consciente de que boicoteaba su propia ilusión por el simple hecho de haber mentido respecto de su identidad. Había comenzado la conversación con el hombre que a él más le había interesado en la vida con un reproche, ahora que finalmente él se decidía a hablarle.
—Perdón —continuo, aún antes de que Yunho pudiera dar una respuesta—. No quise decir eso, no quiero perderte.
Jaejoong se maldijo de nuevo. ¿Cómo podía ser tan idiota de dejarse traicionar así por sus sentimientos? Agitó la cabeza con rapidez mientras se ponía súbitamente rojo.
—Quiero decir… como cliente —agregó cabizbajo.
Yunho se daba cuenta de cada uno de los pensamientos que surcaban la mente de Jaejoong y se esforzaba por no echarse a reír. Nunca había visto hombre más transparente que ese.
—¿Tienes para mucho? —preguntó enseguida, ignorando todo lo demás. Jaejoong alzó los ojos negros e inmensos hacia él.
—Un poco —respondió. Estaba dispuesto a cuidarse tanto de lo próximo que dijera como de un accidente de tránsito.
—Ah, qué lástima —replico Yunho, mirando hacia la tienda por sobre el hombro de Jaejoong.
—¿Por qué? —preguntó él. Él volvió a mirarlo.
—Porque tengo un rato libre antes de volver al trabajo y pensé que podríamos tomar algo juntos.
Jaejoong sonrió y él leyó un mundo de ilusiones en su mirada. Ahora que la veía con detalle, hasta quizás tuviera menos edad de la que él había imaginado.
—Sí claro —se apresuró a responder él. Temía estar soñando, y ninguna advertencia respecto de Yunho tenía asidero en el sueño.
Yunho sonrió. La sensualidad del gesto provocó un cosquilleo en la boca del estómago de Jaejoong, sensación que se transformó en un torbellino cuando él se inclinó hacia él y le habló con voz muy suave.
—Si quieres que te confiese algo —dijo—, yo tampoco quiero perderte.
Sonrojado; Jaejoong no fue capaz de sostenerle la mirada.
—Espera —pidió—. Vuelvo en un momento.
Aun concierto miedo de volver a perderlo, se vio obligado a entrar otra vez al salón de ventas y aproximarse al mostrador. La vendedora ya no se encontraba allí, atendía a una clienta junto a los probadores. Jaejoong guardó sus delicadas y queridas prendas en sus bolsas temiendo olvidar alguna por el estado de excitación en que se encontraba. También dudaba acerca de retirarse así como así del local después de haber conseguido que, al menos, lo escucharan, pues siempre se negaban antes de darle siquiera la oportunidad de mostrar su talento. Tenía que vender algo, o aunque sea dejarlo en consignación para poder pagar el alquiler del departamento, los impuestos, la comida y tantos otros gastos. Pensar en ello funcionó como un angelito en su oído derecho, que le sugería esperar a la vendedora e intentar adosarle algo de lo que tenía. Sin embargo, el diablo del oído izquierdo le susurró que se pasaba la vida aplazando sus propios intereses por los de los demás, y fue ese el que, después de suspiros y dudas, triunfó.
Cuando salió del local, una de las bolsas que llevaba se enganchó en el marco de la puerta, sin embargo logró retenerla entre las manos y salir airoso de la situación. Miró hacia ambos lados de la calle: no había rastros de Yunho. El corazón se deslizó por todo su cuerpo hasta llegar a los pies: él no se encontraba en esa acera, ni en la otra.Volvió a mirar hasta que lo vio salir de un quiosco, abriendo un paquete de cigarrillos.
El alma de Jaejoong retornó a su cuerpo. Era tan grata la sensación de no haberlo perdido que sonrió sin razón aparente. Al llegar a su lado, Yunho le ofreció un cigarrillo estirando el brazo con el paquete hacia él.
—No, gracias —respondió Jaejoong. El colocó uno en su boca y luego hurgó en busca del encendedor plateado que siempre llevaba consigo.
—¿A dónde quieres ir? —preguntó mientras encendía el cigarro encorvando la mano delante del fuego para que no se apagase.
—A cualquier parte —contestó él al tiempo que se encogía de hombros.
Como Yunho se echó a caminar hacia una esquina, Jaejoong lo siguió, arrastrando consigo el peso de las bolsas. Yunho se detuvo al notar que él retrasaba el paso y sin consultárselo siquiera, se hizo con la carga.
El roce de las manos fue fugaz, pero electrizante; tuvo el poder de dejar a Jaejoong sin habla, incapaz de decirle que no era necesario que cargara las bolsas por él. Yunho siguió caminando rumbo a un bar que se hallaba en la otra cuadra.
—¡Señor! —oyeron. Se trataba de un inspector de tránsito que se dirigía a Yunho—. ¿Este es su vehículo? —señaló. Yunho sabía que estaba mal estacionado.
—Labre la multa —indicó sin dejar de caminar.
Jaejoong intentaba seguir su paso precipitado, casi parecía que Yunho no deseaba perder ni un segundo.
—¿De verdad no te importa que te multen? —le preguntó Jaejoong con asombro, todavía más del que le había provocado la Mercedes Benz negra que pertenecía a su interlocutor.
—Enviaré a alguien a pagarla y habré perdido menos tiempo del que perdería moviendo el vehículo para buscar estacionamiento en esta ciudad —respondió él sin dejar de caminar ni volverse para mirarlo.
Por el ruido, a Jaejoong le costó entender lo que él decía, pero creyó dar con la idea y respondió:
—¿Qué podrías perder? —preguntó. Yunho se volvió para hablarle de manera tan abrupta que él casi se lo llevó por delante.
—Preciado tiempo para estar contigo —respondió sin echarse atrás.
Jaejoong sintió que la respuesta le hacía arder las mejillas. Yunho notaba aquel exquisito tono rosado en la piel blanca cada vez que le insinuaba algo y sabía que lograba ponerlo nervioso porque él gustaba de él. Lo notaba en su mirada, en sus gestos. Sin embargo, hasta el momento consideraba que no había obtenido ninguna respuesta definitiva a sus embates. Se hacía evidente que él era muy joven e inexperto, pero él estaba dispuesto a ser paciente.
Jaejoong despertó de su universo de ensoñación cuando Yunho abrió la puerta vidriada del bar.
—¿Acá está bien? —le preguntó él.
—Sí, claro —respondió él, que rápidamente entró al lugar, aprovechando que Yunho sostenía la puerta para que lo hiciera.
Yunho no esperó para ordenar. Ni bien ocuparon una mesa, llamó a la camarera y le pidió un submarino para él y lo que su amigo quisiera. Jaejoong pidió lo mismo, sorprendido porque él no hubiera ordenado café.
—Ahora que me acerqué un poco más a la verdad, ¿me harás merecedor de tu verdadero nombre? —preguntó Yunho con mirada inquisitiva.
Jaejoong sentía que aquellos ojos entre castaños lo atravesaban con su intensidad. Exigían y contemplaban. Rió,en apariencia más relajada, pero Yunho sabía que el cuerpo masculino era un manantial de sensaciones.
—¿Te gustan los acertijos? —preguntó él en respuesta, lo cual lo hizo sonreír con curiosidad.
—Me encantan —respondió.
—Está bien —asintió él—. Comenzaré por decirte que mi padre era profesor de historia.
Yunho no pareció meditar mucho la respuesta.
—Karam —arriesgó. Jaejoong sonrió.
—Estuviste cerca. Así se llama mi hermano, aunque el nombre lo escogió mi mamá —confesó—. Quizás le gustaba la historia, después de todo.
—Así deberías haberte llamado tu —replicó él.
Jaejoong entendió el cumplido a la perfección. Yunho se refería al hombre más hermoso del reino. Sonrió.
—¡Porque no conoces a mi hermano! —exclamó. Logró así eclipsarlo con su humildad. Pero a Yunho poco le importaba el hermano de Jaejoong, sino el acertijo que él representaba para él.
—Fedro —continuó arriesgando. Jaejoong negó con la cabeza y Yunho siguió adivinando y diciendo nombres—.
—Jaejoong.
—¡Ah! —él se respaldó en el asiento. Parecía más relajado ahora que el misterio se había develado—. El prometido de Eneas.
—¡Exacto! —se sorprendió él—. Conoces de mitología.
—Conozco de hombres bonitos —replicó él con soltura—. Y si Karam es el griego más hermoso del reino, sin duda tu eres el más bello romano.
Luego de decir esto, Yunho se llevó el cigarrillo a los labios de nuevo. Inspiró vagamente mientras contemplaba el rubor que iba cubriendo las mejillas del dios con lentitud.
—Sabes de mitología… —susurró él de nuevo.
Yunho se inclinó hacia adelante y apoyó la barbilla en el puño con los ojos entrecerrados. Habló a la vez que el humo escapaba por entre sus labios.
—Y dime una cosa, ¿crees que yo me parezco a Eneas?
La posición sensual del hombre obligó a Jaejoong a bajar la mirada. Se mordía el labio inferior para no estallar de nervios. Yunho se había cansado de insinuaciones superficiales y ahora pretendía llegar al final de aquel camino cuesta arriba que él le imponía.
—Es probable… —admitió Jaejoong, completamente rojo—. Pero preferiría encontrar a mi Turno —se interrumpió para realizar una aclaración—. Vivo.
Yunho apenas sonrió. Sabía que el Jaejoong mitológico era el hijo de un rey latino y que se había casado con Eneas cuando este había retornado de Troya. Turno… desconocía a Turno.
—Cuéntame de Turno —pidió. Mientras aguardaba la respuesta, inhaló de nuevo el cigarrillo y volvió a respaldarse en el asiento.
—Turno era el prometido de Jaejoong antes de la llegada de Eneas al Lacio —explicó él con entusiasmo—. A mí me gusta pensar que ellos debieron estar juntos, pero los dioses se empeñaban en torcer el destino de la gente.Cuando un oráculo advirtió a Latino, el padre de Jaejoong, que su hijo debía casarse con alguien llegado del mar, en este caso Eneas, Turno enfureció y se enfrentó a él. Acabó derrotado, y su alma se fue «precipitada, indignada, al reino de las sombras» —citó—. Fue injusto. Creo que los dioses son injustos con muchos héroes de la mitología.
Yunho acababa de perderse en la suavidad de la voz del hombre, en la delicadeza de su expresión, en el modo en que él parecía todo un profesor de historia. Y en cómo su propia alma alguna vez también se había ido «precipitada, indignada, al reino de las sombras».
—La vida es injusta más veces de las que nos gustaría—concluyó él.
Su mirada parecía haber cambiado; su tono de voz, la velocidad con que se conducía, que se había aletargado, casi como si aquel que hablaba no fuera él. Pero eso duró muy poco, enseguida retornó a su mirada, a su voz, a sus gestos, a ser el Yunho sin un solo instante de sobra. Jaejoong había dado señales de aceptación a sus embates y no pensaba desperdiciarlas en una conversación sobre historia y filosofía.
—¿Y tu no vas a contarme nada? —interrogó él, adelantándose a la próxima acometida de su contrincante—. Yo sé algunas cosas, pero me gustaría conocer tu versión de los hechos.
El aplastó la colilla del cigarrillo en el cenicero. Esa le resultaba una conversación simpática
—¿Y qué es lo que sabes? —indagó.
—Que eres una eminencia —él no se apresuró a responder, lo hizo despacio, disfrutando cada palabra y cada reacción de Yunho—. En ingeniería… y en hombres.
Yunho dejó escapar una risa sorda, enmudecida por el humo que todavía invadía su garganta.
—¿Ah, sí? —no parecía sorprendido ni incómodo, si no divertido, como si aquella confesión hubiera sido la esperada—. ¿Y quién te dijo algo como eso? No creo que un amigo me hiciera una publicidad tan mala.
—Yo no lo llamaría tu amigo —repuso él—. Dada suposición, creo que más bien es un…
—¡Un alumno! —exclamó él enseguida, lo cual permitió a Jaejoong descubrir que de verdad Yunho era un hombre muy inteligente.
A Yunho no le pareció extraño que Jaejoong conociera a alguno de sus alumnos, dado que debía tener más o menos la edad de cualquiera de ellos.
—Dicen que soy un tipo con suerte —recordó.
—¿Y lo eres? —respondió él con curiosidad.
En esta oportunidad, Yunho tardó en responder. Incluso suspiró antes de hacerlo.
—¿Y tu qué crees? —dijo por fin.
—Que nadie podría tener peor suerte que yo — respondió él con una mueca irónica dibujada en los labios.
—Me veo obligado a creer que lo soy —concluyó Yunho —. De lo contrario, no estaría sentado acá hoy.
Antes de que Jaejoong pudiera volver a sonrojarse por el cumplido, el teléfono celular interrumpió la conversación. Yunho ni siquiera se había dado cuenta de que lo había guardado en el bolsillo del saco antes de bajar de la camioneta.
Mientras Yunho miraba la pantalla del aparato, Jaejoong sintió otra vez una grave sensación de vacío. Ese llamado iba a arrancarlo de su lado, y con las tonterías que había dicho por los nervios y el poco tiempo que había tenido para ser él mismo, estaba seguro de que él no querría volver a verlo.
—Sí —habló el hombre al micrófono del teléfono. Luego calló para escuchar la voz del otro lado de la línea—. ¿Qué hora es? —preguntó a continuación. Miró su reloj pulsera. También Jaejoong miró el suyo: eran las tres y veinte de la tarde—. Ya voy.
Yunho arrojó un billete sobre la mesa al tiempo que cortaba la comunicación. Luego hurgó en un bolsillo, miró a Jaejoong y extendió un brazo hacia él. Sostenía una tarjeta entre los dedos.
—Este soy yo —anunció—. Pero como no confío en ti, y sabes que tengo motivos para hacerlo, preferiría que me dieras tu número. De ese modo nos aseguraremos deque volvamos a entrar en contacto.
A pesar de sentirse abandonado, Jaejoong sonrió y tomó la tarjeta con esperanzas renovadas: él deseaba estar en contacto con él, de lo contrario no le habría dado su número. «Jung Yunho, Ingeniero», leyó. Debajo se leía «Constructora Jung y Asociados», una dirección y un teléfono que ya no leyó.
—Va a ser mejor que mantenga mis datos en secreto —bromeo mientras guardaba la tarjeta en su bolso—. De ese modo yo me aseguro de que me vas a estar esperando.
Él le guiñó el ojo y le sonrió. A Yunho no le agradaba la idea de depender de Jaejoong para un próximo encuentro, pero convino en que sería mejor de ese modo, como solía suceder, para que pareciera que él se interesaba en él, y no al revés. Motivado por esa idea, asintió.
Una vez que estuvieron en la calle, se ofreció a alcanzarlo hasta su casa. Pretendía así conocer al menos su dirección, pero Jaejoong se negó. Hubiera muerto de vergüenza si Yunho veía su barrio tan pronto, sin haberlo conocido primero a él; eso lo habría hecho desencantarse antes de lo necesario. Como él insistió, se hizo dejar en una parada de colectivo. Yunho no se atrevió a robarle un beso… aún. Percibía que con Jaejoong tenía que ser paciente. A cualquier otro hombre lo habría besado allí mismo, pero a él no.
Jaejoong tomó el colectivo hasta la parada más cercana a su casa y después caminó, todavía flotando entre nubes, tan ensimismado en sus pensamientos que ni siquiera parecían pesar las bolsas de mercadería que llevaba. Estaba a punto de doblar en la esquina de su manzana cuando un adolescente tironeó de su bolso. Él se dispuso a defenderse, pero fue tan fuerte el tirón que, imposibilitado de actuar con suficiente rapidez por las bolsas de ropa que cargaba, estas acabaron en el piso y el jovencito salió corriendo con su objetivo cumplido. Jaejoong corrió tras él, pero no pudo alcanzarlo.
Al llegar a su departamento, Junsu, que cuidaba de Changmin tras haberlo retirado del jardín de infantes, lo notó agitado y por eso le preguntó enseguida qué le sucedía.
—Me robaron la cartera —respondió Jaejoong antes de dejar caer las bolsas con su mercadería al piso.
—¡No puede ser! —su amigo se cubrió la boca con ambas manos—. ¿Llevabas algo importante? ¿Tu documento, dinero? ¿Te hicieron algo?
Jaejoong suspiró.
—Había cobrado un dinero por un trabajo, sí, pero eran apenas veinte pesos. El documento lo llevo en el bolsillo del saco —hizo memoria. Para ayudarse contabilizó los objetos con los dedos—. Llevaba los veinte pesos, una foto de Changmin… ¡oh, no! —exclamó de repente. Se había acordado de la tarjeta que le había dado Yunho—. ¡Su número de teléfono! ¡Oh, Dios! —se dejó caer sobre una silla, apoyó los codos sobre la mesa y la frente en la mano—. ¡No puedo tener tanta mala suerte!

Había perdido a Yunho de nuevo. Quizás un dios también se había propuesto torcer su destino, como en la mitología.

9 comentarios:

  1. Awww!!!! pobre Jae, definitivamente la suerte no esta de su lado, ojala Yunho no quiera solo burlarse de él, sería muy cruel para alguien con el corazon de Jae

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  2. ohh no con lo que les costó encontrarse de nuevo y Jaejoong que le roban la cartera, en serio Jaejoong tiene mala suerte o debe ser algo mas, y YUnho OMG por favor no dañes alguien como el, no es como los demas

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  3. cruel destino que no kiere que el YUNJAE se encuentre y se amen como Dios manda.

    ojala y lo vuelva a ver...

    bueno este es por hoy el ultimo...cuídate mucho y te leo luegoo...necesito terminar el miooo...jajajaja...

    gracias por el capitulo.

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  4. T-T Que horror por que la mala suerte lo acompaña, justo tuvo que perder el numero de Yunho, definitivamente a Jae le pasa de todo, la suerte no esta de su parte. Pero yo se que definitivamente van a volver a encontrarse, es su destino...

    A leer la continuacion : )

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  5. Ay no...
    JJ debiste darle tu número a Yunho así él te hubiera llamado...
    Destino destino del mal...
    Cm me da ternurita

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  6. yunho tuvo suerte de haberse encontrado de nuevo con jaejoong *w*
    jaejoong me dio risa cuando yunho lo llamaba pero el no se daba cuenta por que era su nombre falso XD!

    o no...! le robaron la cartera a jaejoong que mala suerte tuvo jae maldito ratero!! :(

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  7. Al pobre de JJ le toco un suerte de perros T-T
    Pinche YH no vayas a lastimar a JJ >_>

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  8. Pobre mi Jae, justo cuando todo estaba yendo bien. Yun hará que su suerte cambia, el no merece esa mala suerte.
    Gracias por compartir.

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  9. Si que es mala suerte de Jae, perder la tarjeta, pero ya sabe quien es y donde localizarlo, si investiga lo puede.

    Gracias!!!

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