Capítulo 5
PASÓ una
semana en la que Jaejoong se acostumbró a su nuevo metodología de trabajo y Yunho
viajó para atender a un cliente exigente. Él se daba cuenta de que, desde que
había conocido al misterioso diseñador, prefería pasar el rato con los
pelinegros, de ser posible parecidos a él, aunque ninguno pudiera competir con
el falso Yoon Changshik. Necesitaba asegurarse una noche con ese hombre, apagar la sed que lo
consumía y lo hacía sentir un estúpido por no haber podido abordarlo mientras le
compraba el traje.
¿Qué le
había impedido actuar como siempre lo hacía? Posiblemente lo había privado el
hecho de que aquel no parecía un hombre fácil como los que el acostumbraba
conocer, ni dispuesto a pasar una noche por mero placer con un desconocido, por
más atractivo que este le resultase. Yunho se proponía cambiar esa
estúpida convicción.
Regresaba
del aeropuerto. No había dormido por pasar la noche con un pelinegro, nieto o
sobrino de su cliente, ya no lo recordaba con exactitud. Solo sabía que le
había convidado un vino tan dulce que se acabaron tres botellas.
Se preguntó
de dónde provendría una canción de Corona, Baby baby, que sonaba en el interior de la camioneta como desde una cacerola. Le
demandó un momento comprender que se trataba de su teléfono celular y que, como
de costumbre, no tenía idea de dónde lo había dejado. Aprovechó para buscarlo al
detenerse en un semáforo. Revolvió su bolso, el que había abandonado sobre el
asiento acompañante, pero no lo encontró. Miró el semáforo. Como continuaba en
rojo, se inclinó y tanteó entre papeles debajo del asiento suponiendo que se
habría caído. Cuando dio con el aparatito, observó la pantalla. «Connor», se
leía. Él había grabado el número del hombre porque él se lo había exigido una
vez que, estando juntos, había tenido que sacar el teléfono del bolsillo, pero
¿cómo demonios habría conseguido él su número, si él se cuidaba muy bien de que
ninguna pudiera obtenerlo? Miró el semáforo de nuevo.
Por delante
de sus ojos pasó un espejismo. ¿Era realmente el misterioso diseñador o se
trataba solo de su imaginación? ¡Y ya terminaba de cruzar la calle! ¡Otra vez lo
perdería!
En cuanto
el semáforo se puso en verde, Yunho no siguió circulando en dirección recta,
como pensaba hacer, sino que giró en U y se cambió de carril bajo el reclamo de
los demás conductores. A Yunho no le importó: su único objetivo era no perder a Yoon Changshik, o como
fuera que se llamase, una vez más.
No tenía
dudas: era él. Vestía el mismo trajecito del día en que lo había conocido;
llevaba el cabello negro muy lacio sujeto en una hebilla. Caminaba con soltura y
en dirección a una tienda de ropa femenina.
Yunho
detuvo el auto. Se miró por el espejo retrovisor y se acomodó el cabello: el
rostro lucía cansado y todavía conservaba algo de resaca, pero si se esforzaba
podría disimularla bien, estaba acostumbrado a hacerlo. Descendió del automóvil
mal estacionado, accionó el cierre centralizado y la alarma con un botón y
caminó hacia la tienda a la que él había ingresado.
Una vez
allí, espió por la vidriera, y al no ver al diseñador, el corazón le dio un
salto en el pecho. Temía que se hubiera tratado de un espejismo o de un hombre
parecido a él. Resultaba lógico, porque era imposible que llevara el mismo
trajecito que el día que lo había conocido, como si no tuviera más prendas
decentes que lucir. Posiblemente se hubiera equivocado de hombre.
La desazón
volvió a encogerle el pecho. De todos modos, se decidió a echar un vistazo
adentro; la tienda tenía muchos recovecos y el falso Yoon Changshik podía
haberse perdido por cualquiera de ellos.
Recorrió el
salón enfrascado en su búsqueda, estirando el cuello para llegar a ver más allá
de lo que sus ojos y su metro ochenta y cuatro de estatura le permitían, hasta
que una vendedora se interpuso entre él y su hipotético objetivo.
—¿Busca
algo para su novia? —preguntó. Yunho volvió los ojos hacia la mujer. No se había
dado cuenta de que había acabado en la sección de lencería femenina. Pensaba con
desilusión en retirarse, pues no había rastro alguno del hombre de su interés.
—No —respondió—.
En realidad busco a un amigo, creo haberlo visto entrar.
—Tiene el
salón con prendas de fiesta del otro lado del cortinado —señaló la mujer, ante
lo cual Yunho agradeció y se encaminó hacia donde le había indicado.
Fue obra de
su buena fortuna o del destino, porque allí estaba él, de espaldas a él,
desplegando varias prendas sobre un mostrador mientras intentaba convencer a
la vendedora de que el color violeta sentaba muy bien para cualquier temporada.
Al menos ese fue el fragmento de conversación que oyó Yunho.
Resultaba
milagroso haberlo hallado por pura casualidad en una ciudad tan grande. Avanzó
hasta él y se detuvo a escasos centímetros, donde su delicado aroma invadía
sus sentidos y reavivaba su deseo de poseerlo, donde su cabello negro y su tersa
piel llenaban su mente de fantasías.
—Nosotros
ya tenemos proveedores, no compramos a diseñadores independientes —decía la
vendedora del local al joven.
—¿Yoon Changshik? —habló Yunho.
Jaejoong no se dio cuenta de que se dirigían a él, continuó hablando a la
vendedora como si él no existiera.
—Son
confeccionadas con mi propia garantía de calidad —explicó, señalando una
costura—. ¿Puede ver esta costura? Ni siquiera se nota, ¿cierto? Es mi
propio punto, perfecto para diseños de fiesta.
—¿Yoon Changshik? —repitió
él con voz muy suave.
—Creo que
te llaman —señaló la vendedora, que desde un principio se había mostrado
desinteresada en los diseños que le ofrecía Jaejoong.
—¿A mí?
—preguntó él—. ¿Quién?
La
vendedora volvió a señalar. Jaejoong comprendió que la supuesta persona que le
hablaba se encontraba a su espalda, por eso giró sobre los talones para
verificar que, tal como pensaba, nadie se dirigía a él. Sin embargo, se llevó la
sorpresa de su vida.
Su cuerpo
se tornó blando y débil. Yunho lo percibió de inmediato y reconoció en las
reacciones de Jaejoong el efecto que producía siempre en los hombres a los que
intentaba impresionar, y a los que no. En esa oportunidad, a diferencia de lo que
le sucedía con cualquier otro, sintió cierto alivio y no interés en
vanagloriarse por su triunfo.
—¡Usted!
—exclamó el diseñador, congelado. Él sonrió; echaba mano así de su seguridad y
de su imagen.
—No tienes
idea de cuánto te busqué —dijo con toda intención de atraparlo, de que Jaejoong
se diera cuenta de que él estaba interesado en él sin rodeos, sin
eufemismos innecesarios.
Yunho se
sorprendió de que, en lugar de ponerse nervioso por la insinuación abierta, Jaejoong
parecía estarlo por otra cosa. Quizás todavía pensaba que él no sabía que
su identidad no era la de Yoon Changshik. No hizo aclaraciones, permitió que Jaejoong lo tomara del brazo y lo sacara
del salón por una puerta que daba a otra calle. Una vez en la acera, él volvió
a mirarlo.
—No luciste
mi traje —espetó con el ceño fruncido. Si Yunho no hubiera sabido que él estaba
tan nervioso, hasta habría creído que se había enojado en serio.
Jaejoong no
había querido decir eso, era consciente de que boicoteaba su propia ilusión por
el simple hecho de haber mentido respecto de su identidad. Había comenzado la
conversación con el hombre que a él más le había interesado en la vida con un
reproche, ahora que finalmente él se decidía a hablarle.
—Perdón
—continuo, aún antes de que Yunho pudiera dar una respuesta—. No quise decir
eso, no quiero perderte.
Jaejoong se
maldijo de nuevo. ¿Cómo podía ser tan idiota de dejarse traicionar así por sus
sentimientos? Agitó la cabeza con rapidez mientras se ponía súbitamente rojo.
—Quiero
decir… como cliente —agregó cabizbajo.
Yunho se
daba cuenta de cada uno de los pensamientos que surcaban la mente de Jaejoong y
se esforzaba por no echarse a reír. Nunca había visto hombre más transparente
que ese.
—¿Tienes
para mucho? —preguntó enseguida, ignorando todo lo demás. Jaejoong alzó los ojos
negros e inmensos hacia él.
—Un poco
—respondió. Estaba dispuesto a cuidarse tanto de lo próximo que dijera como de
un accidente de tránsito.
—Ah, qué
lástima —replico Yunho, mirando hacia la tienda por sobre el hombro de Jaejoong.
—¿Por qué?
—preguntó él. Él volvió a mirarlo.
—Porque
tengo un rato libre antes de volver al trabajo y pensé que podríamos tomar algo
juntos.
Jaejoong
sonrió y él leyó un mundo de ilusiones en su mirada. Ahora que la veía con
detalle, hasta quizás tuviera menos edad de la que él había imaginado.
—Sí claro
—se apresuró a responder él. Temía estar soñando, y ninguna advertencia respecto
de Yunho tenía asidero en el sueño.
Yunho
sonrió. La sensualidad del gesto provocó un cosquilleo en la boca del estómago
de Jaejoong, sensación que se transformó en un torbellino cuando él se inclinó
hacia él y le habló con voz muy suave.
—Si quieres
que te confiese algo —dijo—, yo tampoco quiero perderte.
Sonrojado; Jaejoong
no fue capaz de sostenerle la mirada.
—Espera —pidió—.
Vuelvo en un momento.
Aun
concierto miedo de volver a perderlo, se vio obligado a entrar otra vez al salón
de ventas y aproximarse al mostrador. La vendedora ya no se encontraba allí,
atendía a una clienta junto a los probadores. Jaejoong guardó sus delicadas
y queridas prendas en sus bolsas temiendo olvidar alguna por el estado de
excitación en que se encontraba. También dudaba acerca de retirarse así como así
del local después de haber conseguido que, al menos, lo escucharan, pues siempre
se negaban antes de darle siquiera la oportunidad de mostrar su talento. Tenía
que vender algo, o aunque sea dejarlo en consignación para poder pagar el
alquiler del departamento, los impuestos, la comida y tantos otros gastos. Pensar
en ello funcionó como un angelito en su oído derecho, que le sugería esperar a
la vendedora e intentar adosarle algo de lo que tenía. Sin embargo, el diablo del
oído izquierdo le susurró que se pasaba la vida aplazando sus propios intereses
por los de los demás, y fue ese el que, después de suspiros y dudas, triunfó.
Cuando
salió del local, una de las bolsas que llevaba se enganchó en el marco de la
puerta, sin embargo logró retenerla entre las manos y salir airoso de la
situación. Miró hacia ambos lados de la calle: no había rastros de Yunho. El
corazón se deslizó por todo su cuerpo hasta llegar a los pies: él no se
encontraba en esa acera, ni en la otra.Volvió a mirar hasta que lo vio salir de
un quiosco, abriendo un paquete de cigarrillos.
El alma de Jaejoong
retornó a su cuerpo. Era tan grata la sensación de no haberlo perdido que sonrió
sin razón aparente. Al llegar a su lado, Yunho le ofreció un cigarrillo estirando
el brazo con el paquete hacia él.
—No,
gracias —respondió Jaejoong. El colocó uno en su boca y luego hurgó en busca del
encendedor plateado que siempre llevaba consigo.
—¿A dónde
quieres ir? —preguntó mientras encendía el cigarro encorvando la mano delante
del fuego para que no se apagase.
—A
cualquier parte —contestó él al tiempo que se encogía de hombros.
Como Yunho
se echó a caminar hacia una esquina, Jaejoong lo siguió, arrastrando consigo el
peso de las bolsas. Yunho se detuvo al notar que él retrasaba el paso y
sin consultárselo siquiera, se hizo con la carga.
El roce de
las manos fue fugaz, pero electrizante; tuvo el poder de dejar a Jaejoong sin
habla, incapaz de decirle que no era necesario que cargara las bolsas por él. Yunho
siguió caminando rumbo a un bar que se hallaba en la otra cuadra.
—¡Señor!
—oyeron. Se trataba de un inspector de tránsito que se dirigía a Yunho—. ¿Este
es su vehículo? —señaló. Yunho sabía que estaba mal estacionado.
—Labre la
multa —indicó sin dejar de caminar.
Jaejoong
intentaba seguir su paso precipitado, casi parecía que Yunho no deseaba perder
ni un segundo.
—¿De verdad
no te importa que te multen? —le preguntó Jaejoong con asombro, todavía más del
que le había provocado la Mercedes Benz negra que pertenecía a su interlocutor.
—Enviaré a
alguien a pagarla y habré perdido menos tiempo del que perdería moviendo el
vehículo para buscar estacionamiento en esta ciudad —respondió él sin dejar
de caminar ni volverse para mirarlo.
Por el
ruido, a Jaejoong le costó entender lo que él decía, pero creyó dar con la idea
y respondió:
—¿Qué
podrías perder? —preguntó. Yunho se volvió para hablarle de manera tan abrupta
que él casi se lo llevó por delante.
—Preciado
tiempo para estar contigo —respondió sin echarse atrás.
Jaejoong
sintió que la respuesta le hacía arder las mejillas. Yunho notaba aquel
exquisito tono rosado en la piel blanca cada vez que le insinuaba algo y sabía
que lograba ponerlo nervioso porque él gustaba de él. Lo notaba en su mirada, en
sus gestos. Sin embargo, hasta el momento consideraba que no había obtenido
ninguna respuesta definitiva a sus embates. Se hacía evidente que él era
muy joven e inexperto, pero él estaba dispuesto a ser paciente.
Jaejoong
despertó de su universo de ensoñación cuando Yunho abrió la puerta vidriada del
bar.
—¿Acá está
bien? —le preguntó él.
—Sí, claro
—respondió él, que rápidamente entró al lugar, aprovechando que Yunho sostenía
la puerta para que lo hiciera.
Yunho no
esperó para ordenar. Ni bien ocuparon una mesa, llamó a la camarera y le pidió
un submarino para él y lo que su amigo quisiera. Jaejoong pidió lo mismo,
sorprendido porque él no hubiera ordenado café.
—Ahora que
me acerqué un poco más a la verdad, ¿me harás merecedor de tu verdadero nombre?
—preguntó Yunho con mirada inquisitiva.
Jaejoong
sentía que aquellos ojos entre castaños lo atravesaban con su intensidad.
Exigían y contemplaban. Rió,en apariencia más relajada, pero Yunho sabía que el
cuerpo masculino era un manantial de sensaciones.
—¿Te gustan
los acertijos? —preguntó él en respuesta, lo cual lo hizo sonreír con
curiosidad.
—Me encantan
—respondió.
—Está bien
—asintió él—. Comenzaré por decirte que mi padre era profesor de historia.
Yunho no
pareció meditar mucho la respuesta.
—Karam
—arriesgó. Jaejoong sonrió.
—Estuviste
cerca. Así se llama mi hermano, aunque el nombre lo escogió mi mamá —confesó—.
Quizás le gustaba la historia, después de todo.
—Así
deberías haberte llamado tu —replicó él.
Jaejoong
entendió el cumplido a la perfección. Yunho se refería al hombre más hermoso del
reino. Sonrió.
—¡Porque no
conoces a mi hermano! —exclamó. Logró así eclipsarlo con su humildad. Pero a Yunho
poco le importaba el hermano de Jaejoong, sino el acertijo que él representaba
para él.
—Fedro
—continuó arriesgando. Jaejoong negó con la cabeza y Yunho siguió adivinando y
diciendo nombres—.
—Jaejoong.
—¡Ah! —él
se respaldó en el asiento. Parecía más relajado ahora que el misterio se había
develado—. El prometido de Eneas.
—¡Exacto!
—se sorprendió él—. Conoces de mitología.
—Conozco de
hombres bonitos —replicó él con soltura—. Y si Karam es el griego más hermoso
del reino, sin duda tu eres el más bello romano.
Luego de
decir esto, Yunho se llevó el cigarrillo a los labios de nuevo. Inspiró
vagamente mientras contemplaba el rubor que iba cubriendo las mejillas del dios
con lentitud.
—Sabes de
mitología… —susurró él de nuevo.
Yunho se
inclinó hacia adelante y apoyó la barbilla en el puño con los ojos
entrecerrados. Habló a la vez que el humo escapaba por entre sus labios.
—Y dime una
cosa, ¿crees que yo me parezco a Eneas?
La posición
sensual del hombre obligó a Jaejoong a bajar la mirada. Se mordía el labio
inferior para no estallar de nervios. Yunho se había cansado de
insinuaciones superficiales y ahora pretendía llegar al final de aquel camino
cuesta arriba que él le imponía.
—Es
probable… —admitió Jaejoong, completamente rojo—. Pero preferiría encontrar a
mi Turno —se interrumpió para realizar una aclaración—. Vivo.
Yunho
apenas sonrió. Sabía que el Jaejoong mitológico era el hijo de un rey latino y
que se había casado con Eneas cuando este había retornado de Troya. Turno…
desconocía a Turno.
—Cuéntame
de Turno —pidió. Mientras aguardaba la respuesta, inhaló de nuevo el cigarrillo
y volvió a respaldarse en el asiento.
—Turno era
el prometido de Jaejoong antes de la llegada de Eneas al Lacio —explicó él con
entusiasmo—. A mí me gusta pensar que ellos debieron estar juntos, pero
los dioses se empeñaban en torcer el destino de la gente.Cuando un oráculo
advirtió a Latino, el padre de Jaejoong, que su hijo debía casarse con alguien
llegado del mar, en este caso Eneas, Turno enfureció y se enfrentó a él.
Acabó derrotado, y su alma se fue «precipitada, indignada, al reino de las
sombras» —citó—. Fue injusto. Creo que los dioses son injustos con muchos héroes
de la mitología.
Yunho acababa
de perderse en la suavidad de la voz del hombre, en la delicadeza de su
expresión, en el modo en que él parecía todo un profesor de historia. Y en cómo
su propia alma alguna vez también se había ido «precipitada, indignada, al reino
de las sombras».
—La vida es
injusta más veces de las que nos gustaría—concluyó él.
Su mirada
parecía haber cambiado; su tono de voz, la velocidad con que se conducía, que se
había aletargado, casi como si aquel que hablaba no fuera él. Pero eso duró muy
poco, enseguida retornó a su mirada, a su voz, a sus gestos, a ser el Yunho sin
un solo instante de sobra. Jaejoong había dado señales de aceptación a sus
embates y no pensaba desperdiciarlas en una conversación sobre historia y
filosofía.
—¿Y tu no
vas a contarme nada? —interrogó él, adelantándose a la próxima acometida de su
contrincante—. Yo sé algunas cosas, pero me gustaría conocer tu versión de los
hechos.
El aplastó
la colilla del cigarrillo en el cenicero. Esa le resultaba una conversación
simpática
—¿Y qué es
lo que sabes? —indagó.
—Que eres
una eminencia —él no se apresuró a responder, lo hizo despacio, disfrutando cada
palabra y cada reacción de Yunho—. En ingeniería… y en hombres.
Yunho dejó
escapar una risa sorda, enmudecida por el humo que todavía invadía su garganta.
—¿Ah, sí?
—no parecía sorprendido ni incómodo, si no divertido, como si aquella confesión
hubiera sido la esperada—. ¿Y quién te dijo algo como eso? No creo que un amigo
me hiciera una publicidad tan mala.
—Yo no lo
llamaría tu amigo —repuso él—. Dada suposición, creo que más bien es un…
—¡Un alumno!
—exclamó él enseguida, lo cual permitió a Jaejoong descubrir que de verdad Yunho
era un hombre muy inteligente.
A Yunho no
le pareció extraño que Jaejoong conociera a alguno de sus alumnos, dado que
debía tener más o menos la edad de cualquiera de ellos.
—Dicen que
soy un tipo con suerte —recordó.
—¿Y lo
eres? —respondió él con curiosidad.
En esta
oportunidad, Yunho tardó en responder. Incluso suspiró antes de hacerlo.
—¿Y tu qué
crees? —dijo por fin.
—Que nadie
podría tener peor suerte que yo — respondió él con una mueca irónica dibujada
en los labios.
—Me veo
obligado a creer que lo soy —concluyó Yunho —. De lo contrario, no estaría
sentado acá hoy.
Antes de
que Jaejoong pudiera volver a sonrojarse por el cumplido, el teléfono celular
interrumpió la conversación. Yunho ni siquiera se había dado cuenta de que lo
había guardado en el bolsillo del saco antes de bajar de la camioneta.
Mientras Yunho
miraba la pantalla del aparato, Jaejoong sintió otra vez una grave sensación de
vacío. Ese llamado iba a arrancarlo de su lado, y con las tonterías que
había dicho por los nervios y el poco tiempo que había tenido para ser él mismo,
estaba seguro de que él no querría volver a verlo.
—Sí —habló
el hombre al micrófono del teléfono. Luego calló para escuchar la voz del otro
lado de la línea—. ¿Qué hora es? —preguntó a continuación. Miró su
reloj pulsera. También Jaejoong miró el suyo: eran las tres y veinte de la
tarde—. Ya voy.
Yunho
arrojó un billete sobre la mesa al tiempo que cortaba la comunicación. Luego
hurgó en un bolsillo, miró a Jaejoong y extendió un brazo hacia él. Sostenía una
tarjeta entre los dedos.
—Este soy
yo —anunció—. Pero como no confío en ti, y sabes que tengo motivos para
hacerlo, preferiría que me dieras tu número. De ese modo nos aseguraremos deque
volvamos a entrar en contacto.
A pesar de
sentirse abandonado, Jaejoong sonrió y tomó la tarjeta con esperanzas renovadas:
él deseaba estar en contacto con él, de lo contrario no le habría dado su número.
«Jung Yunho, Ingeniero», leyó. Debajo se leía «Constructora Jung y Asociados»,
una dirección y un teléfono que ya no leyó.
—Va a ser
mejor que mantenga mis datos en secreto —bromeo mientras guardaba la tarjeta en
su bolso—. De ese modo yo me aseguro de que me vas a estar esperando.
Él le guiñó
el ojo y le sonrió. A Yunho no le agradaba la idea de depender de Jaejoong para
un próximo encuentro, pero convino en que sería mejor de ese modo, como
solía suceder, para que pareciera que él se interesaba en él, y no al revés.
Motivado por esa idea, asintió.
Una vez que
estuvieron en la calle, se ofreció a alcanzarlo hasta su casa. Pretendía así
conocer al menos su dirección, pero Jaejoong se negó. Hubiera muerto de vergüenza
si Yunho veía su barrio tan pronto, sin haberlo conocido primero a él; eso lo
habría hecho desencantarse antes de lo necesario. Como él insistió, se hizo
dejar en una parada de colectivo. Yunho no se atrevió a robarle un beso… aún.
Percibía que con Jaejoong tenía que ser paciente. A cualquier otro hombre lo
habría besado allí mismo, pero a él no.
Jaejoong
tomó el colectivo hasta la parada más cercana a su casa y después caminó,
todavía flotando entre nubes, tan ensimismado en sus pensamientos que ni
siquiera parecían pesar las bolsas de mercadería que llevaba. Estaba a punto de
doblar en la esquina de su manzana cuando un adolescente tironeó de su bolso. Él
se dispuso a defenderse, pero fue tan fuerte el tirón que, imposibilitado de
actuar con suficiente rapidez por las bolsas de ropa que cargaba, estas acabaron
en el piso y el jovencito salió corriendo con su objetivo cumplido. Jaejoong
corrió tras él, pero no pudo alcanzarlo.
Al llegar a
su departamento, Junsu, que cuidaba de Changmin tras haberlo retirado del
jardín de infantes, lo notó agitado y por eso le preguntó enseguida qué le sucedía.
—Me robaron
la cartera —respondió Jaejoong antes de dejar caer las bolsas con su mercadería
al piso.
—¡No puede
ser! —su amigo se cubrió la boca con ambas manos—. ¿Llevabas algo importante?
¿Tu documento, dinero? ¿Te hicieron algo?
Jaejoong
suspiró.
—Había
cobrado un dinero por un trabajo, sí, pero eran apenas veinte pesos. El
documento lo llevo en el bolsillo del saco —hizo memoria. Para ayudarse
contabilizó los objetos con los dedos—. Llevaba los veinte pesos, una foto de Changmin…
¡oh, no! —exclamó de repente. Se había acordado de la tarjeta que le había dado Yunho—.
¡Su número de teléfono! ¡Oh, Dios! —se dejó caer sobre una silla, apoyó los codos
sobre la mesa y la frente en la mano—. ¡No puedo tener tanta mala suerte!
Había
perdido a Yunho de nuevo. Quizás un dios también se había propuesto torcer su
destino, como en la mitología.
Awww!!!! pobre Jae, definitivamente la suerte no esta de su lado, ojala Yunho no quiera solo burlarse de él, sería muy cruel para alguien con el corazon de Jae
ResponderEliminarohh no con lo que les costó encontrarse de nuevo y Jaejoong que le roban la cartera, en serio Jaejoong tiene mala suerte o debe ser algo mas, y YUnho OMG por favor no dañes alguien como el, no es como los demas
ResponderEliminarcruel destino que no kiere que el YUNJAE se encuentre y se amen como Dios manda.
ResponderEliminarojala y lo vuelva a ver...
bueno este es por hoy el ultimo...cuídate mucho y te leo luegoo...necesito terminar el miooo...jajajaja...
gracias por el capitulo.
T-T Que horror por que la mala suerte lo acompaña, justo tuvo que perder el numero de Yunho, definitivamente a Jae le pasa de todo, la suerte no esta de su parte. Pero yo se que definitivamente van a volver a encontrarse, es su destino...
ResponderEliminarA leer la continuacion : )
Ay no...
ResponderEliminarJJ debiste darle tu número a Yunho así él te hubiera llamado...
Destino destino del mal...
Cm me da ternurita
yunho tuvo suerte de haberse encontrado de nuevo con jaejoong *w*
ResponderEliminarjaejoong me dio risa cuando yunho lo llamaba pero el no se daba cuenta por que era su nombre falso XD!
o no...! le robaron la cartera a jaejoong que mala suerte tuvo jae maldito ratero!! :(
Al pobre de JJ le toco un suerte de perros T-T
ResponderEliminarPinche YH no vayas a lastimar a JJ >_>
Pobre mi Jae, justo cuando todo estaba yendo bien. Yun hará que su suerte cambia, el no merece esa mala suerte.
ResponderEliminarGracias por compartir.
Si que es mala suerte de Jae, perder la tarjeta, pero ya sabe quien es y donde localizarlo, si investiga lo puede.
ResponderEliminarGracias!!!