Capítulo 7
Por la mañana, Yunho
bajó del ascensor. Pasó frente al escritorio de su secretaria y le dejó un
papel amarillo.
—Bloquea estos
números, por favor —pidió a la velocidad que se movía rumbo a su oficina.
Mientras tanto,
Jaejoong presionaba el pedal de su máquina de coser con cuidado, no fuera a ser
que la costura no quedara perfecta. El teléfono lo sobresaltó. La distracción
hizo que la máquina comenzara a tragarse la tela cual monstruo hambriento e
impiadoso, y Jaejoong no pudo más que tironear para que la soltara. No hubo
caso. La gasa se rajó: el vestido estaba roto. Soltó una maldición. Para colmo,
cuando llegó al teléfono, este paró de sonar.
Dejó escapar un
suspiro de frustración y se sentó en el silloncito que estaba junto al
teléfono. Intentaba serenarse para poder pensar con mayor claridad qué iba a
hacer ahora que su trabajo se había arruinado, pero la campanilla interrumpió
sus cavilaciones.
—Diga
—respondió.
— ¿Jaejoong?
La voz lo dejó
perplejo, pero no mudo. El solo hecho de escucharlo le electrizaba la piel.
— ¡Yunho!
—exclamó—. Antes que cuelgues, quiero pedirte disculpas —se apresuró a hablar—.
De verdad estoy muy arrepentido, tenía un día terrible.
Yunho rió.
— ¿Y también tienes
un mal día hoy?
—No tan malo
como el otro, pero rara vez puedo decir que tengo un buen día —se sinceró él.
Como consideró que no le había pasado nada demasiado grave, excepto lo del
vestido, contó las vicisitudes de la jornada con cierta gracia—. Para empezar,
se tapó el desagüe y se inundó el baño. Tuve que llamar a un plomero que me
robó los únicos setenta pesos que tenía. También me quedé sin hilo negro y tuve
que salir a pedir un carretel fiado bajo la lluvia. Cuando volví, recordé que
había dejado uno nuevito y sin estrenar en el último cajón. No te extrañes, soy
de lo más desordenado y distraído. Para rematarla, acabo de arruinar un trabajo
urgente, así que estoy que me llevan los demonios. Pero estoy bien. En
comparación con otros días, hoy puedo decir que tengo buena suerte.
Jaejoong escuchó
embelesado cómo Yunho reía a todo pulmón. No estaba enojado, no parecía falso.
Siempre estaba de buen humor.
—Hoy es jueves
—culminó él—. Los jueves son mis días de buena suerte —un jueves había ganado
el Paradise y un jueves lo
había conocido a él—. ¿Qué tal si rompes tu maldición con un encuentro con la
fortuna?
El corazón de Jaejoong
comenzó a latir desenfrenado. Yunho lo estaba invitando a salir, le estaba
dando una nueva oportunidad. Lo había perdonado.
—Todos los días
de mi vida está malditos —se lamentó él un poco en serio, otro poco en broma.
— ¡Ah, vamos! —Él
reía todo el tiempo—. ¡No puedes ser tan negativo! Estoy seguro de que esa es
la causa de tu infortunio. No son los eventos, sino como los tomes, lo que
señala un buen o un mal día.
Jaejoong sintió
que las palabras de Yunho, su risa, su simpatía, lo embargaban. Se abstrajo de
tal modo pensando en las emociones que experimentaba, que hasta se olvidó de
que la había invitado a salir.
— ¿Y qué dices?
—insistió él.
— ¿Sobre qué?
—se le escapó. Enseguida se dio cuenta de que volvía a actuar como un tonto,
pero al parecer Yunho no lo entendió así.
—Tu sí que me
la haces difícil… —reflexionó en voz alta. Jaejoong soltó una risita.
—Claro
—respondió.
— ¿Claro a qué?
—A lo que sea…
Yunho se sintió
complacido. Por fin todo salía tal como lo había calculado.
— ¿Prefieres
que te pase a buscar o que nos encontremos en el bar?
Yunho no podía
pasarlo a buscar. Él no tenía modo de reunir el valor suficiente para bajar las
escaleras de ese edificio maltrecho y subir después a su preciosa Mercedes.
—Prefiero que
nos encontremos en el bar.
Yunho aceptó.
Le dictó la dirección y el horario de una disco-bar, y se despidieron.
El corazón de Jaejoong
no dejaba de latir. Se olvidó del trabajo arruinado, del dinero que había
perdido con el plomero, de su día de mala suerte. Con creciente entusiasmo
hurgó en todos los cajones en busca de ropa. Buscaba algo digno de un bar tan
caro y de Yunho.
Se dio cuenta
de que quería gustar, y estaba convencido de que la ropa era esencial a la hora
de impactar, por eso acabó escogiendo un pantalón y camisa negros y zapatos que
combinaban con su bolso de mano. Se arreglo el cabello y se maquilló con
colores sutiles. La camisa, que había sido confeccionada por él mismo, dejaba
al descubierto sus hombros pálidos y se ajustaba a las curvas de su cuerpo.
Pensó en llegar
diez minutos tarde para asegurarse de que Yunho ya se encontrara allí cuando él
apareciera. Mientras acomodaba las últimas cosas en la cartera, sonó el
teléfono. Tenía miedo de que Yunho suspendiera la salida, pero aun así
respondió.
—Jae… —susurró
la débil voz de su hermano ni bien él dijo «hola».
— ¡Changmin!
—replicó Jaejoong. Presentía que algo no estaba bien.
—Me siento mal…
—lloriqueó el niño. Jaejoong dejó caer la cartera sobre la mesa, preocupado.
— ¿Cómo que te
sientes mal?
—Me duele la
panza.
— ¿Hace cuánto
que te duele la panza? —indagó.
—Dos días. ¡Tienes
que venir, Jae! ¡No aguanto más!
— ¿Y no te
llevaron al hospital?
Jaejoong se
indignó con la respuesta que su hermano no alcanzó a dar porque le cortaron el
teléfono. Lleno de rabia, recogió el bolso y casi salió corriendo del departamento.
Con la espera
que había tenido en la parada del colectivo y la caminata hasta el edificio
donde vivía su hermano, ya estaba veinte minutos atrasada respecto de Yunho.
Golpeó a la puerta y esperó a que Lee abriera. Como de costumbre, estaba ebrio.
— ¡Cómo te
pusiste para mí! —exclamó con un tono libidinoso que Jaejoong prefirió pasar
por alto.
— ¿Dónde está Changmin?
—preguntó dando un paso adentro.
Lee señaló la
habitación con la cabeza y Jaejoong se encaminó a su antiguo cuarto. Changmin se
hallaba recostado en la que antes había sido su cama.
— ¡Jae! —Exclamó
ni bien lo vio entrar—. ¡Me duele mucho!
Tenía los
ojitos oscuros llenos de lágrimas. Jaejoong avanzó justo para el momento en que
el niño padecía un episodio de vómito que acabó sobre su maravillosa camisa
negra. Sin pensar en ello, lo envolvió en una manta y lo alzó en brazos. Lo
cargó hasta el hospital.
—Es apendicitis
—le informó la pediatra de guardia—. Tenemos que operar lo antes posible o se
puede convertir en una peritonitis. Sentía pena por su hermano y pena por él
misma. Adiós cita.
Yunho miró su
reloj pulsera. Eran las once de la noche; habían acordado con Jaejoong encontrarse
a las nueve y media.
Hundido en el
sofá del sitio a oscuras, se llevó la copa de champán a la boca y pretendió
apreciar la música, una canción electrónica de ritmo bien marcado. Sin embargo,
una extraña sensación de ira lo recorría. Había sido plantado por un costurero.
—Señor Jung —le
dijo un camarero—. Un joven llamado… eh… —revolvió unos pequeños papeles que llevaba
en un bolsillo y leyó—, Jaejoong llamó. Dijo que tuvo un percance
y que no podrá asistir a la cita de esta noche.
Yunho dejó
escarpar el aire de sus pulmones. La ira ardió en sus ojos de hielo.
—Gracias —dijo
apretando los dientes.
Ni bien el mozo
se alejó, Yunho escrudiño el recinto con la mirada. Otra vez ese chiquillo se
burlaba de su paciencia, como si él no tuviera mejor cosa que hacer que bailar
a su ritmo.
Detuvo la
mirada en un pelirrojo que conversaba animadamente con dos amigas. Encendió con
pereza un cigarrillo. Cruzaron miradas él sonrió, Nick sabía que lo intimidaba,
por eso siguió viéndolo fijo. Estaba seguro de que así él se le aproximaría, y
no se equivocó. El hombre se señaló el pecho; no podía creer que un hombre tan
apuesto y seductor lo hubiera escogido a él de entre la multitud de hombres que
había a su alrededor. Yunho asintió con disimulo.
Poco después lo
tuvo sentado junto a él en el sofá, entregado a sus besos y caricias. Dos horas
más tarde, la tuvo en la cama. Y mientras él dormía con el pelirrojo recostado
sobre su pecho, Jaejoong se mantenía despierto en la sala de espera del
quirófano, aguardando noticias sobre la operación de su hermano.
Recién pudo
dejar a Changmin a las once de la mañana siguiente, solo porque a Young se le
ocurrió aparecer con un pote de helado. Jaejoong evitó una discusión porque
Changmin necesitaba recuperarse tranquilo, pero se fue a casa con el peor humor
posible.
Ni bien llegó a
su departamento, se quitó la ropa y la puso a lavar. Se dio una ducha, se
vistió y se sentó junto al teléfono. Yunho merecía una nueva disculpa, por eso
marcó el número.
—Oficina Jung
—respondió la secretaria.
—Hola —dijo él—.
Soy Jaejoong otra vez. Le dejaré un mensaje para Yunho.
Entre tanto, Yunho
acababa de bajar del ascensor y se encaminaba al escritorio de su secretaria,
radiante.
—Bloquea este
número, por favor —indicó dejando un papel sobre la mesa. Bin cubrió el
micrófono del teléfono y gesticuló:
—Jaejoong.
Yunho le indicó
con una señal de su mano que le pasara la llamada. De inmediato Bin, que no
había escuchado nada de lo que Jaejoong le decía, replicó:
—Aguarde un
momento, por favor.
Jaejoong esperó.
Escuchó la odiosa musiquita de circo durante al menos un minuto hasta que la
voz de Yunho retumbo en su oído.
—No sé qué
jueguito estás jugando, pero no me gusta.
Ni siquiera él
se reconocía. Jamás le había importado lo que un hombre hiciera. No le
interesaba que llamasen o no llamasen, que se hicieran desear o se regalasen.
Pero tampoco estaba acostumbrado a los plantones, ni a perder el buen humor que
lo caracterizaba, ni a andar todo el día pensando en un hombre como si en él se
le fuera la vida.
—No hay juegos,
te lo juro —respondió Jaejoong con verdadero remordimiento. Había sonado triste
y arrepentido, pero se esforzó por relajarse pronto—. Hoy es viernes, todavía
estamos a tiempo de hacer algo propuso. Por favor, dame otra oportunidad, te lo
suplico…
Eso era lo que Yunho
deseaba y a lo que estaba acostumbrado, a la secreta súplica. Sin embargo, esa
actitud de Jaejoong no llegó a su boca con el sabor del triunfo. Apenas pudo
responder serio, en apariencia enojado.
—Está bien. Te
espero en el restaurante El Faro, del Hotel Hilton, a las diez. No llegues
tarde.
Jaejoong aceptó
sin vueltas. Después de cortar la comunicación, durmió un poco para estar
lúcido por la tarde, cuando visitó a su hermano. Allí se reencontró con Karam,
que no abrió la boca en los escasos veinte minutos que visitó a Changmin.
Jaejoong permaneció
con su familia el tiempo completo permitido. Acabado ese lapso, vio que su
madre se ponía de pie y recogía su bolso de la silla con parsimonia. Se hacía evidente
que se iba.
— ¿Qué haces?
—le preguntó.
—Me voy
—respondió Young, como si nada, al tiempo que se encogía de hombros.
— ¿Cómo que te
vas? —Jaejoong se puso de pie también y se adelantó un paso hacia ella. Del
mismo modo la tomó del brazo y la condujo al pasillo. No quería que su hermano
los oyera—. No te vas. Changmin te necesita.
— ¿Para qué?
— ¿Cómo para
qué? No puede quedarse solo.
—Si no quieres
que se quede solo, puedes hacerle compañía tú. Nadie te lo impide.
Jaejoong apretó
los puños para no sacudir a su madre. A veces tenía ganas de zamarrearla y ver
si así lograba acomodarle las ideas, hacerle entender cómo debía ser la vida en
realidad.
— ¿Para eso me
lo quitaste? —reclamó—. ¡Ni siquiera te haces cargo de él!
—Déjame en paz,
Jaejoong —replicó Young —. Tú ni siquiera imaginas lo que es ser madre.
Jaejoong observó
a Young alejarse junto a Lee. La sangre ardía en sus venas como lava
incandescente. «Si no quieres que se quede solo, puedes hacerle compañía tu. Nadie
te lo impide», recordó. Y se sintió capaz de matar.
Volvió junto a
su hermano sin emitir palabra.
— ¿Me cuentas
el cuento? —preguntó él. Su voz cargada de inocencia consiguió serenarlo.
— ¿No te lo
cuenta mamá?
—No.
Changmin se
durmió a las nueve. Entonces Jaejoong pidió a una enfermera que estuviera
atenta a él para poder irse un poco más tranquilo. Corrió a su departamento, se
duchó en diez minutos y se vistió tan rápido como le fue posible.
Para no perder
tiempo, ni siquiera arreglo su cabello. Había tenido que ponerse una camisa
amarilla y un pantalón negro poco adecuado para la noche, pero a falta del
negro, no le restaban demasiadas opciones.
Tomó el autobús
a las diez menos cuarto. Cuando llegó al restaurante, una sensación excitante
le estrujó el corazón, que daba tumbos.
— ¿Jung Yunho?
—preguntó a una recepcionista que rápidamente le indicó la mesa.
Ni bien lo vio,
Jaejoong se quedó sin aliento. Él llevaba puesto un traje sin corbata, el saco
desprendido y los primeros botones de la camisa desabrochados. Se puso de pie
para recibirlo, pero Jaejoong se había quedado sin habla, prendado de su bello
rostro y de su aroma. Jamás había visto un hombre objetivamente tan hermoso.
—Perdón —se
excusó con una sonrisa tímida—. Llegué tarde de nuevo.
—No importa
—replicó él con un tono de voz relajado. Yunho no lo demostraba, siempre
parecía seguro y veloz, pero se sintió atemorizado por sus propias sensaciones.
Jaejoong no le resultaba indiferente, ni podía mirarlo como a cualquier otro
hombre, como a un cuerpo que en poco tiempo se llevaría a la cama y luego
desecharía como a los otros. Su mente le decía que lo conservara en el espacio
de su libido, pero los pálidos hombros al descubierto, el negro cabello combinado
con el negro de los ojos anulaban aquella voluntad.
—Qué lindo
lugar —sonrió él admirando el techo.
—Lo es —asintió
Yunho.
Él ya estaba
acostumbrado a aquel restaurante, pero al parecer Jaejoong no solía concurrir a
sitios como ese. No se le notaba más que por el brillo en la mirada y la falta
de disimulo con que estudiaba cada rincón, porque todo él era una criatura
exquisita, mucho más bello que ese sitio y cualquier otro.
Contrario a lo
que Jaejoong esperaba, Yunho no le preguntó por qué lo había plantado la noche
anterior. Pero él ni siquiera imaginaba el motivo: Yunho creía que, de
interrogarlo, recibiría una mentira como respuesta. Para él, el percance que a
él le había impedido verlo antes resultaba muy claro: la habría llamado su
noviecito universitario, o la habría visitado por sorpresa, y entonces había
tenido que suspender su aventura.
Cuando el mozo
se les acercó, Yunho ordenó por los dos.
—Espero no te
moleste, pero quiero que pruebes la especialidad de este lugar —le explicó su
intromisión al tiempo que se llevaba la copa de vino a los labios. Le gustaba
la comida, cualquier comida, pero no iba a confesárselo.
—Está bien
—sonrió Jaejoong —. Me gustan las sorpresas, y estoy seguro de que ese plato
será una.
—Brindemos
—propuso Yunho a continuación alzando la copa de la cual ya había bebido un
sorbo, como destrozando voluntariamente el mito del brindis. Jaejoong respondió
recogiendo también la suya—. Por nosotros —agregó él con una voz gutural que
hizo temblar a Jaejoong. Sin embargo, no se notó porque enseguida hizo que las
copas se chocaran. Luego bebieron un trago.
Mientras
esperaban la comida, Jaejoong se dio cuenta de que había dejado una mano
extendida sobre el mantel porque Yunho se la rozó con un dedo. Miró de
inmediato la zona donde se extendía un calor extraño y supo que la sensación se
debía a que él no había acabado la caricia. El dedo de Yunho se deslizaba rumbo
a sus nudillos y él sabía que provenía desde la muñeca.
Se sintió sediento
y caluroso. Pestañeó inútilmente para acabar con el ardor de las mejillas y se
humedeció los labios. Conforme con esas reacciones, Yunho esbozó una ligera
sonrisa de satisfacción, se apresuró a llegar a la punta del dedo mayor, y
cuando rozó el mantel, retiró la mano.
Jaejoong pensó
que se desmayaba. Obtener tanto y de pronto quedarse sin nada…
— ¿Siempre
soñaste con construir o viene de familia? —preguntó tratando de ocultar sus
sensaciones. Ya les servían la cena.
Al escuchar esa
pregunta, Yunho supo que le resultaría difícil mantener conversaciones
livianas. Con los hombres que se citaba era sencillo hablar de asuntos
superficiales: moda, viajes, gente y fiestas en común. Con Jaejoong no compartía
ninguna de esas cosas, solo restaban las profundas, las que lo volcaban a él
como río al océano.
—Sí —replicó a
secas.
— ¿Sí a qué?
—rió él en respuesta. No tenía idea de si Yunho se esforzaba por parecer o era
un enigma.
—A ambas cosas.
— ¿Y quién era
el ingeniero?
—Arquitecto
—repuso Yunho con tono áspero—. Mi padre era arquitecto.
— ¡Oh, cuánto
lo siento! —exclamó Jaejoong llevándose las manos a la boca. Yunho frunció el
ceño, confundido.
— ¿Por qué?
—interrogó.
—Dijiste «era».
¿Falleció hace poco?
Yunho se
atragantó con un «ojalá». En vez de decirlo en voz alta, bebió de un solo trago
el resto del vino que le quedaba en la copa y luego la asentó sobre la mesa. Se
tomaba tiempo para evitar aquella respuesta que, de hacerse realidad, tampoco
estaba seguro de que le sirviera de algo.
—No te
preocupes —dijo—. No está muerto.
— ¡Ah, qué
alivio! —Sonrió Jaejoong sin dobles intenciones—. Nunca me salvo de meter la
pata contigo, ¿verdad?
Yunho sonrió
con sinceridad ante lo inocente que Jaejoong le pareció tras aquel comentario,
todo ternura y sensibilidad. A pesar de aquellos sentimientos agradables, casi
majestuosos para un alma que se había enfriado a fuerza de sacrificio, una
sombra le opacó la mirada un buen rato más.
El resto de la
noche, Yunho se sintió incómodo y desnudo. Como Jaejoong no pertenecía a su
mundo, no había nadie a quien criticar, ninguna fiesta que recordar, ningún viaje
que relatar. Porque él jamás relataba los suyos, solo sacaba información a los hombres
fingiendo que sus cuentos frívolos le importaban. ¿Qué podía decir él de sus viajes,
si en ellos apenas pasaba el tiempo en reuniones de negocios y en camas ajenas?
Supo que había
cometido un error en invitarlo a un restaurante donde el silencio y la
intimidad permitían las conversaciones personales que él deseaba evitar. Cuanto
menos conocieran los hombres de él, tanto mejor. Mejor también si ellos tampoco
le permitían conocerlos. No quería ataduras de ningún tipo con sus amantes, y
conocer algo de sus verdades siempre lo presionaba en su conciencia de algún
modo. Los hombres con los que salía jamás deseaban mostrarse tal cuales eran,
en cambio Jaejoong apenas escondía su pobreza.
Debió haberlo
llevado a donde la música les impidiera las conversaciones, donde las lenguas
no se utilizaran para hablar, sino para besar, donde nadie notara que se fingía
extrovertido e imbatible cuando en realidad aquello no era más que una ilusión.
Jaejoong le
contó que tenía dos hermanos, que los tres llevaban nombres mitológicos. Omitió
decirle que llevaban apellidos distintos, quizás por eso su único lazo de unión
era, además de su madre, la mitología.
— ¿Y tu?
—preguntó él—. ¿Tienes hermanos?
— ¿Te gustan
los animales? —preguntó él en busca de escapar de la pregunta sobre si tenía
hermanos. Recordaba que muchos de los hombres con los que se acostaba decían tener
pequeños perros de raza.
— ¡Me encantan!
—soltó Jaejoong con entusiasmo. Se daba cuenta de que Yunho evitaba ciertas
preguntas, pero pensaba que se debía a la velocidad que siempre llevaba para
todo y a que por eso deseaba pasar de tema como hojas de una revista—. Creo que
llevo a mi hermano al zoológico antes por mí que por él —bromeó—. Pero no me
gustan los animales encerrados —se retractó después.
Jaejoong siguió
hablando de su hermano. Solo omitió que ella lo había criado los dos últimos
años, que había sido operado el día anterior y que era tan distinto de él en su
apariencia física porque eso delataría que eran hijos de diferente padre. No le
avergonzaba esa situación, sino el hecho de que su madre no hubiera tenido
reparos en dejarlo solo para buscarse tantos novios cuando su padre había fallecido.
— ¿Nos vamos?
—propuso él cuando percibió que Jaejoong formularía otra pregunta incómoda.
—Claro —sonrió
él, siempre complaciente.
Mientras él se
ponía de pie sin pedir la cuenta, Jaejoong se giró sobre el asiento y recogió
su bolso, que colgaba del respaldo de la silla.
—Con que me
dejes en el hospital está bien — comentó como al pasar—. No tienes problema de
llevarme hasta ahí, ¿verdad? ¿Vives cerca o te quedaría a trasmano?
Yunho tuvo
apenas un instante para procesar lo que él acababa de decir antes de que Jaejoong
le enterrara otra vez sus ojos grandes y negros en los gélidos de él. Se había quedado
quieto, con las manos en los bolsillos, tanteando la llave de la camioneta que
no tenía pensado sacar.
¿Dejarlo?
¿Hospital? ¡Si lo que él había pensado era en llevarlo al ascensor, robarle
allí un beso y acabar haciéndole el amor en la habitación del hotel! Si para
eso lo había invitado a ese restaurante, para no perder el tiempo y tenerlo lo
más cerca posible de la cama. ¿Y ahora él le hablaba de que él lo dejara en el
hospital?
Jaejoong leyó
algo en su mirada, pero claro que no alcanzó a interpretar las perversas
intenciones que él había albergado hasta ese instante, por eso supuso que se
trataba de preocupación.
— ¡Ah, no te
preocupes! —exclamó poniéndose de pie —. Perdóname, tendría que haberte
explicado. No es por mí, es por mi hermano. Ayer lo intervinieron quirúrgicamente
y acordé con mi madre que yo lo cuidaría esta noche, nada más que eso. No estoy
enferma, ni me cayó mal la comida —sonrió—. Ay, Yunho —bajó la mirada y estrujó
el bolso entre las manos—. Me siento terrible también por haberte mentido con
lo del tal Yoon, de verdad —alzó la cabeza de golpe—. Si quieres tu plata, la que
me diste por los trajes, te la devuelvo —no tenía idea de cómo se la devolvería
porque ya la había invertido en pagar deudas, pero solo Dios sabía que lo
haría.
—No quiero mi
plata —lo interrumpió él, todavía sin alcanzar a procesar la información que él
acababa de brindarle. Estaba molesto, enojado. ¡Como para no estarlo! Prefería
eso antes que el acceso de sentimientos que estaba experimentando, esa extraña
compasión por Jaejoong, ese peligroso repiquetear de su corazón ante cualquier
cosa que a él pudiera estarle ocurriendo, como lo de su hermano.
Se encaminó
fuera del restaurante sin decir una palabra. Jaejoong pensó que, si no pagaba
la cuenta, era porque allí lo conocían, y lo siguió sin dudarlo. Mientras
caminaban, él extrajo del bolsillo las llaves de su Mercedes.
Alcanzó a Jaejoong
hasta el hospital en perfecto silencio. No tardaron demasiado en llegar, el
conductor se movía veloz y preciso por la ciudad, así como fingía manejar cada aspecto
de su vida. Se convenció de que Jaejoong era infantil e indeciso, a, que lo
estaba volviendo loco a propósito, y se prometió que no le daría el gusto.
Después de esa noche, que se olvidara de él para siempre porque no volvería a
llamarlo y bloquearía su número para que él tampoco lo llamase.
Detuvo el
automóvil delante del hospital sin parar el motor. Supo que Jaejoong lo miraba,
pero él se mantuvo con la vista al frente. Del otro lado del parabrisas veía
cruzar algunos cartoneros y pensó en los peligros que corría Jaejoong solo a
esa hora de la noche. Pensó en acompañarlo hasta el interior del hospital para asegurarse
que no le ocurriera nada, pero pronto desechó la idea porque su recordó que él
lo trataba como a un juguete.
— ¿Qué pasa, Yunho?
—preguntó Jaejoong con tono de voz preocupado.
—Nada
—respondió él, a secas.
— ¿Dije algo
que te incomodara? ¿Algo te preocupa?
Que no
puedo deshacerme de ti, pensó Yunho, pero se esforzó por
reprimir rápido el sentimiento.
—No —replicó.
—Entonces
mírame —él no obedeció—. Mírame…
Ante el segundo
pedido, Yunho giró la cabeza. La penumbra que se generaba en el interior del
vehículo por las luces de afuera confería a la belleza mitológica de Jaejoong
un aire de perfección. Él se acercó a él, lo miró a los ojos y lo besó en la
mejilla, acariciándole la otra.
Se sentía suave
al primer tacto, pero en cuanto los dedos presionaron un poco más, lo áspero de
la barba afeitada apareció. La sensación se extendió por los dedos de Jaejoong y
le resultó tan placentera que acrecentó su tensión.
Yunho percibió
de inmediato que a él le temblaban las manos. Sin dudas estaba nervioso, pero
eso no le impidió cerrar los ojos y, después de besar su mejilla, deslizarse hacia
sus labios.
Yunho se puso
rígido. Algo le quemó por dentro. La suavidad de Jaejoong le provocó una
electricidad que le recorrió la columna y se le instaló en el vientre. Volver a
sentir lo asustó. Tenía que convertir aquel acto en un hecho meramente físico
para prevenirse, y se esforzaría por conseguirlo.
Enredo los
dedos en el negro y algo largo cabello de Jaejoong y saboreó el interior de su
boca. Era exquisita, todavía sabía a vino y a ensoñación. La lengua de Yunho,
cálida y experta, erizo la piel del hombre. La humedad de los labios, el aroma
de ambos y la delicadeza de las caricias los dejaron indefensos.
Él se entregó por
completo al beso, Yunho se negaba a dejarlo ir. Una mano de Jaejoong se había
detenido en el muslo de él, y fue el carácter no intencional de aquella acción
lo que lo excitó hasta hacerle doler las entrañas. Tenía que llevarlo a la cama
con urgencia, mitigar el fuego que lo devoraba, ya que sin dudas ese sería el
único modo de sacárselo de adentro.
—Yunho…
—susurró él, todavía contra su boca—. Me tengo que ir.
Había percibido
la excitación masculina y, aunque no lo asustó, sí le resultó difícil de manejar.
Él sabía cómo terminaban esas cosas, pero no si estaba listo para que sucediera,
por eso se alejó.
—Gracias por
esta noche maravillosa —dijo antes de bajar del auto.
Yunho lo
observó encaminarse al hospital sin fuerzas siquiera para gritarle que se
olvidara de él, que jamás volvería a llamarlo por chiquilino y que se buscara
un novio de su edad. Su edad… Ni siquiera le había preguntado cuántos años
tenía. Lo había tenido horas en la misma mesa y no se le había ocurrido
preguntar algo tan simple. Porque no le importaba, nunca le había importado la
edad de un hombre siempre que accediera a ir a la cama.
No quería
tornarse vulnerable, pero ahí estaba, no había movido el auto todavía para
corroborar que él entrara sano y salvo al hospital.
En el preciso
instante en que Jaejoong se convirtió en una porción más de la oscuridad que lo
rodeaba, se prometió que no lo llamaría, que tampoco respondería sus llamados y
que lo olvidaría. Convenía reconocer que había perdido la apuesta, que Jaejoong
era un jovencito malcriado acostumbrado a salir con niños de su edad. A
diferencia de ellos, él era un hombre y sabía muy bien lo que quería. Sobre
todo se convenció de eso, de que él sabía lo que hacía, de que tenía un plan,
un objetivo, no solo con Jaejoong, sino con su vida, en la cual un chiquillo
como ese era desechable. Innecesario. ¿Qué maldita obsesión tenía con ese
hombre, teniendo a todos los que quería en la palma de la mano?
—Brujo —musitó
con los ojos entrecerrados.
Pensó en todas
esas cuestiones hasta el sábado a la tarde, cuando se le ocurrió todo lo
contrario: dejarlo ir sería darle el gusto, que se creyera un hombre hecho y
derecho que podía ser diferente de cualquier otro. Jaejoong no era distinto,
todos los hombres eran iguales, viles e interesados, y él estaba dispuesto a
demostrárselo.
Entonces
decidió llamarlo. Pero esta vez, las cosas se harían a su modo: nada de
restaurantes formales, nada de silencios incómodos y conversaciones personales.
Lo llevaría a la disco-bar donde la música invadía los sentidos y los sofás
escondían los pecados de los ojos públicos. Un lugar donde para él no había intimidad,
alma ni luz.
Jaejoong contestó
al segundo llamado del teléfono.
—Hola.
— ¿Todavía
sigue internado tu hermano?
Fue todo lo que
Yunho dijo. Ni siquiera respondió al saludo, como si hacerlo restara tiempo de
sus verdaderas prioridades.
— ¡Yunho!
—exclamó él, algo aturdido por la velocidad que él llevaba—. No. Se fue de alta
hace…
Yunho lo
interrumpió.
—Te espero en
el bar a las doce.
Dijo la
dirección, que era la misma donde habían planeado el prima encuentro fallido, y
colgó.
Sorprendido por
la fugacidad del llamado, Jaejoong miró su reloj pulsera. Eran las diez.
Tendría que darse prisa si quería llegar a tiempo.
Oh! tuvieron una primer cita, que no salio como Yunho la esperaba. Lo que no puedo entender es que le paso a Yunho para que no pueda creer en la pureza de la gente?
ResponderEliminarJUNG YUNHO eres un idiota lo pienso y sii asi lo siento en esta parte
ResponderEliminarpobre Jaejoong, el es inocente un angel, Yunho malo por que finjes que te importa, eishhh na mas espera a que no lo puedas sacar de tu vida jaja
ya me dio tristeza yunho...que fea vida vive..
ResponderEliminaralgo muy feo le habrá pasado en lo familiar y en lo personal, de eso no hay duda.
gracias por el capitulo
No puede ser que Yunho sea tan cruel y calculador con el pobre de Jae, como puede tratarlo asi?
ResponderEliminarDefinitivamente no me va a gustar nada que le pueda hacer daño a Jae, el no merece que jueguen con el cuando ya a pasado por mucho. Este Yunho se esta comportando de forma horrible, supongo que en su vida tuvo que pasar por una experiencia dificil para que ahora se comporte asi.
A seguir leyendo ...
En serio no se quien lastimo a YH porque esto me huele a corazón roto...
ResponderEliminarPucha YH va a lastimar a Jae q injusto ㅠ.ㅠ
Solo espero que Jae se recupere si Yunho lo lástima :/...
El dinero no hace que las personas sean lastimadas o no. Sólo espero que Yunho no lastime a Jae por sus deseos.
ResponderEliminarpero que padres para mas despreocupados que cólera! pobrecito min , jaejoong tuvo que cancelar su cita por su hermanito :(
ResponderEliminary la segunda cita como que yunho estaba muy serio con el no me gusto mucho su actitud espero que mejore su actitud mas adelante ..
Pobre JJ, no sale de una y entra en otra >.< lo malo que es donde más le duele (su hermanito) u.u
ResponderEliminarPor fin tuvieron su primer cita aunque quien sabe que madre hará YH en la cita del sábado >_> ....
Oh me encanta como va, Yunho esta ago frustrado je je seguire leyendo ....
ResponderEliminarAh yunho si que es un tonto, Jae anda preocupado por su hermano, pero a él solo le importa acostarse con el. No quiero que Jae sufra más. suficiente tiene con lo de su hermano y mala suerte.
ResponderEliminarGracias por compartir.
Yunho,piensa con el corazón no le hagas daño ya tiene bastante con su miserable vida gracias
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