Capítulo 11
HABÍAN pasado
siete días desde que emprendieran viaje. Yunho jugaba al tenis por parejas.
Como hacía muchos años, había formado equipo con Heechul y se enfrentaban a un
amigo de él y su amante de turno. Con un fuerte golpe a la pelota, Yunho
consiguió que el hombre contrario no pudiera seguirla y con eso ganaron el
partido. Heechul se le acercó golpeteando la raqueta con los dedos.
—Tan
implacables como siempre —dijo en referencia a Yunho y a él mismo, y sonrió a
su amigo en gesto de triunfo. El exuberante morocho se frotaba el codo que se había
golpeado por intentar salvar la pelota que no había logrado alcanzar su novio.
Yunho estrechó
la mano del hombre y se encaminó al interior del gimnasio mientras se pasaba la
toalla que se había colgado al cuello por la frente. Pensaba dirigirse a la barra
en busca de una botella de agua fresca, pero se detuvo en medio del trayecto
cuando la imagen de Jaejoong lo dejó paralizado.
Él vestía un
atuendo deportivo gris y zapatillas blancas. Llevaba el cabello negro sujeto en
una cola de caballo alta lo que alcanzaba de el y su piel había adquirido un
color dorado por el sol. Yunho se sorprendió de que tuviera las manos vendadas
y de que golpeara con profesionalismo un saco de box. Se olvidó por completo
del agua que deseaba beber, se cruzó de brazos y admiró la agilidad y destreza
de sus movimientos sin que Jaejoong se diera cuenta de que estaba siendo
observado.
— ¿Vienes? —lo
interrumpió Heechul tomándolo del brazo. Sin emitir palabra, Yunho lo siguió
fuera del recinto.
Jaejoong no
había vuelto a ver a Yunho desde la noche en la discoteca. En ese tiempo notó
que él no iba a la playa, aunque sí lo hacía el hombre de rojo. La llegada al
destino principal, lo impulsó a comprarse un par de zapatillas y un conjunto
deportivo gris porque los precios resultaban más accesibles. Además se hizo de recuerdos
para Changmin y Junsu.
Había pasado la
mañana recorriendo la ciudad y su casco histórico colonial. Después del
almuerzo, decidió hacer algo de ejercicio antes de ir a la playa, donde había descubierto
que le fascinaba estar. Lamentaba no tener una cámara de fotos para mostrar a
su hermano y a su mejor amigo el verdadero paraíso que lo rodeaba.
Después de
pelear con el saco de boxeo, se dio una ducha y fue a la playa. Volvió a tomar
un baño al regresar y añadió detalles al primer atuendo que había confeccionado
para que pareciera distinto.
En la lavandería,
ya se había hecho amigo de todas las mujeres que allí trabajaban. Estas le
contaron anécdotas de los viajes del Paradise
y
de su dueño, de quien destacaron que pagaba sueldos muy altos y que era la
persona más amable del mundo, en especial con los empleados de bajo rango, lo
cual intrigó a Jaejoong. Decían que se había ganado una millonada apostando en
el póker y se había dado el gustito de comprar ese crucero. Sospechaban que
había tenido que invertir más dinero del obtenido en el juego, pero fue la
partida de cartas el motor para que decidiera comprarlo. El hecho de ganarse un
buque en una jugada de naipes se convirtió en un mito del Paradise.
Cada barco teje sus propias historias.
Tras el cuento,
Jaejoong y las mujeres terminaron reflexionando acerca de por qué la vida
parecía tan fácil para algunos y tan difícil para otros, como lo era para él, y
terminaron por acordar que existe el destino, sí, pero que todos somos capaces
de modificarlo.
Cenó algo
ligero y por la noche decidió volver a la playa donde había visto una especie
de bar. Era en realidad una barra donde se servían tragos y se escuchaba música
hasta la madrugada, cosa que le apetecía hacer y podía permitírsela, ya que los
precios, aunque estaban en dolares, le parecieron bastante convenientes de
acuerdo con el cambio.
No pensó que
encontraría a Yunho en ese lugar tan poco atractivo para un hombre como él por
su ubicación y porque era, a decir verdad, precario. Pero allí estaba,
besándose con un hombre de cabello rubio, posiblemente traído del barco, con
las manos rodeando el rostro juvenil del muchacho y la lengua en su boca.
Jaejoong se sentó
en el lado opuesto de la barra, desde donde podía verlos con claridad, aunque
no lo hubiera deseado. Yunho no se había percatado de su presencia. Acabó el
beso, extrajo un cigarrillo del bolsillo del saco y lo colocó en la boca del
hombre. Se lo encendió. Él pitó. Como no se lo devolvía, que era lo que Yunho esperaba,
le convidó otro. El hombre por fin entendió el mensaje implícito en el acto y
retiró el nuevo pitillo de la caja. Recién entonces colocó el que ya estaba
encendido en labios de Yunho, y él se mostró complacido.
Jaejoong sintió
asco. Asco por el modo en que Yunho se conducía en la vida, por la actitud
promiscua y prostibularia que buscaba en los hombres, y pena por el amor que él
no podía desterrar de su corazón. ¿Qué podía atraerle de un hombre tan perverso
y frívolo como ese que lo había usado y desechado como a tantos otros? La
verdad, quizás. Lo que él callaba, lo que escondía.
Una voz un
tanto excedida de alegría para lo que Jaejoong acostumbraba escuchar lo
sobresaltó. Miró con cierta desconfianza al sujeto moreno que acababa de
decirle «hola» en portugués, había visto películas en castellano subtituladas
por supuesto por lo que comprendió, y después sonrió. Dio respuesta. Él se
sentó a su lado.
La voz suave,
benéfica y delicada de Jaejoong penetró en los oídos de Yunho como una lanza.
Había sonado en lugar de la música, que en ese momento había terminado porque
la canción daba lugar a otra. Ni bien alzó la vista y lo vio allí sentado,
entrando en conversación con un hombre de color, apretó el cigarrillo entre los
dedos hasta que se le apagó.
Jaejoong conversó
con el extraño un largo rato. Se entendían muy bien, porque si había palabras
que Jaejoong o él no dominaban en el idioma del otro, se explicaban con gestos.
Algunos de ellos los llevaron a reír y a beber dos tragos más. Pasada una hora,
él lo invitó a dar una caminata por la playa y Jaejoong aceptó.
Yunho estuvo
prendado más de él, que no lo había mirado en toda la hora, que del hombre que
lo acompañaba, que bebió más de la cuenta. Cuando vio que Jaejoong se ponía de
pie y seguía al moreno hacia la oscuridad de la playa, deseó estrangularlo.
Jaejoong era
ingenuo e inexperto, y él no podía permitir que corriera peligro con aquel
extraño. Estaba seguro de que ese moreno fuerte, de rasgos poderosos y brazos gruesos
de músculos, quería tener sexo. Y él sería su víctima.
Las copas de
más, la confusión de la noche y la brisa del mar lo hicieron ponerse de pie.
—Yunnie… —lo
llamó el hombre que lo acompañaba. Se le corría la voz, parecía incluso algo
adormecida de tanto que había tomado.
Yunho no le
prestó atención. Tenía los ojos castaños entrecerrados, fijos en las dos
figuras que se alejaban camino a la costa. Cuando se los tragó la penumbra, la
ira se apoderó de sus sentidos y los alcanzó de una corrida.
El moreno que
caminaba junto a Jaejoong volteó al sentir unos golpecitos en la espalda. No
hizo tiempo a ver quién lo llamaba porque el puño de Yunho aterrizó sobre su mandíbula
haciéndolo trastabillar.
— ¡Yunho!
—exclamó Jaejoong. No solo estaba sorprendido, sino molesto, indignado.
El moreno se
estableció dispuesto a devolver el golpe, pero Jaejoong lo detuvo
interponiéndose entre los dos.
— ¿Quién es
este idiota? —interrogó el hombre en su idioma. Nadie le respondió.
Jaejoong dio un
paso más hacia Yunho y lo enfrentó con toda la entereza de la que disponía.
— ¿Qué estás
haciendo? —lo increpó.
— ¡Y todavía lo
preguntas! —exclamó él. El aliento a alcohol y a cigarrillo hizo retroceder a Jaejoong,
que lo miró con lástima.
—No te metas en
mis asuntos —ordenó en un susurro furioso.
— ¿Qué no me
meta? —rugió él—. ¿Acaso no te das cuenta de por qué te aleja de la vista de
todos? ¡Eres ingenuo!
— ¡No! —gritó
él, volviendo a dar un paso adelante—. El ingenuo no soy yo, si no tú. Un pobre
idiota que piensa que todos los hombres son unos hijos de puta como él — Yunho se
quedó duro, perplejo—. Haznos un favor — remató él—: déjame en paz.
Entonces dio la
espalda a Yunho, tomó del brazo al moreno y comenzó a caminar en dirección a
donde antes se dirigían. Yunho se sintió furioso, por eso exclamó:
— ¡Va a abusar
de ti!
Jaejoong detuvo
su andar y se volvió hacia él con una mueca sarcástica.
—Ya fui abusado
—replicó—. Por ti.
Tras soltar
esas palabras, Jaejoong giró sobre los talones y regresó junto al moreno, con
quien se alejó rumbo a la penumbra. Testigos de todo aquello, los ojos de Yunho
ardieron de odio.
«Un pobre
idiota que piensa que todos los hombres son unos hijos de puta como él».
«Déjame en paz». «Ya fui abusado. Por ti», recordó. Eso era él para Jaejoong,
en eso se había convertido. En un hijo de puta y en un violador. No del cuerpo,
sino de la confianza, de los sueños, de las ilusiones del hombre que no podía
arrancar de su pensamiento.
Una risotada y
un tirón a la manga de su camisa lo devolvieron fuera de sus razonamientos. Su
amante, cuyo nombre ni siquiera recordaba, reía a carcajadas luchando por
mantenerse en pie siendo que los zapatos se le hundían en la arena y que las
copas de más le impedían conservar el equilibrio.
Yunho lo miró
con desprecio y apartó el brazo de su contacto. Él ni se inmutó. Siguió riendo
incluso mientras él se alejaba y desandaba el camino hacia el Paradise.
Jaejoong pasó
un rato más con su amigo, tomaron un café y luego se despidieron habiéndose
dado la dirección y el teléfono de cada uno. Él acabó solo en la playa desierta
al amanecer, sentado frente a una inmensidad similar a la que había traído a
Eneas hasta las costas del Lacio. Era tal la emoción que le producía y los
sentimientos que le despertaba ese paraíso que se hizo una promesa.
—Volveré —se
dijo—. Volveré algún día y ya no me sentiré solo.
Yunho bebió
otro trago. La noche que había pasado en vela se evidenciaba en su cabello
enmarañado, en sus ojos rojos y en la posición encorvada de su columna, como si
protegiera el vaso de whisky cual tesoro milenario.
Sentado a la
barra del bar desierto del Paradise, pasaba un dedo por el borde del recipiente
y pensaba en que necesitaba dormir, pero no quería hacerlo. Desde que había visto
a Jaejoong alejarse con el moreno, desde que sus palabras habían calado tan
hondo en su pecho, prefería la vigilia, porque dormir significaría dejar de
recordarlas, y hacerlo lo revivía.
—Después de
todo, no resultaste tan libertino como tenía entendido.
La voz de Heechul
interrumpió sus cavilaciones. Yunho no giró la cabeza, no se movió.
—No estoy de
humor para tus provocaciones — respondió de mala gana, haciendo un esfuerzo
porque no se le corrieran las palabras como al hombre de la playa que había
aborrecido.
Heechul, con su
conjunto rojo escotado, soltó una risotada que a él le partió el cráneo. Le
dolía la cabeza como si en su cerebro hubiera repicado un tambor toda la noche.
— ¡Oh, Yunho! —Exclamó
él con sorna—. Estás tan tierno como siempre. ¿No te parece que ya bebiste
mucho?
Yunho alzó una
ceja.
—Qué curioso.
Te preocupas por mí ahora.
—Siempre lo
hice.
—No mientras te
revolcabas con Choi Siwon.
La acusación no
causó efecto alguno en Heechul. Para él se trataba de una broma.
—Yunnie, eres
tan… —rió.
— ¿Tan qué? —lo
interrumpió él apretando el puño.
— ¡Tan
encantador! ¿Vas a dejar que este viaje acabe así? — él deslizó un dedo por la
barra. El dedo escaló el antebrazo desnudo del hombre, que tenía las mangas de
la camisa dobladas hasta los codos, y luego llegó hasta su mano, la que él
retiró bruscamente—. ¿Me vas a dejar ir otra vez?
Yunho giró la
cabeza hacia él y entrecerró los ojos para poder mirarlo.
— ¿Qué quieres,
Heechul? —interrogó—. ¿Qué buscas?
—Sé que todavía
me amas como el primer día.
— ¿Y eso qué?
—Entonces no me
equivoco.
—Te pregunté
qué quieres —masculló él con voz dura, exigente.
—A ti.
—Lo tienes a Choi.
— ¡Pero Siwon
no es lo mismo! —Exclamó él, muerto de risa—. Siwon es viejo y feo. Tú en
cambio eres joven y me gustas mucho. — Yunho dejó escapar una sonrisa falta de
ánimo.
—Qué pena que
no te diste cuenta antes —replicó. Con todo lo que Dios sabía que le costaba,
se puso de pie y abandonó el lugar que compartía con Heechul sin desearlo.
Él lo vio
alejarse con la certeza de que todavía tenía el poder de movilizarlo, pero él
se le estaba resistiendo bastante. No lo había olvidado, sin embargo, una
fuerza extraña lo privaba de entregarse a él. ¿La vieja malnacida que lo
cuidaba como si se tratara de su hijo? ¿Los amiguitos que tenía? No. No habían
podido con él antes, menos lo harían ahora. La razón tenía que ser otro hombre,
otra persona.
* * *
— ¿Y cuál es el
camarote del costurerito? —preguntó Heechul a la empleada de limpieza a la que
le había sacado todos los demás datos acerca del pelinegro al que Yunho, como
un bobo, se había quedado mirando mientras practicaba nada más falto de clase
que boxeo. El mismo con el que había bailado. Yunho, que no bailaba. Yunho, que
no miraba realmente a nadie más que a él.
—No lo sé,
señor —respondió la empleada, cautelosa. Pero Heechul no era ningún tonto.
—Lo que yo creo
es que no me lo quieres decir. Y no tienes idea de los problemas que eso te
puede causar.
—No lo sé, se
lo juro.
— ¿Y quién lo
sabe? —insistió Heechul. La muchacha encogió los hombros.
—Quizás la
recepción. Las domésticas de su sector, el capitán… —replicó. Heechul se cruzó
de brazos en gesto amenazador.
— ¿Y cómo se
llama? —interrogó.
—Jaejoong.
— ¿Jaejoong cuánto?
—Kim Jaejoong.
— ¿Y cómo sabes
eso sin saber el camarote que le fue asignado?
—Ya le dije
todo lo que conozco —respondió la joven, temerosa—. Le entregué al chico su
menú diario en el comedor y tuve que tacharlo de la lista. En la lista figura
el camarote, pero yo no lo recuerdo.
—No lo
recuerdas, pero puedes averiguarlo —la empleada tragó con fuerza. No hicieron
falta palabras—. Lo vas a hacer.
Kim
Jaejoong, repitió Heechul en susurros. Ningún apellido reconocido,
nada de importancia. Lo había presentido, pero comprobarlo le demostraba que
deshacerse de ese hombrecito sería mucho más fácil de lo que pensaba. Sin
dinero y sin familia que sirviera como respaldo, era muy fácil que un muchacho
se viera desprestigiado ante un hombre como Yunho.
* * *
Jaejoong se
despidió del lugar principal de destino sabiendo que por la tarde, poco después
de mediodía, emprenderían el regreso. Todavía quedaban dos destinos más donde
detenerse a la vuelta, pero saber que el viaje había llegado a su punto máximo,
del cual solo restaba el retorno, le anudó el alma.
Después de
pasar por los últimos puertos, la última noche en el Paradise
llegó
muy pronto. Demasiado rápido para Jaejoong, que no volvería a vivir algo como
eso nunca. Rearmó su conjunto romano y huyó a su cuarto para darse un baño y
prepararse para la cena. Pensaba comer y después ir al casino, que todavía no
había conocido.
Se maquilló con
esmero y dedicación. Peinó su cabello negro y sonrió al espejo para sentir que
estaba acompañado. Volver a casa no era tan malo, después de todo. Había dicho
unas cuantas verdades a Yunho y sabía que en algún punto, aunque fuera profundo
y secreto, lo habían sorprendido. Volvería a ver a sus seres queridos, a las personas
que de verdad se preocupaban por él, y escaparía de la frivolidad y lo
superficial de la riqueza. Ser pobre era duro, pero lo liberaba de falsedades e
hipocresías.
En su barrio,
si dos personas no se soportaban, no se saludaban. Entre los ricos, los saludos
eran una especie de obligación social, aunque al dar vuelta la cara el otro hablara
pestes de aquel al que le había sonreído. En su barrio, cuando dos muchachos de
pandillas distintas se odiaban, se batían a duelo como los guapos de principios
del siglo XX y después, quizás, hasta hacían las paces. Eso lo atemorizaba, a
veces hasta acababan muertos o heridos de gravedad y temía que algún día Changmin
también se sumara a esos actos cuasi mafiosos; pero los ricos también se batían
a duelo, solo que no arriesgaban la vida en ello.
Dejó de
filosofar y emprendió camino. Quería aprovechar el tiempo lo máximo posible.
En el casino,
las luces llenaban el ambiente de color. El aroma era distinto de cualquier
otro conocido, como así también los ruidos que generaban las máquinas tragamonedas.
Pasar junto a las damas y caballeros que jugaban en los distintos
entretenimientos le aportó una cuota todavía más interesante al recorrido,
porque los perfumes que despedían aquellos cuerpos eran uno más delicioso que
el otro, y eso armonizaba cualquier paseo.
Yunho ya había
visto a Jaejoong en su conjunto de romano, como la noche de la discoteca, pero
él no se había dado cuenta. Él estaba de pie delante de la puerta de los
cuartos privados de póker, donde se había quedado quieto, admirándolo.
— ¿No piensa
jugar el hombre más afortunado del mundo? —le preguntó un conocido colocando
una mano sobre su hombro. Yunho asintió con un leve movimiento de la cabeza, se
volvió y se internó en el cuarto.
Jaejoong suspiró.
De pie entre las máquinas tragamonedas, levantó la vista hacia las mesas de
póker y allí recordó el cuento de las lavanderas, la historia de Yunho y la
compra de ese barco. Pensar que en ese lugar habíanacido la idea que hoy lo
tenía en ese sitio. Nada era por casualidad, nada era tan malo. Entregarse a Yunho
había sido lo más maravilloso que le había pasado en la vida, y lo segundo eran
los lugares que había conocido gracias a ese viaje, si no tenía en cuenta a su
hermano y a su mejor amiga.
En eso pensaba:
recordaba a su hermanito, imaginaba lo que podía estar haciendo en ese preciso
momento, cuando una bella mujer de vestido plateado invadió la sala. El universo
entero pareció detenerse ante su interrupción descontrolada.
— ¡Fue él!
—gritó señalando con el dedo.
Heechul se dio
la vuelta y sonrió. Su cómplice había llegado.
Jaejoong seguía
ensimismado en la mesa de póker y los pensamientos acerca de su hermano.
—Jovencito —lo
llamó un miembro de la tripulación.
Jaejoong lo
miró. Lo reconoció por el uniforme y por la cara: era el mismo que la había
escoltado hasta el despacho del capitán y después a la lavandería. Entonces vio
a la rubia que se le aproximaba fuera de sí.
— ¡Fue él!
—volvió a gritar. Jaejoong no entendía una palabra.
— ¿Está segura?
—interrogó el joven.
—Más que segura
—replicó la dama antes de dirigirse a Jaejoong, que fruncía el ceño preso de la
confusión—. ¿En dónde lo tienes, ladron? ¡No disimules y devuelvemelo!
Al darse cuenta
de que no entendía palabra, Jaejoong miró al tripulante.
— ¿De qué
habla?
— ¡De mi anillo
de diamantes, no te hagas el estúpido! —gritó la señorita.
Jaejoong se
puso rojo como las luces de algunas tragamonedas. Si bien no tenía idea de lo
que le hablaban, todos lo miraban y eso lo puso nervioso.
—Acompáñenos,
por favor —sugirió el tripulante.
Ante las miradas
que no dejaban de estudiarlo —algunos incluso lo miraban con desprecio, como si
ya se hubiera probado que él era un ladron—, aceptó. Una vez en el pasillo, el
tripulante continuó:
—Tendremos que
registrar su camarote.
El solo pensar
que pudieran entrar en su camarote y notar la ausencia de sábanas y cortinas
revolvió el estómago a Jaejoong. Todavía no había tenido oportunidad de reponerlas
y no tendría modo de hacerlo antes de que se inmiscuyeran en su cuarto. Pensaba
conseguir lo faltante en el lavadero esa madrugada, porque solo quedaba una
mujer de guardia.
—De ninguna
manera —contestó—. No sé quién es esta mujer ni sé de qué habla.
— ¡No te hagas el
zonzo! —replicó la otra. Tendría pocos años más que Jaejoong —. ¡Devuelveme lo
que me robaste!
—Joven Kim
—intervino el hombre—. Todo se aclararía si nos permitiera echar un vistazo a
su habitación.
Jaejoong
suspiró. Estaba perdido. Sin dudas no encontrarían un anillo de diamantes
porque él no se había robado uno, pero sí descubrirían que había destruido las sábanas
y las cortinas.
—Hagan lo que
consideren necesario —dimitió cabizbajo, con un hilo de voz. Estaba
acostumbrado a que en la vida todo, absolutamente todo, le saliera mal, ¿por
qué habría de pensar que la travesura de vestirse con sábanas y cortinas podía
salirle bien?
Transitaron los
tres el camino hasta su camarote. En la puerta hallaron dos hombres más que
hablaron con el tripulante de alto rango en secreto. Los dos hombres eran uno
el gerente del crucero y el otro un cadete, además del tripulante que revisó el
cartel de «No molestar». Jaejoong lo había colgado en el picaporte exterior
para que nadie entrara al cuarto ni siquiera a hacer la limpieza. Lo acomodó en
su lugar y abrió la puerta.
La devastación
del cuarto dejó a todos con la boca abierta. Faltaban las cortinas, los
ganchos, las cintas que permitían sujetarlas y eso daba la impresión de un
cuarto vacío. Además, faltaban las sábanas: la cama estaba deshecha y el
acolchado hecho un bollo en la punta.
Sin pedir
permiso, como hubiera hecho de no haberse encontrado con semejante
desconcierto, el gerente dio un paso adentro.
— ¿Pero qué
pasó acá?—se preguntó en voz alta—. ¿Pasó un tornado y no nos enteramos?
—Lo dudo —dijo
la altanera mujer que acusaba a Jaejoong de robo.
—Revisen
—ordenó el gerente.
—Lo lamentamos,
joven Kim —se excusó el tripulante, que se hacía evidente había sentido pena
por él. Jaejoong conservaba ese gesto taciturno en el rostro y la cabeza
gacha—. Confiamos en que todo se arregle pronto. Lo penoso es que las cámaras
de seguridad no hayan capturado nada, de lo contrario nos ahorraríamos todo
este procedimiento.
— ¿Es este? —el
empleado alzaba un anillo que había recogido de la cómoda.
—Eso era de mi
padre —explicó Jaejoong. Él siempre llevaba el anillo de bodas de su padre en
su cajita de alhajas. En esa oportunidad, lo había dejado sobre la cómoda porque
había vaciado el contenido de la caja donde este se hallaba en busca de un par
de aros.
—Eso es una
baratija —replicó la mujer sobre la voz baja de Jaejoong —. Dije que el mío era
de diamantes.
Jaejoong no se
sintió herido por el comentario despectivo de la mujer, pero sí por la agresión
hacia su padre. Estaba seguro de que a él le había costado un buen sacrificio
comprar algo que una ricachona que jamás había conocido el hambre osaba
menospreciar. Sin embargo, se tragó el discreto insulto que acababan de
proferirle y permaneció callado.
— ¡Ese es!
—gritó la mujer antes de que el empleado de menor rango, que acababa de extraer
el lujoso anillo de un cajón, pudiera hablar.
Jaejoong alzó
la cabeza de inmediato. Eso era imposible, él jamás se había robado nada.
— ¡Jamás lo
había visto en mi vida! —reclamó—. ¡Eso no es mío!
— ¡Claro que no
es tuyo, ladron barato! —le contestó la mujer con todas las ínfulas del mundo.
—Joven Kim…
—comenzó a hablar el tripulante, pero la mujer lo interrumpió.
— ¡No me
extraña que me haya robado, teniendo en cuenta lo que hizo de este camarote!
—soltó.
— ¡Eso puedo
explicarlo! —se defendió Jaejoong.
—Entonces
explíquenoslo, por favor —pidió el hombre, que conservaba la calma.
Jaejoong tragó
con fuerza. Calló.
— ¿Qué pasó en
este cuarto? —interrogó el gerente.
Jaejoong callaba.
No se atrevió a hablar, sus ojos se llenaron de angustia.
— ¡Ya ven!
—gritó la mujer.
— ¿Qué está
pasando?
Solo eso
faltaba, pensó Jaejoong. Yunho. Todos se quedaron congelados ante su aparición.
Heechul pensaba
hacer que Yunho se enterase más tarde del delito que había cometido el
costurerito, porque no se imaginó que él estaría en el mismo lugar que él
cuando la acusasen del robo. Le había salido mejor de lo que esperaba, porque Yunho
se había dado cuenta del escándalo y los había seguido hasta el lugar mismo de
los hechos. Por prudencia, él no se movió. Si quería hacer creíble la mentira,
tenía que fingirse interesado en el chisme, pero no demasiado involucrado en la
acción.
— ¡Este
ordinarie se robó mi anillo de diamantes! — exclamó la mujer en respuesta a la
pregunta de Yunho, sin miramientos de si él era el dueño del barco o un
tripulante cualquiera.
En lugar de
hablar, Jaejoong se cubrió el rostro con las manos e irrumpió en un llanto
desconsolado. Le temblaban las manos y las piernas, era incapaz de reaccionar
de otro modo ante la injusticia.
Yunho se le
acercó con intenciones de despejarle la cara, pero cuando dio un paso dentro
del cuarto, se quedó congelado ante el desabastecimiento.
— ¿Pero qué…?
—preguntó con el ceño fruncido.
—Eso es lo que
todos estamos esperando que la joven Kim explique —respondió el gerente. Yunho
se volvió hacia él.
—Jaejoong —le
dijo en un tono muy suave.
— ¡Lo conoce! —Exclamó
la víctima del robo—. ¿Cómo puedo esperar que reciba un castigo justo?
Yunho miró a la
mujer con irritación. No lo demostraba, pero le había provocado rechazo al
maltratar a Jaejoong, que todavía lloraba como un niño acusado de romper un jarroncito
caro. Nadie merecía semejante trato, nadie. Y él odiaba a la gente que se creía
más que otros porque había tenido la suerte de nacer para ser servida. Le
despertaban asco, repugnancia; pero sobraban en su mundo.
—Lo vi salir de
mi camarote —explicó la mujer—. Lo seguí porque no vi que llevara uniforme de
limpieza pero no pude alcanzarlo. Luego descubrí que mi anillo había desaparecido
y por eso lo buscamos. Estaba en el casino, el muy descarado, gastándose el
dinero que debe haber robado a tantos en este barco.
Él no había
robado ni había jugado un solo centavo en el casino, pero al parecer ser pobre
y haberse equivocado en un tonto formulario eran sinónimos de ser ladron y merecer
castigo.
— ¿Qué hacía en
el camarote de la señora, joven Kim? —Preguntó el gerente—. ¿Cómo explica que ninguna
casa de ropa reconocida venda una sola prenda suya?
Se habían
encargado de averiguarlo cuando pesó sobre él la acusación. Era lo que el
gerente había comentado al tripulante de alto rango al oído ni bien habían
llegado al cuarto.
—Díganos el
nombre de una casa de ropa —pidió el tripulante, un poco más amable—. Una sola
casa respetable que venda alguna de sus prendas.
Ese hombre sí
parecía conservar cierta fe en él. Fue eso lo que impulsó a Jaejoong a ser
honesto con él. Preso del llanto y los saltitos que daba por la congoja,
articuló algunas palabras sin descubrirse la cara.
—Puede preguntar
a mis clientas —replicó. El sonido salía entre un hueco que dejaba la unión de
sus dos manos frente a la cara—. Apenas coso cierres y algún que otro
dobladillo. No soy más que un modisto.
Yunho sacudió
la cabeza. Le pinchaba el corazón. No quería que Jaejoong se sintiera
descubierto y humillado, nadie mejor que él podía saber en carne propia lo que
eso significaba. No quería sentir, pero ya era demasiado tarde para impedirlo.
—Eso no es
verdad —replicó con voz poderosa—. Es que todavía no descubrieron tu talento.
— ¿Perdón? —Interrumpió
la víctima del robo—. Este costurerito me robó un anillo de diamantes —recordó
a todos los presentes. Destacó la palabra costurerito. Yunho
entrecerró los ojos porque lo había percibido y la habría callado de una buena
indirecta, pero tenía que guardarse las réplicas porque era una pasajera y,
ante todo, tenía que conformarla.
— ¿Y la
habitación? —continuó el gerente, ofuscado—. ¿Qué pasó con todo lo que falta en
este camarote?
— ¡Basta! —Yunho
calló a su empleado como no podía enmudecer a la pasajera, quizás por demás
brusco—. Jaejoong —le habló con suavidad, tomándolo de los antebrazos en un
intento porque se descubriera la cara. Estaba seguro de que, además de
angustia, él sentía vergüenza—. Explicámelo a mí.
Jaejoong se descubrió
el rostro lentamente. Tenía la piel de los pómulos enrojecida y húmeda, y Yunho
se odiaba por desear secarla.
—Yo no fui…
—alcanzó a balbucear él.
— ¡Ja! —Se
burló la mujer—. ¡«Yo no fui»! ¡Buena excusa!
— ¿Cuán segura
está de que fue él? —insistió Yunho sin mirar a la mujer a los ojos porque
temía se diera cuenta de que la odiaba.
— ¡Lo vi con
mis propios ojos! Y el anillo fue hallado en su cajón. ¡Dígaselo! —Ordenó al
gerente—. Parece mentira, la víctima es una y todos defienden al ladron.
—Jaejoong —insistió
Yunho con suavidad—. ¿Puedes explicar qué pasó en este cuarto? ¿Puedes decirnos
por qué el anillo estaba en tu poder?
Jaejoong permanecía
en silencio, angustiado.
— ¡Dejarlo aquí
es una amenaza para todos! —Gritó la dueña del anillo—. Voy a hacer saber esto
a todos los medios de comunicación para que nadie más ponga un solo pie en este
barco donde se premia a los ladrones. ¡Mi marido es el dueño de un multimedio!
Yunho negó con
la cabeza. No le quedó más opción que llevar a cabo el plan más desagradable.
—Está bien
—consintió—. Llévenlo al cuarto de detención.
Jaejoong le
dirigió una mirada pétrea.
— ¿No le
consultamos la decisión al capitán? —indagó el tripulante.
—No será
necesario —replicó Yunho sin dejar de mirar a Jaejoong. Se atrevía a sostenerle
la mirada—. Lo decidí yo.
Jaejoong estalló.
— ¡Eres una
basura, Yunho! —gritó—. ¡Vete a la mierda!
Y lo abofeteó.
El boxeador le dio vuelta la cara.
El empleado de
menor rango se aproximó para detenerlo, pero Yunho se lo impidió.
—Está bien
—dijo alzando una mano en gesto preventivo. Que nadie tocara a Jaejoong. Nadie.
— ¡Ya ven! —Exclamó
la que había sido víctima del robo—. ¡Ya ven lo que es capaz de hacer este
malcriado!
No hizo falta
que los hombres detuvieran a Jaejoong como la palabra lo indicaba. Al ver que
se le acercaban, Jaejoong caminó delante de ellos para dirigirse hacia donde
quisieran llevarlo.
—Trátenlo con
gentileza —advirtió Yunho a los hombres.
—Se lo
agradezco —le dijo la mujer, que pareció no oír aquella orden—. Tiene que
hacerse justicia.
Yunho no le
prestó atención. Se había quedado mirando el cartel de «No molestar».
* * *
Una hora más
tarde, Jaejoong acurrucaba sobre sí mismo, con las rodillas pegadas al pecho,
tratando de soportar el frío que en ese sitio apartado y solitario le calaba
los huesos.
Jamás había
vivido una humillación semejante, tanta mentira e injusticia lo abrumaban, pero
al menos había dejado de llorar. De pronto el tripulante que siempre había
conservado la fe en él abrió la puerta y le dirigió la palabra.
—Acompáñeme,
por favor —pidió. Jaejoong alzó una ceja.
— ¿Por qué? —se
la notaba más fuerte e incluso con dejos de ironía—. ¿Piensan arrojarme a los
tiburones?
El tripulante
soltó una risita y lo esperó para llevarlo hasta el ascensor.
Una vez en el
piso indicado, condujo a Jaejoong por una serie de pasillos secretos hasta una
zona privada. Un corredor angosto al fondo del cual solo había una puerta blanca
de doble hoja.
— ¿A dónde me
lleva? —interrogó él, desconfiado.
—A nadar con
delfines —respondió el hombre.
no no, te odio rojo maldito, JJ no hizo nada, Yunho te das cuenta de que no lo puedes dejar lo ves? el te ama y lamentablemente tu a el no, tu eres un tonto que no se da cuenta de las cosas
ResponderEliminarNo puede ser que sean tan injustos con Jae y encima Yunho no hace nada para que no lo humillen... Ese sujeto pelirrojo de veras se esta ganando mi rencor, como pudo armar todo para que acusen a Jae? lo que quiere es separarlo de Yunho pero no lo va a lograr.
ResponderEliminarA ver y ya es hora que yunho abra sus hermosos ojos a la realidad y ayude a Jae.
hechul muereteeeeeeeeeeee...
ResponderEliminarperra suerte no puede ser tanta injusticia...
yunho es un estupido...como permitio tanta humillacion contra jaejoongie.
chul pagaras caro esto.
gracias por el capitulo
Ah maldito heechul eres un desgraciado..
ResponderEliminarEn serio Yunho? Es en serio? Bien merecido te tienes lo q te dijo y el bofetón que te dio Jae ... Me dio un coraje maldito grr...
Pobre Jae de veras que no se merece algo así :(
Mugre Heechul ojalá te arrojen a los tiburones y si Yunho no ayuda a Jae también. Gracias.
ResponderEliminarHeechul eres un desgraciado tu si eres basura mira q hacer pasar por x todo eso a mi jaejongie creo q te va a salir el.tiro por la culata
ResponderEliminarmaldito heechul te maldigo ..!! eres un mentiroso despreciable (=`〜´=)
ResponderEliminarmi jaejoong seria incapaz de robar T^T
bien merecido esa cachetada que le dio jaejoong a yunho (`ー´)
ahora a donde se lo llevaran a mi jaejoong (*≧m≦*)
Heechul, ojalá que te Jodan mil cocodrilos!!!
ResponderEliminarAhhh JJ se ve precioso con esa ropa *^*
Ameeee la escena de celos de YH *^* el bruto cree q todos son unos lujuriosos xD
Yunho!!! Mi héroe!!! Hechul a ti si espero que te hagan caminar por la plancha y te echen a los tiburones!!!
ResponderEliminarYunho!!! Mi héroe!!! Hechul a ti si espero que te hagan caminar por la plancha y te echen a los tiburones!!!
ResponderEliminarQue lindo el chico, ojala que se hagan amigos xD ...grrr detesto a esa vieja altanera, ojala que la descubran y la castiguen junto a Heechul.
ResponderEliminarGracias por compartir.