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Nada mas que una noche: Capitulo 14

Capítulo 14


CUANDO Heechul dejó a Yunho en su casa, eran las cinco de la mañana.
Después de esa noche, él ya no pudo olvidarlo. Trabajaba en la oficina de su padre todas las tardes, no gastaba un solo centavo en la facultad para ahorrarlo para el fin de semana y a veces descargaba en su madre la inferioridad que su padre le hacía sentir a él. Lo hacía sin darse cuenta, sin poder controlarlo, porque no sabía canalizar tanto dolor de otro modo.
Así pasó un mes en el que Yunho lo resistía todo por Heechul: las humillaciones de Kyung, las largas caminatas para ahorrar el dinero de transporte hacia la facultad, los mediodías sin comer para no invertir en un almuerzo que le restara un trago a Heechul el sábado a la noche.
Cuando iban al bar, hablaba con los amigos de su novio, se lo veía feliz y seguro de sí mismo; le compraba regalos y flores. Como le había pasado pocas veces en la vida, sentía que flotaba en una nube.
La cuarta noche que hacían el amor en el automóvil — se veían solo los sábados—, él le dijo que lo amaba. Heechul lo miró al tiempo que saltaba sobre su miembro erguido para que se le hundiera más y más hasta llevarlo al orgasmo.
—Lo importante es que te guste —replicó antes de enterrar la cara de Yunho entre su pecho tostado.
Pasaron otro mes viéndose los sábados. Yunho no se cansaba de hablar con todos de su hermoso novio y de explicar lo maravilloso que era la vida desde que Heechul había aparecido.
Una noche de viernes, dos de sus amigos de la universidad fueron al resto-bar y allí estaba Heechul, el famoso novio de Yunho, besándose con un apuesto hombre de su edad.
Cuando quisieron contárselo a Yunho, él los insultó. Les dijo que lo envidiaban, que eran los peores amigos que jamás podría haber tenido y que su novio era un hombre intachable.
El sábado, él lo plantó. El esperó tres horas bajo la lluvia en una esquina del centro, pero Heechul jamás apareció y no atendía el celular. El domingo lo llamó por teléfono a su casa. La empleada le dijo que había salido. No lo halló hasta el jueves.
— ¿Qué quieres, Yunho? —Le preguntó él de mala gana—. Me dijo mi muchacha que me llamaste toda la semana. ¿No tienes nada que hacer?
—Me preocupe —respondió él—. El sábado no apareciste.
—No pude.
— ¿Qué pasó? ¿Estás bien?
—No pude —repitió él. Con su tono de voz le hizo saber que no pensaba darle ningún tipo de explicación.
— ¿Podemos vernos? —insistió él con la voz tomada por la angustia.
— ¿Hoy? ¡Imposible!
—Quiero verte, te extraño.
—No actúes como un adolescente, Yunho —le espetó él—. Nos vemos el sábado.
Y colgó.
Que él fuera tres años mayor a veces pesaba sobre Yunho, porque Heechul lo trataba como a un inexperto, sensación que se acrecentaba porque él no era solvente. No tenía dinero, y el dinero tenía contento a una pareja. Le demostraría que, aun sin riquezas, era todo un hombre.
El viernes fue a buscarlo al bar al que él concurría. Le compró flores y llevó el anillo que había pertenecido a su abuela materna para ofrecerle un compromiso serio. Él era un hombre y él tenía que darse cuenta.
El corazón se le aceleró al ver el descapotable en la puerta. Pensó que su novio podía estar con sus amigos, pero eso no le importó. Estaba seguro de lo que haría, y si Heechul lo rechazaba en público, bien valía la pena correr el riesgo. No lo rechazaría, Heechul lo amaba, y Yunho confiaba en sí mismo.
Entró al lugar, el primero al que él lo había llevado. La oscuridad le impidió ver con claridad en un principio hasta que los ojos se acostumbraron a la penumbra y alcanzó a divisar su esbelto cuerpo cubierto de prendas rojas delante de la barra de bebidas.
El corazón se le paralizó. Él estaba sentado junto a un hombre elegante y apuesto, visiblemente mayor que Yunho. Se notaba en su traje y en su porte distinguido. Él tenía la mano en su cintura. Yunho vio que Heechul sonrió y después se le echó encima como un prostituto. Lo besó con ardor, con deseo insatisfecho, y luego volvió a su lugar para beber un trago.
Yunho estaba congelado. De pronto se dio cuenta de que unos cuantos pares de ojos indiscretos se habían detenido en él, posiblemente porque lo habían visto con Heechul en otras oportunidades y ahora observaban su desengaño con curiosidad y hasta con algo de diversión.
Dejó el ramo de flores sobre una mesa vacía y se  acercó a él. Tragó con fuerza el nudo de dolor que se le había formado en la garganta, buscaba así recomponerse antes de hablar, aunque no tenía idea de cómo podría hacerlo.
—Heechul —al final la voz le salió ahogada, como una súplica. Él se dio la vuelta. El sujeto que lo acompañaba no se dignó a hacer lo mismo.
—Yunho —masculló el hombre con frialdad—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine por ti —respondió él con la voz marchita.
—Te dije que no actuaras como un adolescente, y eso es exactamente lo que haces —le espetó él con crueldad.
—Heechul…
Heechul no podía creerlo: ¡Yunho estaba a punto de echarse a llorar, contenía el llanto! Resopló impaciente,  salió del bar. No quería que él lo hiciera pasar vergüenza delante de sus amigos. Yunho lo siguió. Pensó que él lo conduciría hasta su auto, pero no lo hizo. Tan solo se sentó en un banco frente al río.
—Yunho —le dijo cuando él se sentó a su lado—. Parece que no entendiste.
— ¿Qué hacías, Heechul? —preguntó él, ignorando lo que él le decía, preso de su dolor.
—Va a ser mejor que no volvamos a vernos.
Las palabras estrujaron el pecho de Yunho, lo hicieron sentir desolado.
—Pero Heechul… —arguyo.
—Es lo mejor.
—Por favor, no lo hagas —suplicó—. Te perdono. No importa lo que hayas hecho, yo te perdono.
Él sofocó una risa de incredulidad. ¡Yunho al borde del llanto! ¡Eso sí que era gracioso! Eso le pasaba por meterse con chiquitos.
—No estoy pidiéndote perdón, Yunho —replicó, duro e inflexible.
El tono burlón de su voz hirió a Yunho en lo más profundo. Le recordó las burlas y humillaciones que soportaba desde niño por parte de su padre. Cuando este le arrebataba los cuadernos de las manos para controlar que hubiera hecho la tarea, por ejemplo, o cuando le decía que su madre era la peor mujer del mundo. Sí, esa misma que para él, en cambio, era su vida.
Sin embargo, ignoró todos esos pensamientos porque Heechul lo amaba, de ningún modo era como Kyung, y él le demostraría que sentía lo mismo por él.
—No me dejes —suplicó. Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Te amo.
—Eso no es suficiente, Yunho —respondió él con los ojos fríos y la voz impaciente. En realidad le gustaba ver a Yunho en ese estado, lo hacía sentir fuerte y omnipotente, pero a la vez estaba apurado por volver con su nuevo novio—. ¿No te das cuenta? No eres hombre para mí —comenzó a enumerar con los dedos—. Todavía te falta recibirte, vives con tu madre, dependes de tu padre para subsistir. ¡No puedo perder cinco años, que es lo que por lo menos te llevaría establecerte en una casita mediocre, fornicando en mi auto! No soy un chiquilino para estar haciendo eso, sería bueno que lo entendieras. Eres tú el que debería pedirme disculpas por pretender hacerme perder el tiempo. Quiero un hombre independiente y solvente. Y tú sabes bien que no lo eres.
—Te lo prometo —se apresuró a decir él. Intentó tomarle las manos, pero él las apartó—. Te prometo que lo voy a ser.
Heechul rió, irónico.
— ¿Y cuándo será eso, Yunho?
Yunho no podía responder. No tenía idea de cuándo podría convertirse en lo que él esperaba ni si alcanzaría alguna vez el nivel de vicia que Heechul pretendía. Tampoco quería mentirle. Solo sabía que siempre había deseado ser solvente para no depender de Kyung y tenía muy en claro que haría todo lo que estuviera a su alcance para que ese objetivo se cumpliese.
— ¡Te lo prometo!
Él lloraba. Heechul no lo resistió. Se puso de pie y se aproximó al escalón que lo internaría otra vez en el restobar.
—Basta, Yunho —ordenó—. Dejemos la escenita aquí. Deberías buscarte alguien de tu altura, en todo sentido. Adiós.
Yunho no se movió. Observó a Heechul alejarse, esa figura de ensueños que lo abandonaba cuando él más lo amaba.
Compró cerveza y bebió hasta no tener un solo centavo más. Después creyó que volver con semejante borrachera a su casa sería una falta de respeto hacia su madre, entonces se quedó vagando. ¡Mi pobre madre!, pensó. Y volvió a llorar.
Caminó por las calles mareado, consternado por el dolor que ocasionaba la perdida. Se apoyó contra una pared creyendo que vomitaría —nunca se había embriagado—, pero a cambio acabó llorando de nuevo, preso de los recuerdos. Su mamá… Había sido tan injusto con ella. Le parecía verla en los baños, metiendo la mano en excusados ajenos para subsistir.
— ¡Miren! —Exclamó una voz detrás de él—. ¡Llora una mariquita!
Los cuatro patoteros intentaron quitarle el pequeño trozo de dignidad que le quedaba, y él se rebeló. Golpeó su destino, su pobreza, su estúpida edad. La ira le dio fuerzas, pero cuatro eran más que uno ebrio, y acabó tendido en el piso, molido a patadas y sin el anillo de su abuela.
Todo le salía mal: su padre lo humillaba, su madre limpiaba mugre ajena para subsistir, su novio era demasiado para él. Caminó hasta el muelle otra vez. Se sentó en el mismo banco en el que Heechul, su adorado novio, lo había dejado. Todo le daba vueltas. Entonces vomitó y luego se quedó dormido.
— ¡Eh, pequeño! —una macana le hundió el atractivo y desmejorado rostro—. ¡pequeño!
Yunho abrió los ojos y alzó la cabeza. Un policía le hablaba desde su metro ochenta y cinco de estatura.
—Si no te vas, te llevo a la comisaría. ¿Dónde vives?
Yunho se puso de pie sin dar respuesta y caminó rumbo a su casa. Ya había amanecido.
Hasta que llegó a destino se hicieron las diez de la mañana. Su madre lo esperaba en salto de cama, cruzada de brazos delante de la mesa del comedor.
— ¿En dónde estabas? —fue lo primero que preguntó. Él quiso avanzar sin responder, pero ella elevó la voz, obligándolo a detenerse—. ¿En dónde estabas, Yunho?
—Dejame en paz —replicó él. Su madre, como solo unas pocas veces en la vida había hecho, le gritó.
— ¡No te vas sin responder! —reclamó—. Mientras vivas bajo mi techo, aquí no llegarás borracho ni golpeado, ni a la hora que se te ocurra, mucho menos sin avisar. No me dejarás con la palabra en la boca ni darás respuestas de adolescente irrespetuoso, porque yo no te crié así. ¿Entendiste?
Yunho, que se había quedado quieto de pie delante de la escalera con el primer grito, no respondió. Bajó la cabeza y recibió paciente la caricia que su madre le profirió en la nuca.
— Ven, sientate —pidió ella con la voz suave del arrepentimiento. No quería gritar a su hijo, pero era tanto el miedo que había sufrido por él que hasta se sentía capaz de darle una bofetada.
Yunho obedeció. Se sentó a la mesa con más ganas de estar muerto que vivo y esperó a que su madre le volviera a hablar.
—Nunca habías hecho una cosa así —le dijo antes de secarse la nariz con un pañuelo—. ¿Cómo fue que te emborrachaste? Tienes olor a cerveza por todas partes.
— ¿Cómo quieres que no me emborrache, si nunca antes había tomado? —replicó él. En su voz se evidenciaban el dolor y la angustia de sentirse desolado—. Todos han tomado menos yo, el estúpido de Yunho que durante la secundaria se la pasaba encerrado en su casa porque nunca tenía un centavo para hacer otra cosa.
—No tiene nada de bueno tomar, Yunho —quiso consolarlo su madre, pero él no se contentó con esa justificación.
— ¡Nunca hice nada! —Exclamó al tiempo que lloraba —. Nunca pude. Todos salían, todos bebían, todos hacían lo que querían menos yo. ¡Yo nunca pude hacer nada!
—Tienes toda la vida por delante…
— ¡Pero mi vida está transcurriendo ahora y yo estoy muerto!
Hye lo abrazó. Su hijo no respondió al abrazo.
—No digas eso, hijito, por favor —replicó su madre, ahogada en lágrimas. Conocía el dolor de su hijo y lloraba no solo porque lo sentía igual que él, sino además porque no podía sanarlo—. Créeme, Yunho —intentó—. Si pudiera te habría dado un mejor padre, también una mejor madre, pero esto soy yo y no puedo ser otra cosa.
— ¡Ni siquiera puedo conquistar un buen chico! — Reclamó él, enojado con la vida—. Voy a terminar con un cualquiera salido de un barrio de mala muerte. ¡Ni siquiera eso! ¡Acabaré solo, sentado frente al fuego contigo!
Hye suspiró y le tomó la mano mojada. Yunho se limpiaba las lágrimas con los dedos.
—Yunnie, eres un muchachito hermoso con toda una vida por delante.
— ¡Me voy a arrojar abajo del tren! —Exclamó él ignorando las palabras de su madre—. ¡Eso es lo que voy a hacer! ¿Para qué quiero vivir si no tengo nada por qué luchar?
—Algún día conocerás a un buen hombre, tendrás hijos con el y formarás tu propia familia, que no tiene por qué ser como la nuestra. Tú no eres Kyung y ese hombre no será como yo.
—Ya lo conocí y no me quiere. No me quiere porque no tengo nada y mi madre no es más que una sirvienta. ¡Tú le limpias el culo a gente como él!
Yunho tembló con la fuerza del llanto y de la culpa. Acababa de decir algo que no sentía, algo que no valía la pena decir porque hería a la persona que más amaba en el mundo. Pero él era malo, lo había heredado de Kyung, y no lo podía controlar.
—Perdón —balbuceó—. Perdóname, mamá, perdóname… —suplicó amontonando las palabras. Su madre le besó la cabeza e ignoró el daño que él le había causado por ayudarlo a sanar las heridas que por siempre tendría abiertas.
—Si ese hombre se avergüenza de ti porque eres pobre, entonces no es un buen hombre y no te quiere.
— ¿Tú qué sabes? —se ofendió él—. Heechul es el mejor hombre del mundo, soy yo el que no lo merece.
—No digo que no lo sea, pero…
— ¡Pero soy yo el que no tiene nada que ofrecerle! —la interrumpió—. ¡Nada!
Su llanto desconsolado abrió una profunda herida en el interior de su madre, que le apretó la cabeza contra su vientre con desesperación. Yunho se hundió en su salto de cama de toalla, jaló las mangas de color violeta y susurró entre el llanto:
—Perdóname por todo, mamá —suplicó—. Perdóname. Te amo.
—Y yo te amo a ti, mi cielo —respondió Hye y le besó el cabello enmarañado. Lo sostuvo así, contra su vientre, como si deseara protegerlo en su interior de nuevo, largo rato.

* * *

Una semana después, Hye encontró la respuesta a los dolores y afecciones físicas que la aquejaban desde hacía al menos tres meses. Tenía cáncer óseo.
A todo el dolor de su alma, Yunho tuvo que sumar el hecho de que perdería a la única persona que lo había amado como él lo necesitaba, y asumir que se quedaría solo. Completamente solo.
Recordaba que alguna vez había dicho a su madre que pasaría su vida con ella como si eso fuera la peor cosa del mundo. Ahora no solo deseaba que eso sucediese, sino que se sentía atormentado por la culpa de haberla herido con palabras vacías, con cosas que en realidad no sentía. Su madre había sido una víctima del resentimiento de su padre y luego del suyo. El, esclavo de sus frustraciones, había cargado en su madre su dolor sin comprender el de ella.
Hye se había casado con Kyung enamorada, cuando los dos trabajaban en una fábrica. Mientras tanto, el hombre completó sus estudios y casi de inmediato su excelente capacidad le permitió crecer en su carrera. Muy pronto su mujer pasó a ser un estorbo, insignificante para él con el primario apenas terminado, y la dejó encerrada en casa. Sin trabajo y sin amigas, Hye se recluyó en su hogar para atender a su exitoso marido mientras él se revolcaba con su secretaria, en la oficina.
Desde que se convirtió en un hombre de éxito, Kyung se tornó frío y despótico. Controlaba cada movimiento de Hye; criaba a Yunho, que era un niño sensible como su madre, con dureza innecesaria, y relegaba a su familia en función de que se sintieran ínfimos frente a su grandeza.
Un buen día se cansó de fingir y se fue. Se fue reclamando la mitad de la casa y exigiendo que Hye y su hijo se mudaran a una vivienda más pequeña, una que él había comprado entre las propiedades con las que negociaba. Hye, que podía tener solo educación primaria pero era una mujer inteligente, pidió un préstamo, pagó por un abogado y obtuvo el divorcio, una casa y una manutención que Kyung tendría que aportar hasta que Yunho completara estudios universitarios. Por aquel entonces, él tenía siete años.
Constructora Wang creció al punto que muy pronto el dinero que Kyung enviaba todos los meses para su hijo equivalió a la suma que pagaba por el seguro de su coche. No por eso y porque las cosas iban aumentando, incluso los gastos escolares de Yunho, pagó un centavo más. Entonces Hye buscó empleo y acabó fregando casas.
—No vas a trabajar más —dijo Yunho a su madre tras escuchar la trágica noticia de su enfermedad, aunque todavía no caía en la cuenta de lo que eso implicaría para su propia vida. Hacía tiempo que deseaba trabajar, pero ella no se lo permitía para que terminara sus estudios, que le consumían casi todo el día—. Y yo no voy a ir más a trabajar con Kyung —agregó después—. Estoy harto de sus humillaciones. Pienso buscar otra cosa que nos permita vivir y a mí seguir estudiando.
—Tu padre quiere enseñarte el negocio —Hye intentaba rescatar a su hijo del rencor. Si ella tenía que partir, quería dejarlo acompañado, no quería dejarlo solo.
— ¿Clasificando papeles? —rió él con ironía. Se hizo un silencio que Yunho rompió con un reclamo, con la desesperación de sentirse impotente—. ¡Todo esto es una mierda, mamá! ¿Por qué tenías que enfermarte?
Yunho habría luchado contra cualquiera que deseara dañar a su madre u obligarla a abandonarlo, ¿pero cómo luchar contra una enfermedad? ¿Cómo resignarse a que su vida se apagaba?
—Hijo… —continuó la mujer—. No vivas pidiendo explicaciones a la vida. No guardes rencor en tu corazón, porque eso amargará tus días.
—Ese es tu problema —reclamó Yunho—. Con la excusa de no guardar rencor a Kyung siempre lo justificas, lo perdonas y dejas que haga lo que quiera, incluso que me humille. Nunca fuiste capaz de defenderme.
— ¿Qué quieres que le diga? ¿Que eres un estudiante brillante, que serás un ingeniero mucho más capaz y exitoso que él algún día?
Yunho no la miraba. Sonrió con ironía.
—No puedes creer eso de mí —replicó—. Ni siquiera yo lo creo.
—Lo serás —su madre le tomó la mano—. Yo sé que sí.
Trataron de vivir los últimos meses de vida de Hye como si todo fuera a continuar. Solo hubo una acción cotidiana y en apariencia intrascendente que se convirtió en la más importante de sus vidas. Fue una tarde invernal de sol en la que Yunho dibujaba una entrega sobre su escritorio y su madre entró, como de costumbre, con la humeante taza de chocolate caliente entre las manos. Estaba más delgada que nunca, pálida y dolorida, pero todavía se levantaba de la cama. Todavía le llevaba la taza a su cuarto.
Yunho giró la cabeza cuando se abrió la puerta. Hye se olvidó de todo dolor y le sonrió, como siempre hacía porque no deseaba preocuparlo. Los labios de Yunho temblaron, pestañeó con ligereza: su madre no volvería a entrar en su cuarto, el chocolate jamás volvería a saber igual que preparado con sus manos llenas de amor; tendría que conformarse con el que preparara el empleado de una cafetería por un sueldo, o el que hiciera él, que solo albergaba dolor y maldad, por eso su infusión sabría amarga. Su madre ya no volvería a sonreírle desde la puerta ni a perdonarle todas sus injusticias; nadie lo haría porque solo ella lo amaba tanto como para eso, ni lo abrazarían para que el dolor fuera mermando hasta casi parecer que jamás había existido.
Se dio cuenta de que nunca volvería a tener todo eso porque su madre moriría. Entonces se puso de pie y corrió a arrodillarse frente a ella, llorando como un niño.
—No me dejes, mamá, por favor —suplicó—. ¡No me dejes solo!
Hye le acarició el cabello mojado. Yunho se había duchado hacía un momento y olía a colonia barata, la única que podían comprar.

—Yo siempre voy a estar contigo —le prometió ella con entereza—. Siempre te sonreiré, orgullosa del maravilloso hombre que eres, tal como estoy haciendo hoy. Eso es todo lo que debes llevar de mí en tu memoria. El resto debe ser solo futuro. El grandioso futuro que yo te voy a enviar desde el cielo.

8 comentarios:

  1. hermoso simplemente hermoso ... recién me he leído toda la historia completa y pues ahora puedo comprender mejor a yunho del porque hace las cosas de ese modo ... ah!! espero que entienda que le puede abrir su corazón a jae y asi este por su forma de ser pueda ir sanando sus heridas ... y heechul ... pues que se pierda el solo pero que no arrastre a yunho con el (lo siento pero he odiado mucho a heechul por lo que le hizo a jae y ahora porque se lo que le hizo a yunho) gracias unnie sigue escribiendo este fic me has dejado muy intrigada con el desarrollo de este <3

    ATTE: misa chan

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  2. noo que triste que se la paso, me duele tanto Heechul malo muy malo, Yunho ama a su madre y me entristece lo que sucede :(

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  3. T_T QUE TRISTE abuuuuuuuuu

    Que histroia tan triste, pobre Yunho todo lo que tuvo que pasar por enamorarse de una mala y horrible persona, ahora comprendo por que actua asi ,a l final hasta daño a su mama con sus palabras, cuanto rencor tuvo que tener y guardar en su corazon.

    Ahora ese .... quiere volver y dañarlo mas, no puede ser, yo se sera Jae quien lo ayude, cure su corazon y le enseñe a volver amar pero a la persona correcta.

    La verdad este capitulo me conmovio mucho, algunas lagrimas cayeron pero este capitulo que escribiste unnie fue genial.

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  4. :-( ke triste situacion

    pero debe desquitarse con chul
    jaejoong no tiene la culpa de lo ke le paso. el tambien a tenido una vida horrible oero no anda dañando a los demas.

    eso pienso yo. en fin veremos

    gracias por el capitulo

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  5. Me dio mucha pena la situación de Yunho
    Heechul es despreciable...
    Perder una madre debe ser algo realmente doloroso y más si es lo único que tienes...
    La historia del pasado de Yunho es algo muy triste... Algo realmente triste y que repercutió en su futuro y en su presente :(

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  6. Es muy triste lo de su mamá, es un amor insustituible, el rencor que tiene a su padre hizo que se desquitara con su madre y el mal que le hizo Heechul lo desquita con sus amantes al ser indiferente. Gracias.

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  7. T^T que tristeza :(
    yunho tuvo que pasar por muchas cosas difíciles todo por la culpa de su papa y ese desgraciado sinvergüenza de heechul (`ー´)
    la mama de yunho nooo.. cáncer no... ToT
    yunnie se fuerte ..

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  8. T-T pobre su madre, Yunho sufrio mucho por culpa de su padre y Heechul. Lo bueno es que le cumplió el sueño a su mamá de ser un gran ingeniero :)
    Gracias por compartir.

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