Capítulo 6
Yunho había
supuesto que Jaejoong no lo llamaría al día siguiente de su encuentro, pero sí
esperaba que lo hiciera al otro. Incluso podía dejar pasar ese otro día, en
caso de que él, como solían hacer los hombres que él frecuentaba, quisiera
hacerse desear un poco. Pero la ilusión y la urgencia que había visto en los
ojos y en las actitudes del diseñador le decían que eso era imposible. ¿Esperar?
¿Cuánto podía resistirse, con el temor que sentía de no volver a saber de él?
Resultaba obvio que Jaejoong lo deseaba tanto como él a él, aunque su aparente
inexperiencia lo hiciera lucir avergonzado.
Hasta el
tercer día se formuló muchas preguntas, se cuestionó todas las alternativas
para que él no lo hubiera llamado. Pensó que podía ser menor y que su padre
quizás le había advertido acerca de las intenciones de un hombre varios años
mayor que él, pero desechó la idea. No parecía un hombre custodiado por ninguna
familia, y vaya que él sabía de semblantear hombres.
¿Podría no
estar interesado en él? ¿Podía ser tan cándido y luego nada? También se maldijo
varias veces por haberle permitido mantener en secreto su número. ¿Cómo había
sido tan torpe? ¿Cuándo había dejado él ir a un hombre que le gustaba tan
fácilmente? ¡Y para colmo dos veces!
Conforme
fueron pasando los días, enloqueció cada vez más por desentrañar los misterios
del diseñador. Jaejoong… No debían existir muchos con ese nombre, ni siquiera en
la mismísima Italia. ¿Pero cómo buscarlo en un directorio telefónico o en la
computadora, si desconocía su apellido? Además, eso iba en contra de sus
principios: jamás había estado pendiente de un hombre ni había perdido tanto
tiempo en tener sexo con él, tampoco alguno se le había resistido.
Seleccionaba
bien, nunca erraba en sus cálculos.
Al séptimo
día, Yunho descubrió que siempre le había sido fácil llevar hombres a la cama
porque ellos lo habían elegido o porque él había medido con asombrosa cautela a
quien elegir. La diferencia en esta oportunidad era que la elección había sido
involuntaria. Jaejoong se había colado en su mente sin que mediara la razón.
Se dijo
entonces que, si lograba llevar a Jaejoong, esa belleza rebelde e ingenua, a la
cama, entonces daría crédito a creer lo que siempre le habían dicho: que era el
hombre más afortunado sobre la Tierra y una eminencia. Al menos en cuestión de
aventuras.
El
diseñador se convirtió en un desafío para él, en una contienda.
Jaejoong pasó
el resto de la semana intentando conseguir el número de Yunho. Se sentía el hombre
más desafortunado del universo por haberlo perdido, aunque él no tuviera la culpa
porque se lo habían robado.
Se internó
en un locutorio de su barrio. Como debió haber imaginado, el directorio
telefónico había desaparecido. Aprovechó entonces un día que se dirigió al centro
para buscar en un locutorio de la ciudad.
Caminó por
la calle Alem y se metió en uno que supuso tendría la guía con todas sus hojas.
Sin embargo descubrió con pesar que el número de Yunho no figuraba en la
sección de teléfonos particulares. De todos modos, si lo encontraba, como él no
se lo había dado, le daría pudor utilizarlo. Era lógico que un hombre tan
importante no publicara su línea personal en la guía, así que desistió. Buscó
en las páginas de comercios y empresas, en el rubro de la construcción. Como no
podía ser de otra manera, faltaba la hoja correspondiente a la J. Jaejoong ya
no se sorprendió: tenía muy mala suerte.
No sabía
utilizar una computadora ni tenía conocidos que pudieran hacerlo, excepto su
hermano, pero no podía hablarle de nada. Tampoco se le ocurrió pedir al dueño
del locutorio que buscara por él, y le estaba empezando a fallar la atención:
acababa de pasar por debajo del inmenso cartel de una construcción casi
terminada en el que estaba escrito «Jung y Asociados», junto con los datos de
la obra y de contacto, y ni siquiera se había dado cuenta.
El viernes,
recibió una nota del juzgado. Debería presentarse el lunes para una audiencia
con el juez de menores. Pasó el fin de semana intrigado con la cita y presa del
temor de que alguien quisiera apartarlo de Changmin.
Cuando el
lunes llegó por fin, se puso la ropa que usaba para ir a trabajar y se encaminó
al juzgado. Quería lucir lo más adulto posible.
Al llegar
se sorprendió de ver a su madre y a Lee mejor vestidos que nunca, ¡y hasta
habían llegado antes que él! Jaejoong comprendió así cuál era la intención y de
inmediato se sintió invadido por el miedo y la preocupación.
NO hizo
falta mucho para que el juez anunciara su decisión:
—Los señores
Lee demandaron la custodia de su hijo Lee Changmin hace seis meses. En este
período las visitas de nuestras asistentes sociales han demostrado que los Lee padres
mejoraron notablemente su modo de vida: contrajeron matrimonio, el señor consiguió un trabajo y su hijo Karam retornó
los estudios. La custodia del menor volverá a ser de sus padres.
Mientras
Young sonreía con satisfacción, Jaejoong sentía que le enterraban un puñal en
el pecho.
— ¡Él ni
siquiera está limpio! —alcanzó a decir señalando a Lee, pero el juez estrecho
la mano de los padres, luego se la ofreció a él, y al notar que Jaejoong no pensaba
retribuirle el gesto, se retiró.
Jaejoong
pensaba que ese hombre no tenía idea de que, al permitir a los Lee custodiar a
su hijo, estaba matando el futuro de su hermanito. Al menos así lo sentía él,
dadas las condiciones de vida a las que el niño sería expuesto a partir de
entonces.
Solo le
restaba confiar en que Changmin recordara todo lo que él le había enseñado: las
diferentes posibilidades de vida que una persona podía tener, que no siempre se
pertenece al lugar en el que se nace, y que para pertenecer a otro sitio se
debe luchar.
* * *
— ¿No me
contarás una parte del cuento hoy? — preguntó el niño, recostado sobre el pecho
de su hermano, en la cama.
La piel
blanca de Jaejoong contrastaba con la oscura del pequeño. Él tenía los labios
apoyados sobre sus rulos pegados a la cabeza; con la mano lo sostenía junto al corazón.
—Claro
—respondió—. ¿En dónde había quedado?
—En que el
guerrero debía enfrentarse con el hermano del raptor. Ah, sí… ¿y sabes quién
muere allí?
—Changmin.
— ¿Entonces
para qué quieres que te cuente esa parte de nuevo?
Jaejoong
sonrió enternecido y le besó la frente mientras le acariciaba la mejilla con la
mano. No quería que el pequeño viera sus lágrimas. Era la última noche que lo
tendría allí, solo para él. Por eso cuando él se quedó dormido, permaneció
largo rato despierto, observándolo. ¡Tanta inocencia desperdiciada!
La tarde
del martes, Jaejoong llevó a Changmin a casa de su madre como siempre, solo que
esta vez regresaría a su departamento en soledad.
Young la
recibió con aires de triunfadora, como si hubiera ganado un partido de truco. Jaejoong
dejó el bolso con las cosas de su hermano sobre la mesa y lo abrió. Mientras
tanto, el pequeño había corrido a los brazos de su padre, que lo paseaba sobre
los hombros por toda la casa. Viendo aquella acción, Jaejoong pensó que Lee
habría sido un buen hombre si se hubiera mantenido sobrio. Pero eso no ocurría
con frecuencia, y opacaba la infancia del niño.
—Esta es la
Ilíada —explicó a su
madre con el libro en la mano—. Estoy seguro de que la conoces muy bien, pero por
las dudas te la dejaré. A Changmin le gusta que le lea o le cuente un fragmento
cada noche.
—Llévatela
si quieres, la recuerdo de memoria — replicó Young ofuscada.
—Se la
dejaré a Changmin de todos modos —respondió el hijo—. Quizás la quiera solo
para verla. También te dejo algunos de sus juguetes favoritos.
Young soportó
que su hijo intentara enseñarle a ser madre de Changmin con respuestas cortas y
secas. Cuando llegó la hora de irse, Lee aún tenía a su hijo en brazos.
—Me voy,
Cotito —dijo Jaejoong, ya junto a la puerta.
— ¿Cómo que
te vas? —Indagó él, con la cabecita girada hacia su hermano—. ¡Nos vamos!
Changmin
saltó de los brazos de su padre, pero con todo el dolor de su alma, Jaejoong no
lo recibió entre los suyos.
—No —tuvo
que decir—. Hoy no. Te quedarás aquí, con tus padres.
— ¿Y tu
también te quedas?—insistió él. Jaejoong bajó la mirada.
—No… Yo no.
— ¡No! —Gritó
el niño—. ¿Me dejas aquí? ¿Por qué? ¿Ya no me quieres, ya no me cuidas?
Las
palabras hirieron a Jaejoong en lo más profundo. Le dolía el corazón de tener
que dejarlo allí. Dobló las rodillas y se puso a la altura del niño.
—Te quedas aquí
porque papá y mamá te han extrañado mucho —intentó explicar.
— ¡Pero yo
quiero irme contigo! —gritó Changmin antes de abrazarse a su cuello. Jaejoong respondió
al abrazo.
—Esta noche
mamá te va a contar el episodio del caballo de Troya —prometió aun sin haber
conversado con su madre de ello.
Quería
dejar al niño conforme, pero este insistía en negarse a la estadía en casa de
sus padres.
—Quédate
hasta que se duerma —cedió Young, y Jaejoong aceptó.
Se fue a
las diez. Young había preparado la cena para Changmin, pero él se había negado
a comer argumentando que no le gustaba y que Jaejoong cocinaba mejor. Su
hermano lo regañó por eso, le dijo que no debía criticarse lo que hacían los
demás si uno no podía hacerlo mejor. De todos modos comprendía que lo que Changmin
deseaba no era herir a su madre, sino
hacer comprender a los adultos que quería ser feliz.
* * *
Yunho
respondió al cuarto llamado del teléfono.
— ¡Lo
tengo! —exclamó la voz del otro lado de la línea
—. ¿Tienes
papel y lápiz?
Yunho caminó
por el living, buscó lo que su interlocutor le pedía y replicó:
—Suéltalo.
—El único
Jaejoong que aparece en mis registros se llama Kim. Kim Jaejoong. Y tiene tres
líneas a su nombre.
Yunho apuntó
los tres números telefónicos que le habían sido dictados con sus respectivos
domicilios. Identificó que uno pertenecía al local ya cerrado, otro a la
dirección a la que lo había enviado el viejo que salía del negocio junto a la
boutique y que le había costado cien pesos, y un tercero cuya dirección
desconocía. Tenía que ser ese.
Jaejoong ya
se había quitado la ropa de trabajo. Vestía, como siempre que estaba en su
casa, ropa deportiva. Se hallaba sentado a la mesa, con el rostro escondido
entre los antebrazos, llorando. Se preguntaba qué sentido había tenido su
esfuerzo, qué maldición pesaba sobre él para que nada le saliera bien, ni
siquiera proteger a su hermano.
Antes de
que la desesperación se hiciera presa de él, se puso de pie y encendió la
radio. Subió el volumen cuando encontró música de su agrado, tanto que lo
aturdió, pero al encaminarse a la habitación el sonido se aplacó. Se vendó las
manos y atacó el saco de box que pendía de una cuerda en su cuarto.
Después de
una publicidad, comenzó otra canción, esta vez un rock. Los golpes a la bolsa
se acentuaron porque a través de ellos Jaejoong sudaba dolor e impotencia.
Yunho miró
su reloj pulsera. Eran las once de la noche. Para él, una criatura noctámbula
que dormía apenas tres o cuatro horas cada veinte, era lo mismo que decir que
era mediodía, pero quizás para Jaejoong no. Aun así, leyó el número y marcó.
El teléfono
sonaba en casa de Jaejoong, pero la música no le permitía escucharlo. Golpeaba
el saco como si en él se reflejara su destino.
Yunho cortó.
Lo primero que pensó fue que él estaría durmiendo, pero el temor de que se
tratase de una casa deshabitada lo llevó a insistir.
Había
comenzado otra canción. Jaejoong descansaba doblado en dos la espalda dolorida
de tanto caminar. Lo hacía para ofrecer prendas de vestir que él confeccionaba con
todo cariño, pero que nadie quería comprar.
Soy un luchador, se repetía. Soy un luchador… ¿pero esto
es acaso lo que quiero ser? ¿Hasta cuándo? Hasta cuándo…
Agotado
como estaba, se irguió y dio otro golpe al saco. En ese momento, escuchó un
tintineo, una música de fondo ajena a la canción. El teléfono.
Abandonó
todo lo que hacía y se dirigió al living. Miró de paso el reloj de la pared,
que indicaba las once y cuatro minutos de la noche. Nadie más que Changmin podía
llamar a esa hora, por eso casi se arrojó sobre la radio para detener la música
y responder luego el llamado.
— ¿Diga?
—sonaba agitado y acongojado, como en realidad se sentía.
— ¿Jaejoong?
La voz lo
dejó tembloroso y asustado, mucho más que el llanto o el acotamiento físico.
— ¿Yunho?
—balbuceó.
El
presintió algo. Lo sentía resfriado, quizás en un episodio de llanto, pero fiel
a su instinto huidizo relegó pronto esas sensaciones.
— ¿El
Jaejoong que yo conozco? —bromeó.
— ¡Oh, Dios
mío! —exclamó él—. ¡Cuánto lo lamento!
Yunho nunca
pedía disculpas. Ni por la hora, ni por plantar a alguien, ni por abandonar
novios. Tampoco se disculpó con Jaejoong porque eran las once de la noche.
— ¿Dormías?
—preguntó.
—No, no
dormía —se lamentó él. ¡Cuánto habría deseado poder dormir!—. La verdad, estoy
muy triste. Pero no te preocupes, no pienso aburrir a un interesante Eneas que
me llama por teléfono con interminables problemas.
Yunho sonrió.
Sonrió de verdad, enternecido por la respuesta, lo cual descubrió instantes
después de haber cometido el grave error de albergar un sentimiento. Borró la
sonrisa sincera de inmediato. Primero, no era su estilo, él no llamaba a Los hombres,
los hombres lo llamaban a él. En segunda instancia, no quería parecer el
interesado. Siempre era más fácil que fuera el otro quien se interesara en él,
por eso se esforzó por fingirse displicente.
—Querrás
saber por qué no te llamé… —dijo él a continuación.
¡Por Dios,
se moría por saber! Sin embargo, respondió indiferente:
—No, en
realidad no.
—Me robaron
la cartera —explicó Jaejoong, ignorando la respuesta de Yunho. Quería darle
explicaciones, no deseaba hacerle pensar que él no le importaba.
Pero Yunho
no le creyó. Los hombres eran excelentes mentirosos, sobre todo cuando un
hombre se humillaba a mover cielo y tierra por conseguir sus datos, levantaba
el teléfono y marcaba el número. Prefirió ignorar esos pensamientos porque
sabía que lo conducirían a arruinar sus planes de llevárselo a la cama, así
como había ignorado su tristeza para no sentirse conmovido. ¿Por qué podía
estar triste un hombre? ¿Por un noviecito, tal vez? ¿Por qué no había podido
comprarse ropa?
—Ah
—replicó indiferente—. Veo que tuviste una semana difícil.
Fue
irónico, pero Jaejoong no lo entendió así.
—La peor de
mi vida —dijo refiriéndose a todas las situaciones por las que había pasado que
Yunho desconocía.
—No te
preocupes —respondió él—. Yo tengo la solución perfecta para que te olvides de
todo.
—No creo
poder olvidarlo.
—Haremos un
esfuerzo.
El tono de
voz de Yunho se había hecho sugerente, pastoso. Él pensaba en sexo, o al menos
lo insinuaba; Jaejoong lo supo, y quizás por su pasado o porque de verdad le
ofendía pensar que pudiera olvidar el dolor por la pérdida de su hermano en una
cama, se molestó.
—No lo
entiendo —dijo—. No te estoy diciendo que me hicieron un mal corte de pelo. Te
digo que de verdad estoy muy triste, que pasé la peor semana de mi vida y tú me
juegas bromas todo el tiempo, como si no fuera importante. No pretendo
aburrirte con mis problemas, pero es de buena educación no hacer chistes al
respecto.
Yunho enmudeció.
Tragó con fuerza. Si bien en un principio lo sacudió la idea de que a un hombre
pudiera no gustarle una parte de él, justo la que los otros parecían valorar
más, enseguida se recubrió de la coraza que siempre lo protegía. Quién se creía
ese monjito para recriminarle a él su indiferencia. Él no era su amigo, mucho
menos su novio, ni quería saber nada de él. No le interesaba su vida privada,
ni el motivo de su tristeza, y mucho menos la opinión que ese inexperto pudiera
hacerse de él.
Resultaba
evidente que le faltaba mucha práctica; que a diferencia de los demás hombres
con los que él se relacionaba, no había aprendido que los problemas se olvidaban
entre tus sábanas.
Solo lo
quería para el sexo, se dijo. Para llevarlo a la cama y después inhabilitar su
número. Era él el que tenía que rogarle, no al revés, no le permitiría tener
poder sobre él. Eso nunca más.
—Te pido
disculpas —masculló enojado—. No debí molestarte. Que tengas buenas noches.
Cortó.
Había cortado.
Jaejoong entreabrió
los labios, incapaz de convencerse de que lo había arruinado todo por haber
descargado su ira ya no con el saco de box, sino con quien menos lo merecía. Y
que él fuera tan infantil como para huir de la conversación solo porque él se
había equivocado, no se lo creía.
— ¿Yunho?
—preguntó en un susurro ahogado, esperanzado en que el clic hubiera sido solo una interferencia.
Pero sus ilusiones se esfumaron cuando el silencio se convirtió en el tono.
Resultaba
muy claro: cómo él, un inexperto, iba a acusar de mediocre y de superficial a
un hombre experimentado, más grande que él, mucho más importante en todo. Él
podía tener una decena de hombres deseosos de complacerlo con una sola mirada.
No necesitaba de él. Si lo llamaba era porque estaba interesado, y con sus
actitudes —primero no llamarlo, luego reclamarle por sus bromas— le indicaba
que no quería saber nada de sus proposiciones.
Jaejoong pateo
la pata de la mesa y luego se masajeó la punta de los dedos doloridos. Se
preguntaba cómo podía ser tan tonto, cómo era capaz de alejar los efímeros instantes
de felicidad que la vida le ponía en la palma de la mano como si no se los
mereciera. Yunho, un hombre seductor, rico y atractivo se interesaba en él, y
él no hacía más que espantarlo. Todo porque lo único que le interesaba de él
era su honestidad. ¿Por qué no podía ser como los demás? ¿Por qué no podía
conformarse con lo que él estuviera dispuesto a dar?
Necesitaba
que Yunho supiera que no había querido herirlo, que se había desquitado la
bronca con quien no lo merecía. Pero ni siquiera tenía su número. Lo había
perdido, solo por ser estúpido.
Pudo
dormirse recién al amanecer. Se odiaba.
A las diez,
al fin se levantó a abrir la puerta. Del otro lado se encontró a Junsu, que
había tocado tres veces y sostenía una hoja de diario delante de la cara.
— ¡Mira lo
que te conseguí! —exclamo.
Todavía un
poco adormecido, Jaejoong no alcanzó siquiera a distinguir de qué se trataba la
nota.
— ¿Y esto? —preguntó.
—Mira la
foto —reclamó su amigo—. Es una obra en construcción.
Los ojos de
Jaejoong se iluminaron.
— ¿De Yunho?
—se ilusionó.
— ¿De quién
más?
En la
imagen se alcanzaba a ver la esquina de la calle Alem donde se construía un
centro médico privado. De hecho el titular anunciaba su pronta culminación.
Jaejoong tuvo
que visitar algunas tiendas antes de poder dedicarse a Yunho, aunque él no
abandonó sus pensamientos. Y mientras él intentaba convencer a la vendedora de
una tienda de que se quedara con algunas prendas, los obreros del Centro Médico
retiraban el enorme cartel que hasta ese día había ostentado los datos de la
compañía de Jung Yunho.
Cuando Jaejoong
llegó, ya no quedaba nada. La ira creció tanto en él que dejó escapar un
insulto y cruzó la calle por mitad de cuadra. Ingresó a un edificio que se
hallaba frente a la obra terminada y habló a la recepcionista.
—Dígame que
lo sabe, por favor —la mujer lo miró perpleja, entonces Jaejoong se esforzó por
dar una explicación—. El teléfono que aparecía en el cartel de la obra de
enfrente, el que ya no está. ¡No me diga que nunca leyó un cartel que estuvo
dos años frente a su nariz!
La mujer lo
miraba como si él no fuera más que un pobre loco, y no era para menos. Jaejoong
no estaba demente, no. Estaba harto de que todo le saliera mal.
Ante la
ausencia de respuesta por parte de la mujer, que hasta parecía a punto de
llamar a seguridad, Jaejoong miró hacia la puerta. Desde allí pudo ver que dos
obreros con cascos amarillos se encaminaban a la puerta de la obra en construcción
prácticamente terminada.
Salió
corriendo. No lo había notado antes por distraído, pero aquel edificio era tan
majestuoso como su ingeniero. Imponente y estratégico. Hermoso.
Jaejoong se
dio cuenta de que se había quedado quieto en la vereda, admirando la maravilla
que había construido Yunho, y también de que perdería a los hombres de vista.
Apresurado porque eso no sucediera, pretendió cruzar la calle, pero justo
cuando ponía un pie en el asfalto, una de las bolsas se rajó y sus queridas
prendas fueron a parar al cordón de la vereda donde un agua embarrada se
escurría hacia la alcantarilla.
Todo su
trabajo de meses desperdiciado. El dinero que había invertido en materiales, el
tiempo, las ganas.
Preso de
una angustia desconocida, Jaejoong suspiró. Recogió las prendas como pudo,
anudó la bolsa, y para cuando alzó la cabeza, los obreros ya habían
desaparecido. Cruzó la calle de todos modos. Dio unos gritos llamando a quien
lo oyera hasta que consiguió que uno de los hombres asomara la cabeza.
—Necesito
el número de teléfono de la constructora que hizo este edificio —gritaba. Tuvo
que repetir dos veces la frase para que al final el obrero lo entendiera y le indicara
con la mano que aguardase. Por obra de Dios bajó con una tarjeta y le deseó
suerte. ¡Ja! ¡Suerte! Jaejoong no se le rió en la cara por mera educación. Con
el número entre las manos, aferrado al pecho para que no se le extraviara ni alguien
pudiera arrebatárselo, caminó hasta un teléfono. Marcó. La voz de una mujer con
tono de locutora de radio la sorprendió.
—Jung y Asociados.
Mi nombre es Soon, ¿en qué puedo ayudarlo?
— ¡Hola!
—exclamó Jaejoong, aliviado—. Necesito hablar con Yunho.
— ¿Disculpe?
Jaejoong supo
que la mujer reprimía la risa. Claro, cómo iba a ser tan tonto de llamar a una
gran empresa pidiendo hablar con el jefe mayor como si intentara comunicarse en
casa con su hermano.
—Con el
señor Jung —se corrigió—. Mi nombre es Jaejoong —continuó explicando ante el
silencio de la operadora—. El me dio su interno, pero… me robaron el bolso y lo
perdí.
—Claro
—masculló la muchacha—. Puede dejar su mensaje.
—Es que no
quiero dejar un mensaje —defendió Jaejoong —. Necesito hablar con Yunho.
Después de
otro instante de silencio, la mujer replicó:
—Gracias
por comunicarse con Jung y Asociados. Que tenga buen día.
Y cortó. Jaejoong
miró incrédulo el tubo del teléfono. Volvió a marcar, pero esta vez nadie
respondió. Para colmo, cuando retornó a la calle, llovía a cántaros. Solo eso
le faltaba en un día pésimo, un día para olvidar.
Al llegar a
casa empapado, accionó la contestadora mientras se secaba el cuerpo con una
toalla agujereada. El primer mensaje era de Changmin. Sonrió enternecido. El segundo
mensaje respondía a una voz desconocida.
—joven Kim,
encontré su bolso. Lo espero a las cinco en la esquina de Mitre. Si quiere su
bolso, tiene que venir solo y traer veinte pesos.
Jaejoong volvió
a calzarse los zapatos y corrió por la calle como si fuera a perder la vida. De
hecho sentía que así sería: eran las cinco menos cuarto.
Llegó a la
esquina acordada a las cinco y cinco. Se acercó al sujeto que abrazaba su
bolso, un tipo alto y fornido que a Jaejoong le pareció un ladrón antes que un ciudadano
honesto. Intercambió el bolso por los veinte pesos y se fue. Los tobillos se le
torcían porque tenía los zapatos mojados, sentía frío y sed, pero al menos
había recuperado su bolso, y en él la tarjeta de Yunho.
Ahora que
tenía todo servido en bandeja, no se animaba a llamar. Pasó largos minutos
estudiando el teléfono que descansaba en su mesita del living hasta que una
ráfaga de valentía e indiferencia se apoderó de él y entonces marcó. Pero la
oficina de la secretaria de Yunho ya estaba vacía, y también la de él.
Al día
siguiente, Jaejoong se entrevistó con la asistente social de Changmin. Ante las
negativas de la mujer, comenzó a desesperar.
— ¿Y todo
lo que hice por él? —decía—. ¡Todo desperdiciado! Nadie se ocupa de él en esa
casa. La plata…
—La plata
no es un problema —la interrumpió la mujer.
— ¡Pero
conmigo tenía acceso a muchas cosas!
—Joven Kim,
no se puede quitar un hijo a una familia por ser pobres.
Jaejoong no
podía creer que él terminara siendo el desalmado cuando lo único que había
querido hacer era rescatar a Changmin de una perdición segura, como no había podido
hacer con Karam porque él era por aquel entonces casi tan pequeño como su
hermano.
—Que sean
pobres no es el problema —explicó—. Yo también lo soy, pero todo lo que ganaba
era para él. El problema es el uso que mi madre y su marido hacen del dinero.
—Puede
ayudarlos económicamente si lo desea — replicó la mujer.
—Usted no
entiende —Jaejoong se esforzaba por no sonar impaciente, pues sabía que eso
podía perjudicarlo, pero a decir verdad se le estaba agotando la paciencia—. No
les pienso dar un solo centavo porque conozco el destino que tendría ese dinero
y puedo asegurarle que no será mi hermano.
Jaejoong regresó
a casa con las manos vacías y con un terrible dolor de garganta.
Los tres
días que siguieron, la fiebre le impidió siquiera moverse. Junsu cuidó de él y
alcanzó a terminar algunos arreglos que Jaejoong adeudaba a sus clientas, pero aun
así, el trabajo se acumuló junto a la máquina. No le bastaba con pasar tres días
de agonía, sino que también lo torturaba pensar cuánto debería trabajar ni bien
pudiera dejar la cama y cuándo aprendería a tratar a Yunho.
Retomó sus
ocupaciones habituales al cuarto día, y solo tuvo tiempo de preocuparse por el
trabajo atrasado y por sus insistentes clientas, que siempre necesitaban los arreglos
de prendas olvidadas para ese mismo día.
Recién tuvo
una mañana libre de presiones mentales a los siete días, entonces se dispuso a
llamar a Yunho. Aunque había planeado bien lo que diría al teléfono, al marcar
el número le temblaron los dedos. Después de dos llamados, una voz femenina
atendió.
—Oficina Jung
—dijo. En ese instante, Jaejoong se olvidó de todo lo que tenía pensado decir.
—Soy Jaejoong
—pronunció casi sin aliento—. ¿Sería tan amable de comunicarme con el señor
Jung? —esta vez no cometería el error de llamarlo «Yunho».
— ¿Por qué
asunto es? —preguntó la mujer, sorprendida porque, de tratarse de un amante de
su jefe, lo habría llamado «Yunho», a lo sumo «Yunnie» o «Yunnito», como hacían
otros.
—Verá, él
me compró un traje… —explicó Jaejoong, pero la mujer no lo dejó seguir.
—Ajá
—asintió—. Puede dejarme su mensaje.
—Señora…
—apeló—. ¿Es realmente imposible que me comunique con Yunho? Es que preferiría
tratar este asunto en privado.
La señora Jeon
confirmó sus sospechas al escuchar «Yunho» en boca de un hombre, pero sabía por
instinto que algo diferenciaba a ese muchacho del resto de las conquistas de su
jefe.
—Si el
señor Jung considera necesario llamarlo, lo hará —explicó Bin con respeto, pero
cuidándose de no crear falsas ilusiones en el muchacho. Lo cierto era que jamás
había visto a Yunho comunicarse con ninguno de ellos, y dudaba de que esa fuera
la excepción.
Jaejoong suspiró.
Al parecer Yunho era más difícil de ubicar que el Presidente de la Nación.
—Está bien —asintió
con resignación—. Solo dígale que lo siento.
— ¿Qué
usted lo siente? —replicó Bin, remarcando el pronombre personal.
—Sí
—asintió Jaejoong con dignidad—. Dígale que lo siento y que no quise lastimarlo
— Jaejoong percibió el silencio del otro lado de la línea y temió por un
momento que la comunicación hubiese terminado, por eso agregó—: Hola…
—Se lo diré
—respondió la mujer.
—Le suplico
que lo haga.
—No tiene
que suplicar. Lo haré.
Jaejoong agradeció
con la tranquilidad de que esa parecía ser la secretaria personal de Yunho y no
una mera recepcionista, y cortó.
Algunos
minutos después, Bin llevó una carpeta a la oficina de Yunho, quien no levantó
la cabeza cuando ella ingresó y le dejó el material sobre el escritorio.
— ¿Qué es
eso, Bin? —preguntó el sacando unos cálculos.
—El
contrato con Portezuelo y un mensaje. Llamó un hombre de nombre raro. Me pidió
que te dijera que lo siente y que no quiso lastimarte.
Yunho
detuvo las manos sobre la calculadora y frunció el entrecejo. Enseguida levantó
la mirada hacia su secretaria.
—Que él lo siente —repitió, incrédulo.
—Ajá.
— ¿Y no te
reprochó nada? —indagó. La mujer negaba con la cabeza—. ¿No te dijo que se las
voy a pagar, no me envió ningún insulto?
—No.
Yunho se
respaldó en su cómodo sillón de cuero, imposibilitado de creer semejante
noticia.
— ¿Cómo se
llamaba?
Bin tragó
con fuerza. No acostumbraba errar en su trabajo, pero esta vez debía confesar
que había fallado.
—No lo
recuerdo. Me quede tan sorprendida que ni siquiera pude escribir el nombre, y
era tan extraño que después se me olvidó. Ja… Jau… Jo…
— ¡Jaejoong!
—exclamó Yunho.
— ¡Si, eso!
—replicó Bin—. ¡Jaejoong! ¿De dónde habrán sacado semejante nombre?
—De la
Eneida.
Bin no
respondió. Tampoco hacía falta. El sabor del triunfo invadió la boca de Yunho,
que ya podía presentir lo que sucedería. Como en todo juego de seducción, ahora
él estaba al pendiente de él. Ya sabía que no podía ser muy distinto de los
demás hombres que se había cruzado en la vida. Ahora él se haría desear, tal
como había hecho él
Se fue de
viaje a Japón para atender asuntos de un cliente. Allí conoció a dos hombres,
ambos morochos y hermosos, con los que lo pasó muy bien los cuatro días que
estuvo fuera de Corea.
Mientras
tanto, Jaejoong siguió con su trabajo de reparaciones de costura, con el que se
ganaba poco pero que gracias a Dios era bastante. Había puesto la foto de Yunho,
esa que había recortado de la revista aunque él no luciera su traje, en un
portarretratos y le había enganchado su tarjeta. Algún día el hombre pensaría
que él había crecido, y quizás entonces volviera a llamarlo.
T_T definitivamente Jae es el hombre más desafortunado de la tierra, pobre le pasa cada cosa. Lo peor fue el hecho de que le quitaran a su hermanito, espero lo recupere pronto.
ResponderEliminarPor otro lado ojala Yunho se de cuenta que Jae es diferente de sus demás conquistas, o si no presiento que lloraré mares.
nooo como es posible que Yunho sea tan afortunado y ademas no se se me hace que es demaciado liberal por no decir algo pero, mientras Jaejoong sufre por que no puede con todo lo que le pase, no es posible que le hayan quitado a su hermanito y el tenga que seguir con trabajo mas trabajo, me siento mal en ese aspecto
ResponderEliminarpobrecito jae. no puede ser tanta salades.
ResponderEliminarojala y recupere a minnie y que yunho no le vaya hacer daño.
se fuerte jaejoong
Waw porque la vida es tan dificilm para este muchacho de verdad cada vez que leo mas me quedo apenada en serio le toco vivir y pasar por tantos problemas y nadie que lo pueda comprender y ayudar ni siquiera Yunho. Lo que debe hacer Yunho es dejarse ya de jugar con Jae y ver su verdadera personlidad y no confundirlo con una mas de sus conquistas.
ResponderEliminarNo es posible que siga sufriendo Jae, ya es hora que todo le vaya bien fighthing!
Dios pero a este chico le pasa cada cosa mala... Espero que pronto cambien las cosas Jae no se merece ese tipo de problemas...
ResponderEliminarPobre min esta con esa gente horrenda pobre niño ㅠ.ㅠ
Y Yunho haciéndose el ofendido ya hombre pero si tu solo piensas en sexo con Jae y este que va a llamarlo y disculparse...
Solo espero q Jae no sufra más esq no es justo ... ;_;
Grandioso fic estoy encantadisima en leerlo jae si que tienes mala suerte
ResponderEliminarjaejoong puso mucho esmero por conseguir el numero de yunho y poder comunicarse con el pero no tuvo mucho éxito..
ResponderEliminara cambio yunho si logro poder comunicarse con el *w*
pero.. salieron peleando :(
aishh.... espero que se encuentren de nuevo ;)
Owwwww que triste!!! Y^Y.....todo le va mal a Jae....le quitaron a su Changito....y Yun todavía se enoja...malooooo..
ResponderEliminarPobre JJ, todo lo que le pasa a parte de perder el número de YH lo peor que le puede pasar es perder la custodia de su hermanito T-T eso si me dolió T-T
ResponderEliminarJajaja no que n YH, diste tu brazo a torcer y lo buscaste xD aunque lo malo fue que terminaron disgustados >\\\< YH no tenía razón para ofenderse >_>
Pobre Jae ;-; nadie merece tanta mala suerte y ahora ni se le ocurra Yun hacerlo sufrir, porque ya tiene suficiente con lo que le pasa. Ojala le regresen la custodia de min, esta mejor cuidado por él, que por sus propios padres.
ResponderEliminarGracias por compartir.
Pobre Jae después de todo lo que le ha pasado se desquita con Yunho, pero ahora haber que pasa, si Yunho deja de hacerse el interesante y pone algo de interés en Jae.
ResponderEliminarGracias!!!