Capítulo 19
MIENTRAS cosía
monedas y lentejuelas a velocidad relámpago para recuperar el tiempo que no
había destinado a su trabajo durante el fin de semana, Jaejoong no dejaba de sonreír.
Se pinchó el dedo al menos cinco veces y cada vez que se lo llevaba a la boca
para apaciguar el ardor provocado por la aguja, se acordaba de Yunho y de que
él había hecho lo mismo para demostrarle algo que ya no le importaba entender.
Que Yunho confiaba en él, quizás, que lo quería para siempre, que tal vez algún
día lo amara. Que ese amor estaba destinado a doler y Yunho a sanar las heridas
que le provocase. Ignoró esa última opción, no quería pensar en ello, no quería
reconocer que si Yunho amaba a otra persona, tarde o temprano él tendría que
dejarlo ir.
El sábado
siguiente a la inauguración del Centro Médico, Yunho pasó por Jaejoong para
llevarlo a una fiesta que se ofrecería en una discoteca. Una marca de ropa presentaba
su nueva colección y él quería que Jaejoong fuera estableciendo contactos en
ese mundo. Quería que pensara en diseñar de manera profesional. No se lo había
dicho, pero él se encargaría de presentarle a la gente adecuada.
Mientras se
alistaba, Jaejoong lo espió desde la habitación. Él se había detenido frente al
portarretratos con su imagen y manipulaba algo. Jaejoong se sintió avergonzado.
No se acordaba de que había dejado allí su foto recortada de una revista, como
todo un tonto.
— ¿Qué haces?
—le preguntó al tiempo que se le acercaba.
—Magia
—respondió Yunho. Cuando él llegó a su lado, notó que él arrugaba un papel.
— ¿Qué es eso?
—insistió.
—Un mal
recuerdo.
Jaejoong pasó
la vista por la mesita del teléfono y allí
lo vio: el portarretratos ya no lucía aquel recorte de revista, sino la foto
que el periodista les había tomado a ellos dos en el Centro Médico, esa en la
cual Yunho lucía el traje que él había confeccionado. El corazón de Jaejoong dio
un tumbo y lo impulsó a abrazarlo.
— ¡Oh, Yunho!
—exclamó—. ¡Eres tan dulce!
Pasaron una
noche divertida. Bailaron, hicieron mucha vida social, y sin que Jaejoong siquiera
se diera cuenta, Yunho lo introdujo en círculos de diseñadores profesionales y
marcas de ropa. Jaejoong estaba fascinado con todo lo que veía, con las
conversaciones que escuchaba y en las que se animaba a participar con
entusiasmo. Yunho sonreía orgulloso cada vez que notaba las miradas de
aprobación de otros diseñadores respecto de las ideas de su novio y pensaba que
en dos o tres encuentros más, acabarían ofreciéndole un trabajo. Estaba seguro
de ello.
Jaejoong amaneció
en casa de Yunho otra vez. Bin ya no se sorprendió de que el pelinegro
apareciera por la puerta de la cocina frotándose los ojos y además lo saludó
con familiaridad y placer.
Desde que era el
novio de Yunho, a Jaejoong no le alcanzaba el tiempo para todos los trabajos
que tenía que hacer. Si no pasaba la noche con él y luego el día durmiendo,
pasaba el día pensando en él, con lo cual sus tareas se retrasaban. Coser un
dobladillo, acción que normalmente le demandaba veinte minutos, podía llevarle incluso
cuarenta y cinco. Suspiraba, se quedaba mirando la nada —la nada no, los
recuerdos con Yunho — y marcaba su número en el teléfono sin descolgar el
auricular, solo por sentirlo cerca.
Concurrieron
juntos a la boda de Junsu. Como el viejo Mustang de su primo, que debía llevar
al novio a la iglesia, se averió, Yunho acabó transportándolo en su Audi. No
fue lo único extraño que le sucedió en aquella fiesta, porque en la recepción
que se llevó a cabo en un Club, Yunho terminó jugando al fútbol con los demás
muchachos, como hacía mucho tiempo no lo hacía.
— ¡Hey!
—exclamó Junsu cuando los chicos los descubrieron—. ¿Jugando un partido sin
avisar a los animadores? ¡Qué descortesía!
De ese modo,
los hombres jóvenes de la fiesta y alguno que otro ya mayor terminaron haciendo
«una cascarita» como profesionales mientras las mujeres u hombres alentaban a
uno y a otro equipo. Finalmente, el de Yunho y el hermano menor de Junsu ganó.
Al finalizar, el niño se le acercó, él lo alzo en el aire y dieron juntos el
grito de la victoria. Jaejoong reía a carcajadas y tampoco se salvó de la
alegría desmedida de los jugadores. Yunho se le acercó, lo tomó por la cintura,
le dio un efusivo beso en los labios y justo en ese momento, alguien sacó una
cámara.
—A ver, una
foto del jugador estrella y su animador — bromeó.
Jaejoong se
echó hacia atrás con un brazo estirado haciendo una broma y Yunho hizo una
mueca divertida que completó su verdadero ser. La fotografía capturó ambos cuerpos
y se apoderó de las dos almas.
El lunes por la
tarde, Yunho pasó por su departamento para avisarle que se iba de viaje. Lo
llamó el martes y el miércoles desde el hotel, siempre a las once de la noche
para asegurarse de que Jaejoong estuviera en casa esperando su llamado. No
dejaba mensajes, odiaba los contestadores automáticos.
Yunho se
mostraba natural y cariñoso, lo cual borró toda sombra de temor de la mente de
su novio. Jaejoong podría haber pensado que, estando lejos, Yunho iba a
engañarlo, o que, acostumbrado a cambiar de pareja sexual cada noche, haría lo
mismo teniéndolo o no teniéndolo a él. Sin embargo, creyó en lo que él le había
prometido: que le era fiel y que lo respetaba.
Y Yunho así lo
hacía. Guardaba todo su deseo y su ímpetu para Jaejoong, porque cuando deseaba
solo pensaba en él, en su novio, al que extrañaba como pocas veces había extrañado
a alguien. Tanto que comenzó a pensar el modo de convencerlo de que lo
acompañara en su próximo viaje.
No le interesaba
regalarle joyas y perfumes, eso lo había hecho con otros. Quería pasar tiempo
con él, dar a Jaejoong algo que ninguno podía obtener: partes de sí mismo.
El jueves Jaejoong
pasó por lo de su madre para visitar a Changmin y terminó por llevarse al niño
a su casa, ya que el chico insistió en que quería dormir con él y Young no se
negó a que lo hiciera.
Yunho miró por
décima vez su reloj pulsera. Había esperado en ese pasillo en penumbras una
hora. De pronto, una vocecita rompió el silencio.
—Pero yo lo
quería en rojo. Dile que me lo cambie.
Yunho giró la
cabeza. Jaejoong se ponía en cuclillas para estar a la altura del que debía ser
su hermanito.
—Te dije que
no, Changmin —le decía con voz maternal. Le acomodó el cuello de la camisa—. El
quiosquero no sabe de qué color viene el juguete del chocolate.
Se puso de pie.
Yunho lo observaba con la espalda apoyada en la pared atestada de hongos de
humedad, con la mirada divertida que siempre lo caracterizaba. Jaejoong se
sintió tan dichoso de verlo que una sonrisa radiante le invadió el rostro.
— ¡Yunho!
¡Volviste del viaje! —exclamó antes de correr hacia él.
—Vengo del
aeropuerto, no veía la hora de verte.
Jaejooong se
puso en puntas de pie para abrazarlo. Del mismo modo apasionado le besó toda la
cara. Sin querer, le llenó el corazón de una emoción singular. Yunho se simuló
aturdido y lo hizo reír. Luego besó a Jaejoong en la boca.
—Jae… —habló la
vocecita a su lado, entonces Jaejoong alzó a Changmin en brazos.
—Cotito, este
es Yunho —los presentó—. Mi novio
— ¿Tu novio?
—interrogó el niño con el ceño fruncido.
—Aja —replicó
él antes de mirar a Yunho —. Este es mi hermano Changmin —explicó. Casi no
parecían hermanos, no se parecían en nada.
— ¡Llevo el
nombre de un héroe! —Exclamó el niño al que le gustaba añadir aquel comentario
cada vez que conocía a alguien—. Mira lo que me dio Jae.
El chico
sostuvo en alto una moneda de cinco centavos, que era el vuelto que Jaejoong le
había regalado de la compra del chocolate.
— ¿Me la prestas?
—pidió Yunho. Changmin cedió su tesoro. Yunho movió las manos hasta que la
moneda desapareció. El rostro de Changmin se transformó en una mueca
desconsolada.
— ¿Dónde está?
—preguntó.
—Creo haber
visto algo por aquí… —replicó Yunho mientras llevaba una mano a su maletín y
extraía una rosa roja del compartimento exterior, abandonando allí la moneda.
El gesto
paternal de Yunho hizo sonreír a Jaejoong, lo dejó embelesado pensando en lo
diferente que él era respecto del hombre que había conocido.
Cuando Changmin
vio que su moneda había dado como fruto una rosa, saltó de brazos de su hermano
y miró al extraño como si este acabara de robarle.
—Para ti —dijo Yunho
a Jaejoong. Él sonrió y tomó la flor ilusionado.
— ¡Oh, gracias!
—exclamó.
— ¿Y mi moneda?
—reclamó Changmin, cruzado de brazos. Yunho lo miró.
—Tu moneda se
convirtió en esa linda flor, pero a cambio puedes quedarte con esto.
Dio al niño un
billete de diez pesos, lo que tenía en el bolsillo del saco, y lo dejó más que
contento. Pero a Jaejoong no.
—Dámelo, Changmin
—ordenó. Luego miró a Yunho con pesar—. Perdóname, pero es mucho para un nene
tan chiquito.
El problema no
era solo que Changmin fuera pequeño, sino cómo se ponía su padre por unos pocos
pesos y lo que aquello significaría: todos sabrían que él tenía novio, averiguarían
que era adinerado, y querrían sacar provecho. No estaba dispuesto a exponer a Yunho
a eso.
— ¡No! —Recriminó
el niño—. ¡Es mi billete y no te lo pienso dar, estúpido!
Jaejoong tembló.
Bajó la cabeza, pálido y desmejorado primero por la vergüenza, después porque
era la primera vez que su hermano repetía tan claramente algo que estaba acostumbrado
a oír en su casa.
—Hey, amiguito
—lo llamó Yunho con simpatía—. Esa no es forma de tratar a alguien. Así nunca
vas a conseguir pareja.
Changmin no
respondió porque quizás no entendió del todo el mensaje, pero se lo quedó
mirando. Para él no había nada extraño en un grito o un insulto.
—Entremos
—propuso Jaejoong con la voz entrecortada.
Changmin se
alejó unos pasos agitando su billete cual bandera de triunfo y Yunho aprovechó
a abrazar a Jaejoong, que había quedado de espaldas a él, de frente a la
puerta. Le rodeó la cintura con los brazos, enterró la cara entre su cabello y
le habló al oído para que olvidara el asunto de su hermano.
—No tienes idea
de cuánto te extrañé —murmuró—. De cuánto te necesito.
Jaejoong sonrió
involuntariamente. Consiguió encajar la llave en la cerradura con ayuda de las
manos de Yunho, que se movieron precisas y cálidas sobre la suya hasta abrir la
puerta.
Mientras
preparaba la cena en la cocina, Jaejoong se sentía culpable porque no hubiera
querido que Yunho y su hermano se conocieran. Changmin estaba perdiendo la inocencia,
y Jaejoong temía que la hiciera pasar otra vergüenza como la de la puerta. Por
el otro lado, no quería sentirse avergonzado de su pequeño Cotito. Era un niño,
no se daba cuenta de que algunas cosas no debían ser dichas, aprendía con el
mal ejemplo que tenía en su casa.
A pesar de su
miedo, todo se desarrolló con normalidad hasta el postre, cuando a Jaejoong se
le ocurrió reclamar el billete de diez pesos a Changmin de nuevo.
—Cotito, ¿no te
parece que con dos pesos sería suficiente?
—Es mío. Me lo
dieron a mí, y tú me tienes envidia — replicó el niño.
—No es eso, Changmin.
Es…
Jaejoong se
interrumpió de golpe. No podía seguir hablando sin poner en evidencia de dónde
provenía, quién era su familia y cuáles eran sus costumbres.
— ¡Es que eres
un egoista, eso es, como dice Karam! —Le gritó Changmin—. ¡Una porquería!
— ¡Basta, Changmin!
—Reclamó Jaejoong —. Tú pienses que hablar así es divertido, pero no lo es.
¡Eso no es normal, ni es divertido, ni debe hacerse! Así no es la vida. No debe
ser así.
— ¡Eres una
mierda! —exclamó el niño sin prestarle atención, como sucedía siempre en su
casa, que nadie escuchaba a nadie y cada uno decía lo suyo.
Jaejoong lo
calló de una cachetada. Una vez sí podía tolerar ese trato, dos no. Yunho
estaba mudo. Al instante, Jaejoong reaccionó y se cubrió la boca con ambas
manos, horrorizado por lo que había hecho.
— ¡Perdóname,
Cotito! —exclamó—. Yo no quise hacer eso, ¡perdóname!
—Me quiero ir a
mi casa, con mamá —reclamó el niño.
— ¿Y todo lo
que te estuve enseñando? —Jaejoong estaba por llorar, Yunho se daba cuenta por
su tono de voz suave y pausado—. Todo desperdiciado en unas semanas con ellos…
— ¡Karam tiene
razón! —reclamó el niño. Las lágrimas resbalaban de sus ojos oscuros y se
deslizaban por la tersa piel de sus mejillas—. Te crees más que nosotros.
Quiero ir a casa, con mamá —y comenzó a hacer un berrinche—. ¡Quiero ir a casa!
¡Quiero ir a casa!
—No es
necesario que hagas eso —lo interrumpió Jaejoong —. Puedo llevarte a casa si me
lo pides como corresponde. Junta tus cosas.
Changmin corrió
a la habitación. Yunho se puso de pie.
— ¿A dónde vas?
—Le preguntó Jaejoong —. Por favor, quedate.
—Los llevo
—respondió él, respetuoso de la situación.
—No, por favor
—replicó Jaejoong. No quería que su madre viera el coche de Yunho, sería
todavía peor que dejarle saber que él le había regalado diez pesos a Changmin—.
Te lo agradezco, pero prefiero que me esperes aquí. Si quieres conservar tu
auto, te conviene quedarte de este lado del Riachuelo.
—Prefiero
conservar a mi novio.
La respuesta
serena de Yunho consiguió relajar un poco a Jaejoong, aunque los ojos del
muchacho no dejaban de verse tristes y húmedos. ¿Qué más daba? Tampoco podía ocultar
a Yunho eternamente. Tomó el teléfono y marcó un número.
—Mamá —dijo—.
Estoy llevando a Changmin a tu casa, quiere pasar la noche contigo. Esperanos
en la puerta, por favor.
Corto muy
rápido.
El viaje se
desarrolló en silencio. Cuando Yunho detuvo el auto frente a los monoblocks,
reconoció que era el lugar donde había ido a buscar a Jaejoong según el dato de
su vecino del negocio, pero no comentó nada al respecto. Vio a la madre de Jaejoong
recibir al niño a unos metros de la reja de entrada, en la puerta de uno de los
edificios. Young observó con los ojos entrecerrados el coche caro que acababa
de dejar a su hijo e intentó divisar a quien lo conducía, lo cual no fue
posible dado que los vidrios eran polarizados.
Una vez que Jaejoong
vio a Changmin con su madre, pidió a Yunho que arrancara el auto. Regresaron en
silencio. El estacionó en la puerta del edificio de Jaejoong, pero no apagó el
motor.
— ¿Te vas? —le
preguntó Jaejoong.
—Me tengo que
ir —respondió él.
—Si estás horrorizado
o algo, te ruego me lo digas.
—Jaejoong
—intentó interrumpirlo Yunho, pero Jaejoong no se calló.
—Por favor, dime
la verdad. ¡Escuchar esas cosas de boca de un niño! Debes pensar que soy un…
—Jaejoong
—consiguió callarlo él. Jaejoong lo miró—. Pienso que eres el hombre más
luchador que jamás haya visto.
Jaejoong bajó
la mirada. El corazón se le estrujó por las palabras de su novio.
—Lo dices para
consolarme —argumentó.
—No, no lo digo
para consolarte —defendió Yunho y apagó el motor del coche—. Lo digo porque es
cierto.
Jaejoong no
quería, pero se echó a llorar.
—Le di una
cachetada, Yunho —recordó—. Nunca había hecho algo como eso. ¿Cómo pude hacerlo
ahora? Soy un salvaje.
Yunho le tomó
la mano y se la apretó para que él lo mirara.
—Jaejoong.
—Yo no soy su
padre, ni su madre, ella jamás le pegó, ¡y lo hice yo! Lo rescaté de esa casa
cuando su padre hizo lo mismo.
— ¿Lo
rescataste? —indagó él, alertado por la frase.
—Sí… —él lucía
casi avergonzado. Bajaba la mirada —. Vivió conmigo estos dos últimos años
hasta que me obligaron a devolverlo a mi familia.
Yunho expresó
el orgullo que sintió por Jaejoong con su tono de voz.
—Te apuesto a
que su padre no hizo lo mismo —dijo respecto del golpe.
— ¡Sí! ¡Le
había pegado!
—Sabras que
existen distintos tipos de golpes —lo corrigió Yunho. Jaejoong lo miró. Al fin
se había callado y lo miraba con atención—. Mi padre nunca me pegó — continuó
él—. Ni una bofetada, ni un chirlo, ni siquiera una palmada en la cabeza por
hacer una travesura. No vivía conmigo. Pero mi madre si lo hizo, muchas veces.
La última fue cuando tenía doce años, ¡Doce! Y no era que me entregara a las
drogas o a la bebida ni nada de eso, pero era insolente. Contestaba mal a
veces, y ella no lo merecía.
Jaejoong lo
miraba con ojos enternecidos, imaginando a ese Yunho adolescente que contestaba
mal a su madre y ahora recordaba esos momentos con cariño tan inmenso. Se
notaba en la suavidad con la que se refería a la mujer, en el brillo que
cobraba su mirada cuando hablaba de ella. Se hacía fácil deducir que ya no
estaba a su lado.
—Jaejoong, si
nadie lo corrige en casa, alguien tiene que hacerlo afuera —continuó Yunho
refiriéndose a Changmin —. Ese nene tiene la suerte de tener un hermano que le
de un cachetazo por amor, y el día de mañana te recordará como yo recuerdo a mi
mamá: como la persona que lo hizo todo por amor a mí.
Jaejoong
suspiró más sereno y animado.
—Gracias, Yunho
—sonrió.
—Es la verdad.
No hiciste nada malo, por el contrario… —él lo interrumpió.
—Gracias por
confiar en mí —aclaró—. Por contarme tus cosas, sé que no es fácil para ti. Tienes
que saber que yo jamás traicionaría tu confianza.
Él se lo quedó
mirando. No se había dado cuenta de lo que hacía hasta que Jaejoong se lo hizo
notar, porque confesarse con Jaejoong se había convertido en algo natural.
Aunque no se arrepintió, tampoco comentó nada al respecto y el corazón se le
estrujó al pensar que Jaejoong le estaba prometiendo cuidar de sus secretos
como él mismo lo hacía.
—Tengo que irme
porque me espera Yoochun para…
—Está bien
—asintió él—. Te voy a extrañar mucho.
Lo abrazó. Yunho
respondió de inmediato, pero pronto lo soltó porque recordó algo.
—Tengo una cosa
para ti —se estiró hacia el asiento de atrás y entregó a Jaejoong un sobre
marrón que él se quedó mirando—. ¿No lo abriras ahora?
Jaejoong alzó
la vista y le sonrió. Luego se dedicó a abrir el sobre, del que extrajo tres
revistas. Abrió la primera en la marca que Yunho había dejado.
— ¡Oh, por
Dios! —exclamó sin poder creer que en una imagen se le veía con un conjunto
blanco, de pie junto a Yunho en la entrada de la discoteca. Leyó en voz alta—.
«El conocido constructor Jung Yunho con su novio, el diseñador Kim Jaejoong»
—alzó los ojos hacia Yunho enseguida—. ¿Por qué dicen que soy diseñador?
—Porque eso les
dije yo.
Jaejoong se ruborizó
y bajó la mirada.
—Pero yo no soy
diseñador, Yunho —corrigió—. Nunca terminé la carrera. Apenas soy modisto.
Yuno le alzó la
cabeza tomándolo de la barbilla.
—Pero eres el
mejor modisto del mundo, y el mejor modisto del mundo merece ser diseñador.
Jaejoong meditó
un instante las palabras, pero enseguida bajó la cabeza de nuevo y se encogió
de hombros.
—Gracias, pero
sé que no soy el mejor del mundo. Intento muchas cosas, y todas me salen mal
—repuso—. Changmin vivió conmigo desde que tenía dos años hasta no hace mucho
tiempo. Fue porque una noche Lee lo golpeó y yo me lo llevé. Entonces lo
denuncié por drogadicto y bebedor. No pasó más de unas horas en la cárcel, pero
el antecedente y que ninguno tenía un trabajo fijo sirvieron para que el juez
me diera la custodia temporal.
—Fuiste muy
valiente —Yunho de verdad pensaba que Jaejoong había sido muy fuerte para
enfrentarse a su familia por el bien de su hermano.
—Sí, pero no
sirvió de nada, solo empeoró las cosas — se lamentó él—. Mi madre se casó con Lee
para recuperar a Changmin, el juez se lo devolvió, y en unas pocas semanas él
ya se acomodó a la vida con ellos, a las malas costumbres que mi madre adoptó
al unirse a Lee y que creí Changmin no había interiorizado. Me equivoqué, tiene
más sangre de ellos que mía. Tengo que aceptarlo: mi vida de sacrificio no
puede resultar atractiva frente a una vida llena de facilidades y diversiones,
como la que llevan ellos. No podré rescatarlo, como no pude rescatar a Karam.
Yunho suspiró.
Habría deseado aliviar el dolor de Jaejoong, la vida dura que le había tocado,
sin embargo era consciente de que lo único que podía darle era un mejor presente
y un futuro promisorio.
—Después está
mi negocio en quiebra —siguió contando Jaejoong. Yunho intervino.
—Eso fue tu
culpa —Jaejoong lo miró sorprendido, con las cejas enarcadas. Yunho no tardó en
explicarse—. Vendías tus creaciones, ¿cierto?
—S… sí —dudó Jaejoong.
No sabía lo que seguía.
—Sin estar al
tanto de las tendencias, sin estudiar a la competencia. No mirabas revistas de
diseño ni podías viajar a París o a Nueva York, capitales de la moda, para instruirte.
¿Me equivoco?
—Sabes que no
tenía acceso a ninguna de esas cosas.
—Entonces, tal
como pense, diseñabas por intuición. Lo haces de manera extraordinaria, tus
prendas tienen una calidad que evidencia una capacidad con la que cualquier diseñador
estaría enloquecido —Jaejoong bajó la mirada de nuevo, dispuesto a discutir,
pero él no se lo permitió—. Callate —dijo con el índice en alto. Jaejoong se
tragó una sonrisa mientras se secaba las lágrimas con la mano—. Eres fabuloso,
pero apuntas demasiado bajo y pusiste un negocio como ese en pequeña escala y
en el barrio equivocado — Jaejoong alzó los ojos hacia Yunho, que parecía haber
hecho un estudio de bienes y servicios formidable en muy poco tiempo—. Para
vender diseños tuyos, primero deberías hacerlos en función de lo que demanda el
mercado. Luego poner el negocio en un barrio donde las personas valoren las
prendas exclusivas —le guiñó el ojo, porque era donde él vivía. Jaejoong sonrió—.
Y ponerlo en grande, siempre llamando la atención. La gente tiene que pensar
que si no entra a tu negocio, si compra en otro lado, es mediocre y no sirve para
nada.
Jaejoong rió
porque ya se había dado cuenta de que Yunho hacía todo así como le aconsejaba,
a lo grande: sus construcciones, su crucero, su persona. Yunho entraba a un sitio
y jamás pasaba desapercibido; si no obtenía la atención de todo el mundo, no
era Jung Yunho.
—Lo que tendrías
que haber puesto es algo que esa gente necesita con urgencia —siguió diciendo él.
— ¿Y qué
necesitan? —interrogó Jaejoong, curioso.
—Algo que está
en extinción, pero siempre es útil, y para lo que solo quedan cuatro o cinco
personas en todo Corea —bromeó—. En ese local, deberías haber colocado un
inmenso cartel que dijera «Hospital de la ropa», o algo como eso. «Reparo todo
en prendas», y esas cosas —por el rostro de Jaejoong, él se apresuró a
aclarar—. Ya sé, no es lo que querías hacer, pero lo terminaste haciendo de
todos modos y en pequeña escala, escondido en tu departamento.
—Sí —asintió Jaejoong.
Él tenía razón.
—Yo también
hice cosas que no quería al principio. Trabajar en una pizzería, por ejemplo.
—Quieres decir
que construiste el local —probó él, incapaz de pensar otra cosa—. Sí, debió
haber sido una construcción muy chica para ti y tus… costumbres — casi rió por
la expresión que acababa de utilizar respecto de que nada de lo que él hacía
pasaba desapercibido.
—Repartía pizzas
—aclaró Yunho sin inmutarse.
Jaejoong se lo
quedó mirando, la sonrisa se le borró del rostro. Yunho no parecía bromear,
pero Jaejoong se había formado una imagen tan soberana de Yunho que le pareció imposible
que hablara en serio.
—Mi mamá estaba
enferma y ya no podía trabajar — explicó él—. Tampoco podíamos contar con mi
padre, estaban divorciados. Me hubiera gustado trabajar antes, pero si lo
hubiera hecho quizás jamás me habría recibido. Como en casi todo, mi madre
siempre tuvo razón.
—Supongo
entonces que no siempre fuiste…
—El típico
único hijo rico y malcriado —completó él, sonriente—. Único hijo sí, malcriado
un poco, pero rico no.
Jaejoong también
sonrió, pero con pesar. Bajó la cabeza.
—Te prejuzgué y
me arrepiento. Me enojé contigo por lo mismo que yo estaba haciendo, fui muy
injusto.
—Ya —lo detuvo
él alzando una mano—. No seas tan duro contigo mismo, todos prejuzgamos. Mucho
más si nos muestran una falsa imagen tan convincente.
Jaejoong suspiró.
Sabía que Yunho callaba mucho más, que guardaba en su corazón dolores y pesares
que, poco a poco, quizás se atreviera a confiar. Siempre que siguieran juntos, siempre
que algún día lo amara.
—Además, ese no
era el punto —continuó Yunho —. Si le das a la gente lo que necesita en grande,
ese será el medio que te permita hacer lo que en realidad quieres. Siempre pide
más, nunca aceptes menos.
Jaejoong estaba
embelesado con las palabras, ciertas y esclarecedoras, pero demasiado duras
incluso para esos ojos que lo observaban desde un abismo. Entonces masculló la
única idea que el consejo le trajo a la mente:
— ¿Para sangrar
como tú?
Yunho lo miró
en silencio. Se puso rígido un momento, se sentía descubierto. Pensaba.
—Estás
sangrando de todas maneras —concluyó. Y Jaejoong aceptó con entrega las
palabras, porque nunca le habían dicho algo tan cercano a la verdad.
La sensación no
duró mucho tiempo. Pronto Yunho se esforzó por hacerlo sonreír de nuevo dándole
un apretado abrazo y un beso en la frente. Era cariñoso y expresivo, le gustaba
manifestarse a través del contacto físico.
—Prepárate para
el sábado —anunció con gesto travieso. Jaejoong se apartó de él para mirarlo,
intrigado—. Nos vamos al teatro.
— ¿Al teatro?
¿Por qué?
—Porque me
entregan un premio.
— ¡Un premio! —Jaejoong
sonrió y apoyó una mano en su pecho—. ¡Oh, Yunho! ¡Estoy tan orgulloso de ti!
¿Es el primero? ¿Cuántos llevas ganados?
—Algo así como…
cinco —contó él sin un ápice de orgullo o soberbia en la voz, ni siquiera con
alegría. El reconocimiento que él de verdad esperaba, jamás llegaría, por lo
tanto los demás le parecían insuficientes, pasaban desapercibidos—. Este será el
sexto.
—Eres tan
importante…
—Todos somos
importantes —replicó él, otra vez con esa extraña humildad que demostraba
cuando se trataba de aspectos positivos de su persona.
—No del modo en
que lo eres tú —contestó él. Yunho sonrió de costado, no se lo creía—. ¿Y por
qué es el premio?
—Por algo que
estuve desarrollando —contó él—. Ahora estoy con otra cosa, pero no puedo
hablar de eso por ahora. Quizás tengamos otro premio que recibir.
Jaejoong se
entusiasmó de solo imaginarlo.
— ¿Tiene algo
que ver con los japoneses del Paradise? —aventuró—.
Dejame decirte que parecían mafiosos antes que empresarios.
Yunho sonrió.
—Tiene todo que
ver con los japoneses. Ya te voy a contar muy pronto.
* * *
Mientras
pensaba en cómo volver a ver a Yunho, Heechul recorría las páginas de una
revista de la farándula. De pronto, los ojos negros del costurerito se
enterraron en los suyos con singular tesón. Era el que el colorado depositaba
en la acción de mirar una y otra vez la misma página.
«El conocido
constructor Jung Yunho con su novio, el diseñador Kim Jaejoong».
— ¡Diseñador
ese! —exclamó, respaldado en su cama.
Cerró la
revista y la arrojó a la mesa de luz cuando la puerta del cuarto se abrió. Siwon
entró; se sacó los zapatos y la corbata. Prosiguió después con la camisa.
—Deberías ir al
gimnasio —le espetó Heechul, impío, descargando en él la frustración de que Yunho
se mostrara en público con un nenito de barrio—. Tienes flacidez y el cuerpo de
un viejo. No sé cómo pretendes gustarme si te cuelga la grasa por todas partes
y ni siquiera te tiñes el cabello. Yunho, en cambio, tiene el cuerpo joven…
—Entonces te
hubieras quedado con Jung —replicó el hombre mientras se desprendía el
pantalón.
Siwon estaba
empezando a odiarlo.
—Ya no será
posible —se vengó Heechul —. Se acuesta con tu hijo —rió—. ¡Y todo porque me
ama a mí!
Siwon lo
odiaba.
Salió de la
habitación, se internó en su estudio y desde allí hizo un llamado telefónico.
Recibió otro a las dos horas.
— ¿Que me tienes?
—preguntó.
—Encontramos lo
que buscaba, señor.
—Muy bien. En
ese caso, nos veremos pronto.
Heechul no se
sorprendió de que pocos días después su marido intentara compensar sus
disfunciones sexuales dándole el dinero para una nueva cirugía y aceptando que
se llevara a cabo en el Centro Médico construido por Yunho, tal como él le
había pedido. Claro que no le había dicho que esperaba volver a ver a su ex
allí.
El último
encuentro que había mantenido con Yunho lo había dejado más caprichoso y
altanero que nunca. ¿Rechazarlo Yunho? Poco le importaba la presencia de Siwon.
Yunho volvería a ser suyo y cuando él deseaba algo, lo obtenía como fuera.
* * *
—Mira esto, Karam
—dijo un cuarenton antes de lanzarle al castaño una revista sobre los muslos.
Karam dejó de
pasarse el lápiz delineador por los ojos para reparar en lo que le había dado el
hombre, que ya se sentaba en el tocador que estaba junto al de él para
arreglarse su propio rostro.
—Página treinta
y cuatro —indicó. Karam dio vuelta las páginas hasta dar con la indicada.
— ¿Y esto?
—preguntó.
— ¿No es tu
hermano?
— ¡¿Dónde?!
Karam llegó a
la fotografía casi tan rápido como abrió la boca, sorprendido. Entrecerró los
ojos y estudió mejor la imagen.
—Sí… no hay
dudas, es Jaejoong. ¿Y este quién es? ¿Será el novio?
— ¡Y qué novio!
—exclamó otro que se había detenido detrás de Karam, con las manos apoyadas en
el respaldo de la silla, para poder husmear a gusto.
— ¿No sabes
leer? —Le preguntó el que había llevado la noticia—. Fíjate.
—«Noche de
fiesta en…»
— ¡Debajo de la
foto, tonto! —lo interrumpió el otro.
Karam bajó la
mirada.
—«El conocido
constructor Jung Yunho con su novio, el diseñador Kim Jaejoong» —rió—.
¿Diseñador? ¡Pero si mi hermano es un pobre modisto que se pasa el día
encorvado en la máquina de coser! Siempre se quiso hacer la diva, siempre. Lo
odio, se cree más que nosotros solo porque tuvo padre.
Ni bien esas
palabras abandonaron su boca, sintió el vacío de la ausencia. Jaejoong… Lo
quería, siempre lo había admirado, y se merecía algo bueno en la vida tan dura
que le había tocado en suerte, después de luchar y luchar en vano. Su hermano
se había portado mal con él, lo había dejado solo, pero aunque demostrase lo
contrario, en su interior no quería que aquella relación también resultara un
fracaso. Si Jaejoong estaba saliendo con alguien de tanto dinero, se metería en
serios problemas.
No se molestó
en terminar de delinearse los ojos ni pensó que estaba huyendo del lugar donde
hacía poco menos de un mes le habían dado trabajo y que era mejor que la calle.
Tenía que ir a casa.
Llegó para la
hora de la cena. Como en un rápido vistazo no vio a Lee, hizo una pregunta.
— ¿Tú sabes si Jaejoong
se está viendo con alguien?
Young se
encogió de hombros al tiempo que llenaba el plato de Changmin.
—El otro día lo
trajo alguien en un coche caro. ¿Por qué? —respondió—. ¿Piensas que anda en
cosas raras? Por lo menos habrá sabido buscarse un lugar digno, no como tú.
La referencia a
su trabajo no hizo efecto en Karam. Enojado como estaba, dejó caer la revista,
que aterrizó sobre la mesa, abierta en la página treinta y cuatro. Su madre
tenía que saber que Jaejoong no era prostituto. Ni fino, ni de los otros.
—Así que ya lo
sabías —masculló—. ¿Y piensas guardar el secreto o sacar provecho? Porque si
estás pensando en sacar provecho…
— ¡Jaejoong!
—lo interrumpió Young.
No le demandó
demasiado tiempo notar que su hijo mayor destacaba entre las fotografías.
Vestía de blanco delante de un fondo negro con el logotipo de una marca de ropa,
y estaba de pie junto a un hombre alto, grandote e indudablemente distinguido.
Se dejó caer en la silla y leyó en voz alta.
—«El conocido
constructor Jung Yunho con su novio, el diseñador Kim Jaejoong». ¡Con que este
es el del auto!
Lee salió del
baño y le arrebató la revista de entre las manos. Karam se maldijo porque no se
dio cuenta de que él podía estar ahí.
— ¡Es el tipo
que me dio los cien pesos! —gritó.
— ¿Te dio cien
pesos? —saltó Karam, molesto. Sus sospechas se confirmaban: todos sacaban
provecho de Jaejoong —. ¿Cuándo? ¿Por qué?
— ¿Por qué no
me lo dijiste? —Se enojó Young —. Deberías habérmelos dado a mí. Después de
todo, es el novio de mi hijo —destaco
el pronombre posesivo.
— ¡Te lo dije,
pero no me creíste! —se defendió Lee.
— ¿Para qué
podría darte el novio de Jaejoong cien pesos a ti? —insistió Karam, preocupado.
Con que hasta Lee ya estaba al tanto de todo y habían comenzado a sacarle dinero
al rico. Lee se encogió de hombros.
—No sé.
—Di mejor que
estabas borracho y por eso no te acuerdas de nada —espetó el muchacho dejándose
caer en el asiento.
—No provoques, Karam
—lo retó la madre. Karam apoyó las piernas sobre la mesa en un gesto involuntariamente
sensual y se puso una papa frita en la boca. Estaba acostumbrado a ser así
aunque esa no fuera él en realidad.
—No sé quién se
piensa que es este borracho inmundo —siguió diciendo el del cabello castaño,
aunque indeciso todavía sobre sus sentimientos. De pronto el rencor volvió a
abrumarlo. ¿Por qué Jaejoong lo había abandonado? ¿Por qué no se había
percatado de lo que para él significó «la noche trágica»?—. Y Jaejoong, que se
cree un princesito solo porque tuvo un padre como la gente —siguió diciendo,
incomprendido.
—Callate la
boca, Karam —volvió a retarlo la madre.
—Es la verdad,
siempre le dimos asco. Yo ni siquiera conocí al padre que me hizo, y el pobre
de tu hijo, con este borracho…
— ¡Karam!
—Me voy a
dormir, hoy no tengo ganas de… —iba a decir «trabajar», pero se calló justo a
tiempo.
Un rato más
tarde, Lee salió en busca de sus amigos. Regresaba a casa cuando alguien le dio
unos golpes en la espalda. Se volvió a punto de dar una trompada al aire. Solo Dios
sabía lo peligroso que era circular por ese barrio a esa hora de la madrugada y
con una borrachera a cuestas.
Como no se
encontró con un malandrín, sino con dos tipos de traje y corbata que llevaban
un auricular en el oído y un cable que se perdía por debajo del cuello de sus camisas
blancas, se quedó quieto. Con esa gente no se jodía.
—Nuestro jefe
reclama lo que le debes, Lee —indicó el sujeto, que conocía su apellido.
—Yo no le debo
nada —respondió Lee de mal talante —. Que ni sueñe con que le pague un solo
peso.
Lee sintió la
punta del arma sobre sus costillas, el calor de la amenaza en las entrañas,
casi como si ya le hubiera entrado la bala.
—Tienes
un hijo, ¿no? Un tal… Changmin. No te gustaría que le pase nada, ¿cierto? —Lee se
quedó mudo—. Te damos quince días para pagar toda la mercadería que te llevaste
o eres hombre muerto.
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—Entonces iré contigo. La llamaré cuando
acabe.
La
correa de la bolsa de mensajero le resbaló por el brazo, y Changmin se la volvió
a subir distraídamente, dejando que los dedos se entretuvieran sobre la piel
desnuda de su hombro.
En el exterior, el aire resultaba esponjoso
debido a la humedad, humedad que rizaba un poco los cabellos de Jae y le pegaba
a Changmin la camiseta azul a la espalda.
—Y bien, ¿cómo le va al grupo? —preguntó
Jae —. ¿Algo nuevo? Se oían muchos gritos de fondo cuando hablé contigo antes.
El rostro de su amigo se iluminó.
—Las cosas van la mar de bien —respondió—. Yong
dice que conoce a alguien que podría conseguirnos una actuación en el Bar.
Estamos buscando nombres otra vez.
— ¿Sí? — Jae ocultó una sonrisa.
En realidad, el grupo de Changmin nunca
tocaba nada. La mayor parte del tiempo lo pasaban en la salita de Changmin,
discutiendo sobre nombres y logotipos potenciales para el grupo. En ocasiones, Jae
se preguntaba si alguno de ellos realmente sabía tocar un instrumento.
— ¿Qué hay sobre la mesa?
—Estamos eligiendo entre Conspiración
Vegetal Marina y Panda Inmutable.
Jae meneó la cabeza.
—Los dos son terribles.
—Gun sugirió Tumbonas en Crisis.
—Tal vez Gun debería seguir con los
videojuegos.
—Pero entonces tendríamos que encontrar un
nuevo batería.
—Ah, ¿es eso lo que hace Gun? Pensaba que
se limitaba a gorrearos dinero y a tratar de impresionar a las chicas de la
escuela diciendo que pertenece a un grupo.
—Nada de eso —respondió Changmin con toda
tranquilidad—. Gun se ha reformado. Tiene una novia. Llevan tres meses
saliendo.
—Prácticamente casados —dijo Jae, rodeando
a una pareja que empujaba a una criatura en una sillita: una niña pequeña con
pasadores de plástico amarillo en el cabello, que tenía agarrada firmemente un hada
de juguete con alas color zafiro con listas doradas.
Por el rabillo del ojo, a Jae le pareció
ver moverse las alas. Volvió la cabeza a toda velocidad.
—Lo que significa —continuó Changmin —, que
soy el único miembro del grupo que no tiene una pareja. Lo que, como ya sabes,
es precisamente lo que se pretende al estar en un grupo. Conquistar a las chicas
y chicos.
—Pensaba que se trataba de la música.
Un hombre con un bastón se cruzó en su
paso, encaminándose a la calle. Jae desvió rápidamente la vista, temiendo que
si miraba a alguien durante demasiado tiempo, le crecerían alas, brazos extras
o largas lenguas bífidas como las de las serpientes.
—De todos modos ¿a quién le importa si
tienes una novia o novio?
—A mí me importa —respondió Changmin con
melancolía—. Muy pronto, las únicas personas que no tendrán pareja seremos yo y
el conserje de la escuela. Y él huele a limpiacristales.
—Siempre estará Sheila «Tanga» —sugirió Jae.
Jae se había sentado detrás de ella en
clase de matemáticas de noveno, y cada vez que a Sheila se le había caído el
lápiz, lo que sucedía a menudo, Jae había disfrutado de una vista de la ropa
interior de Sheila subiendo por encima de la cinturilla de sus vaqueros super bajos.
—Es con ella con quien Gun lleva saliendo
los últimos tres meses —repuso Changmin —. Su consejo fue que simplemente debía
decidir quien de la escuela tiene el cuerpo más rocanrolero y pedirle para
salir el primer día de clase.
—Gun es un cerdo sexista —afirmó Jae, no
deseando, de repente, saber quien de la escuela pensaba Changmin que tenía el
cuerpo más rocanrolero—. Quizá deberíais llamar al grupo Los cerdos sexistas.
—No suena mal.
Changmin no parecía haberse inmutado. Jae le
hizo una mueca mientras su bolsa vibraba bajo la estridente melodía de su
teléfono. Lo sacó del bolsillo con cremallera.
— ¿Es tu madre otra vez? —preguntó él.
Jae asintió. Veía a su madre mentalmente,
pequeña y sola en la entrada de su apartamento. La sensación de culpabilidad le
llenó el pecho.
Alzó la mirada hacia Changmin, que lo
contemplaba con los ojos sombríos de preocupación. Su rostro le era tan
familiar que podría haberlo bosquejado dormido. Pensó en las solitarias semanas
que se extendían ante él sin Changmin, y volvió a meter el móvil en el bolso.
—Vamos —dijo—. Llegaremos tarde al espectáculo.
Que bueno que YUnnie ya se este abriendo mas a jae
ResponderEliminarsin embargo me tiene ppreocupada las acciones que pueda tomar Heechul
y la familia de jae otoke tantos obstaculos se interponen :S
me encanta como es ahora con el, recuerdo como me emociono este fic, y ya que recuerdo todo no me es dificil comentar, maldito Heechul se que eres solo cirugía jum erea de lo peor, y la familia de Jae, solo espero que no hagan nada
ResponderEliminarMe pone feliz q Yunho poco a poco se abra a Jae así las cosas serán más fáciles...
ResponderEliminarQ familia la de Jae... Espero q no se les ocurra hacer nada :/
que horror de familiaaa
ResponderEliminarya van a empezar a chuparle la sangre a yunho..
esperemos que nada feo salga de todo esto.
gracias por el capitulo.
Que fea familia la de Jae, y aunque un poco envidioso Karam en el fondo admira asu hermano, lo malo de Changmin es que esta adquiriendo lo malo de sus padres y de Karam, espero que no lo echen a perder hasta que no haya remedio. Gracias por la publicación.
ResponderEliminarchangmin .! O.o me sorprendió como se comporto todo lo que causa estar metido en esa familia era mejor que se quedara con jaejoong espero que cambie su comportamiento...
ResponderEliminarahora la familia de jaejoong sabe acerca de su relación con yunho ahora me imagino que va a querer sacar provecho comenzando por ese lee (`ー´)
Sabia que karam no podría ser tan malo, él en el fondo quiere a su hermano. Lo mas seguro es que Lee le pida el dinero a Jae, poniendo en medio a Min... aggg detesto a sus padre.
ResponderEliminarLo último no entendí, así que solo lo ignoraré xD
Gracias por compartir.