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Nada mas que una noche: Capitulo 19

Capítulo 19


MIENTRAS cosía monedas y lentejuelas a velocidad relámpago para recuperar el tiempo que no había destinado a su trabajo durante el fin de semana, Jaejoong no dejaba de sonreír. Se pinchó el dedo al menos cinco veces y cada vez que se lo llevaba a la boca para apaciguar el ardor provocado por la aguja, se acordaba de Yunho y de que él había hecho lo mismo para demostrarle algo que ya no le importaba entender. Que Yunho confiaba en él, quizás, que lo quería para siempre, que tal vez algún día lo amara. Que ese amor estaba destinado a doler y Yunho a sanar las heridas que le provocase. Ignoró esa última opción, no quería pensar en ello, no quería reconocer que si Yunho amaba a otra persona, tarde o temprano él tendría que dejarlo ir.
El sábado siguiente a la inauguración del Centro Médico, Yunho pasó por Jaejoong para llevarlo a una fiesta que se ofrecería en una discoteca. Una marca de ropa presentaba su nueva colección y él quería que Jaejoong fuera estableciendo contactos en ese mundo. Quería que pensara en diseñar de manera profesional. No se lo había dicho, pero él se encargaría de presentarle a la gente adecuada.
Mientras se alistaba, Jaejoong lo espió desde la habitación. Él se había detenido frente al portarretratos con su imagen y manipulaba algo. Jaejoong se sintió avergonzado. No se acordaba de que había dejado allí su foto recortada de una revista, como todo un tonto.
— ¿Qué haces? —le preguntó al tiempo que se le acercaba.
—Magia —respondió Yunho. Cuando él llegó a su lado, notó que él arrugaba un papel.
— ¿Qué es eso? —insistió.
—Un mal recuerdo.
Jaejoong pasó la vista por la mesita del teléfono y allí lo vio: el portarretratos ya no lucía aquel recorte de revista, sino la foto que el periodista les había tomado a ellos dos en el Centro Médico, esa en la cual Yunho lucía el traje que él había confeccionado. El corazón de Jaejoong dio un tumbo y lo impulsó a abrazarlo.
— ¡Oh, Yunho! —exclamó—. ¡Eres tan dulce!
Pasaron una noche divertida. Bailaron, hicieron mucha vida social, y sin que Jaejoong siquiera se diera cuenta, Yunho lo introdujo en círculos de diseñadores profesionales y marcas de ropa. Jaejoong estaba fascinado con todo lo que veía, con las conversaciones que escuchaba y en las que se animaba a participar con entusiasmo. Yunho sonreía orgulloso cada vez que notaba las miradas de aprobación de otros diseñadores respecto de las ideas de su novio y pensaba que en dos o tres encuentros más, acabarían ofreciéndole un trabajo. Estaba seguro de ello.
Jaejoong amaneció en casa de Yunho otra vez. Bin ya no se sorprendió de que el pelinegro apareciera por la puerta de la cocina frotándose los ojos y además lo saludó con familiaridad y placer.
Desde que era el novio de Yunho, a Jaejoong no le alcanzaba el tiempo para todos los trabajos que tenía que hacer. Si no pasaba la noche con él y luego el día durmiendo, pasaba el día pensando en él, con lo cual sus tareas se retrasaban. Coser un dobladillo, acción que normalmente le demandaba veinte minutos, podía llevarle incluso cuarenta y cinco. Suspiraba, se quedaba mirando la nada —la nada no, los recuerdos con Yunho — y marcaba su número en el teléfono sin descolgar el auricular, solo por sentirlo cerca.
Concurrieron juntos a la boda de Junsu. Como el viejo Mustang de su primo, que debía llevar al novio a la iglesia, se averió, Yunho acabó transportándolo en su Audi. No fue lo único extraño que le sucedió en aquella fiesta, porque en la recepción que se llevó a cabo en un Club, Yunho terminó jugando al fútbol con los demás muchachos, como hacía mucho tiempo no lo hacía.
— ¡Hey! —exclamó Junsu cuando los chicos los descubrieron—. ¿Jugando un partido sin avisar a los animadores? ¡Qué descortesía!
De ese modo, los hombres jóvenes de la fiesta y alguno que otro ya mayor terminaron haciendo «una cascarita» como profesionales mientras las mujeres u hombres alentaban a uno y a otro equipo. Finalmente, el de Yunho y el hermano menor de Junsu ganó. Al finalizar, el niño se le acercó, él lo alzo en el aire y dieron juntos el grito de la victoria. Jaejoong reía a carcajadas y tampoco se salvó de la alegría desmedida de los jugadores. Yunho se le acercó, lo tomó por la cintura, le dio un efusivo beso en los labios y justo en ese momento, alguien sacó una cámara.
—A ver, una foto del jugador estrella y su animador — bromeó.
Jaejoong se echó hacia atrás con un brazo estirado haciendo una broma y Yunho hizo una mueca divertida que completó su verdadero ser. La fotografía capturó ambos cuerpos y se apoderó de las dos almas.
El lunes por la tarde, Yunho pasó por su departamento para avisarle que se iba de viaje. Lo llamó el martes y el miércoles desde el hotel, siempre a las once de la noche para asegurarse de que Jaejoong estuviera en casa esperando su llamado. No dejaba mensajes, odiaba los contestadores automáticos.
Yunho se mostraba natural y cariñoso, lo cual borró toda sombra de temor de la mente de su novio. Jaejoong podría haber pensado que, estando lejos, Yunho iba a engañarlo, o que, acostumbrado a cambiar de pareja sexual cada noche, haría lo mismo teniéndolo o no teniéndolo a él. Sin embargo, creyó en lo que él le había prometido: que le era fiel y que lo respetaba.
Y Yunho así lo hacía. Guardaba todo su deseo y su ímpetu para Jaejoong, porque cuando deseaba solo pensaba en él, en su novio, al que extrañaba como pocas veces había extrañado a alguien. Tanto que comenzó a pensar el modo de convencerlo de que lo acompañara en su próximo viaje.
No le interesaba regalarle joyas y perfumes, eso lo había hecho con otros. Quería pasar tiempo con él, dar a Jaejoong algo que ninguno podía obtener: partes de sí mismo.
El jueves Jaejoong pasó por lo de su madre para visitar a Changmin y terminó por llevarse al niño a su casa, ya que el chico insistió en que quería dormir con él y Young no se negó a que lo hiciera.
Yunho miró por décima vez su reloj pulsera. Había esperado en ese pasillo en penumbras una hora. De pronto, una vocecita rompió el silencio.
—Pero yo lo quería en rojo. Dile que me lo cambie.
Yunho giró la cabeza. Jaejoong se ponía en cuclillas para estar a la altura del que debía ser su hermanito.
—Te dije que no, Changmin —le decía con voz maternal. Le acomodó el cuello de la camisa—. El quiosquero no sabe de qué color viene el juguete del chocolate.
Se puso de pie. Yunho lo observaba con la espalda apoyada en la pared atestada de hongos de humedad, con la mirada divertida que siempre lo caracterizaba. Jaejoong se sintió tan dichoso de verlo que una sonrisa radiante le invadió el rostro.
— ¡Yunho! ¡Volviste del viaje! —exclamó antes de correr hacia él.
—Vengo del aeropuerto, no veía la hora de verte.
Jaejooong se puso en puntas de pie para abrazarlo. Del mismo modo apasionado le besó toda la cara. Sin querer, le llenó el corazón de una emoción singular. Yunho se simuló aturdido y lo hizo reír. Luego besó a Jaejoong en la boca.
—Jae… —habló la vocecita a su lado, entonces Jaejoong alzó a Changmin en brazos.
—Cotito, este es Yunho —los presentó—. Mi novio
— ¿Tu novio? —interrogó el niño con el ceño fruncido.
—Aja —replicó él antes de mirar a Yunho —. Este es mi hermano Changmin —explicó. Casi no parecían hermanos, no se parecían en nada.
— ¡Llevo el nombre de un héroe! —Exclamó el niño al que le gustaba añadir aquel comentario cada vez que conocía a alguien—. Mira lo que me dio Jae.
El chico sostuvo en alto una moneda de cinco centavos, que era el vuelto que Jaejoong le había regalado de la compra del chocolate.
— ¿Me la prestas? —pidió Yunho. Changmin cedió su tesoro. Yunho movió las manos hasta que la moneda desapareció. El rostro de Changmin se transformó en una mueca desconsolada.
— ¿Dónde está? —preguntó.
—Creo haber visto algo por aquí… —replicó Yunho mientras llevaba una mano a su maletín y extraía una rosa roja del compartimento exterior, abandonando allí la moneda.
El gesto paternal de Yunho hizo sonreír a Jaejoong, lo dejó embelesado pensando en lo diferente que él era respecto del hombre que había conocido.
Cuando Changmin vio que su moneda había dado como fruto una rosa, saltó de brazos de su hermano y miró al extraño como si este acabara de robarle.
—Para ti —dijo Yunho a Jaejoong. Él sonrió y tomó la flor ilusionado.
— ¡Oh, gracias! —exclamó.
— ¿Y mi moneda? —reclamó Changmin, cruzado de brazos. Yunho lo miró.
—Tu moneda se convirtió en esa linda flor, pero a cambio puedes quedarte con esto.
Dio al niño un billete de diez pesos, lo que tenía en el bolsillo del saco, y lo dejó más que contento. Pero a Jaejoong no.
—Dámelo, Changmin —ordenó. Luego miró a Yunho con pesar—. Perdóname, pero es mucho para un nene tan chiquito.
El problema no era solo que Changmin fuera pequeño, sino cómo se ponía su padre por unos pocos pesos y lo que aquello significaría: todos sabrían que él tenía novio, averiguarían que era adinerado, y querrían sacar provecho. No estaba dispuesto a exponer a Yunho a eso.
— ¡No! —Recriminó el niño—. ¡Es mi billete y no te lo pienso dar, estúpido!
Jaejoong tembló. Bajó la cabeza, pálido y desmejorado primero por la vergüenza, después porque era la primera vez que su hermano repetía tan claramente algo que estaba acostumbrado a oír en su casa.
—Hey, amiguito —lo llamó Yunho con simpatía—. Esa no es forma de tratar a alguien. Así nunca vas a conseguir pareja.
Changmin no respondió porque quizás no entendió del todo el mensaje, pero se lo quedó mirando. Para él no había nada extraño en un grito o un insulto.
—Entremos —propuso Jaejoong con la voz entrecortada.
Changmin se alejó unos pasos agitando su billete cual bandera de triunfo y Yunho aprovechó a abrazar a Jaejoong, que había quedado de espaldas a él, de frente a la puerta. Le rodeó la cintura con los brazos, enterró la cara entre su cabello y le habló al oído para que olvidara el asunto de su hermano.
—No tienes idea de cuánto te extrañé —murmuró—. De cuánto te necesito.
Jaejoong sonrió involuntariamente. Consiguió encajar la llave en la cerradura con ayuda de las manos de Yunho, que se movieron precisas y cálidas sobre la suya hasta abrir la puerta.
Mientras preparaba la cena en la cocina, Jaejoong se sentía culpable porque no hubiera querido que Yunho y su hermano se conocieran. Changmin estaba perdiendo la inocencia, y Jaejoong temía que la hiciera pasar otra vergüenza como la de la puerta. Por el otro lado, no quería sentirse avergonzado de su pequeño Cotito. Era un niño, no se daba cuenta de que algunas cosas no debían ser dichas, aprendía con el mal ejemplo que tenía en su casa.
A pesar de su miedo, todo se desarrolló con normalidad hasta el postre, cuando a Jaejoong se le ocurrió reclamar el billete de diez pesos a Changmin de nuevo.
—Cotito, ¿no te parece que con dos pesos sería suficiente?
—Es mío. Me lo dieron a mí, y tú me tienes envidia — replicó el niño.
—No es eso, Changmin. Es…
Jaejoong se interrumpió de golpe. No podía seguir hablando sin poner en evidencia de dónde provenía, quién era su familia y cuáles eran sus costumbres.
— ¡Es que eres un egoista, eso es, como dice Karam! —Le gritó Changmin—. ¡Una porquería!
— ¡Basta, Changmin! —Reclamó Jaejoong —. Tú pienses que hablar así es divertido, pero no lo es. ¡Eso no es normal, ni es divertido, ni debe hacerse! Así no es la vida. No debe ser así.
— ¡Eres una mierda! —exclamó el niño sin prestarle atención, como sucedía siempre en su casa, que nadie escuchaba a nadie y cada uno decía lo suyo.
Jaejoong lo calló de una cachetada. Una vez sí podía tolerar ese trato, dos no. Yunho estaba mudo. Al instante, Jaejoong reaccionó y se cubrió la boca con ambas manos, horrorizado por lo que había hecho.
— ¡Perdóname, Cotito! —exclamó—. Yo no quise hacer eso, ¡perdóname!
—Me quiero ir a mi casa, con mamá —reclamó el niño.
— ¿Y todo lo que te estuve enseñando? —Jaejoong estaba por llorar, Yunho se daba cuenta por su tono de voz suave y pausado—. Todo desperdiciado en unas semanas con ellos…
— ¡Karam tiene razón! —reclamó el niño. Las lágrimas resbalaban de sus ojos oscuros y se deslizaban por la tersa piel de sus mejillas—. Te crees más que nosotros. Quiero ir a casa, con mamá —y comenzó a hacer un berrinche—. ¡Quiero ir a casa! ¡Quiero ir a casa!
—No es necesario que hagas eso —lo interrumpió Jaejoong —. Puedo llevarte a casa si me lo pides como corresponde. Junta tus cosas.
Changmin corrió a la habitación. Yunho se puso de pie.
— ¿A dónde vas? —Le preguntó Jaejoong —. Por favor, quedate.
—Los llevo —respondió él, respetuoso de la situación.
—No, por favor —replicó Jaejoong. No quería que su madre viera el coche de Yunho, sería todavía peor que dejarle saber que él le había regalado diez pesos a Changmin—. Te lo agradezco, pero prefiero que me esperes aquí. Si quieres conservar tu auto, te conviene quedarte de este lado del Riachuelo.
—Prefiero conservar a mi novio.
La respuesta serena de Yunho consiguió relajar un poco a Jaejoong, aunque los ojos del muchacho no dejaban de verse tristes y húmedos. ¿Qué más daba? Tampoco podía ocultar a Yunho eternamente. Tomó el teléfono y marcó un número.
—Mamá —dijo—. Estoy llevando a Changmin a tu casa, quiere pasar la noche contigo. Esperanos en la puerta, por favor.
Corto muy rápido.
El viaje se desarrolló en silencio. Cuando Yunho detuvo el auto frente a los monoblocks, reconoció que era el lugar donde había ido a buscar a Jaejoong según el dato de su vecino del negocio, pero no comentó nada al respecto. Vio a la madre de Jaejoong recibir al niño a unos metros de la reja de entrada, en la puerta de uno de los edificios. Young observó con los ojos entrecerrados el coche caro que acababa de dejar a su hijo e intentó divisar a quien lo conducía, lo cual no fue posible dado que los vidrios eran polarizados.
Una vez que Jaejoong vio a Changmin con su madre, pidió a Yunho que arrancara el auto. Regresaron en silencio. El estacionó en la puerta del edificio de Jaejoong, pero no apagó el motor.
— ¿Te vas? —le preguntó Jaejoong.
—Me tengo que ir —respondió él.
—Si estás horrorizado o algo, te ruego me lo digas.
—Jaejoong —intentó interrumpirlo Yunho, pero Jaejoong no se calló.
—Por favor, dime la verdad. ¡Escuchar esas cosas de boca de un niño! Debes pensar que soy un…
—Jaejoong —consiguió callarlo él. Jaejoong lo miró—. Pienso que eres el hombre más luchador que jamás haya visto.
Jaejoong bajó la mirada. El corazón se le estrujó por las palabras de su novio.
—Lo dices para consolarme —argumentó.
—No, no lo digo para consolarte —defendió Yunho y apagó el motor del coche—. Lo digo porque es cierto.
Jaejoong no quería, pero se echó a llorar.
—Le di una cachetada, Yunho —recordó—. Nunca había hecho algo como eso. ¿Cómo pude hacerlo ahora? Soy un salvaje.
Yunho le tomó la mano y se la apretó para que él lo mirara.
—Jaejoong.
—Yo no soy su padre, ni su madre, ella jamás le pegó, ¡y lo hice yo! Lo rescaté de esa casa cuando su padre hizo lo mismo.
— ¿Lo rescataste? —indagó él, alertado por la frase.
—Sí… —él lucía casi avergonzado. Bajaba la mirada —. Vivió conmigo estos dos últimos años hasta que me obligaron a devolverlo a mi familia.
Yunho expresó el orgullo que sintió por Jaejoong con su tono de voz.
—Te apuesto a que su padre no hizo lo mismo —dijo respecto del golpe.
— ¡Sí! ¡Le había pegado!
—Sabras que existen distintos tipos de golpes —lo corrigió Yunho. Jaejoong lo miró. Al fin se había callado y lo miraba con atención—. Mi padre nunca me pegó — continuó él—. Ni una bofetada, ni un chirlo, ni siquiera una palmada en la cabeza por hacer una travesura. No vivía conmigo. Pero mi madre si lo hizo, muchas veces. La última fue cuando tenía doce años, ¡Doce! Y no era que me entregara a las drogas o a la bebida ni nada de eso, pero era insolente. Contestaba mal a veces, y ella no lo merecía.
Jaejoong lo miraba con ojos enternecidos, imaginando a ese Yunho adolescente que contestaba mal a su madre y ahora recordaba esos momentos con cariño tan inmenso. Se notaba en la suavidad con la que se refería a la mujer, en el brillo que cobraba su mirada cuando hablaba de ella. Se hacía fácil deducir que ya no estaba a su lado.
—Jaejoong, si nadie lo corrige en casa, alguien tiene que hacerlo afuera —continuó Yunho refiriéndose a Changmin —. Ese nene tiene la suerte de tener un hermano que le de un cachetazo por amor, y el día de mañana te recordará como yo recuerdo a mi mamá: como la persona que lo hizo todo por amor a mí.
Jaejoong suspiró más sereno y animado.
—Gracias, Yunho —sonrió.
—Es la verdad. No hiciste nada malo, por el contrario… —él lo interrumpió.
—Gracias por confiar en mí —aclaró—. Por contarme tus cosas, sé que no es fácil para ti. Tienes que saber que yo jamás traicionaría tu confianza.
Él se lo quedó mirando. No se había dado cuenta de lo que hacía hasta que Jaejoong se lo hizo notar, porque confesarse con Jaejoong se había convertido en algo natural. Aunque no se arrepintió, tampoco comentó nada al respecto y el corazón se le estrujó al pensar que Jaejoong le estaba prometiendo cuidar de sus secretos como él mismo lo hacía.
—Tengo que irme porque me espera Yoochun para…
—Está bien —asintió él—. Te voy a extrañar mucho.
Lo abrazó. Yunho respondió de inmediato, pero pronto lo soltó porque recordó algo.
—Tengo una cosa para ti —se estiró hacia el asiento de atrás y entregó a Jaejoong un sobre marrón que él se quedó mirando—. ¿No lo abriras ahora?
Jaejoong alzó la vista y le sonrió. Luego se dedicó a abrir el sobre, del que extrajo tres revistas. Abrió la primera en la marca que Yunho había dejado.
— ¡Oh, por Dios! —exclamó sin poder creer que en una imagen se le veía con un conjunto blanco, de pie junto a Yunho en la entrada de la discoteca. Leyó en voz alta—. «El conocido constructor Jung Yunho con su novio, el diseñador Kim Jaejoong» —alzó los ojos hacia Yunho enseguida—. ¿Por qué dicen que soy diseñador?
—Porque eso les dije yo.
Jaejoong se ruborizó y bajó la mirada.
—Pero yo no soy diseñador, Yunho —corrigió—. Nunca terminé la carrera. Apenas soy modisto.
Yuno le alzó la cabeza tomándolo de la barbilla.
—Pero eres el mejor modisto del mundo, y el mejor modisto del mundo merece ser diseñador.
Jaejoong meditó un instante las palabras, pero enseguida bajó la cabeza de nuevo y se encogió de hombros.
—Gracias, pero sé que no soy el mejor del mundo. Intento muchas cosas, y todas me salen mal —repuso—. Changmin vivió conmigo desde que tenía dos años hasta no hace mucho tiempo. Fue porque una noche Lee lo golpeó y yo me lo llevé. Entonces lo denuncié por drogadicto y bebedor. No pasó más de unas horas en la cárcel, pero el antecedente y que ninguno tenía un trabajo fijo sirvieron para que el juez me diera la custodia temporal.
—Fuiste muy valiente —Yunho de verdad pensaba que Jaejoong había sido muy fuerte para enfrentarse a su familia por el bien de su hermano.
—Sí, pero no sirvió de nada, solo empeoró las cosas — se lamentó él—. Mi madre se casó con Lee para recuperar a Changmin, el juez se lo devolvió, y en unas pocas semanas él ya se acomodó a la vida con ellos, a las malas costumbres que mi madre adoptó al unirse a Lee y que creí Changmin no había interiorizado. Me equivoqué, tiene más sangre de ellos que mía. Tengo que aceptarlo: mi vida de sacrificio no puede resultar atractiva frente a una vida llena de facilidades y diversiones, como la que llevan ellos. No podré rescatarlo, como no pude rescatar a Karam.
Yunho suspiró. Habría deseado aliviar el dolor de Jaejoong, la vida dura que le había tocado, sin embargo era consciente de que lo único que podía darle era un mejor presente y un futuro promisorio.
—Después está mi negocio en quiebra —siguió contando Jaejoong. Yunho intervino.
—Eso fue tu culpa —Jaejoong lo miró sorprendido, con las cejas enarcadas. Yunho no tardó en explicarse—. Vendías tus creaciones, ¿cierto?
—S… sí —dudó Jaejoong. No sabía lo que seguía.
—Sin estar al tanto de las tendencias, sin estudiar a la competencia. No mirabas revistas de diseño ni podías viajar a París o a Nueva York, capitales de la moda, para instruirte. ¿Me equivoco?
—Sabes que no tenía acceso a ninguna de esas cosas.
—Entonces, tal como pense, diseñabas por intuición. Lo haces de manera extraordinaria, tus prendas tienen una calidad que evidencia una capacidad con la que cualquier diseñador estaría enloquecido —Jaejoong bajó la mirada de nuevo, dispuesto a discutir, pero él no se lo permitió—. Callate —dijo con el índice en alto. Jaejoong se tragó una sonrisa mientras se secaba las lágrimas con la mano—. Eres fabuloso, pero apuntas demasiado bajo y pusiste un negocio como ese en pequeña escala y en el barrio equivocado — Jaejoong alzó los ojos hacia Yunho, que parecía haber hecho un estudio de bienes y servicios formidable en muy poco tiempo—. Para vender diseños tuyos, primero deberías hacerlos en función de lo que demanda el mercado. Luego poner el negocio en un barrio donde las personas valoren las prendas exclusivas —le guiñó el ojo, porque era donde él vivía. Jaejoong sonrió—. Y ponerlo en grande, siempre llamando la atención. La gente tiene que pensar que si no entra a tu negocio, si compra en otro lado, es mediocre y no sirve para nada.
Jaejoong rió porque ya se había dado cuenta de que Yunho hacía todo así como le aconsejaba, a lo grande: sus construcciones, su crucero, su persona. Yunho entraba a un sitio y jamás pasaba desapercibido; si no obtenía la atención de todo el mundo, no era Jung Yunho.
—Lo que tendrías que haber puesto es algo que esa gente necesita con urgencia —siguió diciendo él.
— ¿Y qué necesitan? —interrogó Jaejoong, curioso.
—Algo que está en extinción, pero siempre es útil, y para lo que solo quedan cuatro o cinco personas en todo Corea —bromeó—. En ese local, deberías haber colocado un inmenso cartel que dijera «Hospital de la ropa», o algo como eso. «Reparo todo en prendas», y esas cosas —por el rostro de Jaejoong, él se apresuró a aclarar—. Ya sé, no es lo que querías hacer, pero lo terminaste haciendo de todos modos y en pequeña escala, escondido en tu departamento.
—Sí —asintió Jaejoong. Él tenía razón.
—Yo también hice cosas que no quería al principio. Trabajar en una pizzería, por ejemplo.
—Quieres decir que construiste el local —probó él, incapaz de pensar otra cosa—. Sí, debió haber sido una construcción muy chica para ti y tus… costumbres — casi rió por la expresión que acababa de utilizar respecto de que nada de lo que él hacía pasaba desapercibido.
—Repartía pizzas —aclaró Yunho sin inmutarse.
Jaejoong se lo quedó mirando, la sonrisa se le borró del rostro. Yunho no parecía bromear, pero Jaejoong se había formado una imagen tan soberana de Yunho que le pareció imposible que hablara en serio.
—Mi mamá estaba enferma y ya no podía trabajar — explicó él—. Tampoco podíamos contar con mi padre, estaban divorciados. Me hubiera gustado trabajar antes, pero si lo hubiera hecho quizás jamás me habría recibido. Como en casi todo, mi madre siempre tuvo razón.
—Supongo entonces que no siempre fuiste…
—El típico único hijo rico y malcriado —completó él, sonriente—. Único hijo sí, malcriado un poco, pero rico no.
Jaejoong también sonrió, pero con pesar. Bajó la cabeza.
—Te prejuzgué y me arrepiento. Me enojé contigo por lo mismo que yo estaba haciendo, fui muy injusto.
—Ya —lo detuvo él alzando una mano—. No seas tan duro contigo mismo, todos prejuzgamos. Mucho más si nos muestran una falsa imagen tan convincente.
Jaejoong suspiró. Sabía que Yunho callaba mucho más, que guardaba en su corazón dolores y pesares que, poco a poco, quizás se atreviera a confiar. Siempre que siguieran juntos, siempre que algún día lo amara.
—Además, ese no era el punto —continuó Yunho —. Si le das a la gente lo que necesita en grande, ese será el medio que te permita hacer lo que en realidad quieres. Siempre pide más, nunca aceptes menos.
Jaejoong estaba embelesado con las palabras, ciertas y esclarecedoras, pero demasiado duras incluso para esos ojos que lo observaban desde un abismo. Entonces masculló la única idea que el consejo le trajo a la mente:
— ¿Para sangrar como tú?
Yunho lo miró en silencio. Se puso rígido un momento, se sentía descubierto. Pensaba.
—Estás sangrando de todas maneras —concluyó. Y Jaejoong aceptó con entrega las palabras, porque nunca le habían dicho algo tan cercano a la verdad.
La sensación no duró mucho tiempo. Pronto Yunho se esforzó por hacerlo sonreír de nuevo dándole un apretado abrazo y un beso en la frente. Era cariñoso y expresivo, le gustaba manifestarse a través del contacto físico.
—Prepárate para el sábado —anunció con gesto travieso. Jaejoong se apartó de él para mirarlo, intrigado—. Nos vamos al teatro.
— ¿Al teatro? ¿Por qué?
—Porque me entregan un premio.
— ¡Un premio! —Jaejoong sonrió y apoyó una mano en su pecho—. ¡Oh, Yunho! ¡Estoy tan orgulloso de ti! ¿Es el primero? ¿Cuántos llevas ganados?
—Algo así como… cinco —contó él sin un ápice de orgullo o soberbia en la voz, ni siquiera con alegría. El reconocimiento que él de verdad esperaba, jamás llegaría, por lo tanto los demás le parecían insuficientes, pasaban desapercibidos—. Este será el sexto.
—Eres tan importante…
—Todos somos importantes —replicó él, otra vez con esa extraña humildad que demostraba cuando se trataba de aspectos positivos de su persona.
—No del modo en que lo eres tú —contestó él. Yunho sonrió de costado, no se lo creía—. ¿Y por qué es el premio?
—Por algo que estuve desarrollando —contó él—. Ahora estoy con otra cosa, pero no puedo hablar de eso por ahora. Quizás tengamos otro premio que recibir.
Jaejoong se entusiasmó de solo imaginarlo.
— ¿Tiene algo que ver con los japoneses del Paradise? —aventuró—. Dejame decirte que parecían mafiosos antes que empresarios.
Yunho sonrió.
—Tiene todo que ver con los japoneses. Ya te voy a contar muy pronto.

* * *

Mientras pensaba en cómo volver a ver a Yunho, Heechul recorría las páginas de una revista de la farándula. De pronto, los ojos negros del costurerito se enterraron en los suyos con singular tesón. Era el que el colorado depositaba en la acción de mirar una y otra vez la misma página.
«El conocido constructor Jung Yunho con su novio, el diseñador Kim Jaejoong».
— ¡Diseñador ese! —exclamó, respaldado en su cama.
Cerró la revista y la arrojó a la mesa de luz cuando la puerta del cuarto se abrió. Siwon entró; se sacó los zapatos y la corbata. Prosiguió después con la camisa.
—Deberías ir al gimnasio —le espetó Heechul, impío, descargando en él la frustración de que Yunho se mostrara en público con un nenito de barrio—. Tienes flacidez y el cuerpo de un viejo. No sé cómo pretendes gustarme si te cuelga la grasa por todas partes y ni siquiera te tiñes el cabello. Yunho, en cambio, tiene el cuerpo joven…
—Entonces te hubieras quedado con Jung —replicó el hombre mientras se desprendía el pantalón.
Siwon estaba empezando a odiarlo.
—Ya no será posible —se vengó Heechul —. Se acuesta con tu hijo —rió—. ¡Y todo porque me ama a mí!
Siwon lo odiaba.
Salió de la habitación, se internó en su estudio y desde allí hizo un llamado telefónico. Recibió otro a las dos horas.
— ¿Que me tienes? —preguntó.
—Encontramos lo que buscaba, señor.
—Muy bien. En ese caso, nos veremos pronto.
Heechul no se sorprendió de que pocos días después su marido intentara compensar sus disfunciones sexuales dándole el dinero para una nueva cirugía y aceptando que se llevara a cabo en el Centro Médico construido por Yunho, tal como él le había pedido. Claro que no le había dicho que esperaba volver a ver a su ex allí.
El último encuentro que había mantenido con Yunho lo había dejado más caprichoso y altanero que nunca. ¿Rechazarlo Yunho? Poco le importaba la presencia de Siwon. Yunho volvería a ser suyo y cuando él deseaba algo, lo obtenía como fuera.

* * *

—Mira esto, Karam —dijo un cuarenton antes de lanzarle al castaño una revista sobre los muslos.
Karam dejó de pasarse el lápiz delineador por los ojos para reparar en lo que le había dado el hombre, que ya se sentaba en el tocador que estaba junto al de él para arreglarse su propio rostro.
—Página treinta y cuatro —indicó. Karam dio vuelta las páginas hasta dar con la indicada.
— ¿Y esto? —preguntó.
— ¿No es tu hermano?
— ¡¿Dónde?!
Karam llegó a la fotografía casi tan rápido como abrió la boca, sorprendido. Entrecerró los ojos y estudió mejor la imagen.
—Sí… no hay dudas, es Jaejoong. ¿Y este quién es? ¿Será el novio?
— ¡Y qué novio! —exclamó otro que se había detenido detrás de Karam, con las manos apoyadas en el respaldo de la silla, para poder husmear a gusto.
— ¿No sabes leer? —Le preguntó el que había llevado la noticia—. Fíjate.
—«Noche de fiesta en…»
— ¡Debajo de la foto, tonto! —lo interrumpió el otro.
Karam bajó la mirada.
—«El conocido constructor Jung Yunho con su novio, el diseñador Kim Jaejoong» —rió—. ¿Diseñador? ¡Pero si mi hermano es un pobre modisto que se pasa el día encorvado en la máquina de coser! Siempre se quiso hacer la diva, siempre. Lo odio, se cree más que nosotros solo porque tuvo padre.
Ni bien esas palabras abandonaron su boca, sintió el vacío de la ausencia. Jaejoong… Lo quería, siempre lo había admirado, y se merecía algo bueno en la vida tan dura que le había tocado en suerte, después de luchar y luchar en vano. Su hermano se había portado mal con él, lo había dejado solo, pero aunque demostrase lo contrario, en su interior no quería que aquella relación también resultara un fracaso. Si Jaejoong estaba saliendo con alguien de tanto dinero, se metería en serios problemas.
No se molestó en terminar de delinearse los ojos ni pensó que estaba huyendo del lugar donde hacía poco menos de un mes le habían dado trabajo y que era mejor que la calle. Tenía que ir a casa.
Llegó para la hora de la cena. Como en un rápido vistazo no vio a Lee, hizo una pregunta.
— ¿Tú sabes si Jaejoong se está viendo con alguien?
Young se encogió de hombros al tiempo que llenaba el plato de Changmin.
—El otro día lo trajo alguien en un coche caro. ¿Por qué? —respondió—. ¿Piensas que anda en cosas raras? Por lo menos habrá sabido buscarse un lugar digno, no como tú.
La referencia a su trabajo no hizo efecto en Karam. Enojado como estaba, dejó caer la revista, que aterrizó sobre la mesa, abierta en la página treinta y cuatro. Su madre tenía que saber que Jaejoong no era prostituto. Ni fino, ni de los otros.
—Así que ya lo sabías —masculló—. ¿Y piensas guardar el secreto o sacar provecho? Porque si estás pensando en sacar provecho…
— ¡Jaejoong! —lo interrumpió Young.
No le demandó demasiado tiempo notar que su hijo mayor destacaba entre las fotografías. Vestía de blanco delante de un fondo negro con el logotipo de una marca de ropa, y estaba de pie junto a un hombre alto, grandote e indudablemente distinguido. Se dejó caer en la silla y leyó en voz alta.
—«El conocido constructor Jung Yunho con su novio, el diseñador Kim Jaejoong». ¡Con que este es el del auto!
Lee salió del baño y le arrebató la revista de entre las manos. Karam se maldijo porque no se dio cuenta de que él podía estar ahí.
— ¡Es el tipo que me dio los cien pesos! —gritó.
— ¿Te dio cien pesos? —saltó Karam, molesto. Sus sospechas se confirmaban: todos sacaban provecho de Jaejoong —. ¿Cuándo? ¿Por qué?
— ¿Por qué no me lo dijiste? —Se enojó Young —. Deberías habérmelos dado a mí. Después de todo, es el novio de mi hijo —destaco el pronombre posesivo.
— ¡Te lo dije, pero no me creíste! —se defendió Lee.
— ¿Para qué podría darte el novio de Jaejoong cien pesos a ti? —insistió Karam, preocupado. Con que hasta Lee ya estaba al tanto de todo y habían comenzado a sacarle dinero al rico. Lee se encogió de hombros.
—No sé.
—Di mejor que estabas borracho y por eso no te acuerdas de nada —espetó el muchacho dejándose caer en el asiento.
—No provoques, Karam —lo retó la madre. Karam apoyó las piernas sobre la mesa en un gesto involuntariamente sensual y se puso una papa frita en la boca. Estaba acostumbrado a ser así aunque esa no fuera él en realidad.
—No sé quién se piensa que es este borracho inmundo —siguió diciendo el del cabello castaño, aunque indeciso todavía sobre sus sentimientos. De pronto el rencor volvió a abrumarlo. ¿Por qué Jaejoong lo había abandonado? ¿Por qué no se había percatado de lo que para él significó «la noche trágica»?—. Y Jaejoong, que se cree un princesito solo porque tuvo un padre como la gente —siguió diciendo, incomprendido.
—Callate la boca, Karam —volvió a retarlo la madre.
—Es la verdad, siempre le dimos asco. Yo ni siquiera conocí al padre que me hizo, y el pobre de tu hijo, con este borracho…
— ¡Karam!
—Me voy a dormir, hoy no tengo ganas de… —iba a decir «trabajar», pero se calló justo a tiempo.
Un rato más tarde, Lee salió en busca de sus amigos. Regresaba a casa cuando alguien le dio unos golpes en la espalda. Se volvió a punto de dar una trompada al aire. Solo Dios sabía lo peligroso que era circular por ese barrio a esa hora de la madrugada y con una borrachera a cuestas.
Como no se encontró con un malandrín, sino con dos tipos de traje y corbata que llevaban un auricular en el oído y un cable que se perdía por debajo del cuello de sus camisas blancas, se quedó quieto. Con esa gente no se jodía.
—Nuestro jefe reclama lo que le debes, Lee —indicó el sujeto, que conocía su apellido.
—Yo no le debo nada —respondió Lee de mal talante —. Que ni sueñe con que le pague un solo peso.
Lee sintió la punta del arma sobre sus costillas, el calor de la amenaza en las entrañas, casi como si ya le hubiera entrado la bala.
—Tienes un hijo, ¿no? Un tal… Changmin. No te gustaría que le pase nada, ¿cierto? —Lee se quedó mudo—. Te damos quince días para pagar toda la mercadería que te llevaste o eres hombre muerto. il� -:h c hP� ��� .

—Entonces iré contigo. La llamaré cuando acabe.
 La correa de la bolsa de mensajero le resbaló por el brazo, y Changmin se la volvió a subir distraídamente, dejando que los dedos se entretuvieran sobre la piel desnuda de su hombro.
En el exterior, el aire resultaba esponjoso debido a la humedad, humedad que rizaba un poco los cabellos de Jae y le pegaba a Changmin la camiseta azul a la espalda.
—Y bien, ¿cómo le va al grupo? —preguntó Jae —. ¿Algo nuevo? Se oían muchos gritos de fondo cuando hablé contigo antes.
El rostro de su amigo se iluminó.
—Las cosas van la mar de bien —respondió—. Yong dice que conoce a alguien que podría conseguirnos una actuación en el Bar. Estamos buscando nombres otra vez.
— ¿Sí? — Jae ocultó una sonrisa.
En realidad, el grupo de Changmin nunca tocaba nada. La mayor parte del tiempo lo pasaban en la salita de Changmin, discutiendo sobre nombres y logotipos potenciales para el grupo. En ocasiones, Jae se preguntaba si alguno de ellos realmente sabía tocar un instrumento.
— ¿Qué hay sobre la mesa?
—Estamos eligiendo entre Conspiración Vegetal Marina y Panda Inmutable.
Jae meneó la cabeza.
—Los dos son terribles.
—Gun sugirió Tumbonas en Crisis.
—Tal vez Gun debería seguir con los videojuegos.
—Pero entonces tendríamos que encontrar un nuevo batería.
—Ah, ¿es eso lo que hace Gun? Pensaba que se limitaba a gorrearos dinero y a tratar de impresionar a las chicas de la escuela diciendo que pertenece a un grupo.
—Nada de eso —respondió Changmin con toda tranquilidad—. Gun se ha reformado. Tiene una novia. Llevan tres meses saliendo.
—Prácticamente casados —dijo Jae, rodeando a una pareja que empujaba a una criatura en una sillita: una niña pequeña con pasadores de plástico amarillo en el cabello, que tenía agarrada firmemente un hada de juguete con alas color zafiro con listas doradas.
Por el rabillo del ojo, a Jae le pareció ver moverse las alas. Volvió la cabeza a toda velocidad.
—Lo que significa —continuó Changmin —, que soy el único miembro del grupo que no tiene una pareja. Lo que, como ya sabes, es precisamente lo que se pretende al estar en un grupo. Conquistar a las chicas y chicos.
—Pensaba que se trataba de la música.
Un hombre con un bastón se cruzó en su paso, encaminándose a la calle. Jae desvió rápidamente la vista, temiendo que si miraba a alguien durante demasiado tiempo, le crecerían alas, brazos extras o largas lenguas bífidas como las de las serpientes.
—De todos modos ¿a quién le importa si tienes una novia o novio?
—A mí me importa —respondió Changmin con melancolía—. Muy pronto, las únicas personas que no tendrán pareja seremos yo y el conserje de la escuela. Y él huele a limpiacristales.
—Siempre estará Sheila «Tanga» —sugirió Jae.
Jae se había sentado detrás de ella en clase de matemáticas de noveno, y cada vez que a Sheila se le había caído el lápiz, lo que sucedía a menudo, Jae había disfrutado de una vista de la ropa interior de Sheila subiendo por encima de la cinturilla de sus vaqueros super bajos.
—Es con ella con quien Gun lleva saliendo los últimos tres meses —repuso Changmin —. Su consejo fue que simplemente debía decidir quien de la escuela tiene el cuerpo más rocanrolero y pedirle para salir el primer día de clase.
—Gun es un cerdo sexista —afirmó Jae, no deseando, de repente, saber quien de la escuela pensaba Changmin que tenía el cuerpo más rocanrolero—. Quizá deberíais llamar al grupo Los cerdos sexistas.
—No suena mal.
Changmin no parecía haberse inmutado. Jae le hizo una mueca mientras su bolsa vibraba bajo la estridente melodía de su teléfono. Lo sacó del bolsillo con cremallera.
— ¿Es tu madre otra vez? —preguntó él.
Jae asintió. Veía a su madre mentalmente, pequeña y sola en la entrada de su apartamento. La sensación de culpabilidad le llenó el pecho.
Alzó la mirada hacia Changmin, que lo contemplaba con los ojos sombríos de preocupación. Su rostro le era tan familiar que podría haberlo bosquejado dormido. Pensó en las solitarias semanas que se extendían ante él sin Changmin, y volvió a meter el móvil en el bolso.
—Vamos —dijo—. Llegaremos tarde al espectáculo.

7 comentarios:

  1. Que bueno que YUnnie ya se este abriendo mas a jae
    sin embargo me tiene ppreocupada las acciones que pueda tomar Heechul
    y la familia de jae otoke tantos obstaculos se interponen :S

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  2. me encanta como es ahora con el, recuerdo como me emociono este fic, y ya que recuerdo todo no me es dificil comentar, maldito Heechul se que eres solo cirugía jum erea de lo peor, y la familia de Jae, solo espero que no hagan nada

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  3. Me pone feliz q Yunho poco a poco se abra a Jae así las cosas serán más fáciles...
    Q familia la de Jae... Espero q no se les ocurra hacer nada :/

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  4. que horror de familiaaa

    ya van a empezar a chuparle la sangre a yunho..

    esperemos que nada feo salga de todo esto.


    gracias por el capitulo.

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  5. Que fea familia la de Jae, y aunque un poco envidioso Karam en el fondo admira asu hermano, lo malo de Changmin es que esta adquiriendo lo malo de sus padres y de Karam, espero que no lo echen a perder hasta que no haya remedio. Gracias por la publicación.

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  6. changmin .! O.o me sorprendió como se comporto todo lo que causa estar metido en esa familia era mejor que se quedara con jaejoong espero que cambie su comportamiento...

    ahora la familia de jaejoong sabe acerca de su relación con yunho ahora me imagino que va a querer sacar provecho comenzando por ese lee (`ー´)

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  7. Sabia que karam no podría ser tan malo, él en el fondo quiere a su hermano. Lo mas seguro es que Lee le pida el dinero a Jae, poniendo en medio a Min... aggg detesto a sus padre.
    Lo último no entendí, así que solo lo ignoraré xD
    Gracias por compartir.

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