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Nada mas que una noche: Capitulo 13

Capítulo 13


Bin alzó la cabeza cuando escuchó la puerta del ascensor. Vio llegar a Yunho y aproximarse de buen humor hacia su escritorio.
— ¡Yunho! —exclamó la mujer, que ya se ponía de pie abriendo los brazos con gesto maternal—. ¿Cómo te fue?
Yunho se acercó a ella y respondió al abrazo. Solían manifestarse ese tipo de afecto cuando nadie los veía.
—Todo salió muy bien, Bin, mejor de lo esperado — respondió él—. Habilita este número, por favor.
Yunho tendió un papel con el membrete del Paradise a su secretaria y se internó en la oficina. El trabajo atrasado debía llegar al techo, porque Yoochun no podía con todo mientras él estaba ausente.
Bin se sentó al escritorio y manipuló el aparato para dar de alta el número, acción que interrumpió cuando lo reconoció. Lo había bloqueado no hacía mucho tiempo.
Suspiró. Resultaba evidente que por fin alguien real había llegado a la vida de Yunho. Solo esperaba que no fuera como Heechul.
El recuerdo de ese mal hombre todavía le revolvía el estómago. Heechul había hecho lo imposible por separarla de Yunho, alertado porque ella sabía muy bien qué clase de hombre era ese que había robado el corazón y la ilusión de su muchacho. Separarlos debía ser lo único que Heechul no había conseguido de Yunho, porque el resto… el resto Yunho lo había dado todo.

* * *

La tarde que Yunho conoció a Heechul el sol iluminaba la fachada del edificio gótico de la facultad con singular esplendor. El otoño todavía no había desnudado del todo los árboles, por eso algunas ramas con sus hojas se reflejaban como sombras en los ventanales y la pared. La calle ocultaba sus secretos con el ruido del tránsito posterior al mediodía.
Lo primero que llamó la atención de Yunho fue el descapotable rojo que le pasó por al lado mientras él caminaba rumbo a la entrada. Era imposible que pasara desapercibido, al igual que el hombre que lo conducía. Él llevaba lentes para el sol, el cabello de un color castaño rojizo suelto, largo hasta los hombros y abultado, los labios aunque levemente al tono de su coche en contraste con la piel fina y blanca. El reflejo del sol en aquel cabello, los destellos de la chapa del Peugeot y lo inalcanzable de la figura celestial que lo conducía hechizaron a Yunho, lo dejaron boquiabierto y dichoso. Le gustaba admirar la belleza en todas sus formas, por eso lo siguió con la mirada hasta que el vehículo desapareció del alcance de su vista.
Por un momento había conseguido olvidarse incluso de que le tocaba exponer su trabajo en la clase de su reconocido profesor. Solía ponerse nervioso cuando iba a ser evaluado, aunque siempre le fuera muy bien. Le gustaba enseñar, era ayudante ad honorem de una de las cátedras de Estructuras del primer curso, pero resultaba bastante tímido para el pizarrón, por eso lo de él eran las clases que casi parecían particulares. Se reunía en pequeños grupos de trabajo y orientaba a todos los interesados en superarse. Enseñar lo hacía sentirse útil y le permitía dejar algo de sí en los demás. Ser profesor requería de cierta generosidad, porque el conocimiento era lo más preciado que alguien podía transmitir.
Eso no era de importancia cuando el alumno pasaba a ser él. Nunca había dejado de serlo, en realidad, y para eso faltaba al menos un año y medio. Estaba en su sexto año de Ingeniería Civil, pero era consciente de que no alcanzaría a rendir todos los exámenes finales a tiempo para terminar a fin de año.
Caminó hasta el aula que le correspondía, llegó antes que los demás, como deseaba, e instaló las láminas que había preparado para exponer en el frente. Mientras esperaba la llegada de sus compañeros, repasó por centésima vez el punteo de ideas que había hecho para no olvidar nada de todo lo que quería decir en apenas veinte minutos, que eran los que el profesor disponía para que cada alumno concentrara las ideas, y repitió al menos una vez el comienzo de su exposición.
Calló cuando llegaron varios alumnos juntos. Solían reunirse en grupos para conversar o estudiar antes de la hora de clases, por eso después llegaban en grandes grupos. Yunho era más bien solitario, únicamente formaba equipo cuando tenían que preparar y entregar algún trabajo en conjunto, de lo contrario siempre se las arreglaba por su cuenta. Se llevaba bien con todos, pero no había hecho grandes amigos.
Cuando el profesor llegó, se puso de pie de inmediato, ya que hasta el momento había estado ocupando el asiento del escritorio. Saludó al hombre con un gesto hecho con la cabeza y esperó a que todos se callaran para que el profesor le diera la orden de hablar.
—Muy bien —dijo el viejo ingeniero respaldándose en la silla—. ¿Qué preparó para hoy, Jung?
Yunho explicó una revisión de la teoría de Joukowsky y sus aplicaciones en un problema constructivo concreto. Se disponía a avanzar con lo que había recopilado del libro de Prandtl y Tietjens, pero de pronto se le olvidó el vocabulario del español. Se quedó callado, con los ojos fijos en la figura escultural que acababa de atravesar la puerta.
El profesor, al igual que el resto de la clase, notó su dispersión, por eso todas las cabezas giraron hacia la entrada. Allí estaba Heechul, con sus jeans azules y su camisa roja, destilando belleza soberana. Nadie lo miró más de un momento, pero para Yunho el sol acababa de entrar por aquella vieja puerta y eso ameritaba el silencio.
—Perdón, no quería interrumpir —se excusó él.
La voz resonó en los oídos del muchacho, que se ponía cada vez más nervioso por no poder continuar con su clase y porque todos sus compañeros ya se habían dado cuenta de que el culpable de aquella mudez repentina era Heechul.
El viejo profesor sentía adoración por su hijo. Se hizo evidente porque lo llamó con un gesto de su mano y le ofreció un asiento delante de todos.
—Este es mi hijo Heechul, egresado con honores de la carrera de Ciencias Matemáticas.
Heechul sonrió y se meció suavemente, en apariencia avergonzada.
—Ay, papá… —masculló.
—Le pedí que se quedara en la cafetería, pero es ansioso y vino a buscarme —agregó el hombre. Todos rieron—. Es suficiente, Jung —determinó después respecto de Yunho—. Estuvo muy bien. Demos paso al siguiente alumno porque parece que me voy a tener que ir temprano.
Al decir eso, miró a su hijo con una sonrisa no era extraño que el viejo profesor se sintiera igual de hechizado que Yunho respecto del hombre, que era todo sensualidad y color.
El resto de la hora, Heechul bostezó cinco veces, estudió el techo del aula otras tantas más y acabó con la roja cabecita apoyada en el hombro de su padre. Poco después de que esto sucediera, el profesor dio por terminada la clase y se retiró del brazo con su hijo.
Cuatro horas más tarde, después de cursar la segunda y última materia del día, Yunho transitaba por el pasillo rumbo a las escaleras hasta que una poderosa voz lo detuvo en seco.
—Jung —escuchó. Fue como un canto. Se dio la vuelta.
La alta y generosa figura de Heechul se le acercaba con sus largas piernas, dando un paso delante del otro para que su cadera se meciera con el compás de su movimiento. Yunho se puso nervioso. El corazón le latía como si una tropilla se agitara en su pecho rumbo al vientre y a la entrepierna, donde extrañas mariposas batían sus alas y le hacían transpirar la palma de las manos.
—Joven —asintió con respetuoso interés.
—Puedes llamarme Heechul —exigió él, que ya llegaba a él—. ¿Tú cómo te llamas?
—Yunho —respondió como si estuviera dando lección con el profesor. Él sonrió.
—Me gusta tu nombre, Yunho —determinó—. ¿A ti te gusta el mío?
Yunho  no tenía idea de a dónde llevaba esa pregunta, pero se esforzó por ser sincero y educado.
—Me gusta mucho, joven Heechul —asintió.
— ¡Heechul! —lo regañó él mientras reía.
—Heechul —repuso él.
Heechul se lo quedó mirando. Yunho no alcanzaba a entender sus intenciones, su silencio, pero lo comprendió cuando él siguió hablando.
—Estoy seguro de que estás pensando algo —insinuó —. Dime, Yunho, ¿en qué estás pensando?
Yunho tragó con fuerza. No podía decirle que él le robaba las palabras, que cuando lo tenía enfrente se maldecía por ser un nerd sin vida social al que solo le faltaban anteojos y una corbata de moño para corresponderse con su timidez. Un chico que nunca podría siquiera soñar con un hombre como él.
—Estaba pensando en… —quería mentir. Tenía que hacerlo, por eso iba a decirle algo acerca de su lección, o quizás se le cruzara algo de Joukowsky antes que palabras adecuadas para un chico que le gustaba, pero no tuvo necesidad de decir nada. Heechul alzó una mano con la que fingió acomodarle el cuello de la camisa y sonrió mientras lo interrumpía:
—Estabas pensando en invitarme a salir, lo sé —dijo—. Acepto. Paso por ti a las nueve. Dime tu dirección.
Yunho no lo podía creer, ¡Heechul estaba interesado en él! Si bien le provocaba cierto miedo que él fuera nada más ni nada menos que el hijo de su profesor, la alegría del triunfo no le permitió pensar.
Por ese entonces, Yunho tenía veintitrés años y Heechul veintiséis. Tres años de diferencia que hicieron mella en Yunho, porque en ese momento no pensó en que podía sentirse avergonzado porque el chico que le gustaba viera la casa pobre en la que él vivía, ni en que tendría que ir a trabajar para su padre si quería tener algo de dinero para pagarle a él una Coca-Cola o, con suerte, la cena en algún restaurante. Solo le importaba conquistarlo y suplir con su pasión juvenil cualquier otra falta.
Yunho llegó a su casa en otro mundo. No le faltaba experiencia con chicos, pero todos habían sido menores que él y de su barrio. También se había involucrado con varios que había conocido en discotecas y bares, nada muy distinto de lo que hacían los demás chicos de su edad. De todos modos, salía muy poco desde que había comenzado a cursar en la universidad.
— ¡Hola, mamá! —Exclamó ni bien entró al living, pero allí, en lugar de hallar a su madre, se encontró con Bin—.  Hola, Bin —la saludó—. ¿Y mi mamá?
—Hola, Yunho —respondió la mujer—. Está en la cocina.
—Gracias.
Todavía con el libro de Prandtl y Tietjens que había sacado de la biblioteca en la mano, Yunho buscó a su madre, a quien halló en la cocina. Se le acercó y la besó en la frente. La mujer de ojos castaños como los de su hijo sonrió y lo abrazó por la cadera. Él dejó una mano apoyada sobre su hombro y se lo acarició mientras hablaban.
—No voy a cenar aquí hoy —avisó—. Es una lástima porque lo que sea que estás preparando huele muy bien — siguió diciendo. Hye sonrió.
—Gracias —respondió mientras giraba la cabeza hacia él. Le dirigió una mirada llena de picardía—. ¿Qué te traes entre manos, mi amor?
Sabía que su hijo se había quedado sin amigos cuando había comenzado la universidad y que la gente que había conocido ahí no eran más que compañeros de clase con los que se llevaba muy bien, pero jamás se veían fuera de los trabajos que tenían que hacer juntos.
Él sonrió con orgullo. Tenía una sonrisa sensual y enigmática, de labios bien formados y dientes muy blancos.
—Menos averigua Dios y perdona, ma —bromeó—. Tú me lo decías siempre cuando te preguntaba cómo venían los bebés al mundo con apenas cinco años.
Hye rió con la respuesta. Bin, que los miraba enternecida desde la abertura que comunicaba la cocina con el living, también sonrió.
—Con los hijos, todo lo que digas podrá ser usado en tu contra —agregó. Los tres rieron. Después Yunho se apartó de su madre y le avisó algo más.
—Me voy a lo de Kyung.
— ¿Ahora? —indagó la mujer.
—Sí, ya mismo. Puedo trabajar al menos dos horas antes de que cierren.
Ni bien escuchó a Yunho subir las escaleras, Hye transmitió su preocupación a su querida amiga Bin.
—Debe estar necesitando de dinero —se lamentó—. Si pudiera dárselo y ahorrarle el mal trago con el padre, te juro que lo haría sin dudarlo.
Bin le sonrió, comprensiva. Esta vez no tenía nada que agregar.
Yunho llegó al gran piso de la Constructora de su padre media hora después. Las oficinas estaban ubicadas en un edificio vidriado en pleno Microcentro. Allí esperaba encontrar el escritorio de la secretaria de Kyung ocupado, sin embargo lo halló vacío. Pensó que quizás la secretaria y su padre podían estar muy ocupados con sus intimidades en la oficina del arquitecto, pero desechó la idea pronto. Ya no eran amantes, ¿qué necesidad podían tener de andar haciendo el amor a escondidas en la oficina?, así que abrió la puerta.
Allí no estaba la secretaria, sino su padre reunido con dos inversores.
—Perdón —se disculpó Yunho. Hablaba con la voz cortada, parecía evitar la mayor cantidad posible de palabras—. Pensé que…
— ¡Yunho! —Lo interrumpió su padre—. Ya que al fin decidiste aparecer, alcánzanos dos cafés y una soda sin gas —Yunho asintió. Mientras se encaminaba al bar de la oficina, escuchó que Kyung comentaba a los hombres—. Se le ocurre venir a verme cuando necesita algo. Es igual que la madre, no les gusta trabajar. ¡Qué le vamos a hacer! Los hijos no siempre son lo que uno quiere, ¿no? Sobre todo si los hacemos con la persona equivocada.
Lo dijo con desdén, con sorna. Los hombres rieron creyendo que era una broma. Quizás lo era, pero para Yunho significaba el principio de lo que siempre sucedía cada vez que iba a ver a su padre. Apretó la botella de soda para reventar los nervios y se dijo que estaba ahí por un fin mucho más importante que cualquier otra cosa, que tenía que soportar para obtener lo que necesitaba y salir corriendo de allí.
Alcanzó dos cafés y se quedó de pie al lado del escritorio, esperando nuevas instrucciones. Nadie le prestó mayor atención. No quería pensar que era como un alto florero vacío de vida, prefería creer que su padre al menos no le había pedido que se retirara y le permitía escuchar los últimos diez minutos de su reunión de negocios.
Finalizado el encuentro, los hombres dieron la mano a su padre y también se la extendieron a él, quien las estrechó con esmero y amabilidad. Le hubiera gustado ser importante, pero solo era el florero.
La secretaria entró justo cuando los dos hombres salían. Se sorprendió ingratamente al ver a Yunho, él lo supo porque ella entró con una cara y ni bien lo vio la cambió por otra, una mucho más amarga que la anterior.
—Yunho —dijo a modo de saludo.
—Hola —respondió él.
Ella le habló a Kyung al oído, como si temiera que Yunho pudiera escuchar los asuntos de trabajo de los que le hablaba y hacerles peligrar el negocio. Para no sentirse excluido, él se alejó unos pasos y se sentó en el sofá que estaba frente a una mesa ratona.
La secretaria salió enseguida y cerró la puerta tras de sí.  Kyung se sentó a su escritorio y comenzó a revolver los papeles que ella le había dejado.
— ¿Y qué haces aquí, Yunho? —demandó.
—Vine a trabajar —explicó él con sencillez. El hombre fingió una sonrisa.
— ¿Ah, sí? —se burló—. ¿Y lo dices así sin más ni más? No me sirve que vengas cuando se te da la gana y a última hora, ¿sabes? —Hubo silencio—. ¿Y por qué hoy?
—Porque sí.
—Porque sí no es una respuesta, Yunho. ¿Te manda tu madre por dinero? —Silencio—. ¿Eh?
¿Cómo se le iba a ocurrir pensar que podía quedarse callado? Su padre indagaba y presionaba hasta que obtenía la respuesta que quería, y él nunca sabía escapar de ese mal rato.
— Tengo que hacer algo hoy —se esforzó por mantener sus secretos, su privacidad, lo que su madre respetaba, y eso que vivía con él, en cambio Kyung no.
— ¿Y qué más puedes tener que hacer que no sea estudiar? —Lo increpó el hombre.
—Tengo que salir.
— ¿Salir? —se burló—. ¿Por qué mejor no te quedas estudiando? — Yunho apretó los puños para soportar. Todo por unos cuantos pesos.
—Porque siempre me quedo estudiando.
En ese momento, la secretaria volvió a entrar en la oficina cargando otros papeles.
— ¿Y con quién sales? —continuó hablando Kyung, sin importarle si su hijo deseaba o no que su amante, ahora su concubina, supiera de sus asuntos. De hecho percibió que la mujer sofocaba una risa y dirigía una mirada cómplice a Kyung.
—Con un compañero de la facultad —mintió Yunho entre dientes.
— ¡Así que hoy sales con un chico! —exclamó el padre. Yunho leyó su pensamiento: lo creía un debutante—. ¿Y qué dice tu madre al respecto?
Yunho se preguntó qué importancia tenía lo que su madre opinara acerca de su intimidad, como si a Kyung le hubiera importado alguna vez lo que Hye opinara respecto de algo.
—Nada —respondió atragantándose con el grito de que ella lo respetaba, no como él.
Kyung siempre había tenido la costumbre de controlar. Nadie podía hacer las cosas mejor que él, nadie trabajaba más que él, y Yunho se sentía terriblemente incómodo cada vez que tenía que compartir un espacio con ese hombre que resultaba ser su padre, con su mujer o los hijos que ella tenía de otro matrimonio. Se sentía un sapo de otro pozo, una molestia, un estúpido. ¡Tanto necesitaba el dinero que no podía rebelársele! Tenía que seguir viéndole la cara, soportando sus preguntas, sus humillaciones.
—Bueno —dijo Kyung por fin—. Si quieres trabajar, tuviste suerte: hoy tengo unos papeles que ordenar, pero no me sirve que aparezcas cuando quieras. Ven todos los días a las nueve de la mañana en punto.
—No puedo —respondió Yunho.
— ¿Cómo que no puedes? Si no tienes nada que hacer.
—Tengo que estudiar.
—Yo estudiaba y trabajaba, y así y todo me recibí de arquitecto con honores. Vamos, te muestro lo que quiero que hagas.
Yunho volvió a sentarse en el sofá azul de dos cuerpos que estaba delante de la mesa ratona. Aunque prefería no pensar en la autoexigencia que siempre se imponía a raíz de aquellos comentarios que desde niño había oído de boca de su padre, se le hacía imposible desterrarlos de su mente. Ya habían calado hondo en él y no tenía idea de cómo manejarlos. No sabía ser diferente.
Su padre le alcanzó una pila de hojas de papel vegetal.
—Ordénalos por grosor. Del más grueso al más fino. ¿Entiendes?
Yunho no respondió. Había estudiado casi seis años de Ingeniería Civil para aprender a ordenar papeles del más grueso al más fino, eso era lo que su propio padre lo creía capaz de hacer.
— ¿Y tu madre? —le preguntó Kyung desde el escritorio con aire despectivo—. ¿Ya fue a buscar trabajo?
—Mi mamá hace lo que puede —la excusó él. Kyung rió con sorna.
—A tu madre no le gusta el trabajo —volvió a reír—. Es una vaga.
Yunho calló. Apretaba los dientes.
— ¿Y siguen llegándole cuentas siderales de teléfono? —preguntó Kyung un momento más tarde.
—No —replicó él—. Así y todo, el dinero no alcanza.
—Lo que ustedes tienen que hacer es administrarlo mejor.
Yunho levantó la cabeza y observó a su padre con media ciudad detrás de su figura, que se cernía omnipotente delante del ventanal. Era fácil hablar cuando se tenía todo y más también.
— ¿Para qué compró tu madre un ventilador? — continuó Kyung con sus ataques. Yunho abrió los ojos como dos monedas café.
— ¿Y tú cómo sabes? —se sorprendió.
—Porque me llamó pidiéndome dinero, ¿por qué podría ser? Ya les dije que no quiero que me molesten más para esos asuntos. Arréglenselas con lo que te doy porque quiero que sigas estudiando, o que vaya a trabajar.
—Ella va a trabajar —la defendió Yunho. De hecho estaba cansado de ver que su madre se iba a las ocho de la mañana, pasaba el día fregando, y volvía a las ocho de la noche solo para que él no tuviera que ir a trabajar y descuidar el estudio.
—Si quieren más dinero, aprendan a ganarlo —continuó Kyung sin interesarse por lo que Yunho decía. Se interrumpió de golpe para lanzar un grito—. ¡Ese que estás poniendo en esa pila se ve desde aquí más grueso que los otros! —Hablaba del papel—. Pon atención en lo que haces, Yunho. Si no pones atención jamás podrás ser un buen arquitecto.
Yunho suspiró.
—Estudio Ingeniería —repuso.
— ¡Mucho más fácil todavía! Lo único que tienen que hacer es calcular.
Cuando se hicieron las ocho y Yunho dijo que tenía que irse, su padre abandono la oficina solo para decir a su secretaria:
—Dale el dinero a Yunho —después dijo la cantidad, luego se dirigió a Yunho—. A ver si vienes más seguido.
Después de decir eso, cerró la puerta. Yunho se aproximó al escritorio de la mujer y esperó. Esta se dignó a mirarlo rato después de sacar algunas cuentas. Contó perezosamente los billetes y los depositó sobre la mano extendida de Yunho.
—Mi papá no dijo esto —reclamó él en voz muy baja, respetuosa.
— ¿No? —preguntó ella con socarronería —. Dijo esto.
—Dijo mas —repitió Yunho entre dientes.
La mujer suspiró como si él fuera una molestia y hurgó en sus bolsillos en busca de lo faltante.
—Toma —dijo entregándoselos—, pero no te creas que no le voy a preguntar qué dijo en realidad.
Yunho no respondió más que para saludar y retirarse. Llegó a su casa con la dignidad pisoteada y se sentó a la mesa donde su madre y Bin ya comían la salsa que Hye había preparado. Hablaban acerca de algo que había sucedido a su madre en casa de una de las familias para las que trabajaba como empleada doméstica. Ambas mujeres trataban de ignorar el mal humor de Yunho porque sabían cuál era la causa.
—Y me dijo que así no se planchaba —contaba Hye.
— ¿Eso te dijo? —se sorprendió Bin, que trabajaba de lo mismo que ella—. ¿Y tú qué le contestaste?
—Le dije que la empleada doméstica era yo y que sabía planchar muy bien. Y que me iba, no pienso trabajar más ahí. Sabes que quería dejar esa casa donde siempre tenían algo que decir desde hace rato, pero nunca me había atrevido.
—El problema es que no quieres trabajar —lanzó Yunho con crueldad involuntaria. Su voz sonó fría, desencantada de la vida.
— ¿Qué dices? —preguntó su madre. Una ráfaga de dolor surcó su mirada.
—Que buscas excusas para no trabajar, por eso te peleas con todo el mundo.
—Eso no es cierto, me dijo que no sabía…
—Blah, blah, blah.
—Yunho —se entrometió Bin, que lo conocía desde que era un niño—. Creo que estás siendo injusto con tu mamá.
Yunho se sintió indignado con la respuesta de esa vieja que se creía con autoridad para decirle a él lo que tenía que hacer en su propia casa.
— ¿Y quién se preocupa por lo injustos que son todos conmigo, eh? —profirió antes de ponerse de pie y huir a su habitación.
La música electrónica se escuchó incluso hasta la esquina hasta las nueve de la noche. El viejo centro musical plateado se apagó recién cuando Yunho vio el descapotable rojo en la puerta de su casa. Entonces guardó el dinero en el bolsillo del pantalón junto con el resto de dinero que le quedaba para viajar al mes hasta la facultad, bajó las escaleras de una corrida y se acercó a su madre, que bordaba un mantel en el comedor.
— ¡Pero qué lindo que está mi hijito! —exclamó ella al verlo con su pantalón de vestir negro y su camisa color verde oliva. Se había peinado el cabello con gel y la piel olía a crema para después de afeitar y a una colonia barata que le gustaba.
Yunho había olvidado la breve discusión que se había desarrollado durante la cena. Bin ya no estaba en casa y su madre también parecía haber olvidado el altercado, como siempre sucedía con las madres.
—Chau, mamá —la saludó el antes de darle el beso de siempre en la mejilla.
—Chau, mi vida. Ten mucho cuidado, por favor.
Yunho asintió.
Volver a ver a Heechul le hizo olvidar todo lo vivido esa tarde y le reavivó el corazón, que comenzó a latir con fuerza una vez que subió al coche y lo vio enfundado en su conjunto rojo, con el cabello enmarcándole la cara. Sin embargo, algo en su expresión lo dejó intranquilo.
— ¿Esta es tu casa? —interrogó él disimulando un gesto de desaprobación. Yunho se sintió incómodo.
—Estamos a punto de mudarnos —mintió. El hombre pareció relajarse ante la noticia.
Yunho estaba nervioso. La penetrante mirada de Heechul lo perturbaba. Por suerte él no tardó en conducir.
— ¿A dónde vamos? —preguntó él. No podía confesarle que temía que no le alcanzara el dinero para pagar, moriría de vergüenza si le pasaba algo así. Él dejó escapar una sonrisa indescifrable.
—No te preocupes por eso —replicó.
Aunque la respuesta no lo consoló, guardó silencio.
Heechul condujo hasta un resto-bar. Dejó el auto en el estacionamiento que estaba enfrente, cruzaron la calle y caminaron hasta el lugar. El ambiente era oscuro y resacado, y la música sonaba a todo volumen. Heechul se acercó a una mesa. Sonreía.
— ¡Hola! —exclamó a todos los que se hallaban allí sentados. Los demás respondieron del mismo modo.
Heechul pasó eternos minutos conversando con esa gente e ignorando a Yunho, que se había cruzado de brazos detrás de él y estudiaba el ambiente distraído. Él reparó en él cuando se acordó que estaba a su lado y entonces se sentaron en una mesa.
Heechul bebía un trago tras otro. Él, por no ser menos, lo imitó.
— ¿Y qué hacen tus padres? —interrogó él.
—Mi papá es arquitecto —respondió él. Al menos para eso le servía su padre, para no tener que decir que su madre era sirvienta.
— ¿Ah, sí? —él entrecerró los ojos, especulativo—. ¿Y quién es?
—Wang Kyung —respondió él—. Es un gran arquitecto.
—No lo conozco —replicó él sin piedad—. ¿Construyó con mi papá alguna vez?
—No lo creo.
—Entonces no debe ser tan grande —lanzó el hombre. Enseguida percibió la angustia que su respuesta había traído a los hermosos ojos cafes de ese bombón desperdiciado y rió—. Es broma, tontito —dijo al tiempo que le rozaba la punta de la nariz con la uña.
Esa noche, Yunho gastó todo el dinero que llevaba, y aun así no le alcanzó para pagar. Se sintió avergonzado y poca cosa al no poder solventar el gasto de una cita, por eso decidió que alguna vez devolvería a Heechul todo cuanto no pudiera darle ahora. Quería darle todo.
Volvieron al coche. Heechul condujo en dirección a la costanera. Estaba serío. Yunho pensaba que se había ofendido porque no le había alcanzado el dinero para pagarle las bebidas, pero en realidad él estaba molesto porque Yunho ni siquiera lo había besado.
Él quiso ser amable.
—Eres muy hermoso —dijo como si le hablara a un ángel.
Heechul estacionó el auto a la orilla del camino del río, donde muchas parejas se detenían para tener sexo. Giró la cintura y se le aproximó.
— ¿Ah, sí? —replicó. Se mordió el labio. Sonrió con lascivia—. ¿Te gusto?
Yunho respiraba con agitación. Ya no sabía cómo contener su erección. Él respiraba tan cerca de su boca que no tenía idea de por qué todavía no lo besaba. Porque era el hijo de su profesor, quizás. Porque lo quería en serio.
—Mucho —dijo con honestidad. Y ya no se resistió.
Yunho atrapó los carnosos labios entre los suyos, transportando a Heechul al universo que añoraba. Él no se quedó atrás. Rodeó el cuello de Yunho con los dedos y pegó el pecho a su pecho musculoso. Subía y bajaba para que el roce de la ropa le erizara los pezones.
Heechul estaba lejos de ser un inexperto. Yunho tampoco lo era, pero respetaba el cuerpo del hombre de su cita, tanto que apenas lo tocaba en partes que no lo hicieran sentirse invadido. Él, en cambio, palpaba el torso de Yunho sin reparos, en toda su magnitud. Primero el pecho por sobre la tela de la camisa, después los hombros y la parte superior de la espalda. Luego deslizó los dedos por el muslo del muchacho, fue subiendo la mano hasta atrapar el cierre de sus pantalones. Apretó un poco antes de bajarlo para sentir lo que allí se escondía, sabía que así lo excitaba y él se iba poniendo en forma.
Yunho inspiró profundo a raíz de ese contacto. Mientras él le bajaba la cremallera, su fantasía se propagaba. Respiró a Heechul, su fuerte perfume, sus labios que se movían sobre los suyos y le humedecían la boca. El sabor del labial colorado claro, la textura de sus dientes. Eran sensaciones que turbaron a Yunho, porque nunca había tenido relaciones con alguien tan osado, sino apenas con chicos que no eran vírgenes pero tampoco expertos.
Después del cierre, él se dedicó al botón. Tras haberlo dominado, pasó los dedos por debajo del bóxer y rodeó el miembro de Yunho con toda la mano hasta dejarlo afuera de la protección que le ofrecía la ropa. Latía entre sus dedos y a Heechul se le hacía agua la boca. Al mismo tiempo, deslizó la otra mano por debajo de la camisa de Yuno. Rozó el vientre plano y el costado hasta alcanzar la espalda. Se abrazó a ella para pegar los pezones al pecho del hombre de nuevo. Yunho sintió los pezones erguidos de Heechul y él emitió un quejido.
Se despegó de los labios de Yunho para pasarle la lengua por la oreja. Luego agachó el rostro. El echó la cabeza atrás de solo imaginar lo que él estaba a punto de hacer. Y… ¡oh, cuando lo hizo! Nunca se lo habían hecho así y se sentía como ser transportado. Heechul succionaba, mordía, apretaba. Y con él Yunho aprendió a contenerse, porque habría eyaculado en su boca de no haber tenido un buen control de sí mismo.
—No me importa, hazlo —sugirió él con voz seductora—. Hazlo
—Adentro tuyo —replicó él.
—Hazlo…
Pero Yunho no lo hizo, no se atrevió. Su deseo de protección y su tierna experiencia atrajeron a Heechul, que por lo general se acostaba con hombres muy versados en sexo. Se sintió un profesor.
Hurgó en su bolso y de él extrajo un preservativo. No hacía falta que se lo colocase. Yunho sabía cómo hacerlo, pero él no se lo permitió. Negó con la cabeza cuando él quiso tomarlo entre las manos y se lo colocó él. Luego pasó una de sus largas piernas por sobre las de Yunho y se sentó a horcajadas sobre él, después de haberse bajado el pantalón. Él no llevaba ropa interior. ¡No llevaba ropa interior! Yunho desvarió. Heechul lo miró a los ojos. En sus pupilas se dilataban el deseo y la perdición.
— ¿No hay ningún lugar al que quieras llevarme, Yunnito? —indagó, preso del deseo.
—Al altar —sonrió él, tan agitado como él. Heechul rió.
—Algo un poco más próximo.
Yunho no respondió. Moría por llevarlo al lugar que él sugería, pero no le quedaba más dinero para ir a un hotel alojamiento ni podía invitarlo a su casa porque no vivía solo.
— Te juro que quisiera —confesó—, con toda el alma, pero…
—Lo sé —lo interrumpió él, próximo a él. Le acunaba el rostro afeitado entre las manos—, no tienes dónde caerte muerto —concluyó—. ¡Pero eres tan lindo!
Y volvió a besarlo con tanta urgencia que todo terminó sucediendo en ese mismo sitio, a la orilla del río y entre otros automóviles donde ocurría lo mismo, con el tintineo musical de la copiosa lluvia que golpeaba el techo y las ventanillas.
Como el agua, Heechul se dejó caer para que el miembro de Yunho se le enterrara hasta lo más profundo. Cuando alcanzó ese tope esperado, él echó la cabeza atrás al tiempo que dejaba escapar un gemido gutural, poderoso, y se abría la camisa para que sus pezones quedaran al descubierto.
Los pezones se habían erizado porque todo él estaba muy caliente. Yunho reaccionó. Los atrapó entre los labios, succionó con fuerza; apretaba los pezones desde los costados para que se abultaran en el centro, y al parecer, cuanto más bruto se comportaba, a Heechul más lo enardecía.
No supo cómo, pero pronto se encontró con los hombros al descubierto. Él le había abierto la camisa y se la bajaba por los brazos, pero dejó las mangas a medio camino. Deslizó las manos hacia arriba y apretó con los dedos los hombros de Yunho. El giró la cabeza hacia donde eso sucedía. Las uñas se le enterraban en la carne y ¡oh, cuánto le dolía! Pero ese amor estaba destinado a doler y él así lo quería, porque dolor era todo lo que merecía; lo hacía sentir vivo.
Heechul se agitó convulsivamente con el hombre dentro de él. Subía y bajaba mientras lo rasguñaba, lo apretaba, lo hería. Entonces Yunho también lo lastimó. Le apretó las nalgas desnudas y a él eso también la hizo sentir renovado. Cuando él era bruto y duro, sentía que volaba.
— ¡Cómo estás, mi vida…! Dame más —exigió entre jadeos—. ¡Más duro! Chúpame —le ofreció un pezón, se lo puso en la boca—. Dame duro, bien adentro. ¡Dame!
Se movían con rapidez inusitada, con desenfreno. Y cuando el choque de los cuerpos se tornó brutal y extremo, todo se puso negro. Heechul gritó, él gritó. Habían acabado.

7 comentarios:

  1. no me lo creo maldito Heechul que se aprovecha de un buen hombre, maldito padre que odio por ser asi, malditos esos dos que hacen sufrir a Yunho y a su madre

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  2. noooooooo!!!! que horror, ese descarado tuvo al con Yunho, pero es un ser detestable que solo quiere jugar con el, pobre Yunho esa relacion no le trajo nada bueno. como puede ser que Yunho cayera con ese descarado, al parecer la vida de Yunho tampoco fue buena seguro que ese hombre lo hizo sufrir... T_T

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  3. no...lo siento el que haya sufrido no lo justifica por completo.

    jaejoong alejate de el no te combiene.

    ok. no..pero que no haga sufrir a jae. no me gusta.

    gracias por el capitulo.

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  4. Pfff heechul ahora me pareces más basura...
    Y en cuanto a Yunho pucha pero q hombre dios.... En serio es q acaso Jae tiene la culpa de lo q le paso? Pff... Es decir lo q le paso con heechul es pasado y ni al caso...
    Jae no quiero q sufra más ...
    Y ps en cuanto al padre de Yunho ps ese hombre es un asco q horror en eso si que me dio pena Yunho q horror de padre

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  5. O.o yunho con heechul (?)
    no puedo creer que yunho haya estado con heechul no me gusta nada.. :(
    yunho tubo que soportar a su padre para salir con ese heechul aish..!!
    que cólera me da su papa y el heechul (`ー´)

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  6. Sabía que heechul era el causante de todo los miedos de Yun. Al final Yun también sufrió como Jae.
    Gracias por compartir.

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  7. Cuanto trauma tanto con su padre y su concubina y Heechul que no es más que un p... que lo uso y humilló. Ojalá Jae logre ayudarlo con su inocencia y amor.

    Gracias!!!

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