Capítulo 9
Junsu llegó con
Changmin cuando Jaejoong terminaba de alistar su valija en el comedor. Lo
ayudaron a repasar la lista mental de objetos que se llevaría y luego lo acompañaron
hasta el puerto.
Allí debió
completar unos formularios y adosarlos a la valija antes de dársela al
encargado de llevarla a destino. Se despidió de los suyos y casi se le escapó
una lágrima. Estaba nervioso, nunca había viajado.
— ¡Adiós! —lo
saludó Changmin agitando la manita. Jaejoong respondió del mismo modo, pero
pronto giró sobre los talones para no mirarlo mientras se escurría una lágrima.
Entre una cosa
y otra, se había pasado una hora. Mientras abordaba, le temblaban las piernas
de miedo, pero a la vez de excitación. Presentía que esa sería una de las experiencias
más enriquecedoras de su vida.
El barco era
enorme, ni bien lo vio se acordó del Titanic. Claro, el Paradise
lucía
mucho más moderno, pero la película de Leonardo Di Caprio era lo más cerca que había
estado alguna vez de un barco como ese.
El Paradise
era
un gigante blanco de porte soberbio y diseño extraordinario. Tenía ocho
cubiertas públicas y capacidad para dos mil pasajeros. Jaejoong se sentía
minúsculo al lado de su tamaño y majestuosidad, tanto que se impresionó.
Una vez dentro
del crucero, una señorita lo acompañó hasta su camarote, que resultó ser una
habitación externa con balcón, de las segundas de mejor calidad en todo el barco.
Las primeras eran las suites externas con balcón.
El espacio no
era tan amplio, pero allí entraban una cama doble, un sofá, un televisor y baño
con ducha. Se sentó sobre la cama, sonriente.
No lo podía
creer, se estaba embarcando a lugares que desconocía, en medio de un lujo que
jamás habría imaginado.
Todo estaba
decorado en color blanco: la alfombra, los cortinados, el acolchado, las
toallas y las sábanas. Parecía todo tan limpio, tan pulcro, que hasta él se
sintió una pequeña mancha en ese sitio perfecto.
Se puso de pie
y dio una vuelta sobre sí mismo. Casi podía sentirse un príncipe. Luego volvió
a sentarse sobre la cama para leer un folleto que encontró en la mesa de noche.
Allí se explicaba todo lo que podría hacer en el barco: había tres
restaurantes, cinco bares, galería comercial, tres piscinas, dos jacuzzis,
salón de belleza, discoteca, casino, centro deportivo, sala de juegos, capilla y
cine. Dejó escapar una exclamación de asombro. Esa sí que era toda una ciudad
flotante.
Encontró
detalles del centro deportivo: había gimnasio, dos canchas de tenis, aros de
baloncesto, simulador de golf y minigolf, pista de patinaje sobre hielo, pared
de escalada, piscinas y plataforma para deportes acuáticos, «entre otros»,
leyó. Esperaba que en esos «otros» entrara algún cielo-tierra o un saco de box.
—Oh, por Dios…
—balbuceó. Amaba los deportes.
Continuó
leyendo especificaciones técnicas que no comprendía, revisó los mapas y pensó
en recorrer las que se llamaban áreas comunes para hallarse mejor en la ciudad flotante,
como comenzó a llamar al Paradise desde
que leyó todo lo que contenía.
De pronto la
excitación cedió lugar a la tristeza cuando recordó quién era el dueño de todo
eso. Con razón era tan lindo, grande, llamativo y estaba tan bien decorado.
Contaba en un folleto que había sido remodelado a nuevo cuando había pasado a
formar parte de Jung Enterprises.
Tragó con
fuerza, esperanzado en relegar el recuerdo de aquella fantasía y en que
traerían su equipaje pronto. Pensando en ello, y como no tenía idea de si le
dejaban su valija allí aunque él no estuviese presente, prefirió quedarse a
esperar. No podían tardar mucho más en devolverle sus escasas pertenencias.
Mientras Jaejoong
aguardaba en un camarote de mediana importancia que el buque zarpara hacia el
Este, Yunho recibía en la zona vip de abordaje privado a los cuatro empresarios
japoneses que estaban tan interesados en su brillante capacidad constructiva.
Yunho y Yoochun
estrecharon las manos con los cuatro hombres y luego, en un japonés bastante
fluido, los invitaron a conocer el Paradise.
—Hasta ahora
solo hacemos viajes por la costa nordeste —explicaba Yunho a los hombres
mientras les mostraba una de sus áreas favoritas, el casino—; pero en cuanto
aquí se termine la temporada, lo moveré a una costa diferente.
— ¿Cree que
resista? —preguntó uno de los japoneses.
—Estoy
invirtiendo para hacerlo un barco más fuerte.
Mientras
esperaba, Jaejoong se preguntó si Yunho abordaría ese barco y, en caso
afirmativo, si ya lo habría hecho. Dudaba de que él viajara en el buque porque
estaba seguro de que no quería encontrarse con él y que tenía mucho trabajo que
hacer. El Centro Médico, por ejemplo.
Se dio cuenta
de que comenzaban la navegación por los ruidos y el leve movimiento que
experimentó el barco. Todavía no le habían llevado su valija: qué
raro, pensó. Entonces decidió dejar un cartel en la puerta
avisando que tenían su permiso para dejarle el equipaje dentro de la habitación,
y salió a recorrer el barco.
Dio vueltas dos
horas. Conoció los espacios compartidos desde afuera, sin entrar al casino o a
la discoteca, tampoco a los bares y restaurantes. Espió, percibió cuál podía
ser más caro y no se lamentó porque dependería del menú que se ofrecía para
quienes no quisieran hacer uso de los servicios de comidas especiales. Tenía la
posibilidad de estar allí, que no era poco.
La gente era
muy distinta de la que él solía ver en las calles. Eran personas de un nivel
económico elevado: se notaba en sus prendas, en sus movimientos. Eran personas con
las que jamás habría imaginado compartir siquiera una conversación. Era
imposible no admirar la posibilidad que tenían de pasar tiempo en sitios como
ese barco cuantas veces quisieran…, cuando quisieran…, siempre… Todo le parecía
maravilloso, un sueño hecho realidad.
Yoochun no
viajó con Yunho y los empresarios. Alguien tenía que custodiar los intereses de
Jung y Asociados durante los días en que uno de los dos estuviera afuera.
Una vez libre
de los japoneses, que se habían quedado en las suites asignadas para cada uno, Yunho
pidió al capitán ver la lista de pasajeros. Mientras esperaban que la trajeran,
hablaron del océano a esa altura del año y de las vicisitudes de la marea.
Pocos minutos después, tenía entre las manos los nombres de las mil quinientas
almas que justificaban una inversión tan grande.
«Kim Jaejoong»,
leyó. Y aunque disimuló muy bien su disgusto, varias groserías surcaron su
mente. No tenía idea del motivo, dado que no era la primera vez que se cruzaría
con uno de sus amantes, incluso había compartido mesas donde había varios de
ellos al mismo tiempo. No le preocupaba cruzarse con Jaejoong. El problema era
otro, que él había aceptado su paga. Era todo lo que quería, tal como él había
pensado: diversión, un hombre apuesto y riquezas, porque era igual que todos.
Jaejoong regresó
a su habitación, donde encontró una invitación que había sido dejada en la
puerta. La recepción de bienvenida, que se realizaría en el salón de usos múltiples,
comenzaba a las ocho de la noche.
Le pareció
extraño que hubieran dejado una invitación y no su valija, y comenzó a sentirse
preocupado. Investigó a quién tenía que dirigirse para consultar por sus pertenencias
y cuando encontró a la persona indicada, casi le rogó que le diera alguna
información. La empleada, muy amable, llamó a tierra firme, confirmó sus
sospechas y se las transmitió a Jaejoong con pesar.
—Lo sentimos,
pero su equipaje no está en el barco.
El rostro de Jaejoong
perdió el color.
— ¿Cómo dice?
—Al parecer
cometió algún error en el formulario de abordaje y quedó en tierra firme. Tiene
otro equipaje que sí haya traído, ¿verdad? También puede hacer uso de las tiendas
de la galería. Es todo lo que puedo ofrecerle.
— ¿«Hacer uso»?
—Balbuceó Jaejoong —. ¿A qué se refiere con «hacer uso»?
La muchacha
sonrió; estaba acostumbrada a que los turistas abordaran ese barco con mucho
dinero en los bolsillos. Pero lo cierto era que Jaejoong no podía darse el lujo
de gastar en prendas que consumirían lo poco que llevaba para subsistir en las
costas donde atracasen y para pagarse la bebida, que no estaba incluida en el
pasaje, si no quería terminar bebiendo agua de mar.
—Que puede
comprarse lo que guste en las tiendas. Con placer lo acompañaremos si necesita
un asesor.
Jaejoong se
negó amablemente, pero tenía ganas de llorar y a la vez de reírsele en la cara.
¿Asesor? ¡No tenía dónde caerse muerto e iba a ir a las tiendas con un asesor!
No podía gastar en ropa y lo único que llevaba era lo puesto: el jean, la
camisa blanca y las sandalias al tono.
—No entiendo
cómo pude haber cometido un error en el formulario —expresó.
—Eso es lo que
me informaron desde tierra firme.
— ¿Y no existe
modo de que me lo hagan llegar al próximo puerto? Pagaría un envío de ser
necesario — insistió. Le saldría mucho más barato un envío, aunque se quedara
sin un centavo, que comprarse una sola de las prendas que se ofrecían en esas
tiendas.
—El problema es
que todavía no se ha descubierto el destino de su valija —respondió la mujer—.
En cuanto tengamos novedades, se la haremos llegar por nuestra cuenta. Si no
aparece, seguramente será indemnizado.
— ¿Cuándo será
eso? —preguntó Jaejoong. Había recuperado las esperanzas.
—Puede tardar
un mes o dos. El cheque le llegará a su casa. Jaejoong asintió en silencio,
víctima de una tristeza que le enturbió la mirada. Resignación, eso es lo que
había aplicado siempre en su vida. Era su modo de volver a empezar.
—Gracias —dijo
antes de marcharse despacio.
¿Qué iba a
hacer ahora? No podía subsistir con lo que tenía puesto, tenía que
ingeniárselas de alguna manera o regresar a casa desde el primer puerto que
tocara el barco. ¿Podía salir siempre todo tan mal? ¿Por qué los hados se confabulaban
en su contra y no le permitían disfrutar de nada en forma completa?
Caminó taciturno
hasta su cuarto y se encerró allí al menos media hora en la que se tomó la
cabeza entre las manos y se arrepintió de haber aceptado el paseo, de haber
creído como un iluso que Yunho podía hallarse a bordo, de sentir que podía
ingresar a un mundo donde él no tenía cabida. Reconoció que la razón que más lo
había impulsado a aceptar ese pasaje era Yunho, y volvió a sentirse un ingenuo.
Pasado ese
tiempo, sacudió la cabeza y se recordó que él era un luchador, siempre peleaba
hasta salir adelante y no podía claudicar ahora. Fue en ese momento cuando miró
a su alrededor y descubrió lo que ya había notado: las cortinas, las sábanas,
las toallas. Todo blanco.
Iba a cometer
un delito, pero tampoco podía andar desnudo. Si allí había una máquina de
coser, entonces estaba salvado.
Con nuevas
esperanzas, caminó hasta el puesto de informes y se dirigió al empleado que
allí aguardaba las consultas de los pasajeros.
—Verá… tiene
que haber en esta ciudad flotante una máquina de coser —arriesgó.
—Sí, claro
—replicó el chico—. Si necesita que hagamos alguna reparación…
—No, no —lo
interrumpió él— Ocurre que soy diseñador de modas y acostumbro elaborar mi
propia ropa del día según mi estado de ánimo.
Por suerte, él
no se horrorizó. Acostumbraba escuchar muchas locuras de la gente adinerada,
¿qué más daba la de un excéntrico diseñador de modas?
—No traigo ropa
—confesó Jaejoong —. Solo telas. Pero extraviaron mi máquina de coser y no
pienso comprar en las tiendas donde exhiben ropa de algunos competidores, pero
no la mía.
Para decir
aquello último, incluso se fingió ofendido. El muchacho arqueó las cejas, Jaejoong
supo exactamente lo que estaba pensando, porque era lo mismo que habría pensado
él ante un reclamo tan frívolo, y se preparó para recibir una respuesta
idéntica a su exigencia.
—Para utilizar
la máquina, como se encuentra en una zona restringida para los pasajeros,
necesitará un permiso por escrito del capitán.
Pensó que él lo
enviaría por donde vino, pero se sorprendió con el chico que, muy respetuoso y
a pesar de no haber podido ocultar ciertas expresiones, le dio una posibilidad.
—Perfecto.
—Llamaré para
saber si puede recibirlo ahora.
Jaejoong agradeció
y esperó. Después de la breve conversación que el empleado llevó a cabo en voz
muy baja por un teléfono blanco, este volvió a mirarlo y le anunció:
—El capitán lo
espera en su despacho. Enseguida aparecerá un miembro de la tripulación que lo
escoltará hasta el lugar correcto.
Jaejoong volvió
a agradecer y esperó otra vez. El tripulante no tardó en llegar, le pidió con
amabilidad que lo acompañase y lo condujo hacia un ascensor. Todos allí eran serviciales,
respetuosos, cordiales.
Cuando el capitán
autorizó el ingreso del diseñador, Jaejoong sintió miedo. Una cosa era mentirle
al empleado de informes; otra muy distinta, al capitán. Se aclaró la garganta y
dio un paso adentro.
El hombre
arqueó las cejas blancas. El hombre que esperaba ver en su despacho sin dudas
no era ni remotamente parecido a ese que se le acercaba. Le pareció de una
belleza sublime, elevado, a la vez honesto y humilde.
— ¿Es usted
menor de edad? —Preguntó con el ceño fruncido—. ¿Trae permiso de sus padres?
Jaejoong rió con
la broma, un poco más relajado.
— ¡No soy menor
de edad! —respondió.
—Debo confesar
que cuando me hablaron de un diseñador de modas con un capricho tan excéntrico
no pude hacer menos que imaginarme a un hombre… adulto.
Jaejoong no se
ofendió por el comentario. De haber sido un diseñador con ese capricho seguro
se habría ofendido, pero él no. Pensó incluso que podía decir la verdad al
hombre y que este lo ayudaría a recuperar su valija, pero se arrepintió porque
no quería pasar vergüenza. No quería que él pensara que él era un joven tan
ignorante que no sabía completar un tonto formulario, y mucho menos que se enterase
de cómo había llegado a ese barco. Me acosté con el dueño
nada más que una noche, pensó amargamente. Soy
otro de sus «amiguitos» y el número cien mil, quizás. Mucho gusto.
Ese pensamiento lo llevó a sonreír con ironía.
—Siéntese, por
favor —pidió el hombre, que, respetuoso, se había puesto de pie para recibirlo.
Jaejoong obedeció.
Por suerte no tuvo necesidad de explicarse porque él habló por él.
—No tengo
problema de que utilice la máquina de coser de la lavandería, pero le advierto
que es un sitio bastante inhóspito para los pasajeros y que no puedo suspender
al personal que trabaja en la zona mientras usted esté usando la máquina, de
modo que habrá ruidos y vapores.
—No hay
problema —sonrió Jaejoong con sincero agradecimiento.
—En ese caso,
le labraré el permiso ya mismo y solicitaré a uno de mis tripulantes que le
indique el camino. Necesito saber su nombre y apellido.
—Jaejoong
—respondió él enseguida—. Kim Jaejoong, capitán.
— ¡Oh, qué
nombre tan exclusivo! —expresó el hombre —. Debo confesarle que fue el que más
me llamó la atención de la lista de pasajeros.
Jaejoong sonrió
con amabilidad.
Una vez que
obtuvo el permiso y se despidió del capitán para ser escoltado a la lavandería
por el tripulante, le pidió pasar primero por su camarote para buscar las
telas. Tenía una hora para hacer de un cortinado, un vestido de fiesta.
En la
habitación acarició cada uno de los materiales, todos de alta calidad. Pensó
que, si alguien descubría su delito, iban a hacerle pagar los objetos faltantes
del cuarto, sin embargo creía que podría reponer las cortinas y la ropa de cama
con otras que consiguiera en la lavandería. Después de todo, a Yunho le costaba
muy poco comprar un par de telas nuevas, mientras que a él hacerlo podía demandarle
quince días sin comida.
Consideró que
también le vendría bien llevar las cintas rosadas que retenían las cortinas y
se hizo con ellas antes de encaminarse a la cama en busca de su bolso, lo único
que le había quedado de su equipaje. Conforme con la selección realizada,
siguió al tripulante por los pasillos internos del barco hasta la lavandería.
—Señoras —habló
el muchacho a las empleadas que allí trabajaban—. Este es Kim Jaejoong,
diseñador de modas, y utilizará la máquina de coser con autorización escrita
del capitán.
Todas lo
saludaron con un ligero asentimiento y le despejaron enseguida la silla que
estaba frente a la máquina de coser industrial, que hasta el momento había
estado atestada de prendas por lavar.
El calor era
agobiante. Las seis mujeres que allí trabajaban estaban acostumbradas a él,
pero Jaejoong, aunque alguna vez también había hecho trabajos de esfuerzo, no. Mientras
marcaba el contorno de la prenda con el lápiz delineador, se secó el sudor de
la frente dos veces. Los sonidos eran estruendos antes que melodías, pero
cuando se concentraba en la tarea de cortar y coser, se ignoraban con
facilidad.
Después de una
hora y media, gracias a que conocía de memoria sus medidas y a que en la
lavandería había todo tipo de materiales para reparar las prendas de los
pasajeros, había transformado una insulsa cortina blanca en un sencillo pero
hermoso conjunto de una playera y un short con detalles rosados en la cintura y
en el borde de las mangas.
Hasta que se
bañó, peinó y maquilló, pasó otra media hora. Por suerte en el bolso llevaba
todos los elementos de higiene personal que pudiera necesitar. Una vez listo,
se calzó las sandalias blancas, las únicas que tenía, y se miró al espejo,
conforme con lo que había creado.
Antes de irse,
colocó en la puerta el cartel de «No molestar». Esperaba que con eso no
hicieran la limpieza en el camarote y él pudiera conservar en secreto que lo vaciaría
poco a poco. El último día de navegación, repondría todo, ya que tenía acceso a
la lavandería.
Yunho estudiaba
el ambiente desde la puerta del salón con los ojos entrecerrados. Se disponía a
llevarse la copa de champán a los labios cuando una voz interrumpió su ademán
desde su espalda.
—Hola, Yunho.
Aquella voz.
Yunho volteó.
Ni bien lo vio, sus ojos resplandecieron con un extraño temor que se esforzó
por apagar antes de que él se diera cuenta de las sensaciones que le producía.
Siempre de
rojo. El cabello, la ropa, los zapatos. Si algo jamás cambiaría ese hombre era
ese maldito color.
— ¿Qué haces aquí,
Heechul? —alcanzó a mascullar. Él sonrió, frívolo.
—Me enteré de
que hace tiempo compraste este barco y quise conocerlo —explicó con desdén—.
Fue muy descortés de tu parte no invitarme al viaje inaugural.
—No tienes nada
que hacer aquí.
—Yo no vine por
ti, Yunnito —replicó él con voz melodiosa—. Vine por tu barco, pero al parecer
el destino nos jugó una buena pasada y nos volvió a reunir.
Yunho
entrecerró los ojos de hielo, que se habían convertido en fuego.
—A ti, no a mí
—respondió cruel, casi despótico. Él ignoró ese trato, como si no hubiera sido
destinado a él. Hasta ahogó una risa.
— ¿No me llevas
a la fiesta? —interrogó divertido.
— ¿No tienes a Choi
Siwon para que lo haga? — replicó él con socarronería. Él soltó la misma risa estruendosa
con la que acostumbraba atraer la atención de sus amigos, luego le enterró su
mirada lujuriosa y respondió:
—Te tengo a ti.
Cuando Jaejoong
llegó al salón, el lunch ya estaba siendo servido. Si Yunho había abordado,
tenía que estar ahí, entre esa multitud que se agolpaba para recibir el canapé
de bienvenida, pero no conseguía hallarlo por ninguna parte. Se ponía en puntas
de pie para ver por sobre las cabezas más altas, recorrió el lugar sin probar
bocado — ¡y vaya que tenía hambre!— hasta que el corazón se le detuvo.
Allí estaba él,
en una ronda de hombres, llevando del brazo a un hombre de cabello rojo.
Alguien bastante mayor que Jaejoong, soberbio y altanero, con el porte de un
emperador. Un hombre muy distinto, por cierto, a aquellos con los que Yunho
salía en las revistas. Tenía el aspecto de ser un cualquiera, sí, pero allí
mandaba él.
Aunque la
distancia le impedía ver al hombre con claridad, solo por su porte Jaejoong supo
que no formaba parte de la colección de muñecos que Yunho se llevaba a la cama
y luego desechaba, como había hecho con él. Tampoco se trataba de su esposo
porque era soltero, lo decían todas las revistas.
Prefirió
concentrarse en él, tan apuesto y elegante en su esmoquin negro. Entonces se
quedó ahí parado, en medio de la nada, mientras todos ya ocupaban sus sitios en
las mesas. Yunho estaba rodeado de japoneses que conversaban animosos con el
hombre del cabello rojo y con él. Parecían antes mafiosos que empresarios, por
eso Jaejoong se preguntó en qué andaría metido Yunho, e incluso llegó a temer
por su vida.
¿Por qué temía,
si él ni siquiera se acordaría de él? Jaejoong sabía que, para Yunho, él había
sido apenas un muñeco más para añadir a la colección.
El dolor le
anudó el pecho y lo obligó a salir del salón. Otra vez se arrepentía de haber
abordado ese barco, de haber creído que Yunho podía recordarlo. Creyendo que se
hallaba a salvo de su desazón en el pasillo, apoyó la espalda contra la pared y
respiró.
— ¿Se siente
bien? —le preguntó un mozo que se acercaba a la puerta.
—Sí —respondió
con seguridad. La pregunta y haberse quedado quieto le sirvieron para ordenar
sus pensamientos.
Había cambiado
de idea: quería ver a Yunho con su amante, su novio, o lo que fuese ese
colorado. Quería verlo y asumir de una vez por todas que él jamás sería suyo. Entonces
volvió a entrar a la sala.
Los vio
sentados a la mesa en compañía del capitán y de los japoneses. El hombre permanecía
junto a Yunho, pero él no tenía contacto físico alguno con él. A Jaejoong le pareció
extraño, dado que había llegado a conocerlo aunque fuera un poco y sabía que le
gustaba alardear de que estaba acompañado. Salvo que en realidad no lo
estuviese… Todo en él era un misterio que Jaejoong no creía poder resolver.
Durante la
estadía de las personas en las mesas, un presentador nombró al capitán y
también a Yunho. Se refirieron a él como «el dueño de este paraíso», y cuando se
puso de pie para que los pasajeros que aplaudían supieran que se referían a él,
el del cabello rojo se paró a su lado. Yunho le susurró algo. Él no se inmutó.
—Siéntate
—ordenó Yunho entre dientes, con la voz tan baja que solo Heechul pudo
escucharlo.
—Deberías agradecerme
en público —replicó él sin hacerle caso, con una sonrisa radiante—. Todo lo que
tienes, lo tienes gracias a mí.
Yunho se sentó
antes que él solo porque no quería compartir la gloria con nadie. La gloria era
suya, como nada lo había sido en la vida.
Poco después se
hizo un brindis. Luego la gente se puso de pie y volvió a dispersarse por el
salón. Jaejoong pensó en regresar a su camarote con el orgullo mancillado, pero
después se dijo que, si quería volver a sentirse digno, tenía que enfrentar a Yunho
y demostrarle que no le había importado su abandono. Sí, ese era el mejor modo
de no quedar como un tonto, pensó. Pretender que él era como los demás putos
que él se llevaba al hotel.
Jaejoong avanzó
hacia su objetivo con paso decidido, pero una vez que se encontró lo
suficientemente cerca como para hablarle a su espalda, enmudeció. La estridente
risa del hombre que lo acompañaba penetró en los oídos de Jaejoong como su
fuerte perfume importado lo hizo en su nariz. Todo en ese hombre, desde los
colores que lo cubrían hasta su voz, estaban diseñados para atraer la atención
de todos.
Heechul destilaba
poder y lujuria, altanería y descaro. Nadie lo pasaba por encima, nadie, y su
fuerza de carácter doblegaba el acero como débil junco de campo.
Jaejoong giro
sobre los talones y desanduvo el camino que lo había llevado hasta Yunho para
perderse entre la multitud y luego en el pasillo que conducía al ascensor y a su
camarote. Mientras caminaba, pensaba que siempre le pasaba lo mismo. Luchaba
por algo, llegaba a ello, y a punto de conseguirlo, se resignaba. Se sintió
triste y tonto, como si se hubiera dejado engañar por segunda vez en la vida, y
así era: había sido víctima de su ingenuidad al creer que podría enfrentar a Yunho.
Para dejar de
pensar en él, se quedó en ropa interior y repasó qué luciría al día siguiente,
cuando arribaran, una ciudad de playa, como todas las que visitarían. No podía
ir al mar sin traje de baño y tampoco podía comprar uno en un destino tan caro.
Ni pensar en el barco.
Se humedeció
los labios y para no sentirse decepcionado, pensó en la ropa que sí podría
confeccionar con el otro paño de las cortinas y con las sabanas. Decidió que
fabricaría un pantalón corto y una musculosa con las sabanas.
Paso la mitad
de la noche cosiendo en la lavandería. La mujer que cubría el turno noche se
sentó a su lado y lo ayudó con los retoques.
— ¿Eres muy
famoso? —le preguntó ingenuamente. Jaejoong se sintió tan mal que frunció el
ceño y no pudo mentir.
—A ti te voy a decir
la verdad —murmuró cabizbajo, con los dedos detenidos sobre la tela de la
sábana—. Soy modisto, en realidad. Mi tienda se fundió, duró lo que un suspiro,
y ya no tengo nada. Mi sueño es ser diseñador de modas, pero al parecer tendré
que resignarme a pegar cierres zurcir pantalones rotos —se encogió de hombros.
— No me quejo. Me da de comer y paga mis impuestos. Digamos que me gané el
pasaje en este barco y decidí darme un gusto una vez en la vida, pero claro, no
podía salir todo tan bien, y mi equipaje se perdió. Estoy prácticamente desnudo.
La mujer se
quedó boquiabierta.
— ¡Por Dios!
—exclamó. Por suerte para Jaejoong, no preguntó de dónde sacaba las telas para
confeccionar las prendas, quizás pensaba que se las había dado el capitán junto
con el permiso—. ¿Y cómo piensas ir a la playa?
—No voy a ir a
la playa —negó Jaejoong con la cabeza.
—Tienes que
hacerlo, ¿Qué harás si no? Todos los lugares en los que se detiene este barco
tienen playa.
—Puedo conocer
la ciudad, pasear por la arena y mojarme los pies en el agua.
—Hagamos una
cosa —propuso la señora antes de ponerse de pie y hurgar en un canasto—. Elige
uno de estos —indicó—. Son trajes de baño que olvidan o abandonan los turistas.
—Oh, no, por
favor, no —replicó Jaejoong —. No quisiera meterte en problemas.
—De ninguna
manera —respondió ella—. Nadie los ha reclamado en meses. Vamos, elige uno.
—No sé cómo
agradecerte.
—No tienes que
hacerlo. Vamos, elige. Este será nuestro secretito.
Aunque Jaejoong
temió que la empleada se diera cuenta de que él estaba destrozando su
habitación poco a poco, su bondad lo privó de arrepentirse de haberle dicho la verdad.
Nadie se merecía una mentira allí, eran todos tan buenos que casi no parecían
empleados de alguien tan detestable como Jung Yunho.
dios en serio todo le pasa a JJ primero eso luego aquello y ahora sin ropa, muy triste
ResponderEliminaray dios el bello jaejoong sin ropa..ojala y no descubran de donde esta sacando la que confecciona...jajajajja
ResponderEliminarahora, mas salado no puede estar, hay que llevarlo a catemaco, necesita una ensalmada..
gracias por el capitulo.
Diablos cada vez que pienso que la vida no puede ser mas cruel con Jae le salen estas situaciones tan penosas, es como si el destino lo retara a rendirse pero yo se que pronto las cosas mejoraran para el. Ademas ya es hora que Yunho abra bien los ojos y recapacite por su horrible conducta con Jae.
ResponderEliminarFighthing Jae
Pobre Jae en serio pero q mala suerte la suya...
ResponderEliminarPfff Yunho piensa de esa forma de Jae ... Q mal me da coraje..
Heechul se me hace que él tiene q ver con el cambio de Yunho ....
Espero q a Yunho no se le ocurra volver a jugar con Jae sería tan injusto :(
jaejoong y su mala suerte :(
ResponderEliminarpero fue muy ingenioso y creativo para crease nuevas prendas ♥
que amable fue la señora para brindarle trajes de baño :)
y ese hechul que pretende con yunho uhmm (`ー´)
No inventé, hasta la mendiga maleta se perdió !!! Lo bueno es que tiene imaginación y talento.... Y cortinas jajajaja xD buena idea JJ xD
ResponderEliminarTenía que salir Heechul >_> .... Me cae que lo odiareeeeeeee!!!!
Lo unico que falta es que el traje olvidado sea de la chula!!!!
ResponderEliminarmenos mal que encontró a esa señora, ojala le ayude en su estadía en el barco.
ResponderEliminarJajaja... Cuandi se den cuenta, que espero y no, y si no, por lo menos que sea hasta que regresen y también que Yunho se de cuenta de como es Jae en realidad.
ResponderEliminarGracias!!!