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Nada mas que una noche: Capitulo 12

Capítulo 12


CUANDO Yunho abrió la puerta, Jaejoong intentó volverse, pero el tripulante se lo impidió.
—Gracias —dijo Yunho antes de tomar a Jaejoong del brazo para introducirlo a la fuerza en la habitación.
Aunque él se resistió, poco pudo hacer para liberarse de Yunho y evitar que él lo encerrara consigo en el camarote. Se dio cuenta de que ya no podría huir al quedarse con la nariz pegada a la puerta blanca.
Yunho se había establecido detrás de él, aprisionándolo entre su inmensidad y la madera.
— ¿Si te suelto te sientas sin rechistar? —preguntó. Indignado, Jaejoong replicó:
—Soy un ladrón, pero no soy tu prisionero.
—Ambos sabemos que no eres ninguno de las dos cosas —respondió él.
En su voz se adivinaban diversión y ternura. El primer matiz ofendió a Jaejoong, por eso se dio la vuelta. Quedaron frente a frente, tan cerca que podían respirarse. Él sonrió, irónico.
—Al parecer ser humilde es sinónimo de ser deshonesto —masculló—. Pero a los que yo he visto sonreír e insultarse al darse la espalda es a ustedes, los ricos, no a mí. Dudo que hubieras acusado de ladron a cualquiera de tus otros amiguitos.
—Así que te consideras uno más de mis… «amiguitos» —concluyó él, como si lo único que le hubiera importado de todo lo que él le decía fuera eso último. Hasta le costó repetir el término.
— ¡Como si me hubieras tratado como a algo mejor! ¿Acaso no lo soy? —Jaejoong lo desafiaba. Yunho no respondió.
—Siéntate.
—No. Llama a tu robot y dile que me lleve de vuelta al cuarto de detención, donde debí haber estado siempre.
Yunho soltó una risa enternecida.
— ¡Ah, Jaejoong! —exclamó.
—Si no lo haces, vuelvo por mis propios medios. Cualquier cosa va a ser mejor que seguir compartiendo un espacio contigo.
Yunho no se inmutó. Se encogió de hombros y llenó los pulmones de aire.
—Me pareció mejor que te quedaras aquí en lugar de en ese cuarto —explicó con sencillez.
— ¡Pero qué amable! —ironizó él—. Lástima que pensaste mal. Prefiero que me arrojen a los tiburones antes que quedarme aquí con el peor. Con tu permiso.
Volvió a darle la espalda para retirarse, pero él se lo impidió de nuevo apoyando una de sus pesadas manos sobre la puerta.
—Dame una oportunidad —pidió. Jaejoong soltó una risita mordaz.
— ¿Cuántas más? —pensaba que estaba cansado de darle oportunidades, de fingir que él podía ser bueno y justo.
—Las que sean necesarias —contestó Yunho con serenidad—. ¿Te sientas?
Jaejoong se cruzó de brazos mientras se volvía para mirarlo.
— ¿Por qué? ¿En esa posición se puede juzgar mejor al acusado? —le espetó.
—Yo no te juzgo —respondió él en un susurro. Jaejoong enarcó las cejas.
— ¿Oh, de verdad? —ironizó—. Sin embargo me enviaste a… —iba a decir «detención», pero Yunho lo interrumpió, presintiéndolo.
—Eso lo hice porque tenía que callar a la pasajera. Siempre supe que no habías robado nada —aseguró—. Pero si algo me muero por saber es qué hiciste con todo lo que desapareció del camarote.
El tono gracioso de Yunho distendió a Jaejoong, aunque un poco nada más.
—Eso no importa —replicó él—. Puedes cargarlo a mi cuenta si quieres, porque esos objetos no van a volver.
—Cuéntamelo, por favor, que me late el corazón como a un asesino de la ansiedad.
Jaejoong notó el brillo divertido en los ojos de Yunho y no pudo evitar ablandar el ánimo un poco más. Bajó la cabeza, las mejillas se le tiñeron de rojo. Ya no sentía frío, sentía el calor del cuerpo de Yunho pegado al suyo y un extraño orgullo.
—No me digas que no te diste cuenta —bromeó.
— ¡¿De qué, por Dios?!
—Si tú pensaste la decoración de esos camarotes…
Yunho se llevó una mano a la frente. Los dos se habían olvidado de si él trababa la puerta o no. La dejó caer enseguida.
—Jaejoong… —fue una súplica de intriga que lo hizo sonreír.
—Me extraña de ti, Yunho, un hombre tan despierto. ¿Acaso no lo ves? Estoy vestido con tus cortinas.
Yunho dio un paso atrás con el ceño fruncido. Jaejoong alzó la cabeza y sonrió al notar que el hombre lo estudiaba. Después, con expresión que evidenciaba que no le creía una palabra, él exclamó sonriente:
— ¡No puede ser!
Jaejoong rió y le ofreció un sector de la tela.
—Tócalo —lo invitó.
Yunho obedeció de inmediato. Cuando comprobó que se trataba de sus cortinas, dejó escapar una risa. Jaejoong había transformado un par de cortinas en el conjunto más hermoso que Yunho había visto nunca, o al menos así le parecía cuando él lo llevaba puesto. Se sintió orgulloso del talento y la capacidad de ese hombre para diseñar, para coser y para vestir.
— ¡Jaejoong! —Exclamó con asombro—. ¿Por qué vestías con las telas que encontraste en el camarote? ¿Y el equipo de gimnasia?
—El equipo lo compré cuando llegamos a la Bahía, porque ahí salía todo más barato —confesó. A Yunho se le estrujó el estómago al darse cuenta de algo que siempre había sabido, pero que no había tenido en cuenta a la hora de dejarle los pasajes: él era pobre—. Tuve que vestirme con tus cortinas porque perdí mi valija.
— ¿Qué?
La frase lo sacó de toda reflexión, su rostro perdió cualquier vestigio de broma o diversión. Parecía sentirse molesto, enojado.
—Que según me dijeron, me equivoqué en un número del formulario de carga… —se apresuró a aclarar Jaejoong.
— ¡Mierda! —lo interrumpió él.
— ¿Qué?
Yunho negó con la cabeza, se pasó la mano por la nuca y se alejó hasta sentarse en el taburete que estaba a los pies de la cama. Casi parecía él el acusado. Jaejoong avanzó unos pasos hasta quedar frente a frente de nuevo; él de pie, él sentado.
— ¿Piensas explicarme? —exigió Jaejoong con tono mohíno. Presentía que Yunho estaba a punto de decir algo que odiaría.
— ¿Por qué no me lo dijiste? —se afligió él—. ¿Dormías sin sábanas y te resignabas a que nadie limpie tu cuarto por no decirme personalmente que los estúpidos de mis empleados habían perdido tu bolso?
— ¿Cómo iba a decirte eso? —replicó Jaejoong, ofuscado —. No fueron tus empleados, fui yo, y tú me ibas a creer el idiota que no sabe completar un formulario. Me dio vergüenza, Yunho, porque la gente que acostumbra viajar seguro sabe completar esos papeles, en cambio yo…
Yunho se puso de pie y dio una vuelta por el cuarto. Después se volvió hacia Jaejoong con expresión indescifrable.
—Es que no hubo equivocación —confesó. Jaejoong soltó una risita, le parecía imposible.
—Ay, Yunho, gracias, pero ya sé que soy bastante distraído —recalcó.
—No, Jaejoong —insistió él, muy serio—. Si tuviéramos que vestir pasajeros por la cantidad de equipaje que perdemos, me fundiría. Jaejoong entreabrió los labios, incapaz de creerse la verdad.
—Yunho… —balbuceó. Él siguió hablando.
—La orden que tienen los empleados es poner la excusa del error en el formulario para que nadie reclame que los vistamos en su travesía. Y así gastan en las tiendas. Igual a nadie le importa demasiado porque hacen un reclamo en otro papel y con suerte les hacemos llegar la valija al puerto siguiente.
—Pero yo lo que menos tengo es buena suerte y jamás encontraron la mía, ¿verdad? —lo interrumpió él, todavía boquiabierto. Yunho lució abrumado.
—Si no te la hicieron llegar, es porque no. No la encontraron. — Se produjo un instante de silencio en el que  ambos se miraron: uno culposo, el otro enojado.
—Eres un hijo de puta —soltó Jaejoong, aunque lo dijo con cierta gracia, sin poder cerrar la boca.
—Eso no es nuevo para mí, dime algo original — respondió él, recordando la cantidad de veces que había escuchado a Bin leerle los mensajes que sus amantes le dejaban cuando él todavía no había encontrado el modo de bloquear los números. «Yunho, eres un hijo de puta». «Hijo de puta, no quiero verte nunca más». «Me las vas a pagar, hijo de puta». E infinidad de cosas similares.
Jaejoong se encogió de hombros. Yunho le pedía algo más original.
—Hacerle creer a la gente que es estúpida para que no te reclamen que pagues por el error de tus empleados es de capitalista cobarde.
—Vas mejorando.
—Algún día lo vas a pagar. Nadie está exento de quedarse en pelotas.
Yunho lo miraba como si fuera un niño en penitencia y tras el presagio se echó a reír. Jaejoong perdió todo vestigio de seriedad y acabó riendo también. Lo que comenzó siendo una melodía suave se convirtió en carcajadas: más reía uno, más quería reír el otro. Hasta que acabaron derrotados los dos, arrojados de espaldas sobre la cama con los pies colgando al piso.
Se hizo un momento de silencio en el que procuraron volver a respirar.
— ¿Tú enviaste diseñar el techo de este camarote? — preguntó Jaejoong, reflexivo. Era uno de esos momentos filosóficos que solo acontecen después de un largo y profundo episodio de risa apenas justificada.
—Sí.
—Es precioso.
—Gracias.
Volvió a hacerse silencio.
—Yunho.
—Mmm…
— ¿Qué les ves?
Jaejoong no lo preguntaba con resentimiento ni con envidia, sino como un psicólogo analizando un paciente. Yunho no se alarmó. No entendía lo que le sucedía, solo que una extraña sensación de familiaridad lo invadía ahora que había alcanzado cierta libertad con Jaejoong. Sentía que podía confiar en él, que tenía un amigo. Aunque él no quisiera tener verdaderos amigos, nada más «amiguitos», como Jaejoong los llamaba, que eran algo muy distinto.
—Es que no lo entiendo, Yunho —continuó él sin esperar contestación. Después de todo, él no tenía demasiada idea de qué le estaba hablando y por eso no podía responder—. De verdad me cuesta creer que siendo tú un hombre tan inteligente, brillante en todo, busques actitudes tan denigrantes en un hombre. Me niego a creerlo. ¡Sabes bien lo que quieren! Quizás una noche divertida, tu cara bonita o un viaje en tu barco. Y por eso lo pasan bien, porque haces realidad sus deseos, pero tú… no puedo creer que de verdad tú lo pases bien, que sea eso lo que deseas.
Yunho se sintió desnudo. Jaejoong había expresado tan bien y en tan pocas palabras a qué se había reducido su vida que se asustó. Suspiró. Lo cierto era que a pesar de todo deseaba responder, pero no lo hizo. O quizás sí.
— ¿Sabes lo que me pasó una vez cuando era chico? — preguntó.
—Me encantaría saberlo —respondió él con ánimo de seguir la conversación.
—Todos los veranos, mi mama armaba una alberquita para que me entretuviera con los amiguitos del barrio — Jaejoong notó el matiz que cobró la voz de Yunho al nombrar a su madre. Fue un tono espesé nuevo en él, pero no emitió palabra al respecto porque no quería interrumpir el cuento —. No nos íbamos de vacaciones —aclaró Yunho.
A Jaejoong le pareció extraño ese hecho de las vacaciones y de que pileta fuera de lona, porque siempre pensó que los niños ricos paseaban todos los veranos y tenían piscinas de hormigón o de plástico, esas grandes hundidas en el césped, pero tal vez los había prejuzgado.
—Una de esas tardes —continuó él—, dos de mis amigos me hundieron la cabeza en el agua. Estaban jugando, pero me sumergieron tanto tiempo y sin preparación previa que casi me ahogué — Jaejoong enarco las cejas, sorprendido —. Desde entonces le tengo pavor al agua en grandes cantidades, como en piscinas, o el mar… por poco no le temo al agua en el jacuzzi también —bromeó.
Jaejoong comprendió de pronto por qué no había visto a Yunho en La playa, aunque no se hacía a la idea de que alguien que tenía terror al agua pudiera comprarse un barco.
—Te compraste un barco… —reflexionó en voz alta.
—Es lo que se hace con los miedos respondió él—. Enfrentarlos.
—A mí me parece que no lo estás enfrentado en realidad, solo te acercas sin atreverte a tocarlo —replicó él—. Lo enfrentarás si el barco se hunde, o si te animas a ir a la playa y nadar en el mar, que te aseguro es precioso. Yo no lo conocía.
Como supo que Jaejoong tenía razón pero no estaba preparado para reconocerlo, Yunho se descalzó y se deslizó hacia atrás. Jaejoong no se movió.
—Yo también tengo miedo —siguió hablando él. Esperaba compartir parte de un secreto con él, después de haber notado que acababa de ponerlo en evidencia con algo que parecía ser muy profundo—. Al viento —para quitarle dramatismo al asunto, también se descalzó y se deslizó hacia atrás, como antes había hecho él, que ya había recostado la cabeza sobre la almohada—. ¿Sugerías que me compre un avión?
Yunho soltó la risa que había estado esperando su turno para salir y lo abrazó. Lo hizo sin que mediara el sexo de por medio, ni segundas intenciones, ni siquiera el deseo. Pasó el brazo por detrás del cuello de Jaejoong y lo atrajo hacia su costado porque él era su amigo y porque creía guardarle cierto afecto.
Jaejoong sintió que el corazón le estallaba. ¡Él se veía tan atractivo cuando reía! Joven, abierto, renovado. Presintió que Yunho no lo consideraba un «amiguito» y eso lo llevó a acurrucarse más contra su costado y a apoyar una mano sobre su pecho para sentirlo todavía más cerca. Se sintió honrado. No era amor de pareja lo que él parecía dispuesto a brindarle por el momento, pero que lo considerara su amigo lo llenó de dicha.
A Yunho le costaba abrir su corazón. Él lo sabía, como también sabía que aún no se abría del todo, sino apenas un escaso milímetro. Él era capaz de mucho más que abrazar, relajarse y reír. Sin embargo, Jaejoong no estaba seguro de llegar a conocer esas capacidades alguna vez.
—Cuentame un sueño —le pidió—. Un sueño que tengas muy seguido.
— ¿Un sueño de esos que se tienen despiertos, o un sueño dormido? —preguntó él para estar seguro. A Jaejoong no le importó mientras se tratara de un sueño de él.
—Cualquiera de los dos —consintió.
—Hay uno que es el mismo en ambos casos —explicó Yunho. Su voz sonaba otra vez extraña, presa de cierta angustia y añoranza—. Sueño con la sonrisa de mi mamá cuando me alcanzaba una taza de chocolate bien caliente a mi cuarto mientras yo estudiaba. Esa sonrisa consigue templarme en los momentos más fríos, más oscuros.
Jaejoong tragó con fuerza. Esperaba no ser tan débil de dejar escapar una lágrima, no quería que él sintiera que él se había apenado. Pero Yunho era quien le había transmitido esa tristeza, posiblemente porque él mismo la sentía. Jaejoong volvió a esforzarse por quitarle dramatismo al asunto, pues su intención no era que él lo pasara mal con él. Quería que de verdad lo pasara bien, no como estaba seguro de que le ocurría con sus «amiguitos».
—Yo suelo soñar con la historia —contó él.
— ¿Con la historia?
Repuesta del posible llanto, Jaejoong se estableció sobre un codo y alzó la cabeza para ver a Yunho a los ojos. Los de él brillaban; habían perdido ese velo de frialdad y distancia con que siempre los recubría.
Yunho, el inalcanzable, era al fin un ser humano.
—Sueño con muchos sucesos históricos, pero resulta evidente que me obsesiona uno en particular —contó él. Él lucía intrigado por saber cuál era, y él no lo hizo esperar—. El enfrentamiento entre Héctor y Aquiles — culminó. Yunho enarcó las cejas, sorprendido—. Pero en mi sueño, Héctor es un enano.
Yunho soltó la carcajada. Jaejoong no pudo evitar hacerlo con él.
— ¡Estoy loco, ya lo sé! —siguió—. Debe ser porque mi hermano insiste con que le cuente siempre esa misma historia y después termino asociando a Héctor el héroe con mi hermano.
—Sí que estás loco —replicó él—. ¿No soñaste con el caballo de Troya también?
—No— contestó Jaejoong seriamente—. Con eso no.
—Menos mal —se alivió él. Él alzó las cejas, intrigado.
— ¿Por qué? —preguntó. Yunho sofocó una risa.
—Me parece que Homero o quien sea que haya escrito la Ilíada se hubiera sentido muy ofendido de que le cambiaras el caballo por un burro. O por una vaca. ¿Te imaginas? Dice que eres un angelito, si no, ni yo te perdonaría semejante sacrilegio.
Jaejoong se echó a reír como si fuera el fin del mundo. De pronto, se puso muy serio.
—Yo no soy un ángel, Yunho —confesó, abrumado por las nuevas sensaciones que él le producía — Una vez, cuando tenía doce años, hasta le robé a un cieguito. — Yunho enarcó las cejas, divertido.
—Eso sí que está muy mal —concluyó—. Qué sucio, yo nunca llegué a tal nivel de suciedad —bromeo. No conseguía imaginar a Jaejoong robándose nada, y si lo había hecho tan mal como mentir con su identidad, ya podía deducir cómo había terminado el asunto. Eso lo hizo reír.
—Le robé un pedacito de su pastel —siguió confesando él, compungido con el recuerdo—. ¡Pero estaba tan rico!
Yunho se esforzó por acabar la risa y fingirse serio.
—Ah. Bueno, hubieras empezado por ahí —intervino—. Por un trozo de pastel, yo habría hecho exactamente lo mismo. Me encanta. Mataría por uno en cualquier momento, y si es de chocolate, mejor.
Jaejoong lo miro enarcando las cejas.
— ¿En serio? interrogó. De las pocas cosas que sabía cocinar bien, una eran los pasteles.
—No sabes cuan en serio hablo. Algún día, ya lo vas a ver.
Y después de esa promesa, acabaron jugándose bromas acerca de anécdotas y cosas mundanas hasta que Yunho volvió a atraerlo hacia sí y lo besó en la frente. Eso desarmó a Jaejoong, y también a él, que no alcanzaba a comprender por qué actuaba del modo que se había esforzado por desterrar de sí.

* * *

— ¿Qué quieres decir? —gritó Heechul a la empleada de limpieza. Era la misma a la que le había pagado para que escondiera el anillo de su cómplice en el camarote de Jaejoong —. Si no está en el cuarto de detención, ¿dónde está?
—Según tengo entendido, el señor Jung pidió que lo llevaran a su camarote.
— ¿A donde? —reclamó Heechul, como si la empleada no hubiera sido lo suficientemente clara o tuviera la culpa de sus errores. El problema era que él mismo no podía creer que, intentando separar a Yunho del costurerito, había terminado reuniéndolos en el mismo cuarto.
—A su camarote —repitió la otra, obediente, aunque sin darse cuenta de que revolvía así el puñal enterrado en el vientre de Heechul.

* * *

—Siempre voy a estar aquí para ti, Jaejoong —le dijo Yunho mientras se adormecían—. Siempre.
Jaejoong sonrió. Todavía abrazados, se quedaron dormidos.
Al abrir los ojos, el fantasma del recuerdo de aquella mañana en el hotel alarmó a Jaejoong. Él pensaba que él ya no estaría a su lado, sin embargo, allí estaba, con los ojos abiertos, sonriendo mientras lo veía despertar.
—Cumpliste —balbuceó Jaejoong. Recordaba que él le había prometido que estaría allí para él siempre.
—Y siempre será así —le recordó él—. Somos amigos, ¿no? No eres un «amiguito», Jaejoong, eres mi amigo. ¿Entiendes la diferencia?
Jaejoong presintió que aquellas palabras tenían un significado especial para Yunho. El problema radicaba en que él, que no quería ser su «amiguito», en el fondo tampoco se conformaba con ser su amigo.
—Sí —respondió, tratando de contentarse con su confianza. Al menos Yunho ya no lo quería lejos, sino cerca, tan cerca como un amigo puede estar. Pero ser su amigo sin que él se abriera sin restricciones tampoco cabía en su lista de conformidades.
Yunho rompió con toda seriedad o preocupación.
—Te invito a desayunar —propuso. Estaba de buen humor, pero de un modo extraño, no como Jaejoong lo había visto antes. Ni excitado, ni acelerado, ni con dobles intenciones.
— ¿Aquí en el camarote o afuera? —preguntó Jaejoong.
—Afuera. A alguno de los bares donde nadie nos encuentre.
—Creo que conozco el sitio perfecto —indicó él—. El bar de la multitud —rió—. Ahí no vi japoneses ni chicos de rojo —le guiñó el ojo.
A pesar de que percibió que Yunho se había tensionado, Jaejoong lo ignoró y le propuso encontrarse en el bar que ofrecía el desayuno incluido en el pasaje en una hora.
Al llegar al comedor, encontró que él ya estaba allí. Yunho lo vio llegar con prendas que no habían sido confeccionadas con sus cortinas y se preguntó si esa ropa también la habría comprado en el viaje. Se sentía culpable por haber dejado a Jaejoong los pasajes a un mundo al que no pertenecía y para el cual debió haber sacrificado varias cosas necesarias por culpa de su omisión. No entendía cómo había sido tan estúpido de dejarle los pasajes sin facilidades para que pudiera utilizarlos. Pensaba que él había tenido que sobrevivir con monedas entre el lujo y que habría creado en él deseos frente a la riqueza de los otros, añoranzas que por culpa suya ahora sentía y jamás podría cumplir. Era el culpable de haber creado sueños en alguien y que estos fueran a convertirse en frustraciones. Excepto… excepto que él pudiera hacer algo para que él cumpliera esos sueños. Había comprobado que era verdaderamente bueno diseñando, algo se podría hacer.
Se saludaron y tomaron asiento. El sol iluminaba parte de la mesa y el rostro de Yunho. Jaejoong llevaba puesta la ropa del día que habían abordado, pero como él no lo había visto, no lo sabía.
Eran las siete. A las nueve el barco llegaba a destino y eso los separaría. Aquel pensamiento contrajo las facciones de Jaejoong.
—Pensé que no ibas a venir —confesó cabizbajo.
— ¿Qué acordamos? —replicó él.
—Que éramos amigos.
—Exacto. Y a uno le gusta pasar tiempo con sus amigos, ¿no?
Jaejoong suspiró y sonrió en gesto de asentimiento. Era una sonrisa un tanto rígida, opacada por un mal presentimiento.
Yunho no parecía el mismo. Lucía relajado, amable y gracioso. Ni siquiera había fumado. Todo rastro de aquel hombre egoísta y libertino había desaparecido; su postura, su tono de voz, su mirada habían cambiado. Las conversaciones se sucedían con naturalidad, sin que él evitara nada, aunque él tampoco había vuelto a hacer preguntas. No parecía sentirse incómodo ni buscar oportunidades para incomodarlo a él o apabullarlo con su personalidad arrasadora.
Yunho, el verdadero Yunho, lo enamoraba todavía más que el otro.
—Nunca me hubiera dado cuenta de no haber sido por ti —le comentó él mientras les servían el desayuno. Chocolate caliente, como a Yunho le gustaba. Tras la conversación de la noche, Jaejoong comprendía el motivo.
— ¿De qué? —preguntó. Trataba de volver a la realidad y disfrutarla mientras durase.
—De que hacer ropa es arte.
Jaejoong alzó las cejas, gratificado con su comentario.
— ¿Tú crees?
— ¡Te hubieras visto vestido con mis cortinas! — exclamó él. Jaejoong rió pero rápido volvió a ponerse muy serio.
— Si quieres que pague las cortinas puedo…
—Me sobran cortinas —lo interrumpió él. Miró la hora —. Es más, en este momento deben estar colgando las de reposición. Cuéntame: ¿cómo puedo lucir diferente?
Yunho sí era rápido y expeditivo. O si solo lo hacía para que él dejara de lado el asunto del robo, Jaejoong no lo supo. De cualquier modo, la actitud consiguió hacerle olvidar lo triste que se sentía por tener que despedirse de ese viaje de ensueños y de él, y se relajó.
—En mi opinión, tienes muy buen gusto para la ropa — respondió tras beber un sorbo de chocolate.
—Sí, eso ya lo sé —contestó Yunho, que se olvidaba de relegar la humildad cuando no era preciso hacerlo. Untaba una tostada con mermelada de frutilla, se comía una atrás de otra—. Pero no me refiero a saber elegir buena ropa, sino a que la ropa me haga lucir diferente.
— ¿Diferente cómo?
—Un poco más… implacable —contó él. Jaejoong rió.
— ¿Implacable?
—Sí, esa es la palabra —asintió antes de introducirse la tostada entera en la boca. ¡Cómo le gustaba la comida!, tanto que ya casi no parecía ese que prácticamente no había probado bocado en la cena en el Hilton. Jaejoong enarcó las cejas.
— ¿Todavía más? —bromeó. Yunho se puso serio.
— ¿De verdad crees que parezco implacable? — preguntó con los ojos muy abiertos y la boca todavía llena.
Jaejoong suspiró preguntándose cómo dar respuesta a esa pregunta, porque si alguien quería aparentar algo era porque disfrazaba su verdad, y si él lo había creído implacable cuando en realidad no lo era, se debía a que Yunho fingía muy bien.
—Si quieres que te diga la verdad, creo que la ropa no puede hacer lucir a alguien como no es, pero si crees que lo eres, puede colaborar.
—No entiendo del todo el punto —intervino Yunho con el ceño fruncido. Tragó con fuerza lo que antes masticaba.
—Que me parece que te esfuerzas tanto por mostrarte implacable que todos nos creemos que lo eres, así que por ese lado no tienes de que preocuparte —lo consoló—. Lo peligroso sería que acabaras creyéndotelo tú, porque si lo hicieras, el falso Yunho acabaría destrozando al verdadero. Mataría tu verdadero ser.
Yunho se lo quedó mirando. Sus ojos parecían traspasarlo, aunque ya no de modo lujurioso, sino por el simple hecho de que eran reflejo de sí mismo. Los ojos de Yunho habían dejado atrás el velo oscuro que los recubría y eran ahora trasparentes, como si estuviera permitiendo a Jaejoong ver en su interior porque no se atrevía a soltar lo que llevaba dentro.
Él se dio cuenta de que Jaejoong estaba entrando en su corazón, por eso bajó la mirada, inventó una semisonrisa y se esforzó por sonar distendido.
—Me gusta el chocolate —dijo. Tenía la nariz que para Jaejoong era tan perfecta dentro de la taza—. Esto no es chocolate, es agua sucia.
Jaejoong rió y bebió, como él, un sorbo de «agua sucia».
— ¿Me vas a contar cómo te hiciste ingeniero? — interrogó—. Los amigos se cuentan sus cosas, ¿no?
Yunho no pareció ni remotamente incómodo como en la primera oportunidad que él le había formulado casi la misma pregunta, pero sí se hacía evidente que el tema no le traía buenos recuerdos.
—Estudie seis años en la Universidad de Corea —bromeó. Jaejoong ladeó la cabeza y se humedeció los labios a la vez que esbozaba una sonrisa comprensiva. Yunho bajó la seductora mirada y agrego—. ¿Puedo contarte a cambio cómo me hice conocido?
Jaejoong asintió. No quería obligarlo a nada y valoraba que, aunque de manera implícita, él hubiera tenido la honestidad de darle a entender que no quería recordar cómo o porqué se había hecho ingeniero.
—Gané una licitación para un proyecto nacional — explicó—. Uno para construir un puente importante.
—Debe haber sido un gran orgullo para ti y para los tuyos —aventuró Jaejoong. Yunho no respondió, viró de tema como cuando él había hablado de las cortinas, esta vez para protegerse a sí mismo.
—Tengo un regalo para ti —anunció.
Jaejoong sonrió. Su rostro se iluminó como afuera despuntaba el sol de la mañana. Hacía mucho tiempo que no recibía un regalo.
— ¿Para mí? —Yunho hurgó en el bolsillo del saco y de allí extrajo un papel. Él lo leyó—. ¿Y esto?
—No quiero que te bajes de este barco con esa ropa — explicó él—. Te debo una valija llena de prendas, ¿te olvidaste?
—Es la que utilice para abordar… —explicó él, todavía sorprendido por el valor del crédito en su favor para ser utilizado en las tiendas del Paradise—. Lo siento, Yunho, no puedo aceptarlo.
Él estiro una mano para tomar la del hombre. Los dedos de Jaejoong temblaron. Él lo miraba con los ojos negros de dios romano muy abiertos, asustado por lo fuerte que era el sentimiento que él le despertaba.
—Quiero que me perdones —argumentó Yunho.
— ¿Perdonarte? —Él se encogió de hombros—. ¿Por qué?
Yunho bajó la mirada.
—Debí darme cuenta de que eras diferente.
Jaejoong tragó con fuerza. ¿Acaso él quería decir que él no era uno de sus «amiguitos»?
— ¿Diferente? —Exigió saber—. ¿Diferente cómo?
—Sabes lo que quiero decir…
Había algo que impedía a Jaejoong terminar de interpretar aquello que había pensado primero, y no descansaría hasta saber qué era.
— ¿Por qué soy diferente, Yunho? —insistió. Él no tuvo más opción que explicar.
—Te dejé dos pasajes sobre la mesa de noche sin pensar en que para venir tendrías que dejar de trabajar, y además subsistir aquí. En ese momento no recorde que eras…
Él se interrumpió. Percibió que los ojos de Jaejoong se oscurecían, pero no alcanzaba a comprender la razón.
Él sí: con que él le pedía perdón y le obsequiaba ropa porque era pobre, no porque lo quisiera, ni porque le importara de él. Yunho solo se preocupaba por él mismo, por su propio ego, porque se sentía culpable. Pero no iba a callarlo con dinero. No.
Retiró la mano que Yunho le había tomado con prisa.
— ¿Qué era qué? —se indignó—. ¿Pobre? Dilo. Soy diferente de tus amiguitos porque soy pobre.
Él se quedó congelado, como si su intención hubiera sido malinterpretada o sus palabras mal dichas. Pero en lugar de aclararse, se enterró; casi parecía que lo hacía adrede.
—Se necesita una buena suma para venir aquí, más si perdieron tu…
—No te molestes en seguir hablando —le espetó él al tiempo que alzaba una mano en gesto preventivo. A continuación rompió el vale en cuatro partes que luego arrojó sobre la mesa con desdén—. ¿Sabes qué? Puedes conservar tu regalo y tus disculpas. Conozco personas mucho más pobres que yo, y no precisamente por el dinero. Entre ellas, tú. Personas tan pobres que ni siquiera saben quienes son. Con permiso.
Jaejoong se puso de pie y, dolido como estaba, se alejó. Esperaba que Yunho lo llamase, que intentara disculparse por haberlo herido, pero no se sorprendió de que él no lo hiciera. De hecho él también le había pegado donde más dolía, solo que no lo sabía.
—Quiero ayudarte —escuchó que le hablaba Yunho desde la mesa mientras lo veía alejarse—. De todas las formas que pueda hacerlo. Por favor, llámame si necesitas algo. — Aunque escuchó todo con mucha claridad, Jaejoong no se volvió.

* * *

Heechul se acercó a Yunho. Faltaba menos de media hora para que el barco atracara en el puerto y él se había internado a beber whisky en el bar desolado. Se veía tan apuesto con el reflejo del sol matinal dándole de lleno en mitad de la cara que a Heechul se le aceleró el pulso.
— ¿Pasaste un buen rato anoche con el costurerito? — preguntó con sorna. Yunho se mordió el labio inferior y sonrió.
Cuando él giró la cabeza y alzó los ojos hacia él, el deseo fue abrumador. Heechul apretó las piernas en su vano intento por traspasar aquella mirada castaña, pero solo chocó con el muro de hierro que Yunho había construido adentro.
—Fue muy bajo, pero esperable de ti —espetó él en relación con el robo del anillo—. No sé de qué telenovela lo sacaste, pero habría sido justo que lo televisaran.
—No sé de qué hablas —se defendió él. Yunho lo miró de arriba abajo con desdén.
—Sí, eres completamente capaz —determinó tras estudiarlo—. Lástima que te tornaste tan predecible. Lo que hiciste fue estúpido, infantil y perverso.
—No te entiendo, Yunnito.
Yunho hizo a un lado el vaso de whisky con un ademán violento. Se tornó amenazante cuando alzó el dedo para hablar al hombre, aunque lo hizo en voz muy baja.
—Esto no tiene nada que ver con él, así que déjalo en paz.
—No sé de qué me hablas —canturreó Heechul.
—No es por él, ni es por ti —continuó él ignorando su intervención—. Es por mí.
Tras decir eso, Yunho se puso de pie y lo pasó por al lado como si Heechul fuera apenas una sombra.
—Espero hayas disfrutado la travesía —se burló mientras se iba.
Heechul entrecerró los ojos. Todo el deseo que había experimentado hasta hacía un momento se había convertido en resentimiento.

Era imposible que él no lo deseara. Había pasado más tiempo del habitual desde la última vez que se habían visto, sí, pero él mismo se lo había dicho: le era fiel hasta la muerte. Tenía que ser así.

8 comentarios:

  1. Ashhh!!! Ese Heechul es toda una arpía!!! Pobre Jae, la mala suerte lo persigue en todos lados, bueno al menos Yunho lo considera diferente, pero eso no le quita lo tonto.

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  2. tonto idiota que se aparece, largate tonto, perdon por el vocabulario y el animo pero ese hombre de rojo como lo odio, Jae tiene mala suerte pero sobre todo me duele que au que le diga sus verdades a Yunho el siga siendo el mismo idiota de siempre

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  3. No puede ser cada veZ que pienso que su relacion va a mejorar va el tonto de Yunho y la malogra, es que no se da cuenta que con Jae debe ser diferente por que el no es igual a sus "amiguitos" acostumbrados....

    Y de verdad que ese pelirrojo me esta colmando la paciencia, solo esta dando problemas, solo quiere hacerle daño a Yunho pero no lo va a lograr.

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  4. ñaaaa....chul aqui redulto prosti...

    la verdad yunho la cajeteaste feo. jae podia perdonar tus estupideces pero esta no. te pasaste feo.

    te mereces al prosti de chul.

    gracias por el capitulo

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  5. Yunho siempre mete la pata es que en serio porque es así con Jae...grr.
    Yo que pensaba q ya iban a empezar una relación al menos de amigos...
    Pobre Jae va de humillación q humillación con Yunho ..
    Heechul me esta cansando el es un mldifnuenifkd....

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  6. A ese maldito de Heechul no le salieron las cosas como quería, sino al contrario, pero al último la tenía que cajetear Yunho, lástima y que bueno que Yunho se dio cuenta de lo que hizo Heechul a Jae. Gracias.

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  7. jaejoong malinterpreto las palabras de yunho :(
    no me gusta cuando jaejoong esta triste </3
    ese heechul me da una rabia ojala que no se meta de nuevo con jaejoong (`ー´)

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  8. Que bueno que Yunho le aya dejado claro algunas cositas la chula,ojala que ya deje en paz a Jae. Aún así fue un tonto por decirle estas cosas a Jae.
    Gracias por compartir.

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