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Nada mas que una noche: Capitulo 15

Capítulo 15


NADIE cuidó mejor de Hye en el último tramo de su vida que Bin. Se habían conocido trabajando en un hotel en el que ambas eran mucamas. Al poco tiempo, Hye había sido despedida por problemas en la columna, pero Bin permaneció en su vida como su gran amiga.
Limpiaba la casa, atendía a Hye, preparaba la comida a Yunho como una segunda madre. Él trabajaba repartiendo pizzas de día y estudiaba de noche, había tenido que cambiar de turno y aun así debió dejar dos materias. Fue en ese último tiempo que Yunho, como Bin tenía la edad de su madre y hacía tanto por ellos, le tomó un cariño especial, una devoción que llevaría en su corazón por siempre.
Cuando Hye murió, Yunho y Bin estuvieron más unidos que nunca. Abrazados, solos en medio del entierro y la desolación. Yunho estaba indefenso, por eso ella lo protegió, y él se dejó proteger. La vida estaba siendo muy dura con aquel muchachito que siempre había demostrado tener un alma demasiado sensible, demasiado profunda para un mundo vacío de amor y de confianza.
Pero el que parecía débil resultó ser bastante fuerte. Quizás fue la secreta promesa que su madre le hizo iluminada por el sol del invierno o que con cada dolor él se hacía más insensible, levantaba un muro más sólido para no sufrir, pero no se dejó vencer. Continuó trabajando y fue uno de esos mediodías cuando encontró algo interesante en el diario que compraba el dueño de la pizzería.
El gobierno llamaba a licitación para construir un magnífico puente, y se ofrecían a cambio millones de pesos para quien presentara el proyecto ganador.
Se llevó la hoja del diario a casa. Esa noche, en la facultad, lo que menos hizo fue prestar atención a la cátedra que se dictaba. Pensó todo el tiempo en el proyecto, en cómo se concursaría en una licitación sin tener una empresa reconocida y en cómo se firmaba un proyecto de construcción sin ser ingeniero o arquitecto.
A la mañana siguiente, Bin pasó a prepararle el desayuno, como de costumbre. A falta de esposo e hijos, ella lo tenía a él. Sentado a la mesa, Yunho le pasó la hoja del periódico.
—Mira esto —pidió señalando el aviso—. ¿Qué opinas?
Bin leyó a grandes rasgos lo que decía y no le pareció algo posible.
— ¿Piensas participar? —preguntó, preocupada porque Yunho se llevara otra desilusión más en la dura vida que le había tocado en suerte. Pensó en qué habría dicho Hye al respecto, pero como no lo supo con exactitud, prefirió decir lo que ella pensaba.
—Sí —asintió él. Bin suspiró. No quería desalentarlo, pero tampoco podía permitir que se hiciera falsas ilusiones. Las probabilidades de que ganara el proyecto eran casi nulas, y temía que invirtiera tiempo y energías en algo que jamás daría los resultados esperados.
—Aquí dice que es para empresas. Se supone que el dueño de una constructora está recibido —argumentó—. No quiero ser aguafiestas, Yunho, pero me parece que deberías esperar a recibirte para…
— ¿A recibirme? —la interrumpió él—. Eso no va a ser posible en un año, por lo menos, me atrasé bastante respecto de lo que tenía planeado. Además, tengo la capacidad, lo sé —confiaba en sí mismo. Era la primera vez que Yunho decía algo como eso—. Lo único que me falta es la puta firma.
Bin tragó con fuerza.
— ¿La firma? —preguntó con voz temblorosa. Tenía miedo.
—El proyecto tiene que estar firmado por alguien titulado.
Yunho parecía tan convencido de que podía conseguirlo que ella no se atrevió a discutir más. Tal vez la loca idea se esfumara de su mente como se habían ido tantas otras.
Pero mientras conducía su motocicleta de regreso a la pizzería, Yunho solo pensaba en un nombre: Park Yoochun, su compañero de la primaria con quien se había cruzado un par de veces en eventos conjuntos de la Universidad y que se había recibido de arquitecto el año anterior.
Llegó a la pizzería, se quitó el casco y entró para dejar el dinero del último pedido que había llevado. No alcanzó a atravesar del todo el umbral de la puerta que ya le dieron una nueva orden.
—Yunho —habló el cajero—. Tienes que llevar un pedido.
Yunho miró su reloj pulsera: faltaba menos de un minuto para las tres. Aunque aceptar un pedido de último momento en un trabajo nuevo le otorgaría sin dudas el visto bueno de su empleador, sabía que jamás lograría una buena propina. Además, tenía algo muy importante que hacer, la revancha de su vida, y no pensaba fallar. 
—Ya me voy —respondió—. Dáselo a otro. Tengo algo importante que hacer.
El dueño de la pizzería enarcó las pobladas cejas negras.
— ¡Todavía no son las tres! —recriminó viendo a su repartidor alejarse. Yunho se detuvo en la puerta. Miró de nuevo el reloj pulsera, dejó pasar treinta segundos y replicó:
—Ahora sí.
Mientras la motocicleta avanzaba, Yunho iba pensando en qué diría a Yoochun cuando este abriera la puerta… Hola, pensó, ¿Te acuerdas de mí? Soy Yunho, tu compañero de la primaria. Nos cruzamos un par de veces en eventos de la Universidad.
El barrio de Yoochun era tranquilo y bonito. Su casa era una linda residencia con un jardín lleno de flores. Se notaba que allí había pasado la mano de un arquitecto. De un buen arquitecto con nociones de paisajismo, en realidad.
Dejó la moto junto a las rejas que daban a la calle, se quitó el casco y tocó el timbre. Del interior de la casa salió una mujer que tendría poco menos edad que la que hubiera tenido su madre. Yunho la recordaba de algunos cumpleaños que había pasado en esa casa, era la madre de Yoochun.
—Hola —la saludó con la voz y un gesto de la mano—. ¿Me recuerda, señora Park? Soy Jung Yunho, fui compañero de su hijo en la primaria.
La mujer frunció el entrecejo.
— ¿Yunho? —preguntó.
—Sí. El hijo de Hye.
— ¡Ah, Yunho! —exclamó la mujer enseguida—. ¿Cómo no te reconocí antes? ¡Por Dios, qué grande y buen mozo estás!
Yunho sonrió.
—Gracias, señora —respondió, respetuoso—. Estoy buscando a Yoochun.
—Él no está en este momento, fue a ver el terreno de una amiga mía. Va a proyectar su casa —agregó con orgullo materno—. No creo que tarde mucho, puedes dejar la moto en el jardín y esperarlo en el living, me encantaría saber de ti.
La señora Park era una mujer cordial y cariñosa. Lo hizo pasar, le sirvió una gaseosa como toda una madre y le preguntó por su vida.
—Me faltan dos materias para recibirme de ingeniero —contó él.
— ¡Qué bien! —Exclamó la mujer—. ¿Y tu mamá? Siempre me acuerdo de ella.
Yunho bajó la cabeza y la mirada. Le pinchó el corazón, pero se esforzó por reponerse enseguida.
—Mi mamá falleció —respondió. La mujer se cubrió la boca con una mano.
— ¿Hye falleció? —se entristeció—. ¡Oh, Yunho! Lo siento tanto. Puedes contar con nosotros para lo que necesites.
Yunho volvió a mirarla. Sonrió con cierta rigidez.
—Gracias —respondió—. De verdad, se lo agradezco.
Yoochun llegó media hora después. No reconoció a Yunho y hasta lo saludó al pasar, como si no hubiera estado esperándolo a él y fuera una visita de su madre.
—Este es Yunho —señaló su madre para sacarlo de su error. Yoochun había dejado una mano sobre el hombro de su madre, acción que trajo recuerdos a Yunho —. ¿Te acuerdas de él?
— ¿Yunho? —se preguntó Yoochun rascándose la cara.
— ¡Yunho, tu compañero de la primaria!
— ¡Ah, Yunho! — Yoochun parecía tan amable como su madre—. ¿Cómo estás?
Extendió la mano para que Yunho se la estrechara, y él así lo hizo. La señora Park se retiró argumentando que los dejaba solos para que hablaran de sus cosas. Después de repetir que su madre había fallecido porque Yoochun preguntó por ella y de explicar dos o tres cosas tontas acerca de su carrera universitaria, Yunho fue al punto que de verdad le interesaba gracias a la pregunta de su compañero.
—Fue toda una sorpresa encontrarte en mi casa. ¿Qué te trae por aquí?
Yunho suspiró. Ahora venía lo difícil.
—Una propuesta —respondió.
— ¿No será relacionada con mi hermana, no? —bromeó el arquitecto. Yunho rió.
—No. Se trata de una licitación. Una especie de concurso.
Al principio, Yoochun juzgó la idea descabellada, pero con el correr de los minutos y con la energía que Yunho depositaba en el proyecto, acabó por pensar que quizás no era tan loco, y accedió a ayudarlo.
Yunho se ofrecía a proyectarlo todo y a requerir solo su revisión y su firma. Yoochun no dejaría que hiciera todo solo, pero tampoco prometió hacer mucho más que revisar y firmar. Prefería ocuparse de trabajos seguros, como la casa para la amiga de su madre, que de grandes ilusiones con pocas probabilidades de convertirse en realidad.
Firmar y hacerse responsable por un proyecto ideado por otro, para colmo, todavía estudiante, no era nada fácil. Requería confianza y trabajo, por eso prefería mantenerse cerca de Yunho mientras llevara adelante el proyecto que él debería firmar, aunque no aportara demasiado por falta de tiempo. Estaba haciendo sus primeros trabajos como arquitecto y eso requería atención si deseaba abrir su propio estudio algún día.
Bin, que tenía acceso a la casa de Yunho, llegaba a las tres de la tarde para prepararle el almuerzo. Después, mientras él estaba en la universidad, limpiaba un poco la casa y lo esperaba con la cena lista. Él comía lo más rápido posible y luego se encerraba en el altillo con la música electrónica a todo volumen y litros de chocolate caliente para diseñar su puente. A mediodía, con solo tres horas, a veces dos dormidas, se iba a trabajar a la pizzería, y así repartía sus días entre trabajo, estudio e ilusiones.
Los domingos se reunía con Yoochun y le mostraba cómo iba quedando el proyecto. Le explicaba los cálculos, que era la parte más engorrosa porque si fallaba en algo la estructura no resistiría y Yoochun acabaría entre rejas. Claro que para eso primero tenían que ganar, y como Yoochun pensaba que era imposible, no prestaba demasiada atención mientras Yunho sonase tan convencido de que estaba haciendo todo bien. Él le aportaba algunas ideas respecto del diseño, y luego se despedían.
Bin no deseaba hacer caer a Yunho en la realidad, pero temía que todas esas fantasías que él albergaba respecto de ese proyecto se desmoronasen si lo perdía, que era lo más seguro. ¿Cómo un estudiante de Ingeniería Civil podía superar a grandes constructoras con años en el mercado nacional e internacional? Los pesos pesados se presentarían y entre ellos Yunho no era más que un pobre diablo que trabajaba en el altillo de su casa forrado de dibujos de un superhéroe que había inventado a los dieciséis años.
Los sábados los pasaba encorvado sobre el tablero que estaba en el altillo, planificando. Bin se alcanzaba chocolate bebible y galletitas varias veces al día, y lo observaba trabajar sin descanso, sin remisión. Parecía que el objetivo que él había encontrado para seguir viviendo eran esos cálculos, esos dibujos que trazaba y coloreaba como un niño entretenido.
El proyecto estuvo listo el último día de recepción de las presentaciones. Yunho había pintado las vistas en acuarelas, tan maravillosas que parecían reales, tan bellas que hacían crecer el deseo de verlas realizadas. Frente a trabajos preparados con programas informáticos, el suyo parecía primitivo y pobre, pero llevaba implícitas sus horas en vela, el arte que salía de sus manos, la muerte de su madre.
Bin fue la primera en mirar la presentación. Se le estrujó el corazón cuando notó que el trabajo sería entregado a nombre de Constructora Jung y Asociados.
Un mes después, Yunho recibió un llamado. Su trabajo era finalista y tanto él como Yoochun tenían que presentarse a una entrevista para defender su idea delante de los representantes gubernamentales.
Constructora Jung y Asociados se oía como un vestido nuevo entre reconocidas figuras como Choi y demás apellidos importantes, y eso despertó el interés de todos.
Yunho habló muchísimo más que Yoochun. Él siempre había sido tímido para el pizarrón, hasta le costaba exponer trabajos en la universidad, pero delante de los miembros del gobierno, pareció todo un experto. Lo era. Tan seguro de sí mismo, tan inteligente, tan arrogante envuelto en esa belleza física que recubría su interior destrozado, que conquistó a todo el mundo.
Los felicitaron por su juventud e ímpetu y les dijeron que conocerían la decisión en otro mes de espera. Todo eso estaba muy bien para Yoochun, que se sentía realizado por el simple hecho de haber sido citado para algo tan importante, pero Yunho era como una máquina imparable. Él no parecía siquiera contento por esas palabras. Era como si creyera que eso era lo mínimo que tenían que decirle, o peor, como si las palabras de esos extraños no valieran nada porque no salían de la boca que él esperaba, que era la de su padre, y exigía mucho más. Yunho quería ganar.
Un mes y medio después, obtuvieron la noticia de que el proyecto ganador era el suyo.
Bin no lo podía creer, Yoochun no lo podía creer… Yunho lo tomaba con tanta naturalidad que daba miedo. Para él, nada había pasado, nada cambiaba: no se sentía conforme con eso. Quería mucho más. Había encontrado algo con qué llenar el vacío de su alma, y no se detendría hasta que estallara, hasta que muriera de tanto ambicionar, luchar, conseguir, volver a ambicionar, y todo sin un ápice de goce o de emoción, todo sin sentirse satisfecho nunca.
Kyung jamás se comunicó con él para felicitarlo. Yunho tampoco lo esperaba, pero aunque no lo demostrase, no podía decir que no le hubiera importado. Su padre no solía participar en concursos ni licitaciones del gobierno, y tampoco hubiera ganado una. Su nombre jamás había sido tan importante como el de Choi, que de pronto habían pasado a sonar pequeños frente al prodigio que representaba Jung Yunho. Un estudiante de Ingeniería Civil que adeudando todavía dos materias para obtener su título les había pasado el trapo a los grandes de la construcción. Yunho era un competidor imparable, una eminencia. Yunho era un riesgo inminente.
Le llovieron proyectos, y de los más importantes. Se vio obligado a contratar personal, capataces, obreros, y cuando quiso darse cuenta, tenía el título de ingeniero en una mano y dinero a mares en la otra.
Lo primero que hizo fue asociarse con Yoochun. La empresa era suya, pero su amigo de la infancia había pasado a ser parte del selecto círculo de escasas personas de su confianza. Bin era la otra, la primera. Él le exigió que abandonara su trabajo de mucama y la convirtió en su secretaria personal con un sueldo muy superior al de cualquier otra. Bin no se animaba, le decía que no tenía secundario y que ella no sabía nada de números, empresas ni computadoras. Yunho la obligó. Y aprendió rápido.
Para Yunho existían dos clases de personas: las importantes y las demás. No ofrecía su amistad verdadera a nadie, no confiaba en nadie, no entregaba un solo sentimiento a ninguna persona que no fueran Bin o Yoochun.
De día, la mujer era su secretaria; de mañana y de noche, era su segunda madre. Iba a su casa, le preparaba el desayuno, se iban juntos a trabajar y regresaban juntos a casa, donde ella preparaba la cena.
De trabajar en el garaje de Yoochun, pasaron a una oficina, luego a un piso, por último se quedaron con los cuatro últimos de un alto y lujoso edificio.

Cuando Heechul supo que Yunho, aquel muchachito que había dejado escapar, se había convertido en el mejor partido que jamás había tenido, se odió. Pero pronto recordó que él lo había amado y que el amor no se pasaba tan rápido, razones que le sirvieron para serenarse. Solo tenía que reencontrarse con él. Volver a verlo tantear el terreno y echarse a la piscina si había agua. Bastaría con mirarlo a los ojos para saber si seguía siendo el chico sensiblero y profundo que había conocido. Si así era, sería muy fácil dominarlo.
Una noche, de buenas a primeras, apareció en la vida de Yunho como si nada.
—Jung —lo llamó en medio del salón en el que se desarrollaba una fiesta, como lo había hecho una vez en el pasillo de la universidad.
Yunho reconoció la voz enseguida y volteó para confirmar su sospecha. La figura de Heechul, poco cambiada desde la última vez que lo había visto, aún lo cegaba. Tenía los labios un poco más gruesos, posiblemente se había puesto colágeno, y los ojos más rasgados, pero en esencia era él, el mismo de siempre.
—Heechul —replicó. Una sola mirada bastó para que él supiera que Yunho no lo había olvidado.
— ¿Tomamos un café en algún lugar un poco más privado?
Volver a verlo despertó recuerdos de Yunho, le trajo al corazón la sensación de que vivía en el pasado, de que su madre no estaba muerta. En busca de prolongar esa maravillosa secuencia atemporal, aceptó salir del salón, conducir hasta un bar y sentarse a una mesa con Heechul. Poco después, estuvieron casados.
Yunho creyó tenerlo todo: estaban el éxito laboral anhelado, el hombre que siempre había querido. Sin embargo, no se sentía satisfecho: ¿acaso ese era realmente el futuro que su madre le había prometido que le enviaría desde el cielo? Quizás la felicidad fuera algo que para él estaba negado, porque no sabía ser feliz. Luchaba, se desangraba, llegaba a la cima, le parecía nada. El angustiante círculo se repetía en cada aspecto de su vida, sin descanso.
Desde el primer día que Bin encontró a Heechul en casa de su hijo postizo, supo que ese hombre no se traía nada bueno entre manos. Yunho deseaba una boda pequeña, él exigió una fiesta de lujo, y le fue concedida. Yunho prefería seguir viviendo en su casa, pero Heechul exigió un piso en un lugar exclusivo, y le fue dado. Posiblemente pensaba que con la mudanza se sacaría a Bin de encima, pero no fue así.
— ¿Cuándo le piensas decir a esa mujer que ya no hace falta que venga todas las mañanas? —preguntó a Yunho un día en la cama.
—Heechul… —Yunho se negaba a mantener otra vez esa conversación.
—Dile que no la necesitamos más en este departamento.
Heechul no entendía que para Yunho, Bin no era una sirvienta, no era una empleada.
—No puedo hacer eso y lo sabes.
— ¿Por qué no? —se mofó él—. ¡Eres tan débil que no puedes decirle a una vieja que deje de molestar!
—Le debo mucho a Bin, y la quiero.
— ¡Ay, sí, Yunho! —Prosiguió él con la burla—. Tú le debes lo que eres a medio mundo, sobre todo a mí.
Yunho no respondió, pero tampoco le hizo caso. Bin continuó preparándoles el desayuno, yéndose con él a la oficina, encargándose de la limpieza de su casa. Con eso, la ira de Heechul creció al extremo de quedarse mirando fijamente a Bin, con gran odio. No alcanzaba a entender por qué si Yunho era flexible y manipulable, todavía él no había podido conseguir que se sacara a la vieja de encima.
Seis meses después del casamiento, Heechul se sintió aburrido. Siempre le ocurría en sus relaciones, que por esa misma razón no duraban más que unos pocos encuentros sexuales. Quiso viajar y viajó, mientras Yunho resignaba sus deseos, si es que le quedaba alguno, por complacerlo.
Bin sabía muy bien qué pasaba cada vez que Heechul se iba de viaje solo, pero Yunho prefería ignorarlo. Una vez había llegado a discutir con Bin por defender a Heechul, con lo cual la mujer comprendió que Yunho no entraría en razones porque no quería reconocer que se había equivocado. Hasta que no viera a su esposo revolcándose con cualquiera, casi como le había sucedido aquella vez de joven, permanecería ciego y mudo.
Yunho tuvo que aprender a luchar con sus competidores, sobre todo con Choi Siwon, que solía jugar malas pasadas con el objetivo de conseguir proyectos grandes y ejecutarlos. Había tomado recaudos con Yunho desde que este le había arrebatado el puente siendo un novato; lo consideraba peligroso. Al mismo tiempo, Yunho iba cambiando por Heechul: trabajaba sin cesar para darle el nivel de vida que él esperaba, se había convenido en un cúmulo de tensión que canalizaba con su nueva adicción: el cigarrillo. Ni pensar en tener hijos.
Heechul adoraba la vida social, y entre sus viajes y la cantidad de horas que Yunho pasaba trabajando, ya casi no compartían tiempo a solas. Bin se daba cuenta de que él se lo sacaba de encima como si él le molestara o le impidiera hacer su vida, por eso lo evitaba fuera de la cama.
Heechul nunca hablaba de su vida juntos, nunca planeaban nada. Heechul vivía el mero presente, adoraba la belleza de su esposo y su desempeño sexual, podía decir que era el mejor amante que había tenido nunca, sin darse cuenta de que la razón era que él creía amarlo. Eso no le bastaba. Tal como Wang Kyung, Heechul nunca estaba conforme con nada que Yunho hiciera. Entonces Yunho se esforzaba cada vez más por complacerlo, soñando que él sería feliz a su lado mientras él solo era feliz en camas ajenas. Yunho se exigía hasta ya no ser él mismo. Si se había convertido en una máquina desde el proyecto del puente, ahora era un robot. Lucía preocupado y triste, fumaba todo el tiempo, vivía sujeto a los deseos y exigencias de Heechul. Pero así no estaba solo. El trabajo, los caprichos de su esposo y los vicios llenaban su vida vacía de propósitos, vacía de amor.
Bin había terminado por odiarlo. En lugar de significar la redención para Yunho, Heechul había sido su ruina, el nuevo Kyung cuando él había conseguido dejar al otro atrás. Para él, todo lo que Yunho hacía estaba mal o incompleto.
Un fin de semana, Yunho se fue de viaje de negocios. Pasó por su departamento para despedirse de su esposo, pero él no estaba.
El destino le puso las cosas en claro cuando por una tormenta suspendieron el vuelo. Esperó una hora en el aeropuerto, donde le informaron que no habría despegues hasta el amanecer, y por eso regresó a casa para ganar unas horas de sueño.
Un silencio sombrío invadía el lugar. Yunho pensó que su esposo dormía, pero al llegar a la habitación matrimonial, se encontró con la ingrata sorpresa de que él armaba una valija. Cuando él reparó en eso, Heechul salía del vestidor cargando unas prendas.
— ¡Yunho! —exclamó. Se hacía evidente que él la había encontrado haciendo algo que deseaba ocultarle.
Yunho se apoyó en el marco de la puerta, de brazos cruzados.
—Mi vuelo se suspendió —explicó sucintamente.
—Ah —dijo él en respuesta, agitado y con el rostro contrito. Se había puesto nervioso—. ¿Y hasta cuándo piensas quedarte? —preguntó después.
Yunho, por primera vez en esos dos años y medio de matrimonio, sin contar los seis meses de preparativos, decidió no permanecer indiferente.
— ¿Qué pasa, Heechul? —le preguntó acercándosele con paso lento y voz pausada—. ¿No se supone que un esposo enamorado debería recibirme contento de que su esposo esté de regreso antes de lo esperado?
Él se alejó de él dando un prudente paso atrás. Yunho no volvió a acercársele. Se sentó en la cama.
— ¿Qué pasa, Heechul? —continuó—. ¿No eres feliz conmigo?
—Estoy con alguien más —soltó él sin piedad, sin miramientos. El puñal se enterró en Yunho y lo obligó a bajar la mirada. Respiró hondo para no cometer una locura.
— ¿Y lo amas? —preguntó en voz muy baja.
—Alguien mucho mejor que tu —replicó él. Yunho alzó la mirada encendida de impotencia.
—No te pregunté si es mejor o peor que yo, te pregunté si lo amas —repitió cortante, peligroso.
— ¡Basta, Yunho! —exclamó él, molesto—. Tú nunca me diste nada. Ni siquiera me diste el gusto de que esa vieja dejara de invadir nuestra intimidad.
— ¿Te refieres a Bin?
— ¡Por supuesto que me refiero a Bin! —él fruncía el entrecejo. Heechul aprovechaba a lastimar y a deslizar el cierre de la valija por la corredera—. Eres tan patético. ¡Ni siquiera sabes bailar!
—Dejé de bailar porque cada vez que lo hacíamos te avergonzabas de mí —le recordó él con incredulidad. No podía creer que él estuviera acusándolo de lo que había provocado.
— ¡Tengo muchos motivos más para sentir vergüenza de ti! — Yunho ignoró ese comentario que solo pretendía desviar la conversación del tema principal: el otro hombre.
— ¿Y quién es? —preguntó.
— ¿Quién es quién? —él pretendía hacerse el desentendido. Yunho no se lo permitió.
—Tu amante. ¿Lo conozco?
—Déjame en paz, Yunho.
— ¿Lo conozco? —repitió él, tratando de conservar la calma.
—Me voy.
Heechul recogió la valija e intentó avanzar, pero Yunho se lo impidió colocándose delante de su camino. Que lo moviera, si podía.
—Eso ya lo noté —siguió—. ¿Pensabas dejarme así, a escondidas, evadiéndome como cuando éramos novios?
—Yo nunca te dije que era tu novio.
—Pero sí dijiste que eras mi esposo —le recordó antes de recordarse a sí mismo que no quería perderlo. No podía —. Te amo, Heechul, te amo —aseguró con frialdad.
—Pero eso no es suficiente, ya te lo había dicho — replicó él en tono soberbio—. Necesito un hombre competente, Yunho.
—Antes me dijiste que me dejabas porque necesitabas un hombre solvente —le recordó él—. Ahora lo soy, ¿cierto? También dijiste que querías un hombre independiente, ¿me vas a decir que no lo soy?
—Siwon lo es mucho más que tú.
— ¿Siwon? —Repitió él entrecerrando los ojos —. ¿Choi Siwon?
—Me aburres, Yunho —espetó él, siguiendo con sus actos de crueldad. Herir la hacía sentir vivo, amado—. Me aburres mucho porque eres muy aburrido. Siempre serio, siempre trabajando como si no tuvieras empleados.
—Puedo perdonarte, Heechul —lo interrumpió él ignorando todo lo que Heechul le decía. Sin embargo, no repitió las súplicas de hacía años. Habló con frialdad, como si estuviera cerrando un negocio—. Te perdono.
Eso lo desesperó. Yunho no suplicaba, pero le decía que lo perdonaba. Él no quería su perdón, quería… ¿qué quería en realidad? No lo sabía con exactitud, pero sin dudas no un perdón, como si él se hubiera equivocado.
— ¡No te estoy pidiendo disculpas! —bramó—. Me voy.
— ¿Quieres dejarme? —Interrogó Yunho sin moverse un milímetro—. ¿Por qué? Quiero decir, ¿por qué me dejabas a hurtadillas?
Él lo enfrentó.
—Porque eres peligroso, por eso —dijo—. Porque te pones violento y te tengo miedo.
— ¿Violento? —Yunho fruncía el entrecejo. Era la excusa más estúpida que él jamás le había dado—. ¿Así que yo me pongo violento? Y dime, ¿cuándo pasó eso? ¿Cuándo te encontré besándote con ese tipo del bar hace años?
Heechul volvió a intentar esquivarlo para irse, y él otra vez se interpuso, sin tocarlo.
— ¡No te soporto, Yunho! —Gritó él con odio feroz, como si fuera Yunho quien le estaba haciendo el daño—. No soporto tu pasado, no soporto a tu niñera, no soporto la vergüenza que me haces sentir. ¡Necesito un hombre, no un nenito!
Yunho inspiró hondo y tembló de impotencia. Lo habría matado, lo habría matado para que fuera solo suyo, para que lo amara, para que no lo dejase solo y abandonado como una vez lo había dejado su madre, pero a cambio solo se apartó del camino y se sentó sobre la cama que ya no compartirían como un peso muerto.
—Te amo, Heechul —le dijo con los ojos entrecerrados, buscando los de él, secos como un desierto—. Y te soy fiel hasta la muerte.
Heechul no respondió, ni siquiera se volvió para mirarlo, consolarlo o decirle nada. Salió de la habitación y pocos segundos después, Yunho escuchó cerrarse la puerta de entrada.
Liberarse de golpe de la extrema presión a la que se había visto sometido en ese último tiempo causó estragos en Yunho. Primero se sintió culpable, pero al recibir la citación de divorcio y ver aparecer las primeras fotografías de Heechul y su peor competidor, Choi Siwon, juntos en las revistas, un profundo rencor le invadió el alma. Había sido engañado dos veces —y quién sabía cuántas más— por un hombre, el mismo por el cual no tenía ojos ni corazón para ningún otro. Yunho se había cerrado a los sentimientos, porque ese era el único modo que había encontrado para no sufrir.
Se construyó una vida como construía puentes y edificios, formó una coraza de hierro con increíble rapidez. Y aunque sabía que el único capaz de vencerla siempre sería Heechul, poco a poco se resignó a dejarlo ir.
A partir de entonces, Yunho se demostraba que era un desgraciado, un cínico y un Don Juan con cuanto hombre parecido a Heechul se le cruzara por delante. Jamás había vuelto a tomar a ninguno en serio, todos eran iguales para él porque así los elegía: capaces de ser comprados. A fin de cuentas, no había hombre de esos que escogía que no buscara su atractivo físico, su dinero o sexo.
En esos cinco años que habían estado divorciados, Heechul había vuelto a su cama algunas veces, todas con el objetivo de paliar el aburrimiento que experimentaba en el sexo con Choi Siwon, su segundo esposo. Aunque Yunho conocía estas razones y era consciente de que él no lo amaba, accedía porque Yunho se convencía de que sí lo amaba a él y por eso lo necesitaba. El sexo con Heechul se sentía como volver a respirar después de hacer vanos intentos por ingresar a los pulmones ínfimas partículas de aire.
En ese tiempo, Yunho rara vez dormía en su casa, porque para dormir con sus hombres utilizaba la habitación del hotel. Por eso Bin ya no iba con él a la oficina, tenía que hacerlo sola, y aunque el ritmo de vida acelerado y superficial que él llevaba la tenía preocupada, lo comprendía y prefería verlo de ese modo antes que sufriendo como lo había hecho por el perverso y egoísta Heechul.
Yunho quería amarlo y le sería fiel hasta la muerte, tal como le había prometido, porque al decir eso Yunho no hablaba de sexo. Hablaba de amor.

7 comentarios:

  1. Que cosa mas fea le paso al pobre Yunho, ahora entiendo porque se muestra de esa manera ante la gente, porque ese escudo tan grande, aunque ahora también hay alguien que lo traspaso, Jaejoong, tan lindo él :)

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  2. si, aqui llegue a comprender mejor a Yunho pero eso no quita que se metio con alguien inocente, esa es la luz y lo que su madre le prometió, pero si que costara no es asi, Jaejoong es tan lindo con el solo eso puedo decir

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  3. buuuu...

    ok. ya te entendi

    maldito chul...li odio

    gracias por el capitulo

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  4. Heechul maldito....
    Pobre YH ... Pero sigo sin justificar su actitud :/... (Bueno en parte si)
    El cap estuvo muy bueno ^^

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  5. Ese Heechul como he dicho es un maldito, y Yunho si que es un tonto porque aunque se ame a una persona hay que tener dignidad y respeto por sí mismo. Por eso es como es, pero Jae ya le enseñara como se debe querer así mismo. Gracias.

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  6. yunho le puso mucho empeño para ese concurso y logro ganar que alegría gracias a yoochun también por su apoyo,
    y como ahora yunho tiene éxito el aprovechado de heechul se llego casar con el *O* y la felicidad le duro muy poco por se fue con siwon
    hayy,,!! que rabia me da (`ー´)
    ahora se por yunho se volvió así :(

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  7. Grrr ese Heechul, encima tiene el descaro de volver. Yunho debe de darse la oportunidad con Jae, el no es como la chula. Me sorprendió el saber que se casaron.
    Gracias por compartir.

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