Capítulo 8
Jaejoong llegó
al bar a las doce y cuarto. Yunho había dado la orden de que, si él llamaba,
solo si era él, le pasaran el teléfono para asegurarse de que asistiría al
encuentro así hubiera muerto al mismísimo presidente.
No hizo falta,
porque Jaejoong llegó y enseguida buscó a Yunho. Se dificultaba ver por la
cantidad de gente y la oscuridad, y también porque él prefería las zonas más ocultas.
Logró distinguirlo perdido en un sofá de tapizado rojo cuando él alzó una mano.
Bebía un trago azul.
Jaejoong suspiró.
Llevaba puesto su adorado conjunto de terciopelo negro, un poco viejo para la
época, pero siempre vigente. Vio a Yunho tan atractivo que se puso nervioso y
por eso apretó el bolso. Se acercó con prisa hasta que un joven casi se lo
llevó por delante cuando dio un paso atrás y le interrumpió el camino. Jaejoong
lo esquivó y siguió avanzando hasta el asiento, donde se dejó caer, un poco tembloroso.
Por toda
respuesta, Yunho se inclinó hacia él, lo tomó de la nuca y lo acercó a su boca
para devorarlo con los labios y con la lengua. Jaejoong se quedó estático, preso
de sus sensaciones, las que él despertaba en su cuerpo como nadie antes.
La lengua de Yunho
lo invadió sin previo aviso, se deslizó por sus labios haciéndole una cosquilla
estremecedora hasta alcanzar el interior, donde comenzó un juego que le hizo
temblar las piernas. Buscaba su respuesta, la que demoró en llegar porque a él
se le hacía difícil reaccionar a causa de la sorpresa. Nunca lo habían besado
con semejante pasión, con tanto desenfreno. El hecho rebosaba tanto poder que
le dio miedo, pero al mismo tiempo experimentó un placer nuevo, hasta ese día
desconocido, que comenzó a latir en su pecho al tiempo que lo hacía en la zona
más profunda de su cuerpo.
Estaba excitado.
Un beso le había excitado no solo el sexo, sino además los sentimientos, que
bullían en su interior como el crepitar del fuego.
Los dedos de Yunho
le daban ligeros apretones en la zona baja de la cabeza, era un masaje
estremecedor que acabó de golpe. Tras la húmeda demostración de dominio,
después de dejarlo tembloroso y sediento, Yunho se despegó de él y lo soltó
como si jamás hubiera deseado tocarlo.
— ¿Qué quieres
tomar? —preguntó amable, pero muy directo. Jaejoong tragó con fuerza antes de
responder. Necesitaba asumir que acababa de ser besado con voracidad
desconocido y que había sido liberado con la misma intensidad.
—Lo que sea
—alcanzó a musitar.
Yunho estaba de
excelente humor, como siempre. Sin embargo, algo en su estado de ánimo había
cambiado. Jaejoong lo notó más seguro de sí mismo, acelerado y exigente que en
cualquiera de las oportunidades anteriores.
— ¿Y qué tuvo
tu hermano? —preguntó él con aire indiferente, al tiempo que dejaba escapar el
humo de un cigarrillo que había pitado. Tenía un brazo apoyado en el respaldo
del sillón, muy cerca del hombro de Jaejoong.
—Apendicitis
—respondió él. Se dificultaba oír y hablar por el altísimo volumen de la
música.
Así le gustaban
a él las citas: sin espacios para compartir más que las lenguas, sin momentos
para cruzar más que dos palabras. Solo relación física. Solo sexo.
—Esa ropa te
queda estupenda —le dijo Yunho a continuación. Jaejoong sonrió pensando que
hasta el día anterior la pobre ropa había estado bañada en vómito, pero no
podía confiar a Yunho ese pensamiento.
—Tú también te
ves muy bien —confesó con timidez.
Yunho no
respondió, ni siquiera lo miró. Volvió a pitar el cigarrillo y dejó escapar el
humo por entre los labios vagamente, como si aquello fuera lo único que no importaba
cuánto tiempo le demandase hacer. Después se deslizó hasta quedar pegado a él.
— ¿Te gusto?
—le preguntó viéndolo con insistencia a los ojos. Jaejoong sonrió y bajó la
mirada. Él le alzó la cabeza tomándolo de la barbilla—. No, así no. Mírame — ordenó—.
¿Te gusto?
— ¡Yunho!
—exclamó él, completamente rojo, víctima de una sonrisa nerviosa.
—Porque tú me
gustas mucho —añadió él sin contemplaciones. Yunho pensaba quitarle toda esa
falsa ingenuidad que él fingía. Después se alejó, otra vez como si jamás
hubiera deseado tocarlo, y echó la cabeza atrás con los ojos cerrados—. ¿Te
gusta esta canción? —indagó.
—No estoy
seguro de haberla escuchado antes — respondió Jaejoong con total honestidad. Él
no escuchaba música electrónica.
The
world is mine parecía ser una de las canciones favoritas de Yunho, porque
todavía no abría los ojos ni traía la cabeza hacia adelante. Además, respiraba
de manera diferente, a la vez con profundidad y agitación. Un momentáneo
silencio permitió escuchar los murmullos de los clientes, las copas, los pasos.
Enseguida resonó un golpeteo que fue haciéndose cada vez más fuerte hasta que se
añadieron otros sonidos y la música estalló en un grito de lujuria y de pasión.
Yunho se
comportó del mismo modo irracional de la canción. Se incorporó, atrajo a Jaejoong
hacia sí tomándolo de la nuca de nuevo y devoró su boca en un beso intimidante,
poderoso.
Jaejoong llegó
a pensar que Yunho estaba drogado, pero eso no era cierto. Conocía muy bien los
síntomas del consumo de drogas y del exceso de alcohol, y ese hombre estaba
limpio. Tan solo era esclavo de sus sentidos.
Jaejoong lo
siguió en el juego, se entregó al beso como el mejor de todos esos hombres que
él había tenido y dejó que la música se apoderara de su cordura como se llevaba
la del hombre.
Pasaron unas
dos horas así, hundidos en el sillón, gozando de la música electrónica,
besándose, acariciándose. Tal como él hacía siempre y como había planeado hacer
también con él. Jaejoong no notó cuánto había bebido hasta que Yunho lo invitó
a ver las estrellas y él se atrevió a responder:
—Me encantaría.
* * *
La suite del
Hilton estaba decorada en colores salmón y blanco. Atraído por un ventanal
desde el que se podía admirar media ciudad, Jaejoong se encaminó directo allí.
— ¡Qué hermosa
vista! —exclamó—. Es una verdadera belleza…
Yunho se apoyó
en una pared y encendió un cigarrillo antes de contestar.
—La única
belleza que yo veo en este cuarto es pelinegro y lleva puesto un hermoso
conjunto negro.
Jaejoong giró
la cabeza hacia él y sonrió. Yunho se humedeció los labios. Lo deseaba, ¡lo
deseaba tanto! Entonces se le acercó por detrás y lo abrazó. Del mismo modo
febril apoyó los labios sobre el largo cuello blanco.
—El conjunto es
precioso —musitó sobre la piel nívea, provocándole a él un cosquilleo
sugestivo—, pero para serte sincero, muero por arrancártelo.
Jaejoong se
sintió orgulloso de que él admirara una creación que él había confeccionado,
pero en ese momento no estaba en condiciones de pensar. Había cerrado los ojos,
presa de la sensación arrebatadora de los labios de Yunho sobre su cuello. Giró
sobre los talones y quedó de frente a él, posición en la que pudo apoyar las manos
sobre sus anchos hombros.
Yunho lo apretó
contra la erección que latía en su pantalón de vestir y deshizo el cigarrillo
encendido con los dedos para dejarlo caer sobre la alfombra. Una vez libre de esa
molestia, deslizó las manos por los botones de la camisa de Jaejoong hasta
dejar su pecho desnudo.
—Quiero
desnudarte —musitó con voz enronquecida. Y luego, deseoso de volver a saborear
al hombre, le invadió la boca con su lengua.
Jaejoong no se
resistió. Abrió los labios y se sumó al juego de pasión que se había iniciado
entre ambos en la discoteca, preso del mismo fuego que a él lo consumía. Sentía
la urgencia de Yunho en cada uno de sus movimientos y sabía que ya no había
vuelta atrás. Estaba enamoro de él, de sus misterios y de sus defectos, de todo
lo que su cuerpo en llamas le decía que él era, que él podía ser.
No quería
resistirse. Quería enfrentar sus temores y entregarse por primera vez al sexo
placentero, a ese aspecto humano que desconocía.
Yunho dejó caer
la camisa y el pantalón que lo envolvía. El deslizamiento de la tela produjo
una cosquilla suave en todo el cuerpo de Jaejoong. Con la ropa interior como
único atuendo, la piel se le estremeció cuando Yunho volvió a estrecharlo
contra su pecho. El roce con la vestimenta masculina hizo estragos en él, que
por instinto se arrimó más a la fuente de tan extraordinaria sensación. Olía a
suave perfume y a los dos.
Casi al
instante; como demostrando quien señalaba el ritmo, Yunho se apartó unos
centímetros. Jaejoong sintió su falta ante la ausencia de calor, pero entendió
que él quería verlo semidesnudo, tal como había anunciado. Él cerraba los ojos,
los abrió cuando percibió que Yunho se alejaba un poco más.
Él no tuvo
piedad de la inexperiencia del chico, la que se negaba a admitir. Con los ojos
irritados y la mente hecha un torbellino, examinó el cuerpo de Jaejoong, la
estudió de arriba abajo con lentitud. En un principio, él se sintió intimidado
por la intensidad del gris que lo contemplaba. Comprendió en ese preciso
segundo que los ojos de Yunho eran un océano tan profundo y vedado que nadie
alcanzaba su final. Y le resultó increíble que una mirada tuviera el poder suficiente
para excitarlo a la distancia, sin necesidad de besos o roces, porque sus ojos
lo acariciaban desde lejos.
Jaejoong le
hubiera preguntado para qué quería acabar de desnudarlo, si ya lo desvestía con
las pupilas, pero a cambio bajó las de él.
—No, así no
—siguió diciendo él—. Quiero que me mires, que entiendas que eres hermoso.
Se convenció de
que deseaba apartar la falsa vergüenza de Jaejoong, pero en realidad todo lo
que hacía era controlar sus emociones. Ansiaba el contacto visual con él porque
lo excitaba, removía tanto en su interior que hasta lo hacía pensar que no
estaba muerto. Fingía costumbre y lascivia mientras apretaba los puños a los
costados del cuerpo para contener los sentimientos.
¿Qué le pasaba?
¿Por qué si había contemplado muchos cuerpos esculturales antes, el de un dios
romano le parecía glorioso?
Por un
instante, Jaejoong perdió todo vestigio de timidez, algo lo distrajo de aquella
impresión. No sabía qué significaba el destello que acababa de surcar los ojos
de Yunho, pero la cautivó al punto de hacerle olvidar el resto.
Para acabar con
riesgos sentimentales innecesarios, él comenzó a desabotonarse la camisa al
tiempo que alzaba uno y otro pie para abandonar los zapatos. Pretendía igualar en
condiciones a Jaejoong. Hubiera deseado tener más que una lámpara encendida
para gozar de la imagen que el hombre le ofrecía, pero no quería perder el
tiempo en encender más luces.
Jaejoong no se
movió. Podría haberse aproximado y, como seguro hacían los otros que él se
llevaba a la cama, tomarse el sensual atrevimiento de quitarle la ropa. No se atrevió.
Tenía la boca seca, estaba sediento y encadenado a los secretos que se
desvanecían a escasos centímetros.
Poco a poco, el
pecho de Yunho iba apareciendo por debajo de la tela que se abría, tan
prometedor como su rostro. El no sentía pudor alguno, quería que Jaejoong lo viera
desnudo, que se abriera a sus sensaciones.
La camisa se
deslizó por los brazos hasta caer arrugada a los pies de su dueño. Todo tenía
el tamaño justo, pensó Jaejoong. Los músculos desarrollados del torso, el
vientre y los brazos; las piernas, el bulto que se avistaba prominente debajo
de los pantalones negros.
Él se mordió el
labio inferior en busca de comprender sus propias emociones. Eran demasiado fuertes
para seguir soportándolas quieto en su sitio.
Los
pensamientos de ambos coincidieron, porque Yunho avanzó los pasos que los
separaban hasta quedar frente a él. Le llevaba al menos cinco centímetros.
Jaejoong se
estremeció cuando los dedos de Yunho le rodearon una muñeca. Del mismo modo
posesivo y exigente, él le llevó la mano directo a la cremallera de su pantalón.
—Esto quiero
que lo hagas tú —solicitó.
Jaejoong se
humedeció los labios y apretó los dedos sin querer. La dureza que percibió
debajo de la tela lo dejó perplejo un momento, le brilló la mirada. Sin
embargo, como deseaba a Yunho y su imagen llenaba todos sus sentidos, no dudó
en estirar la otra mano y ayudarse con ella para cumplir con lo que él le había
pedido. Tembló un momento, pero enseguida se oyó el ronroneo del cierre y supo
que había cumplido con la meta. Yunho sonrió. Parecía honesto. Lo era.
—Te falta el
botón —dijo alzando una ceja en mueca simpática. Tenía un rostro muy expresivo,
de gestos sensuales y sugestivos, y se notaba que estaba disfrutando el
momento.
La broma ayudó
a Jaejoong a relajarse. Él también sonrió y sus ojos centellearon al cumplir
con el desafío. Mientras lo hacía, no supo cómo, rozó algo carnoso y caliente.
Muy caliente. Se dio cuenta de que había llegado dentro del calzoncillo.
La sorpresa que
su compañero se llevó y el contacto entre la mano del chico y su masculinidad,
produjeron tanto placer en Yunho que cerró los ojos un instante mientras inspiraba
profundo. Poco a poco, él descubría que el sexo no era solemne ni complicado,
sino un juego divertido que solo requería liberarse de ataduras, culpas y
represiones. O quizás él lo hacía así, no lo sabía porque no había hecho el amor
con otros hombres. La mezcla de nervios, pasión y algarabía que se agitaba en
su pecho lo estimulaba para seguir experimentando.
Los pantalones
cayeron como instantes antes lo había hecho la camisa. Entonces se hicieron
visibles los bóxer blancos y Yunho se agachó para quitarse las medias. Cuando se
levantó después del rápido movimiento, alzó a su compañero y lo llevó hasta la
cama. Jaejoong rió porque todo el tiempo él lograba sorprenderlo.
Fue un instante
angelical en medio de algo que Yunho pretendía hacer demoníaco. La mayoría de
los hombres hablaban y él solía reír con ellos mientras se preparaban para el
sexo. Jaejoong por momentos estaba callado, como si en su interior se
debatieran ideas que él desconocía, pero de a ratos se relajaba y todo se
convertía en una especie de música.
Yunho decidió
no cuestionarse más la situación. Le cubrió la boca con la suya para acabar la
risa y mantener el silencio, que era mejor que permitir al corazón participar de
un acto físico, y así se sintió tranquilo. Consiguió dominarse.
Jaejoong sintió
que lo poseían y gimió ante la insinuación. La lengua de Yunho parecía más
cálida que en los besos anteriores, su temperatura corporal había aumentado.
Todavía con la humedad de los dos en los labios, él deslizó los suyos por el
rostro de Jaejoong, donde ese calor se iba amalgamando con la piel del chico como
gotas de lluvia en el océano.
—No hagas eso
—pidió Yunho de pronto—. No te niegues a mí.
Jaejoong abrió
las piernas de inmediato. No se había dado cuenta de que las había encogido,
aprisionándolo a él entre ellas e impidiéndole el libre movimiento. Se esforzó por
reprimir esa acción inconsciente con la cual pretendía imponer un límite e
intentó entregarse al placer de nuevo.
No tardó
demasiado en llegar; la mano que él deslizó por el interior de su muslo
mientras le besaba el cuello lo estremeció de gozo y de emoción. Yunho quería
que él se alistara para él, que estuviera preparado para recibirlo enseguida,
por más que todavía pensara tomarse su tiempo antes de internarse en él. Con
intención de ir probando suerte, atrapó su sexo entre las manos y con el pulgar
le acarició el punto más sensible a través de la tela de seda. Jaejoong se
quejó de goce. Los dedos expertos de Yunho le produjeron sensaciones que
consiguieron dejarlo tembloroso y a la vez exigente. En busca de saciar esa
extraordinaria necesidad de más, se arqueó hacia el cuerpo de su amante, hasta
que algo distrajo su atención.
Giró la cabeza.
Primero lo había sentido en la cara, pero ahora lo veía: el cortinado se mecía
con lentitud, producto de la brisa que entraba a la habitación por una de las ventanas
abiertas. Entonces terribles recuerdos se agolparon en su mente y un escalofrío
le recorrió la espalda. Yunho se dio cuenta de que Jaejoong se debilitaba, su deseo
por él se oscurecía.
—Cierra la ventana
—alcanzó a susurrar él con la voz temblorosa de miedo y ya no de placer.
Yunho se
sostuvo sobre los codos para mirarla a los ojos. Durante ese instante pareció
haber abandonado de pronto al hombre apresurado, superficial y exigente en el
que se había convertido.
— ¿Hay algo que
quieras decirme? —preguntó.
Jaejoong no
podía ser virgen. Ningún hombre lo era si había pasado la adolescencia, pensó Yunho.
Pero también era cierto que él no tenía la edad de los hombres con los que él
se acostaba y tampoco llevaba la misma vida que ellos. Ni siquiera se había
movido hasta que él le indicó lo que quería que hiciera, tan distinto de todos
los demás con los que había intimado. Casi se parecía a los chicos de su adolescencia.
—Cierra la
ventana, por favor —repitió Jaejoong sin mirarlo a los ojos. Todavía veía la
cortina.
Yunho se
deslizó hacia atrás, se puso de pie y obedeció sin decir palabra. No estaba
molesto. En contra de su voluntad y de su férreo control de las emociones, se
había preocupado.
Cuando se
volvió hacia la cama, se quedó quieto un momento, admirando el cuerpo que allí
aguardaba su regreso. Se le secó la boca y le ardieron los ojos. Su corazón
latió desenfrenado mientras luchaba contra los sentimientos. En busca de
escapar de ellos, se estableció sobre Jaejoong y lo miró a los ojos.
—Si tienes que
decirme algo, es mejor que lo hagas ahora —repitió.
¡Tanto!,
pensó Jaejoong. Que le temo al viento, que me gustas mucho, que creo
que te amo. Que por eso me confío en tus brazos. Pero calló.
—Que te deseo
—dijo a cambio—. Que me gustas mucho.
Yunho no le
creyó, pero acostumbrado a no sentir, sonrió. Y mientras lo besaba en los
labios de nuevo, él se atrevió a responder a la provocación colocando una mano en
su nuca para presionarlo más contra su boca. Quería que Yunho le hiciera
olvidar todo lo malo, que la protegiera del pasado con su experiencia.
Las caricias se
reanudaron. Primero en su rostro, donde Yunho deslizaba un dedo, luego en su
cuello. Tanto descendió que los pulgares del hombre se escurrieron por su pecho
hasta alcanzar la rosada zona erógena, roce que hizo estremecer a Jaejoong de
nuevo. Casi le parecía que no podía respirar. Con la misma habilidad. Se apartó
él y lo miró. Otra vez lo observaba abiertamente, sin ocultar el deseo que
recorría cada fibra de su cuerpo y le iluminaba los ojos oscurecidos.
Las manos de Yunho
recorrieron la parte interna de la pierna de Jaejoong, luego el muslo. Así se
apropiaron de su ropa interior. Mientras se la quitaba, pensó que él era
hermoso, que había visto y tanteado cientos de cuerpos que objetivamente podían
ser más bellos que ese, sin embargo ninguno se le igualaba. El de Jaejoong era
uno perfecto para sus sensaciones, tan distinto y natural. Había llevado a
muchos Karams a la cama, pero a un Jaejoong nunca.
Había
pretendido ignorar su actitud respecto de la ventana abierta, pero no pudo
hacerlo aunque se lo propusiera. Presentía algo, aunque no sabía qué. Por eso
no lo embistió con fiereza, aprovechó a fortalecer su autocontrol mientras se
quitaba los calzoncillos.
Jaejoong pestañeó
varias veces al ver por primera vez un hombre enteramente desnudo en vivo y en
directo. Y pensó que se veía maravilloso, no le despertaba miedo ni impresión,
sino curiosidad y regocijo, quizás porque se trataba de Yunho y no de cualquier
otro. Le gustaba verlo, admiraba el modo en que sus músculos se tensaban o se distendían
de acuerdo con sus movimientos; la forma en que él obraba, la mirada que lo
consumía.
Yunho nunca era
rudo con los hombres, excepto con lo que así se lo exigía. Con Jaejoong no
bastaría lo mismo de siempre, con él tendría que ser más cuidadoso porque no podía
arriesgarse a darle un mal debut. No quería preocuparse, no quería sentirse
responsable de un hombre que no volvería a ver en su vida. Pero la verdad le
impidió actuar conforme sus costumbres.
No se impulsó
dentro de él. Además, todavía no se había colocado el condón, y jamás tenía
sexo con nadie sin protegerse y protegerlos. Deslizó primero dos dedos entre
las nalgas Jaejoong hasta dar con el contorno, donde jugó un momento. Jaejoong sonrió
con los ojos cerrados, echando la cabeza atrás. Se sentía fabuloso, como una
electricidad que iba y venía, que nacía allí abajo y moría no sabía dónde. Se
acrecentó cuando algo cálido y mojado le cubrió una tetilla. Era una boca, que
comenzó a succionarle un pezón y con ello consiguió dejarlo sin aire.
El halló otra
vez el punto exacto donde él sentía más placer y lo estimuló con el pulgar.
Mientras tanto deslizó dos dedos en su cavidad, por si acaso él jamás había albergado
allí algo. Nunca le había quitado la virginidad a nadie, no tenía idea de cómo
debía hacerse, pero solo Dios sabía que haría todo lo posible para que, en caso
de que su sospecha fuera cierta, Jaejoong tuviera un grato recuerdo del sexo.
Después de todo, él se consideraba un especialista. ¿Acaso no lo era?
Se sentía un
inexperto. Era la primera vez que se tomaba tanto tiempo para culminar con un
acto sexual, pero también era la primera vez que tenía a un hombre virgen en su
cama. Aunque no lo demostrara, eso le generaba nuevas responsabilidades y
temores. No quería ser responsable y odiaba sentir miedo.
¿Qué estaba
haciendo?, se preguntó. Debía detenerse en ese preciso momento, no podía
arrebatarle la virginidad a un hombre que posiblemente la hubiera conservado
intacta para el hombre de su vida. Eso ya no existe, se
retractó. Si fuera virgen, no estaría en la cama con un
desconocido, se esforzó por pensar. Pero, ¿a quién quería engañar?
Sabía que Jaejoong no había estado con un hombre antes por razones que él jamás
sabría, porque después de esa noche, no habría más Jaejoong para él. Tenía que
detenerse, sin embargo, no podía. Era un egoísta malnacido, siempre lo sería.
Quería serlo.
—Jaejoong… —se
oyó murmurar con voz ahogada. Esperaba que él lo detuviese, pero, por el
contrario, el hombre replicó:
—Quiero esto, Yunho
—aseguró—. Quiero que sigas.
En vistas de
que Jaejoong no emitía signo alguno de dolor, sino solo de gozo, él introdujo
otro dedo. Moría de excitación de verlo a él al borde del orgasmo, pero tenía que
contenerse, debía esperar. Estaba húmedo y preparado, aun así, todavía restaba
más camino para recorrer, porque también era estrecho. Demasiado. Ya no podía
engañarse con que quizás había hecho el amor con alguien antes.
Aprovechó que podía
alejarse de él para abrir el cajón de la mesa de noche y extraer casi a ciegas
un condón de todos los que allí había. Abrió el paquete con la boca y distrajo
ambas manos para colocarse el látex sobre su miembro erguido. Escupió el trozo
de plástico que le había quedado entre los dientes y regresó con Jaejoong, esperanzado
en que la breve interrupción no le hubiera hecho mermar el deseo.
Quería que él
supiera lo que le esperaba. En busca de que lo comprendiera, rozó la entrada de
su cuerpo con la punta de su miembro sabiendo que allí encontraría asilo. Lo introdujo
apenas un milímetro y luego lo dejó salir para volver a entrar, esta vez un
poco más.
Tendría que
haber cancelado todo, se decía mientras le acariciaba las sienes con los
pulgares y se iba deslizando lentamente en él. Despacio, muy despacio. Tendría que haberlo protegido de mis
intenciones.
Enterró la cara
en el pecho de Jaejoong, que, ansioso y excitado, ya se arqueaba hacia él para
facilitarle la entrada. Él lo hacía por puro instinto, porque lo que estaba
haciendo le gustaba.
El instante en
que Yunho succionó los rosados pezones de Jaejoong, su miembro se deslizó en el
interior del hombre casi sin que él hiciera algún esfuerzo. Él apretó los ojos.
Él le asentó una mano sobre la frente mojada.
—Mírame
—ordenó.
Jaejoong abrió
los ojos. No era Lee quien la poseía, era el hombre que él había elegido, el
hombre del que estaba enamorado.
En ese
instante, Yunho pudo sentir el sitio exacto donde acabó con la inocencia de Jaejoong
y tragó con fuerza. No sabía contener sus emociones cuando a la vez debía dominar
la fuerza impetuosa de su cuerpo. Nunca había tenido sexo con alguien debiendo
controlar ambas torturas juntas.
Los únicos
signos de dolor que él emitió fueron un suave quejido y que apretó las piernas.
—Por favor,
ayúdame —le pidió él, tan suave y sereno que casi parecía otro hombre—.
Relájate.
Cuanto más él
se cerraba, más le dolía, y más le costaba a él retener su explosión interior.
Por suerte Jaejoong obedeció al instante. Confiaba en él. ¡Confiaba tanto que
le había entregado su cuerpo y él no era más que el peor error de su vida!
Sacudió la
cabeza. Esa relación lo iba a dejar inútil; agotado de contener, agotado de
ignorar.
Poco a poco fue
recuperando movimiento. Primero de manera muy lenta, luego acompasada. El
choque que se producía entre los sexos fue relajando el interior de Jaejoong
hasta que la danza de ambos unidos, cada vez más frenética, los hizo romperse a
Jaejoong en gemidos y a Yunho en gruñidos involuntarios. En sus cuerpos estalló
una bomba cuya resonancia duró apenas unos instantes, pero fue tan poderosa que
los dejó sin fuerzas para moverse o para hablar.
Yunho no había
tenido un final tan bueno desde hacía años. Al parecer contener, cuidar y
esperar, surtían efectos devastadores. O quizás era Jaejoong, no quiso
reflexionar sobre ello.
Él se abrazó a Yunho.
Pensaba que la vida se resumía a ese instante, el más feliz de su existencia
hasta ahora, cuando comprobaba que podía disfrutar como hombre a pesar del
pasado y del miedo.
—Gracias
—susurró con los ojos húmedos.
El corazón de Yunho
reaccionó al instante, se anudó y le hizo pinchar la piel. Jamás un amante le
había dado las gracias, el sexo no era motivo para hacerlo. ¿Por qué se las
daba él, si él le había hecho malgastar su inocencia? La dicha y la culpa lo
invadieron por partes iguales, y como se negaba a cualquier tipo de
sentimiento, su mente reaccionó casi tan rápido como su corazón y restableció
la barrera que lo separaba del alma. Vacío, así se sentía. Así debía ser.
Media hora
después, habían pedido servicio al cuarto. Ambos se apoyaban en el respaldo de
la cama; él fumaba un cigarrillo y Jaejoong bebía un jugo de frutas con un
sorbete negro. De no haberse esforzado por ser distinto, Yunho hasta se habría
sentido identificado con la actitud del chico y habría deseado hacer lo mismo,
pero a cambio malgastaba su salud en el cigarrillo.
De pronto
percibió que Jaejoong le había clavado la mirada en su perfil indiferente,
entonces lo miró. Jaejoong lo observaba con los ojos de un ángel y la sonrisa
de un dios enamorado de un mortal.
—Eres muy
apuesto —le dijo—. Creo que la palabra justa sería hermoso, aunque a algunos
hombres no les guste que les digan eso.
La confesión lo
ablandó involuntariamente y lo llevó a sonreír con ternura. Los ojos de hielo
se habían hecho más cálidos, un poco nada más; el tiempo parecía no correr.
Horas después,
Jaejoong despertó. No se había dado cuenta cuándo se quedó dormido. El fuerte
cuerpo de Yunho estaba junto al suyo, pequeño y delicado en comparación con el
del hombre.
Estaba
amaneciendo. Lo celeste grisáceo del cielo, se reflejaba en su rostro juvenil y
renovado. Jaejoong lo observó dormir, cálido y relajado, hasta que el sueño
volvió a vencerlo y él también se quedó dormido.
Cuando volvió a
despertar, se halló solo en la cama. Una terrible sensación de desolación y
miedo le recorrió el cuerpo. Se sentó alarmado.
— ¿Yunho?
—preguntó.
El cuarto
parecía estar vacío. Tenía baño, vestidor, cocina y recovecos, pero presentía
que él ya no estaba allí, en ninguna parte donde él pudiera volver a verlo.
— ¿Yunho?
—repitió con voz temblorosa.
Jaejoong tragó
con fuerza antes de girar la cabeza en busca de quien le faltaba. Pero a cambio
se encontró con dos largos papeles que sobresalían por debajo de la lámpara.
Los tomó temblando.
Paradise,
alcanzó a leer, porque era lo que más destacaba del conjunto, antes de que las
palabras de su amigo interrumpieran todo otro pensamiento.
¿Por
casualidad no te dejó como recuerdo dos pasajes para el Paradise? Con eso dicen
que suele agradecer a sus…
—Amantes
—completó la frase que en la discoteca ninguno había querido completar.
Jaejoong se
cubrió el rostro con ambas manos y meció la cabeza. ¿Cómo no se había dado
cuenta antes? ¿Por qué se había permitido albergar la fantasía de que a Yunho
pudiera llegar a importarle algo de él? Era un estúpido, un iluso que todavía
creía en cuentos de hadas.
Enojado consigo
mismo se puso de pie, se dio una ducha y se vistió. Pensó en dejar los pasajes
en la mesa de noche, pero saber que eran lo último que a Yunho lo había llevado
a pensar en él lo impulsó a llevárselos. Acto seguido, reunió los trozos de su
dignidad, los que habían quedado desperdigados, como su ropa, por ese cuarto de
hotel carísimo, y se encaminó al ascensor.
En el hall de
entrada, se acercó al recepcionista y entregó la tarjeta magnética que servía
para abrir la puerta de la habitación.
— ¿Se le debe
algo? —preguntó por cortesía. Dudaba que Yunho lo dejara pagar la cuenta a él,
eso habría sido el colmo, y además no tenía idea de con qué iba a pagar en caso
de que así fuese.
— ¿Deber? Claro
que no —respondió el muchacho con una semisonrisa—. El señor Jung es
prácticamente el dueño de esa habitación. Está reservada para él todo el mes.
Jaejoong maldijo
al empleado por soltar tanta información que seguro tenía prohibido dar. Si lo
hacía era solo por burlarse de los amantes de Yunho, los regalados que se le
ofrecían, como él.
Jaejoong sintió
que le enterraban un puñal en una herida todavía abierta. Yunho solía llevar a
ese cuarto un hombre distinto cada noche, y los demás se divertían viéndolos desfilar.
* * *
El domingo
contó todo a Junsu.
—Te los regalo
—dijo deslizando los dos boletos del Paradise hacia el lado de la mesa donde su
amigo se encontraba sentado—. Tómalo como mi regalo de bodas: tu luna de miel.
¿Cómo la ves?
—De ninguna
manera, Jae —replicó Junsu, casi ofendido—. Tienes que ir a ese viaje.
— ¿Te volviste
loco? —replicó el otro con una risa irónica—. ¿Para qué?
— ¿Y si él está
ahí? ¿Si no es una despedida, sino una invitación?
—No puedo ser
tan ingenuo dos veces, amigo — respondió Jaejoong, resignado—. Los boletos para
el crucero son una paga, y si fuera, estaría aceptándola.
— ¿Y qué?
¿Cuántos hombres lo hacen? —gritó Junsu.
Jaejoong enarcó
las cejas, indignado.
— ¿Tú lo
harías? —preguntó no sin cierta molestia.
Junsu encogió
los hombros huesudos.
— ¿Por qué no?
Olvídalo, diviértete. Después de todo, cuando te fuiste a la cama con él,
sabías bien qué clase de hombre era.
— ¡Sí, sí, lo
sabía! —reconoció Jaejoong, todavía molesto con él mismo—. Pero creí que quizás
esta vez fuera especial para él… diferente.
— ¡Ay, Jae!
—exclamó el otro, risueño por la ingenuidad de su amigo—. No existen los hombres
especiales para ese tipo de hombres —como vio que el ánimo de Jaejoong, lejos
de mejorar, empeoraba, decidió acabar con los retos—. Tienes que ver el lado
positivo del asunto, amigo —lo consoló—. Al menos pudiste hacerlo… siempre
creíste que no podrías, después de lo de Lee. Huiste de cada relación que
tuviste ni bien tus novios se te insinuaron un poco más. ¡Y ahora te fuiste a
la cama con un desconocido! ¡Es genial! Se nota que el tal Yunho te pegó fuerte.
Como agregado, tienes en tus manos la posibilidad de un príncipe. ¡Un crucero, Jaejoong!
—intentó poner algo de entusiasmo tomando las manos de su amigo por sobre la mesa—.
¡Es algo con lo que jamás habríamos siquiera soñado!
—No quiero
poder hacerlo, ni quiero un crucero. Quiero que él me ame —replicó Jaejoong con
pesar. A Junsu se le estrujó el corazón.
— ¿No pienses
que es demasiado pronto? Apenas tuvieron dos citas. Además, no puedes hacer que
alguien te ame, mucho menos un hombre como ese. Lo mejor que puedes hacer es
abordar ese barco y dejarte llevar.
— ¿Tú me
acompañarías? —Junsu entreabrió los labios, muerto de ganas de dar el sí—. Sería
tu despedida de soltero.
El morocha
tragó con fuerza. Se moría por decir que sí, pero no podía aceptar. No tan
cerca de la boda.
—Sabes que me
encantaría acompañarte, pero no puedo, amigo —respondió—. La boda está próxima
y tengo que atender mi nuevo trabajo.
Jaejoong asintió
en silencio mientras suspiraba.
—Está bien
—acabó por decir. De pronto se sentía valiente y poderoso, tanto que hasta se
irguió orgulloso—. Después de todo, es una oportunidad única.
* * *
El lunes, Yunho
llegó al piso de su oficina con el mismo buen humor de siempre. Se acercó al
escritorio de su secretaria con una sonrisa y un papel en la mano. Era una de las
hojas del bloc de notas del hotel que, como cada comienzo de semana, entregaba
a su fiel Bin.
—Bloquea este
número, por favor —ordenó al pasar.
—Creí que
traerías muchos más —bromeó la mujer.
Los lunes, Bin
bloqueaba más de un número siempre, porque Yunho se llevaba varios hombres a la
cama. El rió.
—Este fue un
fin de semana poco convencional — admitió.
La mente de la
secretaria se disparó con rapidez. ¿Qué hombre podía dejar agotado a Yunho?
Quizás pensando que la combinación de números podía decirle algo de la persona
que era su dueño, los recordó mientras los marcaba en la máquina que servía
para impedir llamadas entrantes de ciertos teléfonos. Si no se equivocaba, se
trataba de una característica.
A pesar de
saber con claridad que Yunho no se comunicaría con él, Jaejoong aguardó su
llamado todo el lunes, pero el teléfono jamás sonó.
Yunho, por su parte,
experimentaba una extraña sensación de indiferencia. Creyó que el sabor del
triunfo por haber conseguido llevar a Jaejoong a la cama sería mucho más dulce.
Pensó que lo haría sentir vivo, como cada vez que se vengaba de un hombre con
la ignorancia después de tener sexo, aunque tuviera bien en claro que a ellos
no les dolía, porque tampoco se interesaban por él. A lo sumo los afectaba en
sus intenciones, porque muchos querían conquistarlo para quitarle otras cosas.
Por eso él los conquistaba primero, les sacaba lo que él quería, y luego los
bloqueaba. En este caso, hasta se sentía molesto, ninguna parte de su cuerpo
experimentaba rasgo alguno de satisfacción.
Cuando el
teléfono sonó el martes, Jaejoong llegaba de averiguar en una agencia de
turismo qué documentos necesitaba para abordar un crucero por las costas, como
explicaba el pasaje del Paradise. Corrió a atender, resultaba imposible no
hacerse ilusiones, pero estas se desvanecieron ni bien descubrió que se trataba
de una clienta para preguntarle cuánto le cobraba para pegar un cierre en una
campera de lona.
Aunque lo
negara, Jaejoong esperó el llamado de Yunho toda la semana. Trabajó
enloquecidamente para reunir dinero, Junsu le prestó parte de lo que estaba
ahorrando para su boda como reserva, y aunque Jaejoong se negó porque le
parecía una locura que, con tantos apremios económicos que tenía, fuera a irse
de viaje con gente para la que un sueldo de él equivalía a una propina para un mozo,
se dijo que tenía derecho a soñar. Nunca le pasaba nada bueno en la vida, ¿por
qué desperdiciar una oportunidad que jamás se repetiría?
Pensó en llamar
a Yunho, y aunque se negó a hacerlo en un principio, acabó claudicando. Podían
ser amigos. Sí, por qué no. Después de todo, él jamás le había prometido nada más
que lo que le había dado. Pero aunque probó llamar a su oficina a todas horas,
nunca atendía nadie. Yunho se obligó a dejar de pensar en Jaejoong llenándose de ocupaciones. Sin querer, su
socio se la trajo a lo memoria por todo cuando antes la había relegado.
— ¡Yunho!
—exclamó Yoochun desde la puerta de la oficina de su socio. Sin esperar
respuesta, avanzó hasta el escritorio de su amigo, delante del que se sentó
bastante relajado—. Arregle algo por mi cuenta —anuncio—, para que no digas que
siempre dependo de ti para las decisiones. ¿Te acuerdas que mañana llegan los
empresarios de Tokio?
Yunho se
respaldó en el sillón de cuero con aire displicente. Jugaba con una lapicera.
—No podría
olvidarlo ni aunque quisiera —bromeó.
—Bueno, en
lugar de citarlos aquí, lo hice en el puerto.
— ¿En el
puerto? —Se sorprendió Yunho, que de pronto perdió toda posición serena—. Tú
dices en un restaurante Puerto —esperanzó.
—Recordé tu
consejo, ese de que para los negocios siempre es mejor tener al empresario de
tu interés relajado, y les ofrecí pasajes para el Paradise.
¡Vieras lo felices que se pusieron!
— ¿Que dices? —Yunho
se inclinó hacia adelante—. ¡Yoochun! —exclamó al tiempo que dejaba caer la
lapicera sobre el escritorio.
— ¿Qué?
—Se supone que
no debo estar en ese barco. No esta semana.
—Perdón, Yunho.
Creí que te gustaría la idea de hacer negocios y a la vez tomarte unas
vacaciones.
— ¡Mierda!
Yunho se llevó
las manos a la nuca. Tenía tres opciones: cancelar los pasajes de Jaejoong,
cancelar los de los japoneses, o ir y encomendarse a su buena suerte. Quizás a
Jaejoong no se le ocurriera aparecer después de todo. Pero de ser así, ¿para
qué se habría llevado los pasajes? Como recuerdo, pensó. Sí, podía ser.
No podía
cancelar sus pasajes y que, si asistía al embarco, lo rechazaran. No sería
justo para él ni para su propia conciencia. Quería que Jaejoong se llevara algo
de la fugaz relación que habían mantenido, que se llevara la paga, como hacían
los otros. ¿Acaso no era eso lo que buscaban? Dinero para una cirugía estética,
buen sexo, un viaje. Placer.
Suspender los
pasajes de los japoneses tampoco era una buena opción. Eso mostraría indecisión
y debilidad, y era lo que menos quería aparentar frente a sus inversores.
Sería mejor
confiarse a su buena suerte. Después de todo, lo más probable era que Jaejoong
jamás abordara ese barco.
oh! q mal T_T
ResponderEliminarJung Yunho te salio mal, muy mal el utilizar asi a Jaejoong, ya veras, por eso amo el fin juju, lo amas aunque lo hagas sufrir, y tu mismo sufras luego
ResponderEliminarsinceramente....yunho..que perro te viste..
ResponderEliminarespero y jaejoong se vaya en el crucero y te haga ver tu suerte..
gracias por el capitulo
QUE MAL!!! la verdad yo siempre he amado a Yunho en los fics pero en este caso el se porto tan .... con Jae como pudo hacerlo eso sabiendo que Jae es tan bueno y transparente, de verdad que se paso.
ResponderEliminarAhora solo espero que Jae vaya al crucero que se encuentren y arreglen sus problemas y que Yunho se de cuenta de que no puede jugar con Jae de esa forma....
Pucha en serio YH q mal... Pobre Jae... Espero q Jae no sea tonto y se recuperé ^^
ResponderEliminarPues se te acabo tu buena suerte Yunho ahí te vas a encontrar a Jae y vas a ver quien perdió más. Gracias
ResponderEliminaryunho obtuvo lo que siempre quiso de jaejoong y lo dejo a cambio le dejo unos boletos para el crucero como detesto a los hombres así .. (`Д´*)
ResponderEliminaryunho tonto..!!!
jaejoong no quiero que bayas no vale la pena T_T
Jung YH eres un hijo de pu..... O.Ó!! Pudrete !!!
ResponderEliminarPobre de JJ, no merecía la estupidez de YJ T-T .....
No quiero que se encuentran si YH lo humillara >\\< pero si se portada bien entonces si xD
grrr Yunho es un idiota... quiero que Jae le saque celos, debe de demostrarle que no es como sus otros amantes.
ResponderEliminarGracias por compartir.
Yo nunca hubiese ido, me sentiría como que soy una prostituta, ese fue mi pago. Que horrible!
ResponderEliminar