Capítulo 16
DESPUÉS del
desembarco del Paradise, Yunho esperó el llamado de Jaejoong
toda la semana. Su amigo se había sentido ofendido por la oferta de dinero en
ropa y él no había sabido explicar sus intenciones, pero aun así creía que él
debía perdonarlo. Su madre siempre lo perdonaba, Bin lo perdonaba, ¿por qué no
podía hacerlo también Jaejoong?
Si bien estaba
ocupadísimo con el trabajo atrasado, al igual que él, no dejaba de pensar en
ese hombre que sufría como antes lo había hecho él, solo que ahora él tenía la culpa.
Se había
equivocado con Jaejoong, no entendía cómo se le había ocurrido llevárselo a la
cama si él no era como todos los demás, no sabía qué le había pasado para equivocarse
tanto o para no haber podido contenerse. Ese era el problema, nunca otro hombre
que no fuera Heechul había despertado en él un sentimiento, un deseo irrefrenable
de pasar tiempo con él. Pero Heechul era el hombre de su vida, el que debía
ocupar el sitio de esposo. Bin el de madre, Yoochun el de su mejor amigo… Jaejoong
el de su selecto amigo. Le había ofrecido eso porque no lo quería lejos, lo
necesitaba cerca porque él le hacía bien, pero no podía darle más.
A pesar de los
cálculos de Yunho, Jaejoong no llamó. Yunho estuvo a punto de marcar su número
varias veces, pero en todas desistió. Él ya había hecho su parte, le había
dicho a él que eran amigos, mucho más de lo que cualquiera podía esperar oírle
decir. Había abierto el círculo para alguien más después de haberlo mantenido
cerrado durante muchos años, incluso le había confesado algunos secretos de su
alma, aunque con cautela, con cierto hermetismo, porque sabía muy bien que
abrir el corazón siempre hacía daño. Era él quien tenía que llamar, y si no lo
hacía, estaría despreciando su amistad y su entrega, la valentía que había
demostrado al confiarle algo.
A medida que
pasaba el tiempo sin que Jaejoong llamara, trató de convencerse de que no le
importaba que lo hiciese. Hizo uso de su coraza protectora, tan efectiva con el
resto del mundo, pero apenas alcanzó a cubrir con ella una porción del vacío
que sentía al saberse traicionado de nuevo. Además, culpable. Con Jaejoong sí
que había sido un desgraciado, y aunque siempre había creído que llevaba eso en
los genes gracias a Kyung, por culpa de la parte que correspondía a su madre le
resultaba imposible no reconocer que se había equivocado y que había herido a
Jaejoong injustamente.
Jaejoong, por
su parte, se había propuesto hacer a un lado a Yunho y desterrarlo de su vida.
Él no era un hombre para Yunho, jamás podría amar a nadie porque era frío,
insensible y carente de afecto. No era lo que había demostrado la noche que
habían pasado en su camarote, pero era lo que él quería que todos creyeran, y
si eso deseaba, él le daría el gusto. No había sitio para él en su vida
desprejuiciada, en su cuerpo hermoso, en ese corazón de hielo, y Jaejoong no quería
migajas. No quería su lástima.
Dos días
después de haber abandonado el Paradise, un
empleado de un correo privado golpeó a la puerta de su casa y le dejó su valija,
la que habían perdido los empleados de Yunho.
—Justo a tiempo
—bromeó él. El hombre se pensó que hablaba en serio.
Los días que
siguieron al desembarco, Yunho se transformó en un jefe ocupadísimo y en un
profesor malhumorado, creído de que solo existía una razón por la cual Jaejoong
no lo llamaba, y esa razón era Hyun Joong, ese muchacho que le había hablado
de él a Jaejoong y que ahora intentaba fusionar la moderna tecnología de un hospital
con la historia y el arte de un edificio histórico de la ciudad.
—No —le dijo Yunho
crudamente—. En lugar de un hospital, parece un centro comercial. Si eso es lo
que va a presentar, no me haga pasar vergüenza y mejor espere al cuatrimestre
que viene a ver si se le aclara que esto es el último año, no un jardín de
infantes. No me haga perder más tiempo. El que sigue.
Así, el
muchacho pasaba sus noches dibujando mientras Yunho pensaba en Jaejoong y hacía
el amor con todos los hombres que encontrara disponibles.
—No —le dijo la
clase siguiente—. Ahora el centro comercial tiene una galería de arte. No le
repetiré lo que ya le dije. El que sigue.
Hyun Joong no
logró comprender el ensañamiento de su profesor admirado hasta que a este se le
escapó una indirecta.
—Su novio le
debe haber recomendado eso que hizo en este punto —señaló el plano—. Es
evidente que él nada sabe de circulaciones, porque si usted pone una columna ahí…
— ¿Mi… novio?
—indagó el muchacho, preocupado y confundido. Yunho alzó la mirada. Que no
pretendiera hacerse el desentendido con él, que para algo tenía más edad que
todos esos críos.
— ¿Cómo está él?
—Sonrió con ironía—. ¿Le contó cómo lo pasó en mi crucero?
— ¿Disculpe?
—Jaejoong —pronunció
Yunho entre dientes—. Él le dio la idea de unificar historia y tecnología,
¿cierto?
— ¿Jaejoong? —Repitió
el chico, antes de defender—: ¡La idea es mía! Usted lo dijo: eso del arte y la
razón. Porque yo lo escucho… Le prestó atención.
—Siga
trabajando, Hyun Joong —lo increpó Yunho, creyendo que había confirmado sus
sospechas—. No se piense que se obtiene un buen proyecto dedicándose a él apenas
una hora por día.
El chico no
debía dormir desde hacía semanas, Yunho lo sabía, pero no podía con su mal
genio. Estaba exigente y crítico con todos, pero mucho más con Hyun Joong y
consigo mismo.
El miércoles de
la tercer semana después del desembarco, Jaejoong vio a Hyun Joong saliendo de
un McDonald's con dos o tres amigos. Lucía pálido y demacrado, como si se
hubiera mantenido con ese tipo de comidas durante mucho tiempo.
— ¡Hyun Joong!
—lo llamó.
Todos voltearon.
El aspecto de los otros no distaba demasiado del que tenía el muchacho, pero a
él algo parecía atormentarlo de modo distinto.
—No quiero
hablar contigo —le espetó el chico—, mucho menos que nos vean juntos.
Jaejoong rió,
sin poder creer lo que escuchaba.
— ¿Qué?
—preguntó—. ¿Por qué?
— ¡Todavía lo
preguntas! —exclamó él. Jaejoong se rascó la cabeza. Sonreía.
—No te
entiendo, en serio —replicó.
—Me va muy mal,
Jaejoong —contestó el chico—, tengo que ignorarte si no quiero que me vaya
mucho peor.
Jaejoong no sabía
qué pensar. Se quedó serio y preocupado.
— ¿De qué hablas?
—preguntó—. Explícame algo por lo menos, por favor.
Hyun Joong suspiró.
Se lo notaba agotado.
—De Jung, ¿de
qué más podría estar hablando?
— ¿Qué hay con
él?
— ¡Vamos, Jaejoong!
No sé qué le habrás dicho, pero me está volviendo loco. Me está matando. ¡Cree
que estamos saliendo, o algo, y está celoso al punto de echar por tierra todo
lo que hago! —Hyun Joong lucía, incluso, temeroso—. Nunca reprobé nada y no voy
a hacerlo porque tú le hayas dicho que eres mi novio.
Las palabras
sorprendieron a Jaejoong al punto de hacerle entreabrir los labios.
— ¡Cómo puedes
pensar que yo le dije algo como eso! —exclamó indignado.
— ¿Y de dónde
pudo haberlo sacado?
Jaejoong no
tenía idea de la fuente de información que le había mentido a Yunho respecto de
su relación con su alumno, aunque no le interesaba en absoluto. Lo único que le
importaba era ponerle los puntos a ese sádico malnacido.
—Tampoco puedes
creer que de verdad Yunho está celoso de mí —concluyó—. Es orgulloso y cínico,
nada más, y si mereces ser aprobado, Yunho te va a aprobar. Te doy mi palabra.
* * *
El jueves por
la mañana, Jaejoong entró al edificio de oficinas de Yunho y se acercó a los
empleados de seguridad que custodiaban la entrada.
—Buenos días
—los saludó—. Voy al piso de Jung y Asociados.
Vestía un
original conjunto de pollera y saco azul marino, combinados con una camisa
blanca y zapatos negros con un apenas notable tacón. Llevaba el cabello suelto
como lluvia que apenas rosaba los hombros. Su rostro bello y angelical estaba
maquillado con colores suaves, parecía que iba a una entrevista laboral, y esa
era la intención. Sabía que de otro modo no conseguiría llegar a Yunho.
—La recepción
está en el piso dieciséis —indicó la mujer del dúo de seguridad.
Mientras tanto,
Jaejoong había observado el cartel que se cernía detrás de los empleados. En él
estaba escrito que los últimos cuatro pisos correspondían a Constructora Jung y
Asociados, de modo que si en el primero de ellos se encontraba la recepción, Yunho,
como todos los presidentes de algo, habría escogido el último, el de más
difícil acceso y el de vista más llamativa. Era una deducción, quizás ni siquiera
fuera real, pero valía la pena correr el riesgo.
Agradeció y se
encaminó al ascensor. Marcó el número veinte aunque restaban dos más, seguro
los correspondientes a pisos que no se alquilaban porque eran el salón de usos
múltiples y la terraza, y esperó.
Cuando las
puertas se abrieron, se encontró con una vista indescriptible de la ciudad.
Todo a su alrededor estaba vidriado, excepto la pared del frente, revestida en
madera muy clara, y la de la izquierda, donde había dos puertas más que
conducían a distintos salones de reuniones, o al menos eso decían los carteles
de vidrio que los decoraban. Las luces no estaban encendidas, el sol que
entraba por los ventanales bastaba para iluminar el escritorio en el que una mujer
de al menos sesenta años escribía.
Bin alzó la
mirada enseguida. La imagen de Jaejoong la dejó dura por la sorpresa.
— ¿Cómo llegó
aquí? —preguntó—. Nadie me avisó que subiría.
—Lo sé —admitió
él—. Estoy buscando al señor Jung. ¿Es este su sector?
—Tiene que
anunciarse en recepción.
—Lo sé.
— ¿Y lo hizo?
—Tanto usted
como yo sabemos que de haberlo hecho, jamás habría llegado aquí —replicó Jaejoong
apelando a la honestidad de la mujer. Mientras hablaba, había caminado hacia
ella hasta detenerse frente a su escritorio—. Ahora, ¿cree que podría decir a Yunho
que aquí se encuentra Kim Jaejoong y si por favor puede recibirme? Seré muy
breve, se lo prometo, no le robaré mucho de su preciado tiempo.
—Entiendo —dijo
Bin con aire comprensivo—. Usted es el… —y recitó su número de teléfono. Lo
sabía de memoria. Jaejoong se quedó atónito.
—S… sí
—balbuceó con el ceño fruncido. Bin le respondió con una sonrisa serena.
—Enseguida le
aviso. Tome asiento, por favor.
Bin comprendió
con ese único vistazo que había echado a Jaejoong, las razones por las cuales Yunho
había inhabilitado y luego habilitado su número. Él no era como los demás. Era
delicado, humilde, ni por casualidad rico como los otros. Sensible, profundo,
testarudo igual que él, pero sin coraza.
Jaejoong se
sentó en los sillones que se hallaban cerca de las puertas que conducían a los
salones de reuniones, en la pared opuesta a la vidriada que estaba detrás de la
secretaria.
—Señor Jung —escuchó
Jaejoong que la mujer decía al micrófono del teléfono—. Se encuentra aquí el
joven Kim y desea verlo.
Yunho sintió
que el corazón le daba un tumbo. Una alegría súbita e incontenible se apoderó
de su rostro durante días rígido y ceñudo, que se relajó de repente. Sin embargo,
entrecerró los ojos y recordó que Jaejoong lo había mantenido al margen durante
tres eternas semanas. ¿Quién se creía para volver ahora como si nada hubiera sucedido?
—Dile que va a
tener que esperar —respondió con el tono más frío y molesto que pudo encontrar,
y cortó.
—Va a tener que
esperar —repitió Bin, obediente.
—No hay
problema —replicó Jaejoong con una sonrisa amable, y se hizo silencio.
Yunho deseaba
ver a Jaejoong, le pinchaba la curiosidad por descubrir qué se traía él entre
manos, por saber para qué había reaparecido, y además tenía miedo de que se hartara
de esperar y desapareciera. El deseo por salir a su encuentro picó dentro de
él, pero lo enterró como se aplasta a una mosca. Jaejoong lo había hecho
esperar tres semanas, era justo que él se cobrara revancha haciéndolo esperar
también. Lástima que no podía dejar pasar semanas.
Mientras tanto,
Jaejoong tomó una revista de arquitectura de las tantas que había en un mueble
junto a los sillones y comenzó a hojearlas sin apuro. No era consciente de que
Bin lo observaba con detenimiento, sin poder quitarle los ojos de encima aunque
intentara disimular moviendo las manos sobre los papeles.
¡Pero qué hombre
peculiar!, pensaba la secretaria. Se acordaba de él, de su voz y de su número:
era el que había llamado para pedir disculpas a Yunho. Se hallaba por completo
concentrado en la lectura y no airaba una sola gota de enojo o molestia porque Yunho
lo hiciera esperar. Estaba segura de que él se lo hacía a propósito, no creía que
estuviera haciendo algo tan importante como para no recibirlo un momento, si ni
siquiera estaba en una reunión o atendiendo un llamado telefónico. Al cabo de
media hora, Bin estuvo a punto de entrar a regañar a Yunho por el abuso que
estaba cometiendo con aquel jovencito, pero a cambio le habló primero a él.
—Parece que
está muy ocupado —comentó la secretaria.
—Así parece
—respondió Jaejoong esbozando una breve sonrisa de resignación. Una vez que
había llegado hasta allí, nada lo detendría hasta ver a Yunho. Podía ser esa la
única posibilidad que tuviera para hacerlo. No le importaba esperar, siempre
que apareciera. Los siguientes diez minutos, Jaejoong no despegó los ojos de la
revista. De pronto, la puerta del estudio de Yunho se abrió de par en par.
—Dile a Yoochun
que se comunique con el encargado para los detalles del proyecto —resonó su voz.
Bin le lanzó
una mirada reprobatoria que Yunho comprendió muy bien. Él no había salido para
darle una orden que bien podía decirle por teléfono, sino para demostrar a ese
pobre y hermoso muchacho que no tenía tiempo para él. Yunho se aclaró la
garganta, incómodo por la mirada de Bin, y decidió voltear hacia los asientos.
—Ah —fingió indiferencia—.
Sigues aquí
Jaejoong se
había puesto de pie y miraba a Yunho con el objetivo de no perderlo de vista,
ahora que él se había dignado a salir de su guarida.
— ¿Necesitas
que te espere un poco más? —preguntó con dulzura y hasta con comprensión. Sabía
bien que Yunho lo estaba haciendo esperar a propósito, pero no le importó. Delante
de él se daba cuenta de que jamás podría olvidarlo.
— ¿Te tomará
mucho tiempo lo que viniste a hacer? — Jaejoong se sorprendió de darse cuenta
de que él ya no sonaba indiferente, sino molesto, quizás hasta dolido. ¡Y vaya
que lo estaba! Yunho le abría su corazón y él no le devolvía el gesto siquiera con
un llamado.
Bin también se
sorprendió por eso. Yunho experimentaba un sentimiento frente a alguien del
grupo de seres humanos que no le importaban, un sentimiento tan profundo que lo
llevaba a fingirse indiferente cuando se notaba con facilidad que solo se
sentía herido. ¡Herido y enojado! No lo había visto enojado por algo en años.
—No —replicó el
jovencito que lo hería—. Es más, si nos entendemos rápido, puede tomar muy
poco.
Yunho asintió
con dureza y le indicó el camino a su despacho. Jaejoong lo siguió, y una vez
que él estuvo adentro, él cerró la puerta. Bin se quedó mirando el trozo de madera
que le impedía seguir escuchando.
—Puedes tomar
asiento, si quieres —ofreció Yunho de mal talante, aunque conservara siempre su
caballerosidad innata.
—No va a hacer
falta —replicó Jaejoong del otro lado del escritorio—. Vine a aclarar algo solamente.
Ante la
negativa de Jaejoong, él se sentó y se cruzó de brazos.
—Así que quieres
que aclaremos algo —repitió—. Desapareces casi un mes, ni siquiera me llamas, y
resucitas una mañana sin más ni más para «aclarar algo».
Yunho se
maldijo internamente por ser tan estúpido. ¿Por qué le reclamaba, como si Jaejoong le
importara? Tenía que controlarse, fingirse indiferente, de buen humor, como siempre
lo ponían las insólitas recriminaciones de sus amantes. Pero Jaejoong no le
estaba recriminando nada, ni siquiera que lo había hecho esperar adrede.
—Tampoco
parecías demasiado interesado en que te llamase —replicó Jaejoong con
dignidad—. Las veces que te llamé antes, creí que era un número bloqueado o
algo por el estilo.
Yunho entrecerró
los ojos y apretó la mandíbula. ¿Cómo Jaejoong no entendía la diferencia entre
esas otras veces y la del barco? ¿Cómo no lo comprendía apropiadamente sin que
él tuviera que explicarse?
—Te dije que
éramos amigos —respondió entre dientes.
—Y yo no te lo
dije, pero tu pena no me basta — respondió Jaejoong con furia reprimida—. Si no
te volví a llamar es por eso, no por Hyun Joong ni ninguna otra fantasía que
seguro tejiste en tu retorcida mente de niño malcriado. Así que déjalo en paz
—los ojos de Yunho no eran de hielo, eran de fuego, ardían de ira por lo que Jaejoong
le espetaba a la cara y porque no podía ponerse de pie, atraparlo entre los
brazos, besarlo y lanzarle él también todas las verdades que se le atragantaban
en las mandíbulas apretadas—. ¿Qué clase de profesor eres, mezclando tus rollos
personales y egoístas con el trabajo, arruinando la carrera de un estudiante
excelente? —continuó él sin miedo ni piedad. ¿Qué piedad podía sentir por un
déspota insensible que solo existía para trastocar la vida de la gente?—. No
estoy saliendo con Hyun Joong, Yunho, ni siquiera somos amigos. Solo nos vimos
una vez en una discoteca y ayer por la calle, pero el pobrecito no quería ni
acercárseme por causa del león hambriento en el que te transformaste. Ya te lo
dije una vez, te lo diré dos, pero no habrá tres: haznos un favor a todos y déjame en paz.
El dolor surcó
los oscurecidos y entrecerrados ojos de Yunho en cuanto Jaejoong se dio la
vuelta y comenzó a caminar hacia la salida. Lo estaba dejando. Lo abandonaba. Yunho
se dijo que no iba a seguirlo. No lo haría, ¡no! Él no le importaba y era
Jaejoong el perverso hombre que osaba despreciar el regalo más valioso que él
había dado a un hombre, después de a Heechul. Rechazaba su confianza, ignoraba
su amistad, y eso era imperdonable.
Sin embargo,
quería gritar. ¿Pero qué gritaría? ¿Cómo iba a gritar que no tenía idea de lo
que se agitaba en su pecho cada vez que lo veía, o cuando Jaejoong, con su
dignidad de hierro, le demostraba en sus ojos que lo amaba mientras con la voz
le decía que era un desgraciado?
Jaejoong abrió
la puerta de la oficina, no se molestó en cerrarla y avanzó hasta el ascensor
ante la atenta mirada de Bin, que no se perdió el instante en que él apretó el
botón de llamada y se quedó allí de pie, esperando que el cubículo apareciera
frente a sus ojos.
Tampoco se
perdió el momento en que Yunho salió de su refugio dando largas zancadas como
una fiera enjaulada. Hipnotizado por su objetivo, pasó delante del escritorio
de su secretaria hasta quedar detrás de Jaejoong y asentar con fuerza
descomunal la palma de la mano en la puerta plateada del ascensor.
—Te dije que
éramos amigos —repitió entre dientes, en susurros sin poder decir nada de todo
cuanto se le cruzaba por la mente y por el corazón. Yunho se había cerrado a la
comunicación y a los sentimientos, y estos estaban haciendo estragos en él al
aparecer así, de improviso, sin que se hallara preparado para enfrentarlos.
—Y después me
dijiste que yo era diferente de tus otros amiguitos porque soy pobre —replicó Jaejoong
sin darse la vuelta—. Eso no se le dice a un amigo, Yunho, ni se le contenta
con un pasaje en tu puto crucero, ni se calla tu corazón culpable con un poco
de ropa de marca.
Bin abrió la
boca como si estuviera a punto de comer, pero solo masticaba sorpresa y aire.
—Con que es eso
—masculló Yunho en voz tan baja que Bin no alcanzó a escucharlo—. Tienes que saber
que me importa una mierda cuan pobre eres.
Yunho hablaba
tan bien de proyectos arquitectónicos frente a cientos de personas que nadie
hubiera apostado a que en ese momento no tenía idea de cómo darse a entender.
No sabía explicar que no le había dado el vale por piedad ni porque intentara
comprarlo. No le había ofrecido su amistad porque se sintiera culpable ni
porque quisiera solamente sexo de Jaejoong. ¡Pero también quería sexo de Jaejoong! ¡Por
Dios, quería tantas cosas!
—No, claro.
Todos los culos son iguales —replicó Jaejoong sin importarle si la mujer mayor
escuchaba ni si a Yunho le interesaba o no lo que él le dijese.
La puerta del
ascensor se abrió y Jaejoong entró en el sin que a Yunho le restaran fuerzas
para moverse. Se quedó de pie delante de la abertura, suspenso, con la sangre hirviéndole
en las venas y las palabras clavándosele como aguijones en la garganta.
Jaejoong no
dimitió porque los ojos de Yunho expresaran un tormento. Los había visto
enterrados en el piso del ascensor cuando había tenido que darse la vuelta para
presionar el botón que lo llevaría de regreso a la planta baja.
Ni bien la
puerta se cerró, Jaejoong se respaldó en el espejo y se cubrió la boca con las
manos. Los ojos se le llenaron de lágrimas que no tardó en derramar. Amaba a
Yunho, ¡estaba enamorado! Por eso se sentía tan estúpido y tan asustado de
tener que gritarle todas esas cosas, tanto que habría regresado solo para asegurarse
de que en realidad no lo había herido. No lo hacía, ¿verdad? Si a Yunho nada le
importaba de él, ni de sus amantes, ni de la gente en general. Yunho era duro,
soberbio, malintencionado. ¿Qué podían importarle sus groserías o sus insultos?
Yunho se quedó
de pie delante del ascensor ausente dos, tres minutos, hasta que se volvió y
con la misma lentitud con la que había hecho ese movimiento se internó de nuevo
en su despacho. Cerró la puerta tan despacio que no se escuchó el sonido del
picaporte.
A solas,
primero intentó refugiarse en el resentimiento. ¿Quién se creía ese chiquilino
para decirle a él lo que tenía que hacer o para juzgarlo como profesor y, lo
peor, como persona? Jaejoong no era más que un caprichoso a quien le gustaba hacer que él deseara poseerlo para luego alejarse sin darle nada a cambio.
Conforme
pasaron las horas y llegó la noche, el resentimiento se opacó por el miedo.
Miedo a que no se sentía de ánimo para ir a un putero, ni para probar suerte
con los ricachones del bar, ni para llenar el vacío de su existencia a costa
del sexo.
Se fue a la
cama, pero no pudo dormir. El insomnio lo consumió toda la madrugada, se vengó
de él haciendo resonar una y otra vez las palabras de Jaejoong, sus ojos heridos
y amorosos, su voz digna y humilde.
«No, claro.
Todos los culos son iguales». Jaejoong pensaba que eso significaba él para él:
sexo, un pasatiempo que le había salido un poco más caro que los otros porque
le había costado una oferta de amistad.
¡Mierda! ¿Por
qué lo había lastimado tanto? ¿Por qué se había confundido con él? ¿Por qué se
lastimaba…? Si lo necesitaba cerca, ¿por qué lo alejaba?
No lo había
elegido, se recordó. Tan solo se le cruzó en el camino y no pudo controlar su
sed de Jaejoong, mientras que a los demás los había escogido con serena
voluntad.
Fumó una
veintena de cigarrillos hasta que descubrió con pesar que no podía soportar que
Jaejoong lo creyera un desgraciado. Jamás le había importado y hasta gozaba con
que lo hicieran los demás, pero Jaejoong no. No quería ser para Jaejoong un ser inescrupuloso
y vacío, insensible, infiel, incapaz de amar a alguien. Un ser como Heechul, un
ser como Kyung. Yunho reconoció que eso era en lo que se había convertido y que
Jaejoong… Jaejoong había sido su víctima, como él fue la de su esposo y su
madre la de su padre. Entonces se sintió más muerto que vivo.
— ¡Hey, Yunho!
—lo saludó Bin cuando entró a la cocina con dos bolsas llenas de mercadería. Se
había sorprendido tanto de que Yunho amaneciera en su casa que le asentó una mano
sobre la frente para comprobar que no tenía fiebre—. ¿Estás enfermo? —preguntó.
Él negó con la cabeza mientras pitaba un cigarrillo. La respuesta era obvia, él
nunca se enfermaba—. ¿Qué haces aquí? —Continuó la mujer—. ¡Y fumando a esta
hora de la mañana! —Bin le arrancó el cigarrillo de los labios y lo tiró a la
pileta de lavar los platos. Yunho la observó desde la mesa, alzando solo los
ojos porque la cabeza la tenía gacha. Ella se cruzó de brazos antes de
continuar—. ¿Qué pasó?
—Nada
—respondió él con un tono de voz bajo y pausado.
—Mmm… —dudó Bin—.
Resulta evidente que tienes un grave problema con un pelinegro.
Yunho sonrió,
meneó la cabeza de un lado al otro y extrajo otro cigarrillo del paquete. Bin
le golpeó, firme pero dulce, la mano.
— ¿Cuántos
llevas fumados? —Exigió saber—. Apuesto a que no dormiste en toda la noche.
—Es la
costumbre —replicó él. Ella rió.
—Te prepararé
el desayuno, como en los viejos tiempos. ¿Te acuerdas?
Yunho sonrió.
Pasó el viernes
en el trabajo y a lo largo del día se prometió que esa noche sí se iría con
alguien. No se le antojaba un prostituto, iba a probar suerte en el bar con algún hombre que le recordara que todos buscaban lo que él estaba dispuesto a
dar. Sin embargo, llegada la noche, volvió a su casa, tal como había hecho el jueves.
Esta vez, la falta de sueño del día anterior le jugó una buena pasada y pronto
se quedó dormido.
El sábado lo
pasó recorriendo obras y controlando proyectos hasta las seis de la tarde. Al
regresar a casa encontró que Bin le había preparado el traje que luciría esa noche
para la inauguración del Centro Médico. No podía faltar, era el ingeniero que
había construido esa maravilla que todos admirarían, con lo cual él mismo se
sentiría admirado, pero con el traje en una mano y la honestidad en la otra, reconoció
que no tenía ánimos de ir. Solían gustarle las reuniones sociales porque allí
conocía mucha gente nueva, también muchos hombres, y hablaba trivialidades con todo
el mundo. La gente lo admiraba, le sonsacaba información, lo criticaba a sus
espaldas. Y él los observaba fingiéndose uno de ellos, pero sabiendo cuáles
eran sus movimientos exactos.
Ese traje que
yacía sobre el sillón de masaje de su cuarto representaba todo el mundo
superficial y vacío que había construido a su alrededor, ese en el que él se
sentía tan cómodo porque no le pedía nada verdadero a cambio, pero a la vez tan
ausente. Lo conocía demasiado bien, mucho mejor que los demás que lo formaban,
porque él había sido un observador hacía mucho tiempo, en una época que se
esforzaba por enterrar en la memoria. Eran esos tiempos, sin embargo, la única
verdad que Yunho portaba en su alma.
No quería
volver al mundo superficial. Algo lo había reencontrado con su madre, con su
sufrimiento a causa de su padre, con el estudiante tímido que había sido, y no quería
dejarlo ir. ¿Quién era él? ¿Por qué no podía congeniar ambos mundos?
A las diez de
la noche, yacía sobre su cama, observando el cielorraso del cuarto. No había
encendido la luz, todo lo que tenía era la claridad que entraba por la ventana aun
a pesar de los cortinados cerrados. El humo del cigarrillo salió lento y
perezoso de su boca, se extendió en una nube que le impidió ver la sombra de la
lámpara del techo proyectada en lo blanco de la pintura.
Entonces
se irguió como impulsado por una fuerza inagotable. Apagó el cigarrillo en el
cenicero que siempre tenía al lado de la cama, abarrotado de ceniza y colillas,
y se dirigió al sillón. Tomó el traje envuelto en un nailon transparente, lo
estudió un momento y lo dejó caer como si esas fueran las últimas prendas que
usaría en el mundo.
ves ves te lo dije Yunho ahora que pasa, jaja, bien Jaejoong dae tu lugar eso me gusta, no mereces que Yunho te trate asi, defiende al pobre muchacho que nada ah hecho, juju
ResponderEliminarque se pondrá el traje que le vendió jae espero que si jae se pondrá muy contento creo
ResponderEliminarVamos Yunho no dejes que se vaya de tu vida, tu lo necesitas todos lo sabemos, debes hacer algo para recuperarlo, Jae es especial y te puede ayudar.
ResponderEliminarAl fin veo un poco de accion por parte de Jae ya era hora que se diera su lugar frente a Yunho, solo de esa forma el podra conquitar su corazon y curarlo.
Jaejoong esta sufriendo mucho y no Yunho no puedes dejar escapar a Jae de tu vida...
ResponderEliminarJae es distinto a todos los demás muy distinto el no es como los demás..
Yunho se hombrecito y deja el pasado y lucha por Jae
pobre jae enamorado de alguien que hasta el momento no vale la pena.
ResponderEliminargeacias por el capitulo
Bien Jae así se hace. Gracias.
ResponderEliminarhyun joong tuvo que soportar a su profesor por que estaba celoso XD!
ResponderEliminarjaejoong fue y lo puso en su lugar , pero no termino bien :(
jaejoong sufre , yunho sufre por que..?! :(
que las cosas se solucionen pronto ;(
ahhhh!!!! se pondrá su traje!!!!!!!! -ella grita de alegría- ay!!! malvado Yunho! como me has hecho sufrir, pero yo sabía que te tenías que dar cuenta!!!! Jae!!!!! ya viene lo bueno!!!! >w<
ResponderEliminarAl Yunho se esta dando cuenta que quiere a Jae y no solo como amigo... Que bueno que Jae se puso firme frente a él, así Yun recapacita de a poco.
ResponderEliminarGracias por compartir.