Capítulo 26
—OFICINA Jung
—respondió la voz de Bin, tan cordial como siempre.
—Hola —la
saludó un hombre—. Habla el doctor Kim. ¿Me recuerda?
— ¡Sí, claro! —Replicó
Bin con alegría—. ¿Cómo se encuentra? ¿Necesita hablar con Yunho?
—No en realidad
—el hombre hizo una pausa. Bin supo que le costaba decir lo que seguía—. Me
preguntaba si usted podría darme el número de Jaejoong.
* * *
—Soy el doctor Kim,
Jaejoong —dijo el hombre. De inmediato él sintió un cosquilleo en la boca del estómago—.
Me preguntaba, si no estás ocupado, claro, si quisieras… almorzar conmigo. Me
gustaría que habláramos, me gustaría saber de ti.
De hecho en ese
momento tenía la mesa llena de dibujos a medio hacer en los que trataba de
encontrar los diseños justos para llevar a Seung, pero no podía negarse de
nuevo a la invitación. No había esperado al doctor cuando se lo había pedido en
el Centro Médico porque no resistía sentirse completamente ajeno a la vida de Yunho,
pero en su interior también albergaba cierto rencor hacia el médico.
No entendía por
qué él y su esposa no habían vuelto a verlo desde que su padre había fallecido,
por qué no lo habían visitado en casa de su abuela materna o por qué no lo habían
ayudado a salir del infierno en el que se consumía su vida cuando era
adolescente. Los Kim se habían desentendido de él, y no estaba seguro de
perdonarlos por haberlo hecho.
A pesar de esa sensación
que siempre le anudaba el vientre, aceptó. Quedaron en verse en la recepción
del Centro Médico y hacia allí partió, dejando todo a un lado para
reencontrarse con su abuelo.
En la recepción
ya lo esperaban, porque ni bien dijo quién era y a quien buscaba, lo condujeron
por un pasillo interno hasta la oficina del director, que era el doctor Kim
Hwan. El médico se puso de pie para recibirlo y se estrecharon las manos antes
de tomar asiento. Jaejoong notaba que él lo estudiaba ensimismado en él y hasta
le pareció notar un brillo de melancolía en su mirada.
—Espero no
hayas estado ocupado —le dijo—. Quizás me precipité un poco para que vinieras,
pero no veía la hora de que pudiéramos hablar. ¿Cómo está tu madre?
—Bien —se
limitó a responder Jaejoong, pensando que había hecho a un lado algo tan
importante como la posibilidad de cambiar rotundamente de vida para encontrarse
con el médico.
—Supe que tienes
otro hermano.
—Así es —no
respondía demasiado, casi parecía no querer hablar—. ¿Cómo lo supo?
—Tutéame y
llámame Hwan, por favor —pidió él—. Mi hermana se encontró con tu madre por la
calle hace por lo menos un año.
—Ah.
—Quiero que me
cuentes de ti. ¿Qué es de tu vida? ¿Por qué no me dijiste quién eras la noche
de la fiesta?
La puerta se
abrió tras dos ligeros golpes, impidiendo a Jaejoong contestar. Un hombre menor
pero muy parecido a Hwan padre entró.
— ¡Hijo!
—exclamó este. Jaejoong giró la cabeza para ver de quién se trataba. Su abuelo
lo señaló—. Este es Jaejoong, ¿te acuerdas de él? El hijo de Hwan —se refería a
su hijo—. Este es tu tío, Jaejoong, el hermano de tu padre.
—Jaejoong…
—dejó escapar el otro médico aproximándose a él para estrecharle la mano.
— ¿Vienes a
almorzar con nosotros? —preguntó Hwan.
—En este
momento estaba yendo al quirófano para una cirugía —se excusó el otro; su
mirada prendada del muchacho, que era el calco de su hermano fallecido—. Pero
me encantaría que pudiéramos reunirnos en otro momento.
Jaejoong asintió
en silencio. Padre e hijo intercambiaron dos o tres palabras acerca de un
paciente, que era para lo que su hijo había entrado a la oficina, y luego este
se retiró.
Hwan llevó a Jaejoong
a almorzar al comedor del personal de la clínica, donde se sirvieron el menú
general y se sentaron.
—Cuentame, Jaejoong
—le pidió él—. ¿Estudiaste? ¿Tienes una profesión?
—Hice la
secundaria —contó él. Le hubiera gustado terminar su carrera de Diseño, pero
eso no había sido posible porque nadie podía pagar sus estudios y, cuando pudo
haberlo hecho él, se hizo cargo de su hermano.
— ¿Tienes trabajo?
— Hwan parecía preocupado.
—Soy modisto
—dijo él—. Pero estoy concursando para un trabajo como diseñador —su mirada se
iluminó. Se hacía evidente que guardaba una gran ilusión.
— ¡Eso es
genial! —Exclamó el doctor—. Nadie cosecha los frutos de su ingenio en tiempo
inmediato — agregó. Excepto
Yunho, pensó Jaejoong, pero eso no lo expresó—. ¿No pensaste en
ser médico?
—Soy demasiado
impresionable.
— ¡Oh! —exclamó
el doctor con mirada indescifrable —. ¡Tal como tu padre!
A Jaejoong le
llenaba el alma que le dijeran eso, que le hablaran de su padre. No había
sabido nada de él hasta esos días en los que todos parecían necesitados de
contarle cosas, de hacer comparaciones.
—Me gustaría
que vinieras a comer a casa algún día — siguió él—. A tu abuela le encantará
verte. Puedes traer al ingeniero.
El corazón de Jaejoong
dejó de latir con fuerza a causa de su padre y le pinchó por motivo de Yunho.
Bajó la cabeza al instante.
—Ya no salgo
con Yunho —explicó sucintamente.
— ¡Qué pena! —Replicó
el médico—. Hacían una pareja estupenda.
Jaejoong alzó
la mirada y fingió una sonrisa. No tenía ganas de sonreír.
—Gracias
—replicó por ser amable.
De pronto el
hombre lució apesadumbrado, tenso y algo triste. Bajó la mirada y se esforzó
por expresarse.
—Si no volvimos
a verte fue porque tu madre se mudó y sufrimos tanto la pérdida de tu padre
que…
—No hacen falta
explicaciones —repuso Jaejoong cuando percibió que los ojos de su abuelo se
humedecían —. Ya habrá tiempo para eso, porque acepto la invitación que me
propusiste —sonrió como un ángel y colmó así de dicha el corazón turbado del
hombre.
El encuentro
terminó cuando el doctor recibió un radio llamado en el que le pedían que se
presentara con urgencia en terapia intensiva.
Pidió perdón a Jaejoong
por tener que suspender el almuerzo, Jaejoong le dijo que no se preocupara por
la interrupción y se despidieron.
Mientras eso
sucedía, Jaejoong pensó en pedirle explicaciones por el abandono, en
recriminarle veladamente los años que habían pasado, en apariencia
despreocupados por él, sin embargo, no habló. No encontró el sentido de pedir
razones cuando la vida les presentaba una nueva oportunidad, ¿para qué vivir pendientes
del pasado? Se habían desencontrado,
ahora volvían a reunirse, eso era lo que importaba.
Acabó con el
almuerzo, como le había pedido su abuelo que hiciera, y después, ya que estaba
en el centro, dio una vuelta.
* * *
— ¡Hágalos
ponerse el casco! —bramó Yunho un poco en serio, otro poco en broma, señalando
en dirección a un capataz. Normalmente Yoochun se encargaba de visitar la mitad
de las obras mientras él hacía la otra parte y el arduo trabajo de escritorio,
pero en ausencia de su socio, ahora todo recaía en sus manos—. No queremos que
nos pase con esta obra lo que nos viene pasando con todas —agregó en voz baja—.
Inspecciones. Son nuestra pesadilla.
—Entendido,
señor Jung —asintió el hombre.
Los obreros de Yunho
solían ser gente que estaba feliz con su trabajo, porque a Yunho le gustaba
tenerlos contentos. Excepto algunos sindicalistas que, de acuerdo con lo que
Yunho pensaba, siempre sembraban la semilla de la discordia, sus empleados no
renegaban de sus condiciones de contratación, que eran muy buenas. Además, los
jefes no eran inalcanzables, se mantenían cerca y en contacto con ellos,
conversaban y hasta bromeaban juntos, y eso les aportaba más confianza. Jamás
habían recibido un trato diferente porque eran obreros y no ingenieros o arquitectos,
ni se habían sentido relegados.
Yunho le palmeó
el hombro y le dio las gracias.
—Por eso confío
en usted —le dijo. Le gustaba hacer sentir a sus empleados importantes, porque
lo eran, sin ellos nada funcionaría—. Nos vemos mañana.
El sonido de
una perforadora interrumpió la conversación que, de todos modos, ya se había
dado por terminada. Entonces Yunho alzó una mano en el aire en gestode saludo y
el obrero respondió del mismo modo antes de volver al trabajo. Tal como su jefe
le había indicado, se puso el casco amarillo para dar el ejemplo a sus compañeros.
Yunho cruzó la
calle. Se internó por uno de los caminos para acortar la distancia entre él y
su auto, que había quedado en un estacionamiento por una avenida, y mientras
pensaba en la obra que visitaría la hora siguiente, el destino intervino otra
vez en sus planes.
Jaejoong alzó
la cabeza como por un designio. Tembló de pies a cabeza cuando a escasos metros
de distancia, vio parado a Yunho. Tragó con fuerza, las manos se le transformaron
en puños apretados y sudorosos a los costados del cuerpo. Yunho no dejaba
entrever sus emociones, pero había sufrido el mismo sobresalto que Jaejoong.
Casi parecía que se habían encontrado con un fantasma y no con una ex pareja.
Fue él quien
desechó rápido esas sensaciones que lo habían dejado paralizado y se aproximó. Yunho
siempre había sido más veloz, para él ocultar las emociones resultaba mucho más
sencillo que para Jaejoong porque estaba acostumbrado a hacerlo.
Aunque pudo
moverse, no pudo hablar. Estaba cerca de Jaejoong, pero mudo. Aquel sentimiento
era demasiado fuerte, muy difícil de dominar: lo llenaba por completo.
Teniéndolo cerca, no podía existir el vacío, parecía que jamás hubiera
existido.
—Hola —alcanzó
a pronunciar en voz baja y pausada.
—Hola
—respondió Jaejoong. Se hacía evidente que su respiración estaba agitada, que
el corazón le latía tan rápido que todavía temblaba.
Las miradas se
hallaron después de una ardua búsqueda. Jaejoong se sorprendió de que en ningún
momento el castaño de los ojos de Yunho pretendió ocultarle nada.
— ¿Cómo estás?
—preguntó él. Jaejoong se dio cuenta de que su voz también sonaba transparente,
distinta.
—B… bien
—replicó—. Acabo de verme con Hwan. El doctor Kim —corrigió. Yunho sonrió. En
su rostro había paz, había descanso.
—Eso es muy
bueno —reflexionó—. Yo vengo de visitar una obra.
Jaejoong se
forzó a sonreír.
—Supongo que
eso es bueno también —dijo. Yunho lo notaba falto de ánimo, y se sintió
culpable.
— ¿Cómo te fue
con lo de Seung? —indagó.
Yunho era un
buen amigo, pensó Jaejoong. Nada más. Pero al menos la pregunta le recordó que
la vida le ofrecía algo por primera vez en muchos años y que tenía motivos para
seguir adelante, para disfrutar.
—Bien
—respondió. Ahora sonreía de verdad—. Quedamos en que presentaría algunos
modelos y él me dirá si podemos incluirlos en su colección o si requieren
alguna modificación. De elegirlos, me compraría los modelos y quizás hasta me
dejaría trabajando para él. ¿No es genial? Gracias, Yunho. Te debo eso —se
interrumpió. Se puso serio de pronto—. Y otras cosas más… —dijo recordando el
asunto de Lee.
Yunho también
sonrió. Jaejoong pensaba que se veía tan apuesto con el juego de luces y
sombras de los árboles dándole de lleno en la cara, los hoyuelos que se le formaban
sobre la boca cuando sonreía y la mirada risueña, que sintió que podía robarle
un beso, como en la pista de baile del Paradise.
Pero se contuvo. Se limitó porque Yunho ya no le pertenecía. Jamás lo había
hecho, en realidad.
—No me debes
nada —replicó él—. Soy yo el que te debe demasiado —siguió diciendo con aire
melancólico. Tuvo que tomar una honda inspiración antes de continuar—. Lo
siento, Jaejoong, de verdad.
Jaejoong frunció
el ceño. ¡Que él no se atreviera a pedirle disculpas!
— ¿Por qué?
—preguntó. Se enterraba él mismo la daga.
— Heechul y yo…
—Cállate, por
favor —lo interrumpió alzando una mano en gesto preventivo. Pensó que volvería
a sentirse ofendido, como cuando había entendido que él le obsequiaba ropa para
callar su conciencia culpable, pero a cambio solo pudo sentir amor. Un amor
inmenso que era tan generoso como para dejarlo ir—. No tienes que pedirme
perdón por eso — asumió—. Está bien. Tanta gente pasa por la vida buscando y
buscando algo que jamás encontrará… —Yunho suspiró; llena su mirada de esa
blanca criatura que le robaba el corazón—. Tú lograste hallarlo y nada debe
importarte más que conservar eso que todos buscan pero pocos pueden encontrar:
la felicidad. Si Heechul es tu felicidad, eres en verdad muy afortunado, como
todos dicen. Y no puedes dejarla pasar.
Jaejoong volvía
a sonreír sin tapujos, sin temores ni falsas esperanzas. Sonreía de verdad y él,
abrumado por su generosidad, sentía que podía elevarlo en el aire, dar vueltas con
Jaejoong en medio de la plaza y gritarle todo lo que guardaba dentro. Habría
sido lindo, pero lo hizo a medias.
—Eres tan bueno,
Jaejoong… —expresó con admiración —. El más bueno de todos.
—Pero eso no es
suficiente, Yunho —lo interrumpió él, compasivo—. No se puede pasar la vida al
lado de alguien solo porque es una buena persona. La vida es tan corta… —pensaba
en su padre, pensaba en él mismo —. Si tienes la suerte de haber llenado tu
espíritu con él, no puedes dejarlo ir. No importa lo que digan los demás, no importa
quién esté en tu contra, tan solo vivelo. Vivelo.
—Eres mi… amigo.
Yunho no podía
hablar. Se había quedado sin palabras, como el día en que lo había conocido,
viendo en esos ojos negros solamente futuro. ¿Podía acaso vivir sin el pasado? ¿Dónde
lo encontraría si no era en Heechul?
Muchos
pensamientos surcaron la mente de Yunho en ese breve instante. Y él se
estremeció pensando que, cuando muriera, todos ellos se perderían en el
silencio: una tiendita que se llamaba Ensueños
extraviada
en la inmensidad del mundo, lo nervioso que Jaejoong se ponía mientras le
mentía, el temblor de sus dedos cuando le tomaba las medidas. No eran más que
pequeños puntos en la eternidad del tiempo, pero para él significaban el universo.
Sonrió
embelesado con los recuerdos, que eran el presente que todavía podía asir con
solo estirar una mano.
—Gracias —dijo
a cambio, inmóvil.
Como Jaejoong no
quería que él notara sus lágrimas, bajó la cabeza. Por eso apenas pudo ver que
un zapato brilloso y negro se le acercaba; lo demás lo tomó por sorpresa. Fueron
los brazos de Yunho, que lo rodearon y lo apretaron contra el firme torso de
Yunho.
Yunho percibió
que Jaejoong temblaba, sin dudas experimentaba las mismas sensaciones que él, y
también otras que jamás diría, que morirían en su silencio.
¡Jamás,
jamás podré ser tu amigo!, clamaba el corazón de Jaejoong, pero
a cambio se limpió la nariz con la mano que le había quedado pegada a la cara y
murmuró:
—Siempre voy a
estar para ti. Siempre —se notaba en su voz que lloraba. No habría querido que
eso sucediese, pero tampoco podía evitarlo.
Yunho cerró los
ojos para sentir con mayor plenitud cómo su alma retornaba al cuerpo, la calidez
de Jaejoong se la devolvía. ¿Cómo vivir sin esa llama? ¿Cómo apagar algo que le
quemaba por dentro?
Jaejoong temió
no poder irse nunca más de aquellos brazos que debían acunar a otro, por eso se
apartó de él, y Yunho permitió que lo hiciera.
—Te deseo lo
mejor, Yunho, de verdad —dijo Jaejoong secándose las mejillas.
—Y yo a ti, Jaejoong
—replicó él—. Te lo mereces y sé que lo conseguirás.
Jaejoong agradeció
con un ligero asentimiento.
—Me tengo que
ir —anunció—. Adiós.
Yunho descubrió
que si Jaejoong no lo hacía, él jamás se hubiese despedido. ¿Qué pretendía,
pasar la eternidad ahí, estancado en medio de una plaza, como si ese fuera el único
instante de todo su tiempo?
—Adiós
—devolvió la cortesía con las manos en los bolsillos y no se molestó en moverse
mientras Jaejoong daba unos pasos atrás.
Jaejoong alzó
la mano en gesto de saludo y él respondió de la misma manera. Entonces Jaejoong
se volvió y comenzó a caminar con prisa en busca de huir de su mirada. «Llámame»,
susurró. «Llámame, por favor, dí mi nombre», soñó. «Dí mi nombre…»
Yunho sintió
una urgencia, una llamada interior que lo hizo dar un paso al frente. Abrió la
boca, iba a nombrarlo, pero se contuvo.
Jaejoong desandaba
los pasos que la habían conducido hacia él, iba en dirección contraria a la que
debía llevar. Resultaba evidente que deseaba escapar de la fuente de daño, y Yunho
sabía que era él porque, al estar herido, solo podía herir. Era involuntario,
no lo hacía a conciencia.
Bajó la cabeza.
No podía seguir siendo tan cruel y egoísta con Jaejoong, que no era más que una
víctima de sus vaivenes emocionales, de sus fallidos intentos por volver a ser
quien era.
Descubrió con
pesar que eso jamás sucedería, nunca volvería a ser él mismo. El tiempo había
pasado y ni siquiera Heechul podría devolverle su pasado. Entonces lo dejó ir.
Dejó que Jaejoong se alejara como se alejaban los pájaros en el cielo
presagiando una tormenta y el futuro se perdía entre las sombras de los
árboles.
Esa noche se
había citado con Heechul y después Heechul se iba a mudar a su departamento,
aprovechando la ausencia de Choi Siwon. Iba a dejarlo como había pretendido dejarlo
a él. Volvería a ser su esposo, como siempre debió haber sido.
Tal como habían
convenido, a las nueve estuvo en el resto-bar. En lugar de ir a beber, habían
acordado una cena. Yunho pensó que, dadas las circunstancias de reconciliación marital,
se trataría de un encuentro íntimo, pero fue llegar al bar y descubrir que
todas esas hipótesis no eran más que falsos conceptos que siempre había albergado
respecto de Heechul. Que era un hombre hecho y derecho, que era el mejor hombre
del mundo. ¡El mejor hombre del mundo! Heechul no era nada más que un pequeño
punto en la inmensidad de su universo, un punto oscuro y siniestro, antes que
luminoso.
No le molestó
la actitud del hombre, sino el hecho de verse obligado a pasar largas horas
rodeado de gente que no aportaba nada a su vida, gente que en realidad
aborrecía.
Heechul estaba
sentado a la mesa, rodeado de su gran cantidad de amigos entre los que hablaba
y se reía y se llevaba un trozo de carne a la boca. Era grotesco, era
hipócrita, era malo, pensó Yunho, pero aun así avanzó. Seguiría hasta el final,
hasta tocar fondo, hasta las últimas consecuencias, porque la caída hacia el
abismo era el único modo en que Yunho sabía ascender con más fuerza después, como
el ave fénix que siempre había sido. Solo descendiendo al infierno se alcanzaba
el cielo.
Ocupó la silla
que estaba junto a la de Heechul, que había estado esperándolo.
—Hola —masculló
con desagrado a los demás integrantes de la larga mesa. Algunos respondieron
con una inclinación de la cabeza, otros ni se molestaron en notar su llegada.
—Llegaste tarde
—le reclamó él.
—Dijimos a las
nueve.
—Te mandé un
mensaje de texto para que estuvieras a las ocho y media — Yunho no contestó. No
había mirado el celular en toda la tarde—. Gracias que pude reservarte un lugar.
Apúrate a ordenar, que ya deben estar por traer nuestros pedidos.
Yunho no se
negó a ordenar, pero sí a cruzar palabra con los demás invitados. Si le
preguntaban algo, que de igual manera nunca era demasiado elaborado, se
limitaba a responder con monosílabos y a cortar con la conversación lo antes
posible.
—Cambia la cara
ya mismo —le ordenó Heechul por lo bajo—. ¿Qué te pasa?
Yunho lo miró
incrédulo, asqueado. Heechul solo se preocupaba por quedar bien con sus amigos,
no por lo que él estuviera sintiendo, por lo que él deseara, y Yunho estaba harto
de ceder e ignorar. Hacía tiempo se daba cuenta de que ya no soportaba a Heechul,
pero el hartazgo era toda una novedad.
—Pensé que
estaríamos solos —masculló entre dientes.
— ¿Cuál es el
problema? —Respondió Heechul, como si nada—. Son nuestros amigos.
—No —lo
interrumpió Yunho entrecerrando los ojos, que le ardían por el aire viciado—.
No son mis amigos, Heechul, son los tuyos. ¿Y sabés qué? En realidad no quiero estar
aquí —se dispuso a levantarse del asiento al tiempo que recogía su saco del
respaldo de la silla—. Me voy a casa —anunció.
Heechul se
había quedado boquiabierto, sorprendido. No tenía idea de cómo controlar a Yunho.
Al parecer las técnicas de siempre ya no servían, y él no sabía hacer nada más
que herir. Después de conquistar con el cuerpo, sabía retener con
humillaciones, pero no podía aplicar esa técnica delante de sus amigos.
Tomó a Yunho
del antebrazo para detenerlo.
—No quiero irme
todavía —le espetó.
—No te pedí que
te fueras —replicó él—. Solo te avisé que me voy.
Como algunos
amigos habían comenzado a murmurar y ya los miraban de reojo, Heechul fingió
una sonrisa y soltó el brazo de Yunho, quien sin esperar un segundo ni despedirse,
se aproximó a la puerta.
— ¡Esperame en
el hotel, amor! —alcanzó a gritar Heechul antes de que él se alejara lo
suficiente como para no escucharlo.
Yunho lo oyó,
pero no se volvió para asegurarle nada. Lo esperaría en el hotel solo si tenía
ganas. Heechul no quería ir a casa, quería ir a la impersonal habitación de un
hotel porque no le interesaba una familia, ni el amor, ni él. Heechul perseguía
sus propios intereses, que no eran de ninguna manera los suyos.
En el
automóvil, pensó en ir a casa como había planeado, pero quería saber hasta
dónde podía llegar, cuánto más podía descender si ya vagaba en el infierno desde
hacía años. Ir al hotel sería un modo de ponerse a prueba, de indagar cuánto
desamor podía soportar, cuánto era capaz de relegar solo por derrotar a Choi.
Ni bien abrió
la puerta del cuarto, el aroma a las telas limpias y a cortinas recién
planchadas le recordó la pureza que podía encontrar en un solo lugar, ese que
se llamaba Jaejoong.
«
¿Acaso no lo ves? Estoy vestido con tus cortinas», le había
dicho Jaejoong. El poder que tenía el recuerdo lo hizo sonreír. Con la espalda
apoyada en la puerta hurgó en el bolsillo del saco en busca de un cigarrillo,
pero se acordó de otra cosa que lo previno de seguir revolviendo entre las llaves
del auto y el encendedor. «A ti te hace
mal y a mí no me gusta besarte con olor a cigarrillo». Volvió a sonreír como
un tonto, como un enamorado, y dejó ese bolsillo en paz para buscar algo en el
otro.
De allí extrajo
un paquete de chicles para dejar de fumar, abrió uno de los envoltorios
mientras caminaba hacia la cama y se introdujo la goma de mascar en la boca. Se
sentó sobre el colchón, alzó los pies y se respaldó con las manos detrás de la
nuca. Se sentía en paz, como si volviera a ser un niño y en su mente se
imprimieran solo buenos recuerdos.
Hizo un globo
que le cubrió la boca, quería ver cuán grande podía hacerlo, si conservaba esa
facultad de su infancia que lo hacía ganar los campeonatos entre sus vecinitos.
«Deja
de comer chicle, que se te pega en los dientes y cuando te duermes con él en la
boca lo pierdes y después lo tengo que remover de la pijama yo»,
solía regañarlo su madre. El chicle era una golosina barata, por eso se la pasaba
con uno en la boca a falta de chocolates o alfajores. ¡Esos sí que eran
recuerdos maravillosos!
* * *
En su
departamento, Jaejoong dibujaba una blusa con extraños cortes en las mangas.
Quería terminar cuanto antes los diseños con el estilo que le había solicitado
Seung y confeccionar las prendas para que fueran evaluadas. Lo hacía en
compañía de la radio, que aunque presentaba la misma programación musical que
la noche anterior, porque era automática, siempre le gustaba. Disfrutaba los
clásicos de los ochenta. Interrumpió su tarea para atender el teléfono, y
resultó que era Bin.
— ¿Estabas
ocupado? —le preguntó. Jaejoong se encogió de hombros.
—No sé qué responderte
porque estaba ocupado, pero no es algo urgente —dijo—. No me lo pidieron para
una fecha en especial, hasta pareciera que me dieron todo el tiempo del mundo
para hacerlo, pero soy yo el que quiere terminarlo rápido y dejar de vivir en
esta incertidumbre. ¿Te acuerdas de los diseños que me pidió Seung? —No esperó
respuesta—. Bueno, los estaba dibujando.
— ¿Dibujas? —se
sorprendió Bin.
—Sí, claro, se
necesita para el diseño de indumentaria —asintió Jaejoong sonriente—. No es por
ser soberbia, pero lo hago bastante bien.
— ¡Qué
maravilla! —Exclamó la otra en respuesta—. Yunho también dibuja muy bien. De
hecho dibujar era su pasatiempo favorito en la adolescencia.
— ¿Ah, sí? —
Jaejoong se sintió dichoso de que no se le escapara una lágrima ni una sonrisa
melancólica al hablar de Yunho, sino que experimentaba una extraña
satisfacción. No sabía por qué—. ¿Y qué dibujaba? —se interesó.
—Historietas.
— ¡¿Historietas?!
— ¡Y sí que lo
hacía bien! —Alabó Bin—. Sin dudas su mejor creación, una de las más complejas,
fue el Señor J.
— ¿El Señor J?
—rió Jaejoong.
— ¿No te suena
de nada? —Bromeó la mujer—. Siempre supe que era un álter ego de él mismo —de
pronto la voz de Bin se tornó triste, sombría—. Tengo miedo por Yunho, esa es
la verdad —confesó.
—Pero yo lo vi
muy bien —contó Jaejoong —. Me cruce con él hoy, me dijo que venía de verificar
una obra. Lo vi tranquilo, detenido en el tiempo, como nunca lo había visto
antes. Hasta parecía en paz.
Jaejoong
escuchó que Bin tomaba aire por la boca.
—Yunho es muy…
inestable —explicó la mujer. Jaejoong presintió que había dudado sobre qué
palabra utilizar porque estaba escondiendo algo.
—Eso ya lo sé
—respondió.
—No, no lo sabes
—aseguró la secretaria—. Yunho sufrió mucho, no es como tú piensas.
— ¿Y qué sabes
cómo lo pienso yo?
—Estoy segura
de que no lo piensas de este modo.
Se produjo un
instante de silencio. Desde sus primeras conversaciones telefónicas había
sabido que Bin se guardaba algo, pero no imaginaba qué. Es que con Yunho nunca
se sabía qué pensar, eso era parte de su misterio, de su magia.
—Dímelo ya, por
favor —pidió.
—Yunho… sufre a
veces de estados depresivos.
Jaejoong dejó
escapar una risita de incredulidad.
— ¿Yunho
depresivo? —repitió—. No, eso no puede ser.
—Pasa de la
euforia al llanto como podemos cambiar de canal un televisor. Créeme cuando te
digo que nada es lo que parece, que Heechul lo único que puede hacer por él es
devolverlo a las sombras de las que tú lo habías sacado. Rescátalo, Jaejoong —suplicó—.
Salvalo.
—Yo no puedo
hacer eso, Bin —le contestó él, triste pero entero—. Nadie puede hacerlo. Solo Yunho
puede rescatarse a sí mismo.
* * *
Heechul entró a
la habitación del hotel dos horas después de que Yunho lo abandonara en el
restaurante. Se quitó el abrigo de cuero rojo, lo arrojó en el sofá y se quedó
de pie delante de la cama. Observó a Yunho ahí sentado, con la mirada perdida
en un rincón del cuarto, y se deslizó hacia él como una serpiente.
— ¿Qué
masticas? —le preguntó, sugestivo. Como toda respuesta, Yunho hizo un globo que
le explotó sobre los labios—. No pretenderas pasármelo como un adolescente, ¿no?
Tiralo a la basura —ordenó.
Yunho giró la
cabeza y escupió el chicle hacia un costado de la cama. Su boca volvió a
llenarse, esta vez de la lengua de Heechul, que lo besó con ahínco.
—Hagamos el
amor —sugirió sin apartarse de los labios de Yunho—. Puede que esas
extraordinarias habilidades que tienes en la cama me hagan olvidar un poquito
lo que me hiciste en el restaurante —insinuó a la vez que deslizaba una mano
por el muslo de Yunho, cubierto por el pantalón de vestir. Él no lo miró.
—Yo no te hice
nada —dijo.
—Eso me pasa
por tratar con criaturas.
Yunho no iba a
responder. De haber querido, tampoco habría podido hacerlo porque Heechul le
dio otro beso apretado y caluroso, uno con el que reclamaba todo lo que él
alguna vez le había dado.
—Besame —le
ordenó Heechul,
¿Acaso no lo
estaba haciendo?, pensó Yunho. No, no lo hacía. Estaba disperso, en otro mundo,
con la boca floja y la lengua quieta, y Heechul se daba cuenta, Sin embargo, él
no se esforzó por modificar esa situación.
En pocos
minutos se encontró desnudo sobre el cuerpo de Heechul, colocándose un
preservativo como si fuera un ser inerte. Heechul no podía quedar embarazado,
pero él se prevenía de otras enfermedades. Siempre usaba condón, siempre.
Yunho no lo
miraba a él, veía la nada sobre la mesa de luz y en esa nada se dibujaba el
rostro de Jaejoong. No, de ninguna manera estaba su alma en esa situación, ni
siquiera su mente, apenas su cuerpo, que respondía a instintos básicos pero no
a la voluntad.
Heechul ya no
le exigió que lo besara, ni siquiera que lo mirase. Yunho siguió el curso de la
situación con la vista extraviada en su propio mundo y hasta dejó de moverse
por un momento sin darse cuenta. Lo supo solo porque él le apretó el brazo y le
exigió:
—Muevete, Yunho.
¿Qué pasa? ¿El pre-infarto te dejó débil?
Entonces Yunho
se movió. Sin pasión, sin goce, sin espíritu. Por fin se detuvo cuando escuchó
que Heechul había terminado de gritar. Yunho no llegó a atravesar barrera alguna
de placer. Ese rato que tuvo sexo con Heechul fue como prestarle el cuerpo a un
hombre para que se entretuviese. Lo había pasado millones de veces mejor con
los prostitutos.
Del mismo modo
disperso salió del interior del hombre y se respaldó de nuevo en la cama. Se
sacó el preservativo vacío y después volvió a quedarse así, quieto y
entretenido con su nada, que para él lo era todo.
Jaejoong
sonreía cuando él lo abrazaba. Jaejoong tenía cosquillas en todo el cuerpo. Jaejoong
soñaba que Héctor, el héroe, era un enano.
Yunho sonrió.
La sonrisa se convirtió en una suave música que abandonó su garganta en medio
del silencio.
— ¿De qué te ríes?
—le espetó la molesta voz de Heechul. Yunho no le prestó atención.
Jaejoong se
pintaba los labios con brillitos. Jaejoong le tenía miedo al viento. A Jaejoong
no le gustaba el dentífrico blanco.
Yunho se
preguntó qué estaba haciendo de su vida, malgastando el tiempo al lado de un
hombre al que no amaba. Pensó en qué iba a ser de él al lado de Heechul,
infeliz hasta que Heechul lo abandonase de nuevo.
Volvía a convivir
con ese hombre. ¿Y después qué?, se preguntó. ¿Qué había después de esa cima?
Más indiferencia. Más dolor. ¿Cuánto más podía descender? ¿Cuánto más podía
soportar? ¿Acaso hacía falta? ¿No era ese el final, no era ese el infierno en
su grado más profundo?
—Lo pasaba
mejor con mi marido —rió Heechul, interrumpiendo sus pensamientos. Reía solo.
— ¿Qué? — Yunho
de verdad no lo había escuchado, le hizo la pregunta solo por amabilidad.
Tampoco era cuestión de que un ser humano le hablara y él lo pasara por alto,
su madre no lo había criado para ser así de maleducado. Heechul soltó una
carcajada.
—Mmm… —gimió—.
Que eres fuerte, firme y atractivo —dijo—. Y que es increíble la experiencia
que adquiriste mofándote de esos chiquilinos. ¡Me hiciste volar!
¿Volar? ¿Ese
sexo vacío y ausente hacía volar a Heechul? Yunho no respondió.
—Y que lo
pasaba mejor con mi marido es lo que le dije a Choi antes de dejarlo —continuó
diciendo él. Volvió a reír con un mido espasmódico—. Perdió sus dotes de buen
amante, se convirtió en un viejo puritano siendo que antes hasta le gustaba que
se la… —se interrumpió para hacer un gesto con las manos—. Tú sabes. Imaginate,
¡ahora a veces ni siquiera lograba mantener su penecito de pie para penetrarme!
Yunho sintió
asco. Imaginó el motivo por el cual aquel hombre había perdido hasta la
capacidad de mantener una erección: las exigencias y demandas de Heechul. Heechul
lo habría torturado tanto con sus reclamos de alcoba que él habría llegado a
tal extremo de tensión y miedo de no satisfacerlo que la concentración lo
habría abandonado por completo, como a él lo habían abandonado una vez las ganas
de bailar. La había sacado barata.
Además, ahora
podía ver con claridad que Heechul no tenía escrúpulos y que, por lo visto, era
también egoísta y pernicioso. No tenía reparos en hablar con él de su intimidad
con Choi Siwon, no se preguntaba si le dolía o si quería que él le contara esas
cosas, como si nada hubiera pasado, como si ir y venir de una cama a la otra
fuera lo más normal del mundo. Y, para colmo, abandonando a los amantes
destrozados. Heechul solo se ocupaba de él mismo y los demás podían morirse sin
obtener de él una sola gota de atención verdadera, ni una sola actitud honesta.
Podía ver todo
con tanta claridad que se atemorizaba de haber elegido vivir engañado tantos
años, todo porque eso era más fácil que arriesgar los sentimientos. Todo porque
se había olvidado de que, por más que se esforzase por fingirse diferente,
siempre sería ese niño adulto que no tuvo infancia al que le gustaban el sexo
como manifestación del alma, la comida casera y el amor. De convicciones
profundas, con una visión filosófica de la vida y anhelante de recibir y dar
afecto.
Heechul no le
despertaba ira, ni ilusiones, ni mucho menos cariño. Ya ni siquiera lo quería
para vengarse de Choi, que ahora no le parecía más que otra víctima, otro Yunho.
Y descubrió que
todavía era joven. Supo que estaba vivo.
¿Quién era él?
Un actor. Una
fantasía. El peor enemigo de sí mismo.
¿Qué era su
vida?
Una obra de
teatro que había llegado a su fin. Había caído el telón.
Sin decir una
palabra, se incorporó. Revolvió las sábanas hasta dar con su bóxer negro. Una
vez que lo tuvo puesto volvió a sentarse a la orilla de la cama para ponerse los
pantalones. Heechul se cruzó de brazos.
— ¿A dónde vas?
—interrogó con voz feroz.
—A casa
—respondió él. Las palabras habían sonado bruscas, duras, con esa voz ronca que
a veces se le escapaba de adentro.
— ¡Ah, no, Yunho!
—Reclamó Heechul y luego dio una orden—. Yo no me quiero ir todavía. Nos vamos
más tarde.
—No dije que
nos fuéramos a ir —repuso él calzándose los zapatos, sin perder una gota de
paciencia—. Dije que me voy.
Se puso de pie
para prenderse el pantalón. Heechul saltó de la cama, arrancó las sábanas
blancas y con ellas se cubrió su desnudez, que por primera vez lo incomodaba.
— ¿Qué dices?
—bramó.
—Lo que oyes
—replicó él buscando la camisa—. Que me voy, Heechul. Me voy.
— ¡No puedes
irte! —gritó el hombre.
— ¿Por qué no?
— Yunho ya se prendía los primeros botones.
—Porque tienes
que irte conmigo.
—Que tengo que
irme contigo… —repitió él. No podía creer la ingenuidad de ese hombre.
— ¡Volvemos a
vivir juntos! —reclamó él con un grito. Yunho no perdió la calma.
—Ya no.
Como él se
alejaba, Heechul cambió de sector en la cama y quedó sentado en la orilla
trasera del colchón.
— ¿Cómo que ya
no? —bramó colérico.
—Ya no, Heechul
—respondio Yunho de pie delante de él —. No quiero vivir contigo —soltó con
naturalidad—. No te amo.
Las palabras
retumbaron en los oídos de Heechul como el repiquetear de un tambor errático.
— ¡Pero yo ya
abandone a Siwon! —dijo—. ¡Tengo mis valijas en otra habitación de este mismo
hotel!
—Ese es tu
problema —respondio Yunho, indiferente.
— ¿Cuál es el
jueguito? —él comenzaba a sonar hiriente, pretencioso, pero a Yunho ya no lo
afectaba—. Sientate —ordenó.
—Me voy.
Yunho se colocó
el saco sobre un hombro. Heechul cayó preso de su altanería y de la única
verdad que, de todas las que se desvelaban, alcanzaba a comprender: Yunho no se había acostado con Choi Minho
por él, pero si acababa de acostarse con él por Kim Jaejoong.
—Creí que
habías cambiado, que te habías hecho hombre, Jung Yunho —comenzó con sus
insultos. Sabía que Yunho odiaba su nombre completo y creyó que odiaba sentirse
vulnerable como el niño que, en efecto, era, por eso le decía esas cosas. Pero
con ello no hizo más que dar otra patética muestra de su desesperación por ver
su capricho burlado.
—No me importa,
Hechul —le respondió él—. No me importa no haber cambiado, ¡si nunca quise
hacerlo!
— ¡No eres más
que el mismo perdedor de siempre! — Heechul siguió destilando veneno—. ¡Un niño
incapaz de satisfacer a un hombre! ¡El hijo de una sirvienta que solo puede
tener contento a un costurero de la misma calaña que su madre! — Heechul soltó
una carcajada. Yunho se iba hacia la puerta—. ¡Pobre niñito que no fue amado!
Él se volvió
sin prisa ni dolor, sereno como nunca antes.
—No me llames
—pidió en un tono de voz bajo y pausado—. Voy a bloquear tus números.
La puerta se
cerró sin que Heechul pudiera reaccionar. Yunho lo ignoraba. Yunnho le había
dicho que no lo amaba, Yunho lo abandonaba. Yunho se acercó al mostrador de la
recepción del hotel y habló al empleado.
—Puede disponer
de mi habitación —anunció—. No la tomaré más.
— ¿Algún
problema con el hotel, señor? —se preocupó el joven.
—Ninguno
—explicó Yunho con la misma amabilidad que los empleados del hotel siempre
habían mostrado hacia él—. Es un lugar excelente, tan solo no la quiero más. Puede
cobrarse los gastos producidos hasta esta noche. Si la salida se produce mañana
después del horario dispuesto por ustedes para el abandono del cuarto, esos
gastos ya no correrán por mi cuenta.
Heechul no se
movió de la habitación. Yunho volvería. Tenía que hacerlo, Yunho no toleraría
perderlo. Pero eso no ocurrió. Despertó a mediodía, solo como se había dormido,
y comprendió entonces que ya no tenía a Yunho, pero todavía le quedaba Siwon.
Se dirigió a la
habitación donde había dejado sus valijas y luego se encaminó a la planta baja
para salir del hotel. Se aproximaba a la puerta de salida cuando alguien lo
llamó y tuvo que volverse.
— ¿Qué pasa?
—interrogó, altivo. Enseguida visualizó el papel que le extendía el conserje.
—Su cuenta.
¡Cómo era
posible! ¡Yunho ni siquiera había pagado la cuenta de las habitaciones! Extrajo
sus tarjetas de crédito y entregó la primera, la dorada. El sistema no la
aceptó. Entregó las otras tres que tenía, pero ninguna funcionó. Le pareció
extraño. ¡Solo eso le faltaba, que Siwon las hubiera cancelado! Terminó pagando
con el único efectivo del que disponía.
Llegó a la casa
que compartía con Siwon cargando las valijas que el taxista no se molestó en
recoger. Buscó la llave de su casa, la metió en la cerradura, pero no daba la
vuelta. Pensó que se había equivocado de llave, miró las otras dos que pendían
del aro plateado, pero no, todo estaba en orden, esa era la que abría la puerta
de entrada.
Probó otra vez.
Nada. Tocó el timbre.
Pensaba que se
encontraría con la mucama, pero fue Siwon quien lo recibió sin pestañear. No se
esperaba que él estuviera allí, pensó que se hallaba en su casa de Estados
Unidos.
— ¿Qué estás
haciendo aquí? —bramó Heechul. Todavía sentía que tenía derecho a regañar,
exigir y manipular.
—Eso es lo que
me pregunto yo respecto de ti — espetó Siwon sin piedad.
— ¿Cambiaste la
cerradura?
—Por supuesto
que cambié la cerradura. ¿Qué pensabas, que ibas a entrar y salir de mi casa
como entras y sales de camas ajenas? Olvídate, Heechul. Ya te denuncié por
abandono de hogar y no puedes volver. ¿Qué pasó, Jung se burló de ti y tampoco te
quiere más?
Heechul ardió
de ira.
— ¡Viejo de
mierda! —exclamó.
— ¡Puto!
—replicó él, y le cerró la puerta en la cara. Si Jung lo había dejado también,
ese era su día de suerte.
Heechul se
quedó anonadado, en silencio.
—Siwon…
—masculló con voz dulce, suave—. Cariño…
No obtuvo
respuesta.
Nota: En cuanto a Under the moonlight bueno en el no subo capitulo hasta que tengo uno en cual respaldarme, es decir que ya tengo el diez, pero hasta que tenga el once lo subo, se que en ese fue mas sufrimiento que goce, pero ya se arreglara todo como en este fic, donde ya se estan empezando solucionar los conflictos internos de Yunho, gracias misa por interesarte en mi fic original. Y gracias a todas las que leen y comentan, siempre estoy atenta a sus comentarios.
primero disculpa por no comentar antes, pero con mi trabajo no puedo, lei los dos capitulos de corrido ya que hoy recien pude, asi que sorry.... con respecto a los capis cada dia me encantan mas, me gusta como escribes y secuencialidad de tus historias, la trama de la hitoria es excelente, y con respecto a este capitulo veo que yunho ya está tomando conciencia de su situacion y solo espero pueda arreglar las cosas y disculparse con todos de los que alguna manera termino alejandose, ojale regrese pronto con jae, en fin solo puedo decirte gracias por tan interesante fic...
ResponderEliminarpor cierto me encantan también tus otros fics, y como te dije antes disculpa si no comento constantemente, por el momento estoy concentrada en este fic, ya q me tiene enganchada, espero ponerme al dia con los otros gracias :)
AHHHHHH al principio fue leer y querer llorar por la forma de pensar de Yunho, quería que entrará en razón ya que el mismo sufría y por consiguiente Jaejoong, heechul es alguien tan vacío que doy gracias porque ya yunho se dio cuenta de la clase de persona que es, por fin abrió los ojos y se dispone a ser feliz a su manera a nada de farsas, espero busque a Jaejoong pronto que le exponga lo que siente y se solucionen las cosas, estos dos se lo merecen ya fue mucho sufrimiento, pero no importa ya les debe llegar su hora de ser felices, ame la parte en las que Yunho recordaba cada detalle y comportamientos de Jaejoong, cuando estaban juntos ;-;. Ah como siempre muchas gracias por la actualización, amo este fic e igual los otros que estan aqui, son muy buenas historias, de eso no cabe duda, realmente gracias y espero con ansías y desesperación el sig capítulo y las sig actualizaciones . ^^
ResponderEliminarahh quise llorar al inicio como lo recuerdo tan claro, pero JUNG YUNHO AL FIIINNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNN
ResponderEliminaral fin te das cuenta de quien es ese puto, disculpa que lo diga pero ya no lo aguantaba, ese hombre no merece nada, me da gusto que Siwon tambien sepa eso, que se de cuenta que no merece desperdiciar su vida asi, gracias a dios todo paso ya me da tanto gusto, ahora YUNHO ve por jaejoong eso es lo que debes hacer
estoy tan emocionada que ya no se si escribi bien
Bueno al fin, tenia que pasar todas rogabamos por que Yunho se diera cuenta y sacara de su vida a ese descarado.
ResponderEliminarAsi se hace Yunho, muy bien hecho dajarlo botado y encima no pagarle la cuenta del hotel y para rematarla Siwon tambien lo boto.
Ahora si veo que el Yunjae puede tener un final feliz. Yunho deb buscar a Jae y de rodillas pedirle perdon por lo que le ha hecho...
Por fin Yunho reacciono y dejo el pasado atrás...
ResponderEliminarPor fin luchara por Jae..
Me pone tan feliz que Yunho haya tomado esa decisión...
Heechul obtuvo lo que se merecía por p...
aaahh...esto ya no me gusto..crei que esos dos se quedarian juntos.
ResponderEliminarveremos si es cierto que yunho quiere cambiar...aunque insisto..jaejoong no debería aceptarlo..yunho no le conviene.
pero en fin veremos que pasa.
Al fin reacciono, que bueno, ahora falta ver que pasa con Jae. Gracias.
ResponderEliminarPor fin reacciona yh... ya era horaaa me alegro mucho -malasoy-de que lo dejaran asi a heecgul@*@
ResponderEliminarbien hecho yunho asi se hace XD!
ResponderEliminarhechul creía que yunho lo iba a soportar y estar a su disposición siempre cada vez que el quería pero yunho ya se canso y el muy sinvergüenza se fue de nuevo con siwon me alegra que siwon lo haya tratado así ya era hora que esos hombres abrieran los ojos (`ー´)
heechul ahora pues....
No pude evitar reír al final, aunque se que es malo reírse de la desgracia ajena. Pero ese heechul se lo merece, por desalmado y p***. Ojala que con todo esto aprenda la lección y deje en paz a Yunho y Siwon, porque aunque no hizo bien en meterse con heechul siendo esposo de Yunho, sufrió su castigo al soportar los años junto a la diva de su esposo. Ahora solo falta que Yun vaya a buscar a Jae y recuperar su felicidad ^^
ResponderEliminarGracias por compartir.
esa zorra lo tenia bien merecido
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